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La des-educación como síntoma de una Argentina extraviada en el fracaso y la pobreza

La instrucción de nuestros niños y jóvenes sigue siendo una asignatura pendiente, sobre todo en el sector más carenciado de la población

NACIONALES 24/01/2021 Jorge GRISPO
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Tomás Bulat (1965-2015) nos dejó una frase que lo dice todo: “Cuando se nace pobre, estudiar es el mayor acto de rebeldía contra el sistema, el saber rompe las cadenas de la esclavitud”. Palabras que suscribo de pie y con aplausos.

Recientemente se realizó una encuesta cuyo resultado es, cuanto menos, desolador: para las personas carenciadas sus prioridades son, en este orden: comer, tomar agua y un teléfono celular. Se pueden sacar muchas conclusiones, hoy nos centraremos en la educación, precisamente porque no está dentro de las prioridades de quienes más la necesitan.

La educación debe ser una prioridad del Estado, con independencia de quien gobierne. Se debe terminar, de una buena vez por todas, el descontrol educativo que padece nuestra nación.

Resultó alentador ver que, en plena cuarentena dura, los trabajadores de los supermercados, cajeras, repositores, el personal médico todo, las fuerzas de seguridad, el personal de las farmacias y todos los que salieron a mantener con su trabajo al país “funcionando”, cumplieron sus tareas.

También, en aquellos que tenían “conectividad” debemos reconocer el esfuerzo que hicieron los educadores para sostener en plena pandemia el ciclo lectivo. Se hizo lo que se pudo, pero se hizo. Fue todo un ejemplo de trabajo duro, arduo y agotador. Lamentablemente, muchos niños y niñas no tuvieron la misma suerte por carecer de lo necesario para acceder a una educación a distancia.

La educación es un servicio esencial. Se lo reconozca o no. Y sus trabajadores son también esenciales. Puede protestar, pero no deben “parar”.

Cuando el relato salvaje de la política se mete en la educación comete el peor de los pecados. Se entromete con el futuro de nuestros hijos e hijas. Es aberrante ver cómo la política berreta hace estragos en el sistema educativo.

Un sistema que debería ser impoluto, respetado por todas y todos. Porque de lo contrario entramos en un terreno donde, sin desmedro de los derechos de los trabajadores de la educación, se confronta con los derechos de los educandos, y en ese conflicto, no tengo duda alguna deberán prevalecer estos últimos, ya que son el futuro de la nación.
Que el sindicalismo educativo discuta y pelee todo lo que entienda justo y que lo haga con todas sus fuerzas. Lo único que no deben es dejar de hacer su trabajo. Pierden dignidad y el respeto del resto de la ciudadanía.

Con una consecuencia aún peor: se termina privatizando la educación, pues sólo acceden los “educandos” cuyos padres pueden solventar una educación privada, con internet y todos los medios necesarios para que ello ocurra.

Consecuencia, se perjudica a los que más necesitan por sus carencias, ya que no tienen forma de acceder a la mejor y más amplia educación que les podamos dar. La falta de educación por el motivo que sea produce ausencia de educación, lo que llamaremos “deseducación”.

El proceso de “deseducación” que viene padeciendo nuestra nación no es casual. Tanto desde lo comunicacional, como desde el control de la ideología educativa, la libre circulación de ideas es hoy un problema que debe ser resuelto al mismo tiempo que la asistencia de los maestros a las aulas.

La salud al igual que la educación o el trabajo, se han bastardeado de una forma tan indigna como inhumana. La educación es un derecho humano y fundamental para asegurar el progreso nacional y popular.

El 10 de diciembre de 1983 escuchamos: “Con la democracia no solo se vota, sino que también se come, se educa y se cura”, fue una de las potentes frases que utilizó el entonces presidente Alfonsín al asumir su cargo. Lamentablemente sus palabras no se hicieron realidad.

Treinta y ocho años después, tanto rodar y estamos donde lo dejamos. La educación hoy sigue siendo una asignatura pendiente, sobre todo en el sector más carenciado de nuestra población. En esas mismas personas que tienen otras prioridades (comer, tomar agua y tener un teléfono).

