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Internas políticas y fuego amigo: balance del año en un país acostumbrado a vivir en una crisis permanente

Alianzas deshechas, conveniencias con oposiciones, enemigos íntimos, peleas y concesiones en loop. Todos quieren dejar atrás este 2020 cuando debería ser un año para no olvidar jamás

POLÍTICA 02/01/2021 Nicolás Lucca*
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El año 2020 quedará grabado en la memoria de todos los que lo vivimos y seguramente se hablará de estos tiempos en el futuro. La pandemia del COVID-19 afectó a todos los países con mayor o menor intensidad, pero si nos centramos en la situación vernácula, todo ha sido signado por la política y, como corresponde a tiempos de polarización ideológica y dispersión del poder, ese todo llevó a que cualquier medida adoptada por los distintos gobiernos fueran motivos de debate y discusiones, algunas mucho más álgidas que otras.

Mientras el mundo comenzaba a hablar de coronavirus como inicio de un largo listado de términos científicos que terminaríamos por asimilar a lo largo del año, en la Argentina estábamos con otros problemas de salud y no me refiero solo al inédito número de casos de dengue en la ciudad de Buenos Aires, sino también a los alarmantes números de la desnutrición que, para variar, bajaban de las comunidades wichis en Salta. El dengue es estacional y ya está por volver; la desnutrición, en cambio, estuvo, está y difícilmente haya desaparecido con la pandemia.

La aparición de los primeros casos positivos por COVID-19 en la ciudad de Buenos Aires encendió todas las alarmas y desde el Gobierno se buscó bajar los nervios de una forma poco ortodoxa: el ministro de Salud, que además de médico es sanitarista, especificó que el coronavirus no era un problema para la Argentina dado que estábamos lejos de China. Pero como el virus sabía que se inventó la aeronavegación comercial llegó a Europa y de allí se desparramó al resto de occidente. No fue el último dolor de cabeza que Ginés González García le generó a su amigo presidente.

Pandemonio

La gestión de la primera ola del COVID-19 fue el puntal del primer año de gestión de Alberto Fernández. Atravesó todas las noticias y desde un inicio jugó muy a favor de la imagen de liderazgo que el Presidente intentó dar. Decretó en marzo el aislamiento social preventivo obligatorio y comenzó la cuarentena. Las imágenes que mostraba la dirigencia política era lo que muchos esperaban en ese momento: unidad por sobre las diferencias. Así fue que nos acostumbramos a ver a Horacio Rodríguez Larreta junto a Axel Kicillof flanqueando al Presidente.

Como al primer mandatario le gusta llevar tranquilidad a la gente con gestos visuales, también se mostró rodeado de un cuerpo de científicos que lo asesorarían durante los siguientes meses y pateó hacia los ministerios de Desarrollo Social y Desarrollo Productivo dos papas extremadamente calientes: paliar los efectos de la pandemia sobre las personas sin ingresos y sobre los que debían pagar ingresos sin actividad económica.

Con el correr de los meses los errores no forzados comenzaron a ser habituales, ante la insistencia de ser Alberto en persona quien explicara cuestiones netamente epidemiológicas, pero con las declaraciones de un abogado dedicado a la política. Así resultó que fue desmentido por el gobierno Sueco, por las autoridades vascas, por el gobierno de Chile, por el de Finlandia, y así sucesivamente.

Horacio Rodríguez Larreta también se vio beneficiado con la exposición que le brindaba el presidente. Instalar un político a nivel nacional cuesta mucho dinero y el jefe de Gobierno porteño se hizo conocido en cada lugar donde vieran las conferencias. Así comenzó también la interna de Juntos por el Cambio, entre los dialoguistas –generalmente con obligaciones de gestionar territorios– y los duros, quienes cuestionaron hasta al propio jefe de Gobierno. Palomas y halcones con las vistas puestas en el futuro electoral.

En tiempos de redes sociales fue cada vez más evidente que había lugares de la Argentina donde la cuarentena era un mito urbano. Esto, sumado a la extensión temporal y un tercio de la economía en la informalidad, llevó a que los distintos gobiernos corrieran por detrás de lo que los ciudadanos ya hacían y cada relajamiento solo convalidaba lo que estaba vigente. El círculo vicioso entre errores y desacatos se hizo cada vez más veloz y se llegó al punto en el que desconfiamos hasta de la efectividad de las vacunas a las que logró acceder el gobierno.

