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Federico Zapata: “La grieta es lo más conservador que hay, nadie se impone y la sociedad no avanza”

El politólogo cordobés planteó que el peronismo tiene reconstruir la relación virtuosa con los sectores empresarios, como supo tener durante el gobierno de Néstor Kirchner, y señaló que el gobierno de Alberto Fernández se debe abrir a los sectores productivos más dinámicos: el agro y la economía del conocimiento

POLÍTICA 22/10/2020 Federico Millenaar*
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Para Federico Zapata, el Frente de Todos enfrenta un complejo problema interno: dentro de la coalición conviven dos “agendas” que son incompatibles. Por un lado, sectores que consideran que el peronismo debe ser un “gestor eficiente del capitalismo”. Por otro, quienes lo ven como “una cruzada de clase contra el capital” que debe implementar un programa de redistribución de la riqueza.

En una entrevista con Infobae, el politólogo cordobés aseguró que solo un acuerdo de cúpulas entre Alberto Fernández, Sergio Massa y Cristina Kirchner puede terminar de resolver este dilema. Según su visión, solo la agenda “neo desarrollista” es compatible con la necesidad de crecimiento y generación de empleo privado que Argentina necesitará en la post pandemia.

“El albertismo no puede ser una coordinación del relato épico del kirchnerismo, que fue muy exitoso en su momento; tiene que ser necesariamente algo nuevo justamente para que tenga efectividad y para que pueda ordenar una agenda de mediano plazo y de futuro”, afirmó.

— En un artículo planteás que el Frente de Todos tiene dificultades para pasar de ser una coalición “en el gobierno" a una coalición “de gobierno”. ¿La amplitud de la alianza le está jugando en contra a la hora de gobernar de forma eficiente?

— No, yo me baso como en algunas experiencias exitosas como el PT de Lula en Brasil y el Frente Amplio de Uruguay. En los dos casos eran coaliciones muy extensas, con una amplitud ideológica muy grande, y lograron resolver la efectividad gubernamental.

— En Brasil había como una columna muy fuerte del “lulismo”

— Sí, exacto. Estaba la mítica “Corriente mayoritaria”, que era un poco la que hegemonizaba, pero había un acuerdo de todas las corrientes en que si la corriente hegemónica ganaba la elección interna, el resto acataba esa agenda que había triunfado. En el caso de Uruguay no había una corriente mayoritaria. Lo que sí había era como un acuerdo inter cúpula de las corrientes más importantes del Frente en base a una caracterización muy pragmática de la época. Entonces más allá de quién gobernara, el Socialismo como una expresión de centro o el Movimiento de Participación Popular como una corriente un poco más de izquierda, la agenda era básicamente la misma. Había era un pragmatismo muy grande en las élites.

— El caso argentino no termina de ser ninguno de los dos. No hay un albertismo que hegemonice ni un diagnóstico común

— Claro. Si bien en el corto plazo no veo que vaya a haber un albertismo que pueda dominar, sí creo que lo que puede haber es un acuerdo de cúpula en relación a una caracterización común, a tratar de entender el momento, de entender los roles. La resolución debería venir más por la vía a la uruguaya.

— Definís que existen dos agendas dentro del Gobierno, la “neo desarrollista” (el Estado como gestor eficiente del capitalismo) y la “neo revisionista” (con una mirada más clasista y redistributiva). ¿Son compatibles?

— Creo que en este contexto no pueden convivir porque el sector del capital en Argentina vive un proceso de mucho estrés. Entonces la convivencia de las dos agendas emite señales confusas hacia la sociedad y el mercado. Y como estamos en un contexto muy crítico mi recomendación es que esas agendas no deberían convivir. Debería primar una agenda neo desarrollista, que yo entiendo que es compatible con las necesidades del capital, y al mismo tiempo compatible con un proceso de desarrollo que permita crear empleo privado que es fundamental por la cuestión social, por lo que va a quedar post pandemia. Además es una agenda que al peronismo también le permite tender un puente con la oposición. Podría sumar hacia afuera y salir de esta agenda de grieta, que es como lo más conservador de todo porque nadie se impone y la sociedad no avanza, estamos hace 10 años en una especie de foto.

— Simplificando un poco, ¿Alberto Fernández y Massa representan al desarrollismo, y CFK al revisionismo?

— No, no lo veo así. Creo que a diferencia de lo que ocurrió en los 90, donde el duhaldismo expresaba claramente una facción con una identidad ideológica definida y el menemismo a otra, en este caso para mí no son dos facciones. Son agendas, y esas dos agendas las veo con distintos niveles de intensidad atravesadas en todas las facciones. Es decir, creo que hay sectores del albertismo en donde la agenda neo revisionista está presente, otro sectores donde prima la neo desarrollista, y así en todas las facciones. Como no es una facción contra la otra, justamente existe la posibilidad de un acuerdo general.

— ¿Crees que Alberto debería avanzar en la construcción de una suerte de albertismo?

