OPINIÓN Martín Rodríguez Yebra*

El polvorín libertario fuerza a Milei a meterse en la tarea que más desprecia

Son días de purga en La Libertad Avanza. El embrión de partido político con el que Javier Milei llegó al poder atraviesa una crisis de convivencia entre personas sin una trayectoria común, carentes de vínculos afectivos que los unan y a quienes se les recomienda de manera perentoria el confortable ejercicio de hacer caso.

La diputada Lourdes Arrieta fue la sexta integrante del bloque oficialista expulsada de mala manera en ocho meses. Otras dos -Marcela Pagano y Rocío Bonacci- están en lista de espera. Al senador Francisco Paoltroni lo defenestraron por oponerse a la candidatura de Ariel Lijo a la Corte Suprema y, sobre todo, por cuestionar al asesor multifunción Santiago Caputo.

La vicepresidenta Victoria Villarruel recibe el trato de un enemigo: ya no habla a solas con Milei y cada día se desayuna con una nueva ofensiva proveniente de la usina oficial de agitación en redes sociales. El primer jefe de Gabinete, Nicolás Posse, quedó en la calle en tiempo récord sin un “muchas gracias”. La relación con el aliado más persistente del Gobierno, el Pro, marcha a los tumbos.

Cuando emergió como figura en la política, Milei repetía como un mantra que él no venía “guiar corderos, sino a despertar leones”. Esa manada imaginaria se fue construyendo a ritmo de vértigo. Entraban liberales de alma, conservadores clásicos, fundamentalistas religiosos, caballos de Troya massistas y oportunistas de distinto origen que compraron su lugar en listas electorales que nadie supuso que serían tan exitosas.

El triunfo lo colocó en la Casa Rosada sin partido propio y con una fuerza legislativa minoritaria y anárquica. A diferencia de otros que estuvieron en su lugar, el presidente Milei se aferró a un liderazgo digital y se desentendió de la tarea de la conducción política. Delegó en Caputo la gestión cotidiana de los temas sensibles y en su hermana Karina el armado electoral de 2025.

La falta de contención, el cuidado de los egos, el relato íntimo de las obligadas contradicciones del poder convirtieron muy rápidamente a los libertarios en un barco sin timón. “Me tragué el sapo de ‘Menem prócer’, de Pichichi Scioli funcionario y muchas otras cuestiones reñidas con lo que prometimos en campaña. ¿No veníamos a terminar con “la casta”? Lijo es un límite”, llegó a decir el formoseño Paoltroni antes de su expulsión sumaria del bloque de senadores por orden directa de Caputo. Milei nunca le atendió una llamada a este empresario agropecuario que saltó a la política para combatir al eterno Gildo Insfrán. La Libertad Avanza se quedó con seis senadores que se operan a diario entre ellos y un herido con mandato hasta 2029.

El enésimo estallido interno despertó una reacción de Milei. En los últimos días empezó a escuchar a quienes le dicen que un presidente de la Nación tiene que atender la política aunque le aburra. Recibió al jefe del bloque de Diputados, Gabriel Bornoroni, peón de Karina, y se decidió a interactuar con los legisladores leales, a muchos de los cuales solo vio en un par de ocasiones y siempre en grupo. Preparan una primera cumbre con toda su tropa a casi nueve meses de asumido.

Se convenció, a la vez, que necesita cultivar el vínculo con Mauricio Macri, fundador y jefe del Pro. Habían pasado dos meses sin hablarse y ahora llevan cuatro reuniones a solas en cinco semanas. Como señal, invitó a los líderes parlamentarios del partido amarillo y otros bloques afines.

En las tertulias con propios y aliados, al Presidente le llegan a los oídos conflictos reales, celos, disputas que requieren de un árbitro. “Tiene que claro que va a tener que mancharse un poco más en el barro. Lamentablemente la política mete la cola en la economía y no podemos darnos el lujo de sumar una tensión adicional a los problemas que ya tiene la Argentina”, explica un interlocutor habitual de Milei.

Traiciones

Cuentan en la Casa Rosada que a los hermanos Milei los horrorizó el escándalo del bloque de diputados de La Libertad Avanza a raíz de la visita de siete legisladores a la cárcel de Ezeiza para reunirse con Alfredo Astiz y otros represores presos por delitos aberrantes cometidos durante la dictadura.

Gritos, peleas, acusaciones y amenazas terminaron con la salida intempestiva de Arrieta, que dijo haber ido engañada al encuentro en la prisión y responsabilizó al karinista Martín Menem de organizar la expedición de la polémica. Puertas adentro la acusaron de “traidora”. “Nuestra única obligación es hacer caso”, fue la sentencia con que la condenaron. Arrieta renunció antes de que la echaran. Se quejó de que, entre liberales, lo que se exija sea una obediencia ciega.

El pelotón de tuiteros que conduce Caputo la fusiló en el acto. En esa liga de propagandistas que alardean cinismo se impuso una frase con la fuerza de un mandamiento pagano: “Banco, luego leo”. Si lo dice Milei (o Caputo) es verdad. Es la lógica de una religión, por cierto nada novedosa en la política argentina. Puede dar fe el kirchnerismo.

