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La UE también lucha por su supervivencia

Ante una nueva crisis, la falta de una respuesta contundente de la Unión Europea pone en cuestión su propio futuro

INTERNACIONALES 05/04/2020 Bernardo DE MIGUEL
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La pandemia de la Covid-19 ha dislocado a la Unión Europea, incapaz desde hace semanas de articular una respuesta coordinada y coherente a una crisis que ha puesto al borde del colapso los sistemas sanitarios de varios países y aboca al conjunto del club a una recesión económica de incierto recorrido.


En los próximos días, los líderes de la UE intentarán reconducir la situación durante la tercera cumbre virtual desde que comenzó la crisis. Pero todo apunta a que en esa cita, previsiblemente el jueves o el viernes, se limitarán, como mucho, a tejer una red de seguridad frente a posibles tensiones en la prima de riesgo de la deuda pública. Una respuesta claramente insuficiente para países como España, Italia o Francia que reclaman una suerte de Plan Marshall que asuma el ingente coste de la reconstrucción económica, social e industrial requerida tras la fase aguda de la pandemia.

“Europa no puede fallar”, insistía este sábado el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. Y advertía que el club comunitario se encuentra en una encrucijada que marcará su futuro de manera inevitable. “Que estamos en un punto de inflexión es evidente, lo que no sabemos es en qué dirección vamos a ir”, señalaba Sánchez. El mismo tono llega desde París o Roma, donde Emmanuel Macron o Giuseppe Conte aseguran que está en juego la propia existencia de la Unión.


Guntram Wolf, director del centro de estudios Bruegel, cree que “hay un riesgo grave de que una acción común demasiado escasa socave la cohesión interna de la UE a largo plazo”. Wolf recomienda “una actuación más ambiciosa” a los ministros de Economía de la zona euro (Eurogrupo), que se reúnen por videoconferencia el martes, y al Consejo Europeo de unos días después.

Pero esas voces de alarma no impresionan demasiado en Berlín y en La Haya, que ya escucharon similares razonamientos durante la crisis financiera entre 2008 y 2012. La tesis en esas capitales es que el riesgo de ruptura, de llegar a producirse, comenzaría por el norte, donde los partidos euroescépticos soplan con más fuerza y pueden explotar cualquier avance en la integración que identifiquen con una transferencia de recursos hacia el sur.

Fuentes de la Comisión Europea, que con la presidencia de Ursula von der Leyen se alinea mucho más con Berlín que bajo el mandato de Jean-Claude Juncker, recuerdan que en la última crisis, y a pesar de las protestas por la austeridad, lo que entonces parecía el final de la zona euro se tradujo en un resurgir del apoyo a popular a la integración europea según todos los sondeos.

Un reciente estudio de Matthias Matthijs (Council on Foreign Relations) y Silvia Merler (Bruegel) incluso concluye que tras la crisis “la juventud del sur se identifica con más fuerza con Europa, dado que el mercado interior y la libertad de movimiento les ofrece una salida”. La sensación inversa, según ese estudio, se extiende entre los jóvenes del norte, que atribuyen la prosperidad del país a la buena gestión de sus respectivos gobiernos y no a la pertenencia al club comunitario.

La crisis del coronavirus, sin embargo, presenta características particulares. Por lo pronto, supone una tragedia humana de dimensiones desconocidas en la historia reciente de Europa. La escalada de la prima de riesgo de 2010 se ha sustituido por el imparable incremento de víctimas mortales que solo entre España e Italia supera ya las 25.000.

La nueva recesión llega, además, sin que el sur se haya recuperado de la última crisis económica y con unas deudas acumuladas de más del 100% del PIB en España, Italia o Grecia que lastrarán su futuro durante varias generaciones. Atenas ya afronta pagos al fondo de rescate (MEDE) de la zona euro hasta 2070 y Alemania y Países Bajos pretenden encaminar a Madrid y Roma hacia ese mismo fondo.

Y el clima político también ha cambiado. Por primera vez, un país ha abandonado el club europeo, tras la salida del Reino Unido de la UE el pasado 31 de enero. Un precedente que puede tentar a otros socios, tanto del sur (como Italia) como del norte (Holanda). Y a diferencia de 2010, ahora ya casi ningún país está exento de contar con partidos abiertamente euroescépticos, con Alemania (AfD) y España (Vox).

“Está claro que en esta crisis no basta con una respuesta monetaria del Banco Central Europeo como la que hemos tenido hasta ahora”, apunta una fuente diplomática. “Hace falta un plan de estímulo y una comunitarización de parte de la deuda si no queremos poner en peligro la supervivencia del euro y de la UE”, añade la misma fuente.

Sin embargo, las señales de alarma sobre el futuro de la Unión Europea se han encendido tantas veces en las últimas dos décadas que el parpadeo empieza a interpretarse como una señal rutinaria sin consecuencias posteriores. El riesgo de esa complacencia es que una crisis sanitaria sin precedentes recientes se convierta en una amenaza potencialmente letal para un club cuyo deterioro hace tiempo que es evidente.

“El coronavirus probablemente no será la puntilla de la UE pero puede ser el final de la Unión que deseábamos”, advierte Shada Islam, directora para Europa de Friends of Europe. Islam cree que, una vez pasada la pandemia, la UE no podrá regresar a su actividad institucional habitual como si nada hubiera ocurrido. Y está convencida de que superar el trauma humanitario, sanitario, social y económico requerirá que Bruselas se embarque “en un movimiento de transformación”.

Esa transformación requeriría un enorme empuje político. Pero en lo que va de siglo, casi el único proyecto relacionado con Europa que se ha consumado del todo ha sido el Brexit. El resto ha encallado o ha descarrilado, desde la ampliación hacia el Este, que ha dejado fuera sine die a parte de los Balcanes, hasta la integración política prevista por la frustrada Constitución Europea.

Fuente: El País

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