El costo oculto

Las denuncias por abusos de autoridad fueron in crescendo. Solo en los primeros meses se expusieron las muertes de dos mujeres en comisarías de San Luis, un muerto por culpa de un disparo policial por la espalda en Tucumán y cientos de denuncias acumuladas en sedes judiciales que tuvieron dos íconos: la desaparición y posterior aparición sin vida de Facundo Astudillo Castro en la provincia de Buenos Aires, y el caso de Abigaíl, una niña enferma de cáncer cuyo padre tuvo que ingresarla a Santiago del Estero a upa por impedimento de las autoridades.

Hoy parece lejano hablar de informes periódicos que, además de detallar la cantidad de contagios y de muertes diarias, también daban cuenta de los autos secuestrados y las detenciones por violación de la cuarentena.

Por si fuera poco, mientras Alberto Fernández se mostraba con Rodríguez Larreta y Kicillof, el fuego amigo afectaba a todos y comenzaron a jugar los funcionarios que politizaron la pandemia hasta el extremo de culpar a los runners de ser irresponsables propagadores del virus.

Al igual que en otras áreas que se detallan más abajo, la pandemia desnudó la fragilidad del sistema sanitario en muchos lugares, con carencia de camas, respiradores y algo que no puede comprarse: médicos intensivistas. El principal motivo para aplicar la cuarentena fue explicado como un freno a los contagios mientras se preparaba el sistema y se especuló con la cantidad de muertos que habría si no se aplicaba. El número final sobrepasó el de la amenaza y aún corre hacia arriba.

Money, money

El único highlight que puede mostrar la gestión en materia económica es el acuerdo con los tenedores de bonos de deuda argentinos, unos marcianos que confiaron en que un país que dejó de pagar su deuda ocho veces para luego reestructurarla con quita, no lo haría en una novena oportunidad. El efecto desendeudador duró poco y el ministro Martín Guzmán culminó el último trimestre del año emitiendo deuda al 16% en dólares.

Por lo demás, la Argentina registró en este 2020 la peor contracción económica desde que se registran estadísticas. Y si bien es cierto que a la crisis de recesión que se arrastra desde hace años se sumó la pandemia, también es cierto que otros países con economías resentidas no sufrieron nuestros derrumbes con datos económicos que asustan y, al mismo tiempo, sorprenden, como la alta inflación que ya no responde ni a la falta de actividad económica, ni a las tarifas pisadas, sino lisa y llanamente a la emisión de moneda, un recurso al que tuvo que recurrir el Gobierno de manera brutal y expansiva por razones que hasta los más ortodoxos justificaron, pero que lejos están de implementar las medidas para absorber parte de esos pesos.

En la gestión económica Alberto también quiso rememorar los tiempos de bonanza de Néstor pero se encontró con graves problemas de diagnóstico. Sí, es cierto, la soja está en subida a niveles que ya duplican los valores de hace un par de años y todo parece indicar que así continuará. Sí, también es cierto que el año que viene no hay vencimientos de deuda gracias a la reprogramación pactada por el gobierno. Y sí, es cierto que los salarios están recontra licuados. Pero es tan cierto como que el tamaño del Estado es más del doble que en 2003 y el financiamiento es cada vez más difícil en materia impositiva, dado que tenemos poco más de 10 puntos de presión fiscal por encima de hace 17 años. Estamos en problemas si a ello le sumamos que, debido al desfasaje caída-de-ingresos/aumento-en-gastos-primarios, el neto de utilidades del Banco Central pasó de un superávit de 76 mil millones de pesos en septiembre de 2019 a un déficit de 1.400 millones en 2020.

Ahora, en el 2021, viene el juego de piezas para intentar controlar la peor parte, que sería aquella donde los precios internos recuperan su caída en dólares pisados por la pandemia. Entre los más atrasados, obviamente, están las tarifas del transporte –congeladas–, las de servicios de agua, luz, gas y energía eléctrica –en permafrost– y los combustibles, aunque estos se están acercando nuevamente al valor de referencia argentino de un dólar por litro.

Sobra decir que lo único que no corre atrás del dólar ni de la inflación son los salarios. Así se ha llegado a una distorsión tal del poder adquisitivo que la franja que separa la línea de la pobreza del piso de ganancias para una familia tipo es de tan solo 20 mil pesos. Unos 140 dólares oficiales más impuestos. 120 verdes blue. Eso es lo que separa a la pobreza de un impuesto concebido para los grandes ingresos. Si le agregamos que la mitad de los salarios se encuentra por debajo de la línea de la pobreza, nos encontramos ante el triste panorama de que el trabajo dignificará mucho pero no paga las cuentas. Y esto corre solo para quienes lograron conservar el empleo en medio de una destrucción pocas veces registradas.