Son los mismos que aplauden a la ministra Patricia Bullrich sin olvidar los ataques que Milei le dedicó en el pasado, cuando decía que era una montonera que ponía bombas contra niños indefensos. “Nunca me voy a olvidar cuando Patricia construía jardines de infantes en los 70″, ironizó el usuario anónimo Piti, a quien el Presidente premia a menudo con el honor de sus retuits.

El ministro de Justicia, Mariano Cúneo Libarona, hizo gala de la virtud que se demanda desde arriba. El martes su visita a la Comisión de la Mujer de la Cámara de Diputados desató un escándalo cuando expresó el “rechazo” a la identidad y la diversidad sexual y negó la violencia de género. No importó que contradijera de manera flagrante sus propias declaraciones de hace dos meses.

“Boludo, está textual del discurso de Milei”, dijo en un momento, sin saber que su micrófono estaba abierto. Por accidente se proclamó héroe por un día de la hinchada caputista. El asesor no lo tiene entre sus preferidos: de hecho lo puentea en los grandes temas judiciales, que trabaja con el viceministro Sebastián Amerio. Manuel García-Mansilla, candidato a juez de la Corte, lo confirmó, en un rapto de transparencia, cuando dijo que Caputo y Amerio habían sido quienes le ofrecieron la postulación.

La propaganda mileísta -fiel a ese género- no se ata a la coherencia. Sus cultores explotan de júbilo cada vez que desde el poder se ataca a alguien por haber recibido fondos del Estado (desde un artista hasta un marginado que cobra un plan), pero cultivan el silencio cuando el periodista Hugo Alconada Mon revela que Milei emitió decenas de facturas al Banco Provincia cuando era asesor económico de la campaña presidencial del entonces gobernador Scioli, en 2015.

El látigo

Esta suerte de liberalismo obsecuente sumado a un liderazgo distante mete al oficialismo en problemas evitables. Las derrotas de la semana pasada en Diputados y el Senado alarmaron a Milei, en especial la sanción de la ley que ordena aumentar las jubilaciones y cambiar la fórmula de actualización de haberes. Ni el Pro votó con los libertarios. A falta de una prevención eficiente, el Presidente quedó ante la decisión impopular de vetar un beneficio al segmento más castigado por el ajuste fiscal.

“Que te lleven con el látigo funciona cuando todo va bien. Pero cuando las cosas son frágiles y el riesgo del precipicio sigue ahí puede ser muy peligroso”, dice un dirigente aliado del oficialismo.

Coincide en parte con la insistencia de Macri a Milei sobre la necesidad de construir una alianza operativa entre La Libertad Avanza y el Pro ahora que la popularidad del Presidente sigue alta.

“Rezo todos los días para que no se le dé vuelta la macroeconomía. No quiero pensar lo que puede ser con un gobierno en minoría, con sus bloques rotos y los aliados heridos”, desliza una fuente del macrismo.

La resistencia al pacto con el Pro la encabeza Santiago Caputo, a quien Milei mantiene en el “triángulo de acero” junto con él y su hermana. El asesor sin cargo insiste en que los votos de Macri ya los tiene el Gobierno y que lo inteligente sería ampliarse hacia otros márgenes. Mira principalmente a los peronistas ansiosos de desprenderse de la sombra de Cristina Kirchner.

La variable suelta en este juego de poder es el tiempo. La imagen positiva de Milei se apoya en el éxito de la política de desinflación, que tapa por el momento los sufrimientos que provoca la recesión consecuente del mismo proceso.

Se revirtió así un pronóstico recurrente a principios de año, cuando se pensaba que los mercados iban a acompañar las reformas liberales pero a costa de descontento social. Con agosto terminado, las calles se mantienen en calma y los que desconfían son los mercados.

El equipo económico se aferra al cepo como un seguro de vida que permite gestionar la baja de precios y mantener el dólar quieto. Paga el precio de no juntar reservas y sembrar dudas sobre la capacidad de pago de la deuda en el mediano plazo.

¿Cuánto se puede agravar el riesgo si el Gobierno sigue alimentando su fragilidad legislativa? En la Casa Rosada asumen como una realidad la frase del economista Ricardo Arriazu: “Si hay una devaluación se acabó Milei, se acabó todo”.

Milei parece entender el desafío cuando acepta poner un pie en el juego que había delegado en su hermana y Caputo. La mala praxis política puede exponerlo a un accidente evitable. Quiere ser parte de la gestión para blindar en el Congreso el veto a la ley de jubilaciones y de lo que será el tratamiento del presupuesto 2025. Junta a los propios. Ensaya gestos con el macrismo.

Los grandes acuerdos se van a sellar a partir de marzo, cuando las elecciones se vislumbren en el horizonte. Es una eternidad para un Presidente carente de partido propio y cuya fortaleza se asienta en las encuestas de opinión. La disyuntiva es compleja: ¿trabajar en un pacto ahora o seguir sorteando obstáculos con una manada diezmada de leones con bozal?

 

 

* Para La Nación