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El día que Cristina se hizo buenita

La autora de la propuesta de un acuerdo de todos los sectores obliga a preguntarse si es un plateo serio o una ironía desopilante

OPINIÓN 27/10/2020 Ernesto Tenembaum
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En el año 2010, el Parlamento aprobó el matrimonio igualitario, una de las mejores leyes de la democracia, luego de un arduo debate que hizo crecer enormemente a la sociedad. La autora de ese proyecto fue la entonces senadora Vilma Ibarra. Su proyecto fue resistido durante años por la conducción del kirchnerismo, hasta que Nestor Kirchner, en uno de esos raptos geniales que tenía, decidió darle envión. Pocos legisladores, desde 1983, pueden exhibir un mérito tan grande como ese: haber sido autora de una ley que cambiaría tantas cosas. Sin embargo, en 2011 se venció el mandato de Ibarra y el Frente para la Victoria la excluyó de las listas para la reelección. No solo eso, ninguno de los diputados consideró que merecía un puesto como asesora en sus oficinas. En un parlamento donde no abundan mentes brillantes, Ibarra fue excluida y estuvo sin trabajo durante alrededor de un año. Hubo una orden de marginarla que, curiosamente, se cumplió al dedillo. Ibarra, en ese entonces, era la compañera de Alberto Fernández.

Aquel trato despiadado –muy habitual en el período más estalinista del kirchnerismo- tuvo un eco en la carta que difundió ayer Cristina Kirchner, en el párrafo en el que la vicepresidente reclama que le reconozcan que no es vengativa ni rencorosa. “En cuanto a lo de “rencorosa” y “vengativa”. A nosotros nunca nos movió el rencor ni la venganza. Al contrario, la responsabilidad histórica y el deber político para con el pueblo y la Patria guiaron todas y cada una de nuestras decisiones y acciones. No hay demostración más cabal de ello que haber decidido con el volumen de nuestra representación popular, resignar la primera magistratura para construir un frente político con quienes no sólo criticaron duramente nuestros años de gestión sino que hasta prometieron cárcel a los kirchneristas en actos públicos o escribieron y publicaron libros en mi contra”.

 
Esta última expresión “publicaron libros en mi contra” se refiere a “Cristina vs. Cristina”, el libro que Ibarra publicó en el año 2015, donde comparaba los discursos de la entonces presidenta con los hechos, era un retrato sobre cómo una buena idea se había degradado. No se trataba de un libro “en contra” de Cristina sino crítico sobre Cristina, pero difícilmente Cristina entienda esa sutil diferencia.

 
Esa historia que es muy conocida dentro del kirchnerismo. Vilma Ibarra es hoy una de las funcionarias de mayor confianza y cercanía afectiva del presidente Alberto Fernández. La referencia a ella en la carta donde Cristina menciona a “funcionarios que no funcionan” demuestra que, de aquellos odios y persecuciones, cenizas quedan. Nadie olvida. Por eso, en la mañana de ayer, Alberto Fernández caminó de la Casa Rosada hacia el Centro Cultural Kirchner, acompañado justamente por Vilma Ibarra, y también por Santiago Cafiero y Sergio Massa, dos de los dirigentes que Cristina también cuestiona.

El lunes pasado, luego de la difusión de la Carta de Cristina, algunas personas valoraron su convocatoria a “un acuerdo que abarque el conjunto de los sectores políticos, mediáticos y sociales de la República Argentina”. No es una idea novedosa: muchos dirigentes, desde hace años, plantean la necesidad de explorar esa alternativa, dado el fracaso evidente de la estrategia opuesta. Pero la autora de la propuesta obliga a preguntarse si es un plateo serio o una ironía desopilante.

Desde la asunción de Alberto Fernández, Cristina no hizo otra cosa que obturar cualquier acuerdo. El 9 de julio pasado, Fernández convocó a Olivos a algunos de los principales empresarios del país. Cristina recomendó en ese entonces la lectura de una nota de Alfredo Zaiat que planteaba objeciones muy serias a ese encuentro. O sea, esa insinuación de acuerdo, ese atisbo, ese tímido movimiento, fue abortado de un plumazo por ella misma. “Quien prentenda que yo deje de dialogar, no lo va a lograr, porque yo soy eso”, dijo entonces el Presidente.