Con una pobreza que raspa a la mitad de los argentinos en las mejores expectativas y con uno de cada tres chicos con sus necesidades alimentarias insatisfechas, el porvenir de 2021 más que un desafío económico se jugará en las ligas de qué pretendemos para el país en diez o quince años, no más.

Y todo lo demás también

Cuando en octubre Cristina Fernández aseguró que existen funcionarios que no funcionan no inventó la rueda. Más allá de las declaraciones “tienerazonistas” de varios funcionarios, el comentario dolió a las primeras líneas de gobierno y, como dijera a este medio un funcionario que conoce el día a día de la gestión: “Si sacamos la pandemia y la economía, tampoco tenemos nada para mostrar en las otras áreas”. Tampoco entendían la apuesta del Presidente por ponerse al frente de la despenalización del aborto, pero su reciente aprobación y el alivio expresado demuestra que necesitaba darle aire a su gestión y tenía una sola bala de plata. También quedó claro que para algunos legisladores es más importante defender el inicio de la vida desde la concepción pero solo hasta que se jubilan: doce horas antes de aprobar el aborto, del Congreso salió la nueva ley de movilidad jubilatoria.

Decíamos que la pandemia vino a desnudar todas las falencias que arrastra la Argentina desde hace décadas y, en algunos casos, más de un siglo. Basta mencionar como ejemplo que el hospital Paroissien de La Matanza dio a conocer que antes de la pandemia también saturaba su terapia intensiva porque contaba con solo siete camas. El primer resultado que vimos fue el pánico carcelario. A quince días de iniciada la cuarentena oficial, se realizaron motines en distintos penales del país –con Devoto a la cabeza– que demostraron lo poco que importa esa parte de la Constitución que habla de qué se debe hacer con los condenados. Penales del siglo XIX con una superpoblación carcelaria superior al 150 por ciento es algo habitual que a nadie le preocupó seriamente hasta que llegó el Covid. Y solo por un rato.

El sistema de educación argentino también demostró tener una fragilidad directamente proporcional a su tamaño. Este año quedó comprobado que la brecha entre la educación pública y la privada no es la única existente y se sumaron la brecha entre los que podían pagar docentes particulares, los que tienen conexión a internet, los que cuentan con más de una computadora en sus domicilios, los que cuentan con al menos una, los que tienen para comer cuatro comidas diarias, los que van al colegio a comer, los que no tienen internet ni computadora ni celular y quedaron descartados por un sistema educativo en el que las decisiones sindicales pesaron más que las de los políticos responsables del área en muchas de las provincias argentinas, con la de Buenos Aires a la cabeza. Por otro lado, la falta de infraestructura en comunicaciones le ganó a cualquier esfuerzo o buena voluntad docente en el vasto interior argentino.

La relación de los políticos con los niños no fue ni buena ni mala: no existió. Eso de “los únicos privilegiados son los niños” quedó en el olvido hace tiempo y al día de hoy, mientras escribo estas líneas, todavía hay provincias en la que los chicos siquiera pueden entrar a un comercio con un adulto, mientras que los adultos pueden entrar de a dos. En teoría ya hay fecha para el retorno de las clases. Pero también, en teoría, se volvieron a las clases presenciales en noviembre cuando solo hubo revinculación en escasísimas excepciones y en no todas las provincias.

“Si no podés mencionar más de cuatro o cinco nombres de ministros, tenés un problema de comunicación; pero si no podés nombrar más de cuatro o cinco ministerios, tenés un problema de gestión”, afirmó un asesor que conoce los pasillos del Congreso Nacional y sabe de las electrificadas líneas que unen a los tres pilares del Frente de Todos. Allí es cuando comienza a disparar una pregunta tras de otra solo con nombres de ministerios y un “qué hizo”. El resultado da saldo negativo.

Juego de tronos

El rol de la oposición habría merecido un apartado distinto si no estuviera atravesado por una discusión previa: la relación entre Alberto Fernández, Cristina Fernández y Sergio Massa. De los tres, el que mantuvo el perfil más bajo –algo que nadie habría creído hace un año– es el titular de la Cámara de Diputados. El resto de las noticias más impactantes del año se vieron cruzadas por la dinámica entre el presidente y su vice, sobre todo desde mediados de junio.