— Creo que es inevitable. Alberto dijo alguna vez que la verdad era sinfónica. Pero ahí yo veo un problema porque si la política de la coalición pasa por tratar de agarrar viejas armonías del peronismo y tratar de sincronizarlas, eso es lo que genera problemas organizativos al interior y de comunicación hacia el exterior. Me parece que ese es el desafío: crear una nueva intensidad, una nueva gramática. Y en esa intensidad necesariamente va a haber una configuración del albertismo como algo nuevo. O sea, el albertismo no puede ser una coordinación del relato épico del kirchnerismo, que fue muy exitoso en su momento, tiene que ser necesariamente algo nuevo justamente para que tenga efectividad y para que pueda ordenar una agenda de mediano plazo y de futuro en la Argentina. El peronismo tiene que crear un nuevo lenguaje, una nueva tonalidad, para poder relacionarse con el entorno. Y eso creo que también va a ayudar mucho a la cohesión de la coalición.

— ¿Hay algún factor que pueda terminar de inclinar la balanza en esta disputa ideológica?

— El factor que tiene que ordenar esto es el principio de realidad. La cúpula de la coalición tiene que hacer un análisis muy preciso de la situación del capital, de la situación del país, de la situación del mundo. En ese aspecto hay que ser híper realistas. Argentina tiene que recuperar su horizonte de desarrollo. Tiene que hacerlo de una manera inteligente en relación a su vinculación con el mundo y ese horizonte de desarrollo le tiene que permitir recuperar poder, riqueza e inclusión social a nivel nacional. Si hay un diagnóstico realista de la situación es totalmente viable que la cúpula pueda generar un nuevo horizonte argumentativo, un nuevo relato de futuro, que permita colonizar los espacios.

— ¿Y qué puede pasar si el Gobierno avanza en la línea de la agenda revisionista?

— El nivel de estrés del capital en la Argentina es muy grande, entonces si el Gobierno avanza por esa vía creo que va a tener básicamente un problema de sustentabilidad, se va a profundizar un proceso de salida del sector privado, se va a profundizar una retracción de la inversión privada. Por otro lado, me parece que la agenda neo revisionista en Argentina acopla muy bien a la grieta. Es decir, es muy funcional a este empate hegemónico de la política argentina. Es una agenda que termina fortaleciendo a los extremos de la oposición y del oficialismo, y que termina trabando a la Argentina. Yo no creo que la salida sea una especie de liberalismo a ultranza, todo lo contrario. No digo que las cosas queden libradas al mercado, sino que deberían quedar libradas a un acuerdo virtuoso entre el Estado y sector privado.

— ¿El Impuesto a las Grandes Fortunas cristaliza estas diferencias al interior del Gobierno en la caracterización de la etapa actual?

— Sí. Si ese proyecto permite que el sector privado pueda imputar el monto a la inversión, es decir que funcione en forma compatible con la inversión, y si sacan de la imputación al capital productivo no lo veo problemático. Si por el contrario el proyecto, termina castigando la inversión o incluyendo al capital productivo en el gravamen de imposición creo que estamos en un problema. Porque hoy Argentina tiene 10 puntos de déficit fiscal y este impuesto creo que resolvería el 0.3 o el 0.6. En ese caso sería volver a generar una fricción con el capital por algo que no resuelve el problema. Personalmente me parece que no contribuye.

— Vos llamás al Gobierno a reconstruir su relación con el empresariado. ¿Se puede tener una buena relación con el empresariado cuando estás tan condicionado por la restricción externa, por la falta de dólares?

— Yo creo que el momento histórico requiere que el peronismo revise lo que fue su coalición típica: la coalición mercado internista que tuvo nacimiento en la industrialización por sustitución de importaciones y que vía las políticas de consumo doméstico terminó de constituirse. A mí me parece que esa coalición es la que está en crisis. En ese sentido creo que es importante que el peronismo logre una apertura hacia los sectores más dinámicos de la economía argentina que son los que le pueden llegar a permitir una inserción más virtuosa en el plano internacional. Es imprescindible que el peronismo revise la matriz conceptual con la que se vincula con el sector agropecuario y reconstruya una relación colaborativa. Para eso están los modelos del peronismo de Santa Fe o del peronismo de Córdoba. También es imprescindible que el peronismo construya una relación con los nuevos actores que nacieron al calor de la Ley del Software del 2004. Básicamente los actores de la economía del conocimiento, de la biotecnología, etcétera. A su vez es importante conservar la matriz productiva industrial pero que avance en un proceso de inclusión de conocimiento que le permita también una inserción más inteligente en el mundo. Son las tres patas sobre las cuales el peronismo en este momento fundacional debería repensar la coalición empresarial. Después hay un cuarto componente: cómo avanzamos de una política social anclada en el asistencialismo a una política social articulada en torno a proyectos de desarrollo territorial. Ir abandonando la política asistencial, que es necesaria y está bien, y pasar a proyectos más dinamizadores del territorio en donde los sectores más perjudicados hoy puedan en una o dos generaciones pensar con que sus hijos puedan ir a una universidad. Me parece que el desafío ascendente de la Argentina hay que recuperarlo. Eso tiene que ser una bandera de cualquier gobierno peronista.

