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Mauricio Macri y Horacio Rodríguez Larreta liman asperezas y el PRO se debate entre duros y moderados

"Con Macri no alcanza, sin él no se puede", aseguran cerca del jefe de Gobierno. Las tensiones y las últimas charlas. El rol de Patricia Bullrich. El encuentro de Monzó y Pichetto

POLÍTICA 27/07/2020 Heretz Nivel
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Mauricio Macri tuvo sus días de furia. El allanamiento a su secretario privado en el marco de la causa por espionaje que se tramita en Lomas de Zamora, que el sector moderado del PRO condenó de manera tibia, y por lo bajo a regañadientes, y el comunicado partidario por el crimen del ex asistente personal de Cristina Kirchner, que terminó de exponer las diferencias internas, ya habían sido tomados por el ex Presidente casi como una afrenta personal hacia él.

En su nueva casa de la zona norte del Gran Buenos Aires, que acondicionó después de dejar el poder, Macri incluso llegó a decir por esas horas en conversaciones privadas, mientras Juliana Awada servía el café, que algunos dirigentes del PRO cometían un “parricidio”.

Pero si la diligencia judicial en el departamento de Palermo de Darío Nieto, y la avanzada de Horacio Rodríguez Larreta y los moderados del PRO tras el asesinato de Fabián Gutiérrez, que forzaron la creación de una mesa ejecutiva para socavar a Patricia Bullrich -es decir, a Macri-, no fueron suficientes, la foto de dos viejos conocidos como Jorge Macri y Néstor Grindetti en Olivos, en compañía de Alberto Fernández y el intendente Juan Zabaleta, fue la estocada final.

“¿Era necesario?”, les mandó a decir a su primo y al intendente de Lanús tras la reunión en la quinta presidencial, en el momento de mayor efervescencia partidaria y una semana después de que el fundador del PRO sintiera, con el allanamiento a su secretario, cómo la Justicia le soplaba la nuca.

“Dolido. Se siente dolido”, traducían desde su entorno por esas horas. Un mensaje a aquellos que, por acción u omisión, después de su salida de la Casa Rosada, no reivindicaron públicamente su figura, o al menos no como el ex Presidente hubiera pretendido. Incluido especialmente Rodríguez Larreta, principal promotor del sector moderado y aliado circunstancial del Gobierno en la administración de la cuarentena que, como Macri dejó trascender en reiteradas oportunidades, hubiera abordado desde otra perspectiva.

El lunes 20, ni a Macri ni al jefe de Gobierno se les ocurrió saludarse por el día del amigo, por una sencilla razón: nunca lo fueron. El estrecho vínculo de más de una década no traspasó jamás el límite de la gestión y la política. Pero el morbo por los sucesivos cortocircuitos en la relación, y la oportuna puesta en escena de Alberto Fernández en el acto del 9 de julio, que lo presentó como el “amigo Horacio Rodríguez Larreta”, llevaron al jefe de Gobierno a aclarar que él no era amigo del Presidente, pero tampoco de su antecesor. En igualdad de condiciones.

Macri y Rodríguez Larreta hablaron un buen rato hace dos viernes, después de la conferencia de prensa de Olivos en la que se anunció la flexibilización de la cuarentena, más de 120 días después de que el Gobierno la impusiera por primera vez y de un hartazgo general que corroe incluso el humor de los propios gobernantes.

“Siento que es la primera vez que doy una buena noticia en cuatro meses”, se sinceró el jefe de Gobierno frente a sus colaboradores, que coincidió, según relataron en su entorno, con la mirada del ex Presidente. Macri le dijo ese mismo viernes que le había gustado no solo la puesta en marcha de un plan integral y gradual de reapertura de las actividades, sino especialmente el “compromiso con la libertad” que Rodríguez Larreta enfatizó en su discurso.

Diez días atrás, en su reaparición pública en formato de entrevista con el escritor Álvaro Vargas Llosa, el ex mandatario había machacado con que el Gobierno había intentado “avanzar sobre las libertades”.

Después de semanas plagadas de tensión, y de meses de recelo mutuo, Macri y Rodríguez Larreta limaron algunas asperezas provocadas primero por el futuro de la coalición y del PRO y por rencillas pendientes de la derrota del año pasado, y después por la clase de vínculo que la oposición debería tener con el Gobierno, que varía según los actores. Intercambiaron de hecho algunas preocupaciones, como el intento del oficialismo de desplazar al procurador interino Eduardo Casal con la amenaza del juicio político. Una presión similar a la que Cambiemos ejerció durante su mandato para forzar la salida de Alejandra Gils Carbó.

El domingo 19 de este mes, el ex presidente y el jefe de Gobierno volvieron a coincidir además en un encuentro virtual, vía Zoom, con los principales referentes de Juntos por el Cambio. La nota distintiva no fue la conversación en sí, si no el descuido que trascendió: cuando se saludaron y empezaron la charla se dieron cuenta de que se habían olvidado de avisarle a la Coalición Cívica. Ya era tarde. Maximiliano Ferraro y Maricel Etchecoin todavía se preguntan cómo fue que pasó. Se habrá lamentado Rodríguez Larreta, un cuidadoso del vínculo con la CC de Elisa Carrió.

