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La apertura de Abe a la que se resiste Japón

Los intentos del primer ministro de abrir política y económicamente el país al exterior chocan con una renuencia social hacia los cambios

INTERNACIONALES 18/11/2019 Alicia GONZÁLEZ
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A sus 65 años, Shinzo Abe se convertirá el próximo día 20 en el primer ministro que más tiempo ha ocupado el cargo en toda la historia de Japón. Tras un primer mandato breve, de menos de un año (entre 2006 y 2007), Abe lleva desde 2012 al frente de la política japonesa y aunque ha asegurado que no se presentará a la reelección cuando termine el actual periodo, en septiembre de 2021, la fecha aún parece demasiado lejana para darla por definitiva.


Abe está acostumbrado a batir récords en política. Fue el primer ministro más joven en el Japón de la posguerra y, pese a las luces y sombras de su mandato, el conservador ha introducido algunos cambios profundos en las dinámicas de la potencia oriental. La más significativa, sin duda, su intento de apertura al exterior.

“Japón está desarrollando un papel muy activo en la escena internacional. A los acuerdos comerciales que ha impulsado y la presidencia del G20 de este año, Japón va a sumar la celebración de los Juegos Olímpicos de Tokio el año que viene y la Expo de Osaka en 2025. Y lo más importante es que ha sentado bases para futuras negociaciones. Ese es un importante legado”, explica en la Universidad de Tokio el profesor Fukunari Kimura, economista jefe de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (Asean), durante un reciente viaje organizado por el Gobierno de Japón.


El profesor se refiere a la reducción de las barreras que protegen a la agricultura japonesa, que permitieron a Japón firmar el Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP, por sus siglas en inglés) y que le permitirán ahora firmar la Asociación Económica Integral Regional (RCEP), que puede llegar a ser la mayor zona de libre comercio del mundo.

Ese cambio en las tradicionales posiciones proteccionistas de Japón no se ha trasladado al mercado de trabajo. Bajo el mandato de Shinzo Abe el desempleo ha pasado del 4,3% al 2,4% que registró en septiembre, unas cifras que ocultan los serios problemas de mano de obra que afronta la industria nipona dado el envejecimiento de la población, con una edad media de 46,7 años y donde el 27,4% de los japoneses tiene más de 65 años.

En Kagoshima, en el sur más rural de Japón, es donde el problema del envejecimiento es más palpable y no extraña que en el sector agrícola el 50% de los trabajadores ya haya superado la edad de jubilación. “Por eso estamos intentando robotizar al máximo los procesos, para reducir la necesidad de mano de obra. Además, tenemos dos becarios, uno de Vietnam y otro de Tailandia”, explica Takashi Horiguchi, vicepresidente de la compañía de té Wakohen, en la prefectura de Kagoshima. En el matadero de ternera wagyu, del grupo Itoham, en la ciudad Shibushi, el 8% de la plantilla son extranjeros, todos de Vietnam, "porque el esfuerzo que requiere el trabajo no puede hacerlo una persona mayor y la robotización del proceso aún no está desarrollada", admite su presidente, Toru Kijima.

Esos dos becarios de Wakohen y los 39 que tiene Itoham forman parte de los 325.000 extranjeros que el Gobierno se propone que lleguen al país de aquí a 2024, como parte de su nueva política migratoria para atraer trabajadores cualificados y cubrir las necesidades de mano de obra. Los candidatos deben pasar un examen previo en su país de origen y aprender japonés durante seis meses. Una vez en el país, reciben un mes de formación en "costumbres japonesas" y durante tres años son contratados como aprendices. Solo a partir de entonces pueden cambiar de trabajo y solicitar algún tipo de residencia. Desde abril, cuando entró en vigor la reforma, los trabajadores extranjeros pueden incluso traer a sus familias, algo prohibido hasta entonces. Pero pese a ello apenas 600 trabajadores han obtenido el visado en estos meses frente a los 65.000 anuales que serían necesarios para cumplir los tímidos planes que se ha marcado el Gobierno. "Es la primera apertura que lleva a cabo Japón, así que habrá que esperar. Tanto el Gobierno como la sociedad prefieren apostar por la robótica para resolver sus necesidades. Es algo cultural, evitar depender de nadie", admite una diplomática europea.

 

Insuficiente inmigración

No es de extrañar que la presencia de trabajadores extranjeros sea anecdótica, más todavía si son de fuera de Asia, como es el caso de Thomas, botones en un hotel en la ciudad de Kagoshima. “No es fácil integrarse. Para un extranjero es muy difícil poder hacer carrera en la empresa japonesa, soy consciente. Pero cursé estudios japoneses en la Universidad y quería venir y vivir aquí".

William Pesek, periodista y escritor que lleva más de 13 años en Japón, lo explica así. "La japonesa es una sociedad muy homogénea. Si echas un vistazo a tu alrededor verás que no hay nadie que destaque de forma especial, todos conocen y se rigen por unas normas muy estrictas y tienen miedo de que ese equilibrio y ese entorno se vea alterado con la llegada de extranjeros”.

Si difícil es la apertura de la sociedad a la inmigración, no menor es su resistencia a la reforma del artículo 9 de la Constitución que Abe se ha marcado como meta. Serían los primeros cambios introducidos en una Carta Magna que data de 1947 y que prohíbe a Japón tener Ejército propio, aunque cuenta con unas fuerzas de autodefensa y uno de los presupuestos en defensa más altos del mundo. La estrategia forma parte del revisionismo histórico emprendido por Shinzo Abe en su mandato y que ha abonado el enfrentamiento entre Japón y Corea del Sur. Solo que en este caso buena parte de la población sí le sigue.

Fuente: El País

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