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La impunidad de la reina y el príncipe

Cristina y Máximo, hacen lo que quieren. Son el poder real en la Argentina

OPINIÓN 26/11/2020 Alfredo Leuco
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La tercera presidencia de Cristina, del cuarto gobierno kirchnerista, se logró con la usurpación de la Casa Rosada y la expropiación del Sillón de Rivadavia. Pero Alberto acaba de entregarle a Cristina, simbólicamente, el bastón de mando. Fue en el preciso momento en el que resolvió arrodillarse ante las pretensiones de su majestad de designar a un jefe de los fiscales que le asegure la impunidad judicial. Esa es la única pieza que le falta del rompecabezas que es su plan sistemático para quedarse con todo y para siempre. 

Elegir al jefe de los fiscales no es un capricho más de Cristina. Es la forma más rápida y segura de garantizar que, en poco tiempo, se van a evaporar en el aire los 8 juicios orales que tiene en marcha. Ella necesita un talibán K. Un fanático soldado de Cristina que no tenga problemas en incinerar su carrera en el altar de la impunidad y la venganza.

Por eso la batalla por designar al procurador no es una batalla más. Es la madre de todas las batallas. Hay otro tema clave pero que lo van a resolver los militantes de Justicia Legítima que tienen puesta la camiseta de Cristina. La Cámara de Casación está a punto de producir un hecho de extrema gravedad institucional. Van a declarar inconstitucional los 31 testimonios de los arrepentidos en la causa de los cuadernos de las coimas que es la más colosal corrupción de la historia democrática. Alberto Fernández ya les hizo un guiño. Dijo que la ley del arrepentido se utilizaba para perseguir opositores y para comprar y vender declaraciones. Un escándalo irritante que tal vez produzca algún tipo de banderazo callejero.

De todos modos, Alberto Fernández perdió en todos los combates con Cristina. Casi ni presentó resistencia. Siempre tiró la toalla en el primer round. Por eso su investidura ha sido tan erosionada y su poder fue reducido casi a cero. Y este es el principal problema institucional que tiene la Argentina y su seguridad jurídica. Hasta hace poco, no se sabía quien mandaba. Ahora está clarísimo: mandan Cristina y Máximo.

La única herramienta que le quedaba a Alberto para ponerle ciertos límites a Cristina era el nuevo procurador. La posibilidad de que ella o su hijo fueran a la cárcel era su única espada. Acaba de entregarla. La ley que está imponiendo Cristina tiene un artículo que le permite colocar a un Procurador Interino. Y eso es que lo va a ocurrir. A Eduardo Casal le queda poco tiempo en su cargo.

Su falta de coraje y capacidad de liderazgo, Alberto la traduce al eufemismo y dice: “quiero privilegiar la relación con Cristina y la unidad de la coalición”. Eso es falso. El no elige nada. No puede elegir nada. No tiene otro remedio que entregarse atado de pies y manos, que es lo que finalmente hizo.

Ya le comenté que, por eso, el intelectual independiente Pepe Nun, definió a Cristina como “la presidenta de facto” y Jorge Lanata, anoche, ratificó que Alberto es su secretario y que no le ve pasta de presidente porque ella le esmeriló el poco poder que tenía. “Cristina, es Insfrán”, dijo en un momento. Y ya se sabe que Lanata a Insfran le dice “Stroessner”, el histórico dictador paraguayo que gobernó 35 años.

A esta altura es patético que Alberto quiera convencer a Daniel Rafecas para que acepte las condiciones de la nueva ley que está cocinando Cristina. Alberto no termina de entender la capacidad de daño que tiene ella. Aunque Rafecas acepte las reglas del juego de Cristina, tampoco van a aprobar su pliego. Ella no quiere a Rafecas. Y punto. Ni olvido ni perdón. Y Rafecas no va a pasar. A lo sumo, si tiene algo de dignidad y olfato político, pronto declinará su candidatura y hará mutis por el foro. Tal vez Rafecas sepa que Cristina no para hasta la humillación del enemigo. Y, si eso ocurre, va generar una profunda derrota política de Alberto, el presidente encargado, de Rafecas y de los opositores como Elisa Carrió o Guillermo Montenegro que cometieron el error de dejarse envolver por la feroz interna del peronismo.

