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¿Vienen cambios en el Gabinete Nacional?

Tras las críticas de Cristina Kirchner, dos altos funcionarios del Frente de Todos que pasan por el patio de las Palmeras todos los días revelaron qué conclusiones se hacen sobre los primeros doce meses de Alberto Fernández

RAFAELA - POLÍTICA 25/12/2020 Agencia de Noticias del Interior
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En una entrevista brindada esta semana, el jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, aseguró que Alberto Fernández “está conforme con el desempeño de la gente que eligió para el Gabinete”. Las declaraciones de Cafiero solo pueden encasillarse en tres opciones: o faltó a la verdad, o todavía no está al tanto de los planes de su jefe directo, o habla con la tranquilidad que le da saber que es uno de los pocos funcionarios a los que Alberto considera inamovibles.

Cualquier otro presidente cambia un ministro y no pasa nada a nivel mediático. Salvo contadas excepciones en la historia democrática más vinculadas a los ministros encargados de la economía, el resto de los cambios de gabinete han sido para renovar aire, por desgastes de la gestión o por cambios en la estructura y rara vez el tema ha pasado de un día en la nube de noticias.

Pero en un gobierno atípico, si Alberto Fernández quisiera cambiar al encargado del bar de la Casa Rosada probablemente se habilitaría un debate sobre quién tiene el poder. Un dilema propiciado por Cristina Kirchner y al que Alberto, lejos de desalentar, solo ha asentido en público.

 
A pesar de lo que diga Cafiero, el presidente no se encuentra satisfecho con la gestión de varios de sus funcionarios, no oculta su enojo con algunos de ellos y quizá sea por eso que el jefe de Gabinete dijo “los funcionarios pasamos”. Y en este contexto, los cambios están en evaluación.

“Alberto cuando se fue del poder terminó dando charlas para diez personas”, sostiene a Infobae una fuente de los círculos del Ejecutivo para apuntalar la idea de que a los funcionarios a los que le tiene simpatía personal difícilmente los termine echando porque “cree que los condena al ostracismo político”. Y eso termina por ser un problema que Cristina aprovecha al máximo ya que ella bien sabe que los votos obtenidos por encima de su 30 por ciento inamovible corresponde a personas desencantadas con el macrismo pero que a su vez creían que Alberto iba a poder sacarse de encima a su vice. Lo sabe ella y lo repite algún que otro funcionario en privado.

 
Al igual que lo ocurrido a fines de octubre cuando Cristina publicó una carta criticando a los “funcionarios que no funcionan”, las palabras de la vicepresidente en el Estadio Único de La Plata de la semana pasada aún rebotan por las paredes de todos los despachos. Esta vez, para desgracia de Alberto y su política de comunicar con gestos y respaldar con fotos, CFK fustigó a los funcionarios delante de él. El único funcionario que se atrevió públicamente a contestarle fue el canciller Felipe Solá, quien cargado de ironía –algo que la expresidenta no digiere muy bien–, afirmó que “ojalá tuviera tiempo para otro laburo”.

 
Cafiero, en cambio, practicó el contorsionismo de la oratoria al afirmar que Cristina no dijo lo que dijo, sino que quiso decir otra cosa con la que él está totalmente de acuerdo. En un encuentro vía Zoom en el que se encontraba presente el diputado Máximo Kirchner, el ministro coordinador sostuvo que “Alberto y Cristina son los que conducen y ellos van a seguir”, para luego agregar que “los funcionarios estamos de paso y está bien”. Nadie le pedía tanto.

Desequilibrado. Hace poco más de un año no eran pocos los que aseguraban que al Presidente “le habían armado el gabinete”. Obviamente, la armadora habría sido Cristina. Pero mientras eso ocurría, tanto en el entorno de Sergio Massa como en el del jefe de Estado, nadie entendía porque Alberto se “excedía” en algunos nombramientos. O sea, designar a personas que cayeran simpáticas a Cristina sin que ella las haya pedido.

