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El sueño de un peso irrompible y menos sucio: la oportunidad que la Argentina dejó pasar

En 2016 el Banco Central dirigido por Federico Sturzenegger rechazó una oferta para comenzar a introducir billetes de plástico, un salto a nivel de higiene y salud, pero también un ahorro. Las razones de la negativa y el recuerdo del empresario peruano que intentó que el país abandonara el papel

ECONOMÍA 30/05/2020 Sebastián FEST
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¿Un billete que no se rompa? ¿Un peso que se pueda lavar? En Argentina, donde los billetes pasan de mano en mano a un ritmo muy superior al de la mayoría de los países, el peso es cualquier cosa menos limpio. Nos lavamos las manos obsesivamente y el alcohol en gel es hoy nuestro mejor amigo, pero en cuanto metemos las manos en el bolsillo o la billetera buena parte de ese esfuerzo se destruye. A menos que el billete sea de plástico, una oportunidad que la Argentina tuvo y dejó pasar.


Fue entre 2016 y 2017, meses en los que el Banco Central dirigido por Federico Sturzenegger recibió la oferta de comenzar a introducir en el país billetes fabricados con un polímero. Billetes de plástico. Al igual que Australia, país pionero en la materia, al igual que Uruguay y Paraguay, que dentro de unos años habrán abandonado los billetes de papel. Un salto a nivel de higiene y salud para la población, pero también un ahorro. Si Australia gastó 800 millones de dólares menos en 25 años por abandonar el papel, según un análisis del Banco de la Reserva Federal, en la Argentina la cifra hubiera sido mucho mayor, señala un informe de la consultora Quantum elaborado por el economista Daniel Marx, y al que tuvo acceso Infobae.

“El ahorro en Argentina sería mucho mayor porque el país tiene más habitantes y muchos más billetes que Australia: 2.000 millones de billetes contra 5.000 millones. Y además el billete de papel en Argentina dura mucho menos que el australiano, por la intensidad de su uso”, explicó a Infobae Gustavo Ascenzo, el peruano que en los tiempos de Mauricio Macri intentó convencer al Banco Central de entonces de que al menos algunos de los nuevos billetes con animales abandonaran el papel para saltar al polímero, una tecnología que sorprende.


Lo primero que se advierte cuando se tiene un dólar australiano en las manos es que la textura es muy diferente, el billete en general mucho más limpio y la posibilidad de que se rompa, casi inexistente. También se dificulta la falsificación. Comparados con los frágiles pesos, que pierden consistencia y solidez a la misma velocidad que ganan en suciedad, los dólares australianos son una grata sorpresa.

Lucas Llach, vicepresidente de Sturzenegger en aquellos años, dijo a Infobae que recuerda la oferta que recibió el Banco Central de la empresa canadiense CCL Secure.

“Era un clásico caso de costo beneficio: los billetes de plástico son más caros, pero duran mucho más. Aunque en la cuenta final no es obvio que sean más económicos. Y la Argentina tiene un problema extra: tenés inflación. Si hiciste una inversión fuerte en un billete de plástico y sale de circulación por la inflación, el costo es aún mayor. A Brasil y Uruguay, países donde hay mucha vida de playa, les gusta más el billete de plástico, lo podés guardar en la malla”.

Ascenzo, director de negocios para Latinoamérica de CCL, tiene un recuerdo diferente de aquellos fallidos intentos de introducir los billetes de plástico en Argentina.

“Estuvimos más de diez años intentando convencer al Banco Central de que apostara por alguna denominación en polímero. El acceso a ciertos funcionarios de la Casa de Moneda y del Banco Central era un poco difícil, por decir lo menos, pero cuando apareció la nueva familia de billetes, hacia 2016, era el mejor momento. Invertimos entre 200.000 y 250.000 dólares en nuestra propuesta para Argentina: viajes, muestras, representantes, abogados, consultoría, operadores en Argentina, diseñadores... Se hicieron muchas cosas para intentar convencer a Argentina. No funcionó. Invertimos lo mismo en Brasil, que decidió volver a producir algunos billetes en polímero”.


Pierpaolo Barbieri, fundador de la fintech ualá, suele decir que no hay nada “más sucio que el dinero”, y en parte también por eso busca su sustitución total por medios electrónicos. Pero esa meta, de la que Suecia no está lejos, demanda aún un largo camino y una importante transformación en la Argentina, un país adicto al efectivo. La revista Scientific American publicó en 2017 un informe acerca de cuán contaminado puede estar un billete. El título era claro: “Dinero sucio”.

Bacterias resistentes a los antibióticos que pueden provocar infecciones de sangre crónicas, del hígado o respiratorias, una miríada de microbios y varios virus de la gripe capaces de sobrevivir hasta 17 días en el billete. “Es mucho más probable que manipules billetes y luego comida a que suceda lo mismo con el pasamanos del metro o un picaporte”, dijo en el artículo Manolis Angelakis, un infectólogo que se dedicó a estudiar la suciedad del dinero.