Como siempre, Alejandro Borensztein, resumió el comportamiento de la reina con una ironía magistral:

“¿Te molestan los tres jueces? Los sacamos ¿No te gusta el Procurador? Lo cambiamos. ¿No te dan los votos para cambiarlo porque la ley exige dos tercios del Senado? Olvidate, hacemos otra ley ¿Te molesta Lilita? No se hable más, la mandamos en cana. ¿Querés que tus abogados cambien la Justicia? Excelente, pase por acá Doctor Beraldi ¿Maria Eugenia Bielsa no te cae bien? Sus pedidos son órdenes: afuera Bielsa, entra el leal Ferraresi. ¿El presidente delegado se la cree? Sale carta correctiva inmediatamente. ¿No nos conviene las PASO? Ningún problema, ya mismo las anulamos.”

Una extraordinaria radiografía de cómo funciona el poder en la Argentina. Uno no sabe si reír o llorar.

La más profunda editorial del heredero de Tato, también le sacó la ficha al heredero de Cristina: “Un muchacho que podrá tener buenas intenciones pero que en realidad nunca estudió, nunca laburó, no sabe lo que es pagar una cuenta, cobrar un cheque o cubrirlo, hasta que la mamá lo designó estadista y de ahí en más todo el peronismo le obedece y le rinde cuentas. Extraordinario. La Reina de Inglaterra tiene 94 años y no suelta la manija porque sospecha que el príncipe Carlos es medio inútil. ¿Será también nuestro caso? Veremos”.

Máximo, al que algunos jóvenes del Movimiento Evita le dicen “Mínimo”, tiene el mismo problema de su madre para afrontar los juicios y castigos que les corresponden. Sobre todo, en las causas por lavado de dinero como Hotesur y Los Sauces, donde puso el gancho en los balances, dejó los dedos pegados en los contratos y no puede explicar el nivel colosal de enriquecimiento familiar. Igual que a la reina madre, le falta conseguir la impunidad judicial.

Pero la impunidad política ya la tiene. El también hace lo que se le canta. En complicidad con el banquero Carlos Heller, perpetraron ese impuesto que llamaron “a los ricos”, que será un éxito a la hora de espantar inversiones y producir amparos ante la justicia. Fue apenas fulbito para la tribuna del relato más ultra K que están apichonados en sus malabarismos para explicar que el ajuste brutal no es un ajuste y que es apenas un cambio de prioridades. Las consecuencias más irresponsables son la siembra y el fogoneo de un odio de clases y un resentimiento muy peligroso para la convivencia pacífica. Pero Máximo también es el responsable de esa locura infantil de la llamada “ley del fuego” que ya tiene media sanción. Prohíbe vender por 30 o 60 años los terrenos incendiados. Se castiga tres veces a los ciudadanos decentes. Primero con la ausencia del estado que no evitó el incendio. Segundo con el daño del fuego propiamente dicho que destruye todo. Y tercero, castigan a la víctima porque la “ideologitis” de Máximo

Primero dice que los propietarios “los incendian a propósito para dejarlos listos para emprendimientos inmobiliarios”. No niego que haya algún delincuente que haga eso. Pero es el estado, el que tiene que investigar y llevar a la justicia al responsable. Pero castigar al que se le incendió el campo por la sequía extrema, por un cigarrillo o por el sabotaje de algún kirchnerista fanático que además destruye silo bolsas, es un verdadero mamarracho. Máximo lo hizo. Y lo votaron todos con verticalismo y sumisión. También serán judicializados estos casos.

Y como si fuera poco este cheque en blanco para hacer cualquier cosa, Máximo acaba de ser premiado por la AFIP con un plan de 96 cuotas que ya quisieran los miles de Pymes que están quebradas. Un muchachote que tiene un patrimonio de millonario y que podría vender un departamento en Puerto Madero o alguna propiedad para pagar lo que le debe de impuestos al estado (es decir a todos), recibe el privilegio de un plan de facilidades que terminará de pagar en 8 años y en pesos. ¿Se da cuenta de cómo provocan al ciudadano que cumple con la ley y paga religiosamente?

El estado le regala 4 millones a un millonario que después se hace el Che Guevara e inventa un impuesto para los millonarios que él tampoco quiere pagar con la excusa de que la justicia que todavía no lo condenó, le tiene embargado los bienes. Argentina es una República que estos muchachos convierten en un régimen autoritario como en Santa Cruz o Venezuela.

El nacional populismo cleptocrático es una enfermedad terminal para un país que quiere progresar con mérito e igualdad de oportunidades. Pero las ridiculeces con formato ideológico nos llevan al papelón y la vergüenza ajena. Lo dijo Perón: “De todo se vuelve, menos del ridículo”.

Por Alfredo Leuco para El Diario de Leuco

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