 
Hoy, en ese mismo entorno, hay una división: los que suponen que hubo algún tipo de jugada del Presidente al armar un Gabinete con nombres que a Cristina le agraden antes de que la propia vice hiciera valer su cuota de poder en el triunfo electoral y los que aún creen que Alberto se excedió en concesiones.

Si se realiza un repaso por las primeras líneas nombre por nombre, nos encontramos con los cuatro secretarios generales, la mesa chica de Fernández, personas de su extrema confianza: Vilma Ibarra y sus amigos Gustavo Béliz, Juan Pablo Biondi y Julio Vitobello.


Luego, entre los veintiún ministros, está Felipe Solá, quien enfrentó al kirchnerismo electoralmente en 2009, 2013 y 2017, además de dividir el voto peronista para la gobernación en 2015. Más allá de la bronca de Alberto por las declaraciones “inventadas” de Solá sobre una reunión en la que no estuvo, al mandatario hoy le juegan tres factores: que Solá bajó su precandidatura en 2019, que compartieron el espacio del Frente Renovador por años y que si lo remueve tiene que pelearse con uñas y dientes para colocar a otro de su riñón en un puesto clave pero sin hoja de ruta.

También están los albertistas obvios: Diego Trotta, Matías Kulfas, Claudio Moroni y Marcela Losardo. Alberto no está conforme con la gestión de Trotta, se siente satisfecho con el desempeño de Moroni y Losardo es una de sus manos derechas de toda la vida.

 
En cuanto a Matías Kulfas, este se vio implicado en el incidente que dentro de la Casa Rosada consideran como “el freno a la imagen positiva” de la gestión en medio de la pandemia: la fallida expropiación de Vicentín. La idea fue impulsada por la senadora Anabel Fernández Sagasti –más Cristinista que una cadena nacional– quien le acercó el proyecto al presidente. Y así comenzó la novela de la intervención para una expropiación sobre las cuales el presidente terminó por dar marcha atrás.

En el medio, Kulfas quedó salpicado por “las brisas expropiadoras” sin comerla ni beberla y el Presidente remarcó que “Cristina no tuvo nada que ver” a pesar de que ninguna senadora del espacio se atreve a pasar por arriba a la presidente de la Cámara Alta. Y Cristina no puede ver a Kulfas desde las críticas a su gestión plasmadas en el libro “Los tres kirchnerismos”.

 
El caso de Ginés González García encuadra dentro de los que Alberto propuso por reivindicación del primer kirchnerismo. El tema es que los tiempos no se pueden repetir y Ginés llevaba trece años alejado de la función pública de la salud cuando le ofrecieron el ministerio al que llegó durante la presidencia de Eduardo Duhalde. Sus declaraciones públicas respecto del COVID-19 a comienzos de año lo dejaron mal parado al inicio de la gestión y recientemente sus dichos sobre la vacuna de Pfizer ha tenido que ser solucionada por el propio presidente.

Después vienen los ministros que pueden ser considerados de Alberto o de Massa, da igual, dado que todos formaron parte del Frente Renovador en algún momento: Daniel Arroyo, Mario Meoni y Gabriel Katopodis. Arroyo rompió con Massa en 2018 y Katopodis ya lo había hecho en 2015, aunque en 2017 se sumó a la campaña de Florencio Randazzo, comandada por un tal Alberto Fernández.

El ministro de Agricultura, Ganadería y Pesca, Luis Basterra, responde al espacio de los gobernadores y fue impuesto por el que más tiempo lleva sentado al frente de una provincia: Gildo Insfrán.

 Sabina Frederic llega por una de las situaciones más extrañas que se vivió en la conformación del gabinete y que terminó por perjudicar a Sergio Massa. El tigrense, que hizo campaña durante seis años con la seguridad como estandarte y Diego Gorgal como especialista, perdió el ministerio. Alberto Fernández primero designó vía Twitter a Gorgal, luego borró el tuit y apareció Frederic en su primera experiencia en la función pública, más allá de un proyecto que llevó a cabo durante la gestión de Nilda Garré en el ministerio. Todos miraron a Cristina, pero ella “solo” es la culpable de haber bajado a Gorgal.