“Mauricio y Horacio están mejor. Pueden tener sus bemoles. Horacio quiere ser el candidato de una coalición, pero sabe que es una carrera de obstáculos”, asegura un encumbrado dirigente del PRO que dedica buena parte de su tiempo a la campaña nacional del jefe de Gobierno, que, según él, lleva cinco décadas: “Dice que a los cuatro decidió que quería ser presidente,así que hace 50 años que trabaja para eso”.

Lo que no aclara el dirigente es si entre los obstáculos figura Macri.

Promotor de la llamada ala dura junto a la ex ministra de Seguridad y Miguel Ángel Pichetto, entre otros, el ex Presidente sabe que Rodríguez Larreta lo necesita. Y viceversa. Como la fórmula que Alberto Fernández y Cristina Kirchner, aún con diferencias, moldearon para ganar las elecciones: “Con Macri no alcanza, pero sin él no se puede”, reconocen en el seno del PRO moderado.

La espuma de la puja partidaria entre duros y moderados bajó en los últimos días. La propia Patricia Bullrich se serenó después de la creación de la mesa ejecutiva, que el jefe de Gobierno diseñó durante el fin de semana del asesinato del ex secretario de CFK junto a María Eugenia Vidal, un puñado de diputados encabezados por Cristian Ritondo y Álvaro González, y los intendentes del Gran Buenos Aires.

Las semanas previas habían estado atravesadas por acusaciones y operaciones cruzadas. Colaboró particularmente la comida de los primeros días de junio en la sede porteña de Uspallata -en donde hasta ese momento se incumplía cualquier protocolo sanitario- entre Rodríguez Larreta, la ex gobernadora, el senador Martín Lousteau y Emilio Monzó, que la ex ministra de Seguridad, que piensa y habla como Macri, calificó en privado como “el almuerzo de los traidores”.

“¡Estaban confabulando!”, llegó a advertir Bullrich a su entorno. “Tal vez dice eso porque quería estar”, ironiza ahora uno de los comensales. La ex ministra y el jefe de Gobierno se respetan profesionalmente. Y hasta se aprecian. Y sostienen una alianza en la Ciudad que por momentos pende de un hilo. Bullrich es una de las dirigentes que el Gobierno local mide sistemáticamente.

Antes de esa comida, el jefe de Gobierno había invitado a almorzar a su oficina del tercer piso a Marcos Peña, que habla fluido con Macri desde su confinamiento en el country Chacras de Murray y que hace meses se propuso tratar de recomponer vínculos. Rodríguez Larreta es un experto en el arte de acumular relaciones.

El ex jefe de Gabinete, de todos modos, no tiene pensado por ahora volver a pisar en terreno electoral, consagrado en ese rubro como infalible hasta el año pasado. Peña está abocado a la consultoría política y económica ad hoc junto a Nicolás Dujovne. Fernando De Andreis, otro de los incondicionales del ex Presidente, sigue en el día a día desde el campo familiar en Balcarce, en la provincia de Buenos Aires. En los últimos tiempos, Ernesto Sanz, cofundador de Cambiemos junto a Carrió, volvió a acercarse activamente a Macri: hablan seguido.

El ex jefe de Estado no adelante por ahora nada sobre su futuro. En la entrevista con Vargas Llosa, solo se limitó a decir que estaba dedicado a la “unificación” de Juntos por el Cambio. Pero en su entorno dejaron trascender entonces que podía buscar una candidatura, como una respuesta al avance del sector moderado.

Hay en el PRO una duda que los atraviesa, más allá de los nombres. Y es si el Gobierno al final avanzará, o no, en la eliminación de las PASO, a pesar de que en Casa Rosada juran que, por ahora, no hay nada bajo estudio. Las primarias funcionan como factor ordenador de poder. De eliminarse -la excusa del elevado costo inhabilita el rechazo de la oposición-, ¿quién se erigiría con la autoridad suficiente como para pararse por encima del resto y manipular la lapicera? ¿Macri? ¿Rodríguez Larreta? ¿Los aliados?

Hace algunas semanas, Monzó, que trabaja en la construcción de un espacio de centro y auspicia la candidatura del jefe de Gobierno, recibió a solas a Pichetto en su departamento porteño. Le habló de la necesidad de buscar consensos y de ampliar el diálogo. El ex senador, flamante auditor, le contestó que estaba comprometido con Macri. Y volvió a exhibir su rechazo visceral con el kirchnerismo, que comparte con el ex Presidente, y en especial con Cristina Kirchner.

Es paradójico porque Pichetto fue, durante la administración de Cambiemos, el principal defensor parlamentario de la ex presidenta ante el avance judicial que el propio oficialismo propiciaba mediáticamente.

Eran otros tiempos. No existía el coronavirus. El ex mandatario pensaba que sería reelecto. Y Rodríguez Larreta no imaginaba, por entonces, que se transformaría después en un aliado circunstancial del Frente de Todos, aunque excusado con la administración de la pandemia. Por momentos, incluso con mayor afinidad con Alberto Fernández que con Macri.

Con información de www.infobae.com sobre una nota de Federico Mayol

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