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Los angustiantes frentes de tormenta que aguardan a Alberto Fernández (y a todos nosotros)

El viernes por la tarde una sensación de angustia recorrió la Casa Rosada, cuando empezaron a llegar fotos de distintas ciudades del conurbano atestadas de gente

SALUD - CORONAVIRUS 29/03/2020 Ernesto TENEMBAUM
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Las imágenes contradecían la sensación recogida los días previos donde esas mismas calles estaban vacías. La explicación llegó al rato. La aglomeración se debía a que el mismo Gobierno había anticipado el pago de la AUH y la gente se había volcado a los cajeros automáticos. La próxima vez tendrán que implementar otro sistema.

Esa misma tarde, los precios de la verdura escalaban fuerte en las verdulerías de la Capital y algunos productos empezaban a escasear. Ese fenómeno se debió a que la decisión de bloquear la mayoría de los accesos a la ciudad impidió la llegada de los camiones que trasladaban verdura desde el gran La Plata. Y se agravó porque Alejandro Granados, el histórico intendente de Ezeiza, cerró todos los accesos a su distrito, por el que normalmente se trasladan esos productos hasta el Mercado Central. El problema debería estar resuelto en las próximas horas.

En algunas zonas muy pobres del conurbano la gente se amontona cuando llegan las viandas: otro problema a resolver. Antes de la cuarentena muchos pequeños empresarios depositaron cheques que no pueden cubrir antes de su vencimiento. Hay jubilados que no usan tarjeta de débito, o que la perdieron, o que no recuerdan la clave y entonces no pueden cobrar. Los argentinos en el exterior son una amenaza de ingreso del virus si entran, pero representan un drama humanitario si se los abandona a su suerte.


La pelea por acceder a respiradores, barbijos especiales, camisolines impermeables y tests es durísima, porque enfrenta a todos los países del mundo y, además, porque aun cuando el país pudiera acceder a ellos, es muy difícil de trasladarlos, en un mundo donde casi no despegan aviones ni zarpan barcos. Mientras todo esto ocurre, en las cárceles los presos se amotinan porque piden garantías para no ser contagiados, como si alguien pudiera ofrecer semejante cosa en el nuevo mundo en el que vivimos desde hace algunas semanas.

Los primeros párrafos de esta nota reflejan solo algunos de los desafíos que enfrentan el gobierno argentino, y toda la sociedad, a medida que el país va entrando en el largo y doloroso túnel del coronavirus. Si los epidemiólogos tienen razón, y todos los países desarrollan una curva similar, en las próximas semanas, los argentinos nos toparemos con un desafío tremendo, porque cada día se conocerán cifras cada vez más dolorosas de infectados y víctimas fatales. En ese contexto inesperado, inmanejable y atroz, un gobierno debe concentrarse en que no se corte el abastecimiento a los hospitales, a las verdulerías, a los cajeros automáticos, a las farmacias, y en que las conductas sociales no agraven el problema.

A primera vista, no parece un desafío de dimensiones humanas.

Los frentes de tormenta, si se los pudiera separar unos de otros, son tres. El primero es netamente sanitario. La Argentina está entre los países del mundo que entraron en cuarentena cuando casi no había sufrido contagios ni víctimas fatales. De hecho, el día 9 de su propia cuarentena, España sufría algo más de 3000 muertos. En la Argentina, el día 9 se cumplió ayer y solo murieron 19 personas. Esas cifras son observadas con esperanza en los despachos oficiales. Pero los sanitaristas advierten que nada será tan sencillo.


Hay otras miradas posibles. La Argentina entró a la cuarentena con tres muertos. Una semana después la cifra se había cuadriplicado. Si esa ratio se mantiene, no es necesario ser experto en matemáticas ni leer los diarios italianos para percibir el drama que se avecina. Pero, ¿se mantendrá? ¿Y por cuánto tiempo? El momento clave se producirá en un par de semanas cuando se vea hasta dónde es capaz de escalar el número maldito.

Mientras ese drama transcurre el sistema sanitario será exigido al máximo. Los gobiernos del país se desviven por transformar hoteles, escuelas de policía, cuarteles de combate, carpas de campañas, estadios de básquet en hospitales improvisados donde alojar a miles de enfermos leves, para que los hospitales de verdad alojen a los graves y a los gravísimos. Al mismo tiempo, contratan médicos y enfermeros de apuro, porque son conscientes de que habrá deserciones, como ya ocurre, por ejemplo, en el principal hospital del Chaco. ¿Alcanzarán esos esfuerzos? Depende hasta donde escale la curva, depende del comportamiento de la gente. O sea: nadie sabe.

Eso deriva al segundo frente de tormenta: el comportamiento social. La cuarentena, como es una obviedad, es más fácil de cumplir en una casa cómoda en un barrio de clase media que en un monoambiente hacinado y sin baño en una villa. Ese es un problema que no tiene solución y recorrerá todo el continente.

En los últimos días, el Gobierno decidió que en las villas el encierro se haga por barrio y no por vivienda. Eso genera una inquietud obvia. Si se cierra un barrio donde no hay ningún infectado, nadie se enfermará. Pero, ¿y si hubiera al menos un enfermo? ¿No se enfermarían todos? Hay miradas clasistas que subestiman la conciencia que puede existir sobre el problema entre los más pobres. Todo el mundo está igual de asustado. Pero el hambre obliga a salir, a mezclarse, a subordinar lo importante ante la urgencia de comer.


La movilización de recursos hacia los barrios más humildes no es solo un gesto necesario de humanidad ante el bruto parate económico, o un gesto atinado para contener una revuelta social, también es una necesidad sanitaria: quien tenga comida estará menos necesitado de salir de su casa, y se cruzará por tanto mucho menos con otras personas.

Para lograr que todo esto funcione, miles de funcionarios deberán actuar de manera coordinada y eficiente. Cada yerro tendrá un rebote infinito. Si se equivocan en la atención sanitaria, habrá más presión social. Si se equivocan en la contención social, habrá más presión sobre el sistema de salud. Y todo eso deberá ser acompañado por mil medidas pequeñas que afectarán el transporte, el abastecimiento, la paz social.

Y, en medio de todo esto, aparece un tercer frente: el funcionamiento de un sistema económico profundamente dañado por un virus que obligó a parar la economía a casi todos los países del mundo. ¿Cómo se rediseña semejante cosa? ¿De que vivirán los albañiles, los manteros, los jornaleros, los vendedores ambulantes, los dueños de bares y restaurants, los dentistas, los escenógrafos, los actores, y casi cada una de las personas que habitan el mundo mientras dure el parate de la actividad, que será mucho más tiempo que la lucha contra el virus?

Otra vez: ¿aguantará el tejido social todo ese desafío gigantesco? Si la respuesta es negativa, tendrá efectos sobre la evolución de la lucha contra el virus y viceversa.

En estos días, la revista Noticias calificó al Presidente como “Super Alberto”. Jorge Asís, en cambio, cuestionó su capacidad de liderazgo porque no fue capaz de contemplar todos los problemas al mismo tiempo. Es, naturalmente, prematuro para evaluar la actuación de nadie frente a un fenómeno inédito y atroz que aun no se desplegó en toda su dimensión. Pero la magnitud del problema que se avecina puede derrotar a cualquiera, aun a un superhéroe imaginario. Junto al resto del mundo, la Argentina entra a una de las pruebas más duras de su historia. El temple de todo el mundo deberá resistir informaciones e imágenes terribles. Aun está muy lejano el día después.

Fuente: Infobae

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