Alberto Fernández ostenta tres récords como presidente. El primero de ellos corresponde al inédito caso de tener un peronista porteño al frente del Ejecutivo. Los otros dos corresponden a un mismo tema: es el presidente que más ha visto crecer su imagen positiva luego de asumir, llegando a un pico de 80 puntos a fines de abril, y también es el presidente que más rápido perdió 40 puntos de imagen positiva. Y todo entre abril y octubre.

El caso Vicentin puede considerarse el punto de inicio de las interferencias de Cristina en la agenda del presidente. Según el propio Alberto, la intención de expropiación y posterior retracción por parte del Ejecutivo fue su propia idea. Sin embargo, están los archivos en todos los portales de noticias de que fue Anabel Fernández Sagasti, una de las senadoras de mayor confianza de Cristina, la que le acercó el proyecto al presidente.

Luego vino el descontrol de las tomas de tierras, algo que ya había comenzado de forma muy fuerte en terrenos fiscales de la ciudad de Santa Fe, pero que recién comenzó a tener cobertura nacional cuando se vio afectada la propiedad privada en buena parte de la provincia de Buenos Aires. La participación de funcionarios de la gobernación bonaerense como “mediadores” frente a las resoluciones de desalojo no ayudaron a mejorar la imagen de falta de control. Sobre el final del conflicto apareció la carta de Cristina respecto de los funcionarios y María Eugenia Bielsa, titular del ministerio de Hábitat, decidió irse a sus pagos rosarinos.

Mientras las tomas de terrenos en la provincia de Buenos Aires se desarrollaban largo en el tiempo, en septiembre ocurrió una protesta de la policía provincial que terminó con una manifestación uniformada en las puertas de la Quinta de Olivos. Alberto Fernández decidió solucionar el problema del gobernador Axel Kicillof quitándole por decreto un punto de coparticipación a la ciudad de Buenos Aires. A su aliado de la pandemia, Horacio Rodríguez Larreta, le avisó por Whatsapp minutos antes de anunciarlo públicamente. No volvieron a verse las caras hasta este 30 de diciembre. Rodríguez Larreta recurrió a la Corte Suprema, pero ya estamos en feria y aún no hay noticias de qué hará el máximo tribunal argentino. Esto último fue aprovechado por el Presidente para invitar al alcalde porteño a discutir los fondos fijos para el presupuesto policial de la Ciudad. Lo hizo el 31, cuando en la Corte ya no quedaba ni la máquina de café prendida.

Dos de las curiosidades en torno a la coparticipación porteña se dieron de la mano de la pata kirchnerista del Frente de Todos. La primera de ellas es que Cristina, desde su cuenta de Twitter, le venía pegando duro y parejo a los fondos porteños “destinados a mantener los helechos” frente al presupuesto que manejaba el partido de La Matanza con una población similar. No comparaba a la ciudad autónoma con estatus de provincia con otra provincia, sino que comparaba a una ciudad autónoma con estatus de provincia con un municipio. Un año después ocurría la quita de coparticipación. La segunda curiosidad se dio en medio de las negociaciones de Sergio Massa para intentar recomponer la relación entre el Presidente y el Jefe de Gobierno porteño. En un trámite exprés, Máximo Kirchner logró imponer el tratamiento de una quita aún mayor a los fondos de la ciudad.

Fue también en septiembre cuando el Senado le dio media sanción al proyecto de reforma judicial, una de las banderas de campaña de Alberto Fernández. Pero el proyecto elaborado por la ministra Marcela Losardo sufrió tantas modificaciones a último minuto por parte de los senadores que responden a Cristina que nadie se daría cuenta de que se trata del mismo texto que se presentó desde el Ejecutivo. Alberto prefirió que el proyecto descanse un tiempo en Diputados.

En un juego en el que Cristina no tiene nada que perder, Alberto Fernández ha tenido que dividir sus energías en tres tareas: la primera de ellas fue tratar de imponer su agenda; la segunda, intentar gobernar al país; y la tercera, contener el fuego amigo de Cristina. De su imposición de agenda pudo festejar sobre el final del año con la aprobación del aborto, logro compartido con varios senadores opositores. En cuanto a gobernar un país, hablamos de una tarea full time. En ese camino tuvo que lidiar con un esmerilamiento pocas veces visto, además de tener que tolerar errores y faltas gravísimas de parte de sus propios funcionarios. Y las suyas. Sin ir más lejos, el Presidente que no descansa ni el 31 de diciembre, dijo ayer no más que en el caso Nisman está “convencido de que fue un suicidio”, aunque aclaró que llegó a esa conclusión “después de dudarlo mucho”. Tanto dudó que participó de las marchas contra Cristina bajo la lluvia y escribió columnas lapidarias.