El dólar, hecho en un papel mucho más sólido y durable que el peso, es sin embargo de los billetes más sucios: la combinación de algodón e hilos de lino genera un entorno ideal para que las bacterias se adhieran al billete. Se estima, en cambio, que el billete de plástico es hasta un 75% más limpio que el de papel.

“Son mucho más limpios en varios sentidos”, explica Ascenzo. “Son impermeables, los puedes lavar con agua y jabón, les puedes rociar alcohol en gel, incluso lavandina. Lo recomendable es lavarlos con agua y jabón para matar el virus. Y tienen además componentes, dentro de un barniz protector, que lo que hacen es repeler cualquier tipo de líquidos o sustancias. Esto siempre fue así, y ahora estamos viendo la posibilidad de añadir algún antivirus específico a ese barniz. Las bacterias mueren en el billete de plástico, pero viven en el de papel, al que esas bacterias y los hongos se lo van comiendo. El billete de papel huele a sudor. El de polímero no, y es antialérgico”.

El euro, que al tacto es más sólido y en apariencia más durable que el peso, está protegido por un barniz que la moneda argentina no utiliza. Es mucho lo que el país gasta en imprimir billetes, por varias razones: la inflación, el gusto por las transacciones en efectivo, la economía informal y la calidad modesta del papel utilizado, lo que lleva a reemplazar billetes con más frecuencia que otros países. La Casa de Moneda argentina, además, no barniza sus billetes. Que el billete de mayor denominación en el país, el de mil pesos, equivalga a menos de ocho dólares, es algo que asombra al ejecutivo peruano, bien al tanto del frustrado proyecto de emitir uno de 5.000 pesos.


“No tiene ningún sentido. Ningún país del G20 tiene esa situación, aunque hay otros países que sí. Pero toda comparación es odiosa, prefiero no hacerla. Es una situación muy costosa para el Banco Central, ya que se acelera la velocidad de circulación de los billetes”.

Aunque puede costar entre un 20 y un 50 por ciento más que el de algodón, el billete de plástico dura entre tres y cinco veces más que el de papel, y el ahorro no pasa solamente por ese aspecto: hay un menor impacto sanitario al enfermar a menos gente, un menor impacto ambiental -no se talan árboles y son reciclables-, ahorro en tinta, en costo de almacenaje, seguros, personal y varios otros aspectos.

“Los billetes de papel van a rellenos sanitarios o a levantar temperatura en chimeneas cementeras. Y siguen contaminando, crean hollín, por ejemplo. A los de polímero, en el final de su vida útil, los transformamos en bancos, cestos de basura, juegos para niños... Todo de plástico. Así, los billetes tienen una nueva vida”, asegura el ejecutivo, que recuerda su frustración durante el gobierno de Macri.

“Le hicimos muchas propuestas al Banco Central de Argentina cuando lo dirigían Federico Sturzenegger, Lucas Llach y Nicolás Gadano en la parte de adquisiciones. Y debo decir que me quedé con muy mal sabor de la experiencia con Argentina”, recuerda Ascenzo. “Los análisis económicos presentados por Daniel Marx hablaban de un ahorro gigantesco, de entre 500 y 1.000 millones de dólares en diez años. Una grosería, una barbaridad. Pero la recomendación técnica a la Junta de Directores del banco fue que la oferta era cara”.


Aquel análisis de Marx era conservador, porque les daba a los billetes de plástico una vida útil solo 2,5 veces mayor que los de papel, cuando lo habitual es que sea bastante más. Así, el ahorro podría ser en realidad incluso mayor.

Más difícil que la llegada del peso de polímero a la Argentina, sin embargo, es el desafío de que alguna vez circulen dólares y euros de plástico. Los dólares estadounidenses son fabricados por Crane, una empresa familiar que se remonta al siglo XVII y que hoy hace negocios en 50 países. La fabricación del euro se reparte entre todos los países de la Unión Europea: cederle la producción a una empresa ajena tendría implicancias políticas y económicas. “Pero hemos fabricado euros y dólares de plástico y los hemos mostrado a las autoridades”.

¿Habrá alguna vez billetes de plástico circulando en Argentina? Ascenzo recuerda que hay ya 50 países que utilizan billetes de polímero, y da a entender que, en la próxima oportunidad que se les presente, todo indica que muy cercana en el tiempo, el costo ya no será un problema: “La competencia en el mercado mundial determina que los precios bajen. En la última licitación que se hizo en Paraguay, los billetes de polímero ya se ofertaron a un precio menor que los del papel. No es fácil, pero lo vamos a seguir intentando”.

Fuente: Infobae

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