— ¿El kirchnerismo supo tener una relación virtuosa con el mundo empresarial durante el gobierno de Néstor Kirchner o fue solamente el fruto de una coyuntura favorable?

— El primer gobierno de Néstor construyó una coalición formal con el “mercadointernismo” porque lo que se produjo -vía el aumento del consumo- fue el crecimiento de esos enclaves vinculados al mercado doméstico. También al heredar a Roberto Lavagna (ministro de Economía de Eduardo Duhalde) de alguna manera heredó una coalición informal con el sector agroindustrial y agropecuario. De hecho tuvo una muy buena performance electoral en Córdoba y en Santa Fe en ese período. Entonces en ese primer momento cohabitaba una coalición formal con el “mercadointernismo” y con los sectores informales (a los que se les transferían ingresos de la renta agropecuaria), y una coalición informal con el campo que avalaba esto. En el 2008 este armado entró en crisis y de ahí no se pudo recuperar.

— Volvemos a la restricción externa, porque ahí es donde estalla todo

— Exacto, sí. Por eso digo que si nosotros no logramos reconvertir nuestra matriz productiva es muy difícil que logremos salir de estos serruchos de la restricción externa. En el 2011, cuando ya la restricción externa empezó a apretar el zapato, el kirchnerismo empezó con problemas con el mercado internismo por las dificultades para el acceso al dólar. Ya la coalición con el sector agroindustrial estaba rota. Entre el 2008 y el 2015 lo que vimos es la descomposición de la relación del peronismo con el mercado. Ahí hay que hacer como un proceso de suturación. Hay que volver a ser un actor de credibilidad para el capital.

— ¿Cómo podría haber preservado la relación con estos sectores?

— Creo que lo que empezó a generar un poco de cortocircuito es esta idea, que se dio sobre todo con el sector agropecuario, de que el Estado es poderoso cuando no tiene vasos comunicantes con el sector privado. Como si los vasos comunicantes con el sector privado lo debilitaran. Yo de eso soy muy crítico. De hecho, creo que si el proyecto de la 125 (retenciones móviles) se hubiese sido trabajado en conjunto muchos actores del sector de la producción incluso lo hubiesen apoyado.

— Le jugaron en contra los relatos fundantes del peronismo: que el campo es la oligarquía y que el empresariado es anti patria.

— Bueno, ahí coincido. Yo vengo insistiendo mucho con que el peronismo tiene que hacer una reconversión conceptual en relación al sector agropecuario. Primero porque el sector agropecuario no es hace años un habitáculo donde cohabitan oligarcas. El sector agropecuario sufrió profundas transformaciones. El campo “realmente existente” son burgueses nacionales, pequeños y medianos. Hablarle a ese sector desde esa categoría del siglo XX termina generando un problema de comunicación. Además, los cuadros del peronismo desde el 2001 a esta parte geográficamente provienen del Conurbano, de Capital Federal, y de la Patagonia. Tres nucleamientos que carecen de conocimiento de primera mano de lo que es la realidad del sector agroindustrial.

— El federalismo no se traduce en las primeras líneas de los ministerios

— Claro. Una vez que se resuelva la agenda y la cadena de mano, después hay una necesidad de que el esquema gubernamental se federalice: ganar mayor amplitud de voces, ganar mayor amplitud de representación territorial. Eso permite generar vasos comunicantes para que las agendas de los territorios ingresen al gobierno.

— ¿Te parece que el Gobierno debería concentrarse en la agenda económica y dejar otros temas como reforma judicial, aborto o impuesto a las grandes fortunas para más adelante?

— Lo que pasa es que yo creo que hay una agenda que es paradójicamente urgente y es estratégica. Esa agenda urgente y estratégica es la agenda productiva. Eso para mí es el primer punto donde deberíamos sentarnos y construir unas reglas básicas, unos acuerdos básicos y avanzar. Después por supuesto que yo entiendo que hay cuestiones culturales, de identidad, etcétera, que hay que abordar. Me parece que si hoy a esa agenda que es urgente y estratégica le metemos más condimentos van a generar trabas e incluso algunos problemas internos. Pero además van a dificultar la relación con los sectores más racionales de la oposición. Acá creo que todos los sectores al interior de la coalición también tienen que hacer un esfuerzo de leer lo que está pasando, de priorizar, tienen que tener una mirada constructiva, no caprichosa porque si todos nos ponemos caprichosos con la agenda le generamos una especie de puerta 12 a Alberto Fernández donde tiene que administrar un montón de demandas y eso es imposible.

 

 

* Para www.infobae.com

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