Ahora Máximo Kirchner quiere erigirse en presidente del Partido Justicialista bonaerense, un lugar que siempre estuvo en manos de algún intendente peronista. Obviamente, fueron los propios intendentes peronistas los que pusieron el grito en el cielo, dado que todos vieron cómo Máximo baja a cada distrito del conurbano al menos una vez por semana y con recursos. Alberto finalmente le pidió a Gabriel Katopodis, histórico intendente de San Martín, que logre revertir la negación bonaerense. Pero Katopodis es ministro de Obras Públicas, una tarea full time.

Y así transcurren muchas de las cuestiones de gobierno. Cristina quiere reventar la Corte, a Alberto Fernández no le parece mal “escuchar a un comité de expertos”. Cristina acusa a la Corte de jugar en contra del Gobierno con fallos autoritarios, Alberto se enoja con la Corte. Son las agrupaciones más kirchneristas las que hablan de presos políticos, mientras Alberto dice que él no tiene presos políticos. El hijo de Cristina quiere presidir el peronismo bonaerense, a Alberto le parece que “tiene las cualidades necesarias”. Ahora Cristina dijo que hay que rediseñar el sistema de salud argentino y su hijo afirmó que “si de cada diez porteños solamente tres ocupan los hospitales públicos de la Capital Federal, esos hospitales tendrían que estar en otra parte”. ¿Qué hará Alberto?

El presidente suele citar a Néstor Kirchner. Una de las máximas del ex presidente era “no se fijen en lo que digo, sino en lo que hago” para calmar los ánimos de quienes se pudieran sentir temerosos por algún discurso. Por ahora, en la búsqueda del equilibrio con Cristina, ha concedido cada deseo. En el dilema sobre quién tiene el poder real, no lo ayudan las circunstancias ni sus declaraciones ni sus acciones, como si tan solo coincidiera en todo con Cristina cuando pocas veces coincidió en algo.

Mandamientos 2021

Este año que recién comienza tiene elecciones legislativas. Ya está, son este año. Y el triunfo de la agenda presidencial con la despenalización del aborto es algo que no va poder ser utilizado como logro en la campaña de varias provincias, aunque le dio más que un alivio al presidente. Envalentonado, buscó respaldar a su gabinete como los profesores macanudos que le soplan a los alumnos y les envió una cadena de Whatsapp con sus veinte verdades para que los ministros tengan letra para hacer lo que hasta ahora hicieron solo un puñado: defender la gestión.

Esas veinte verdades son veinte logros que Alberto destaca de su gestión pero que algunos son tan cuestionables como los propios números, esos que tienen la manía de no mentir, como cuando dice que a ningún chico le faltó un plato de comida.

Alberto Fernández ha dado un discurso idéntico para toda la ciudadanía basado en lo que podría haber pasado. Convertido en maestro de lo contrafáctico, aseguró que cada medida que falló fue en verdad un triunfo dado que “si no hubiéramos hecho lo que tuvimos que hacer, el resultado habría sido peor”. La respuesta se la puede encontrar en los números de contagios de COVID, en el alto número de desocupación, en los 90 mil comercios cerrados, en el crecimiento de los indicadores de pobreza e indigencia y en la licuación de los salarios.

Cómo se conformarán las listas demostrará hasta dónde está dispuesto a ceder un presidente del que todavía no logramos entender sus intenciones a mediano plazo: si quiere buscar una reelección, se resiste poco; y si solo es un presidente de transición hacia otra cosa, se resiste mucho.

No ha sido un año fácil para Alberto Fernández tampoco, más allá de las cartas con las que le tocó jugar. Porque tantas idas y vueltas en materia económica, en defensa de los dichos de Cristina en contra de su propio gabinete, en defensa de proyectos en los que no cree, en defensa de opiniones radicalmente distintas a las que tenía no mucho más que unos meses antes de ser presidente, atentan contra lo que inversores, politólogos, economistas, empresarios y hasta sus amigos le piden: dar señales de confianza.

Y el pilar de la confianza es la coherencia, algo que en el gobierno no resiste una sola pregunta: ¿Qué pasa en Venezuela?

 

 

* Para www.infobae.com

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