En marzo de este año, con motivo de la aparición del coronavirus, se produjo un acercamiento muy fuerte entre Alberto Fernández y Horacio Rodriguez Larreta, el jefe de gobierno porteño. Mientras esa relación duró, una y otra vez, Cristina Fernandez, su hijo, y varios dirigentes de La Campora, se dedicaron sistemáticamente a dinamitarla. Vario tweets de la vicepresidenta reflejan ese fastidio.

-Preguntenle a ella por qué habla todo el tiempo mal de mí, dijo, por entonces, Rodríguez Larreta.

 
-La oposición moderada no existe, proclamó Máximo Kirchner, hace dos meses, no hace diez años.

En todo el 2020, la postura de Cristina Fernández no fue precisamente la de una líder acuerdista. Por ejemplo, retuiteó una nota de una colaboradora que amenazaba a la Corte Suprema. “El pueblo argentino escribirá la historia con la letra o con la sangre”, era una de las frases inolvidables. De todas las cosas que se dijeron en las conferencias de prensa donde se anunciaban medidas contra el coronavirus, Cristina solo difundió una sola: la acusación de Axel Kicillof contra Clarín por tergiversar información. Prácticamente todas sus expresiones públicas apuntan contra un enemigo, señalan un pecador.

 
Hay una Cristina que se expresa en un solo párrafo de la carta de nueve páginas. El de la “tercera certeza”. “Tercera certeza: la Argentina es ese extraño lugar en donde mueren todas las teorías. Por eso, el problema de la economía bimonetaria que es, sin dudas, el más grave que tiene nuestro país, es de imposible solución sin un acuerdo que abarque al conjunto de los sectores políticos, económicos, mediáticos y sociales de la República Argentina. Nos guste o no nos guste, esa es la realidad y con ella se puede hacer cualquier cosa menos ignorarla”. Y otra Cristina que está en todo el resto de la carta, y día tras día en su accionar político. El llamado el acuerdo nacional, ¿es una impostura, una ironía, un paso de comedia genial? ¿O hay dos Cristinas, una que se pelea con todo el mundo todo el tiempo y la otra que propone un acuerdo, y la una no registra la presencia de la otra? ¿O una está alumbrando a la otra?

Quienes creen en esto último recuerdan que, efectivamente, sin ella el peronismo no se hubiera reunificado, luego de la huida en masa de Alberto Fernandez, Felipe Solá, Hugo Moyano, Sergio Massa, el peronismo cordobés, el santafecino, el del interior bonaerense, durante los peores años del sectarismo de la misma Cristina.. Si pudo dar ese viraje, tal vez, quién dice, pueda favorecer un acuerdo nacional. Pero la misma carta de ayer tiene elementos tan conflictivos que, al menos por ahora, no parece que ese espíritu se haya serenado.


Su relación con el Presidente es otro aspecto del conflicto. Ni siquiera allí hay señales de serenidad. Como bien dijo Cristina en su carta, Alberto Fernández enfrenta una situación económicamente agobiante, tal vez la peor de la historia. Los números de muertos que se acumulan cada día agregan más motivos para la angustia. Cristina Fernández es la vicepresidenta pero también la figura más poderosa de la coalición gobernantes. Desde el mismo momento de la asunción de Fernández, no ha habido un solo gesto categórico de apoyo.

“El Presidente gobierna con el apoyo absoluto de esta vicepresidenta. Cualquiera que dude de ello, no nos conoce. El pueblo nos necesita unidos y así estamos. Los compañeros que critican al presidente o a cualquiera de sus medidas, también me están criticando a mí”. ¿Por qué le cuesta tanto escribir ese párrafo que despejaría cualquier duda? ¿Por qué ventila en público sus críticas al gabinete? ¿Qué es lo que explica su renuencia a aparecer en fotos con el Presidente? ¿Por qué lo deja solo, una y otra vez?

 
Nadie puede saber lo que pasa entre Alberto Fernández y Cristina Kirchner en la intimidad. Pero si se pudiera juzgar esa relación por lo que se ve en público, hay algo ahí que no fluye, no es armónico, no está bien. El Presidente se esfuerza por aclarar que son amigos, que se quieren, que se siente apoyado. La opinión de ella sobre el asunto no se conoce.

Cristina Kirchner es la personalidad política más potente del país.

También la más conflictiva.

Puede ser que alguna vez sorprenda al país articulando un acuerdo que trascienda viejas enemistades. Quién dice.

Pero buenita, lo que se dice buenita, no parece.

Fuente: Infobae

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