De la llegada de Frederic al que hay que mirar es a Santiago Cafiero. Proviene de Agenda Argentina, un think tank que tiene al actual jefe de gabinete y a la ministra como caras más visibles y que aportó 19 funcionarios a las segundas líneas del gobierno de Alberto Fernández.

Del otro lado de la General Paz, Sergio Berni con el aval de Cristina, desacredita públicamente a la ministra de Alberto Fernández.

Elízabeth Gómez Alcorta viene del CELS y a Alberto Fernández le vino bien sumarla dado que la conoce desde 2003 cuando la actual ministra de las Mujeres, Genero y Diversidad fue designada representante del Poder Ejecutivo en el Consejo de la Magistratura. Que haya sido abogada de Milagro Sala la hizo incuestionable por parte de Cristina. Sin embargo, el proyecto emblema del gobierno no salió de éste ministerio, sino de la oficina de Vilma Ibarra: el de la despenalización del aborto.

Juan Cabandié, Mercedes Marcó del Pont, Matías Lamens y Alejandro Vanoli no fueron pedidos por Cristina y ahí están. Jorge Ferraresi siempre se mostró muy cercano a la ex presidenta, pero lo seleccionó Alberto Fernández para reemplazar a Bielsa. Los cristinistas puros son el titular de Ciencia, Roberto Salvarezza; el de Cultura, Tristán Bauer, el de Interior, Eduardo De Pedro, y el de Defensa, Agustín Rossi. De todos ellos, el único que tiene un cargo de peso dentro de la gestión del presidente es De Pedro.

Y luego viene el extraño caso de Martín Guzmán. El ministro de Economía fue elegido por el Presidente pero se la compró a Cristina de antemano por ser discípulo de Joseph Stiglitz, el Nobel de Economía que más nombraba la vice en sus discursos cuando era presidenta. Hoy el ministro se da el gusto de ir a tomar el té con la vice.

De vuelta con Cafiero. “Marcos Peña al menos ponía cara por Macri”, afirma a este medio una fuente que sabe de las internas ministeriales y que considera que un jefe de Gabinete está para frenar las balas dirigidas al presidente. El elegido por el propio Alberto Fernández –fue de los pocos que creyó en el actual presidente desde antes de la creación del Frente de Todos– cosecha declaraciones que lejos están de fortalecer o cuidar al mandatario y, entre todas ellas, tampoco cayó bien que pusiera a Alberto y Cristina en el mismo plano de poder: uno es el Presidente.

No son pocas las voces enojadas con algunos aspectos internos de los propios albertistas. El listado de asuntos que deberían resolverse en minutos es largo: se demoró cinco meses en nombrar a la totalidad de los funcionarios de segunda y tercera línea, un año y quince días después de asumir la gestión y las obras de readaptación de la Casa Rosada a la nueva gestión no han sido terminadas, hay un ascensor que no funciona desde hace tiempo, abundan las paredes rotas y los cables que cuelgan. La única obra que se hizo en lo que va de la gestión fue en el Salón de las Mujeres, donde removieron los boxes que había colocado la gestión de Mauricio Macri y volvieron a colgar los cuadros que había instalado Cristina Fernández durante su presidencia. Según fuentes consultadas, el presupuesto está y no fue ejecutado.

Pero más allá de todas las ideas que puedan existir para recambios –que se vaticinan para dentro de unas semanas cuando la campaña legislativa y el armado de listas comiencen a hacer lo suyo– el principal problema continúa en la división y concentración del poder. O, como afirma un alto cargo: “¿Quién quiere ser ministro elegido por Alberto Fernández si no te dejan gestionar y te cagan a pedos en público?”.

Fuente: Infobae. Por Nicolas Lucca

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