La “deseducación”, la ausencia o carencia de educación, la debilitación del sistema educativo en general, la sindicalización de los educadores cuando es utilizada como punta de lanza y no cómo justo reclamo de los trabajadores, la falta de un presupuesto suficiente porque se decide cubrir otras prioridades, generan un sistema educativo que esta colapsado, propio de una nación cuesta abajo.

La “deseducación” es la sumatoria de diversas cuestiones que deben ser analizadas detenidamente. La educación, el conocimiento y la ciencia en general se han disciplinado, pero no como área y especialidad del saber, sino en el sentido opuesto: el de disciplina como subordinación y mansedumbre.

La “deseducación” paraliza el crecimiento de los educandos carenciados, los hace más necesitados del Estado. Se conforma un circuito sociocultural que delimita los temas, contenidos y efectos que deben llegar al conocimiento de los educandos a quienes se termina “enseñado a no aprender” y se los condena al asistencialismo estatal, que no es más que la demostración de nuestro fracaso como modelo de país.

Se “educa” de esta forma una generación de “mal educados y carenciados” culturalmente hablando, más allá de las necesidades materiales que su condición les depara.

El docente que no va a trabajar, que abandona a sus educandos, comete un acto atroz, como el de un médico que abandona a su paciente. Simplemente no se puede hacer. Dicho en francés: “Con la educación no se jode”.

Al acercarnos a este problema, nos tenemos que situar necesariamente en las nuevas relaciones entre educación, pobrismo y progreso. Es decir, de un modelo de sociedad en la que estos educandos se hagan preguntas, y tengan quién se las conteste.

El maestro parado al frente del aula es una imagen que nos debe enorgullecer al igual que ver a nuestros hijos estudiando, aprendiendo. La foto de la escuela de Frontera con la bandera Argentina izada por los chicos mientras cantan el Himno nacional es una imagen que no debemos perder.

Por eso no es posible admitir que el relato salvaje del sindicalismo educativo nos deje sin educación. Que peleen por todos los derechos que entiendan justos. Que los reclamen en voz alta. Que hagan todas las protestas que quieran. Lo único que no pueden hacer es dejar de hacer su trabajo tan esencial e importante como el de los trabajadores de la salud o de las fuerzas de seguridad.

Los gremios docentes no pueden ni deben poner condiciones para el regreso a las escuelas. Pueden solicitar y pedir todo lo que entiendan pertinente, menos dejar de hacer su trabajo. Las amenazas de medidas de fuerzas en el sector educativo nos hacen peores a todos, pero perjudican a los carenciados, claramente a quienes más deberían cuidar.

La neutralización del sistema educativo tiene como consecuencia la perpetuación de las carencias de los más pobres, son a ellos a quienes perjudican. La educación que no se brinda es el gran peligro de nuestro futuro. Con la educación racional y con una ciudadanía informada las naciones progresan, se hacen mejores, y el ascenso social es posible.

El proceso de “deseducación” que estamos viviendo genera más y más ignorancia popular. Esta situación que resultaba evidente hace ya tiempo, reaparece, sin embargo, como la amenaza inevitable cada vez que está por arrancar un nuevo ciclo lectivo, haciendo resurgir elementos de crítica al sistema, que dejan a la educación en el centro mismo de los ataques más encolerizados. Lamentable.

La educación en sí misma se ha convertido en “el enemigo de enemigos”. Pero, ¿qué educación es la que acumula esos odios exacerbados y qué modelo educativo es el que está recibiendo tan demoledores ataques? La reivindicación de derechos está en el trasfondo de los conflictos, luchas y cambios que se experimentan en lo que ya podríamos calificar como el sindicalismo deseducativo.

La movilidad social que, en las décadas de los años cincuenta y sesenta, permitió la acción del Estado de Bienestar, es bastardeada por la falta o mala educación de nuestros días.

Una vez que podamos solucionar el problema de la “asistencia de los maestros a clase”, nos podremos ocupar en la otra cara de la misma moneda: los Planes de Estudio que deben necesariamente ser actualizados y, en algunos casos despolitizados.

La necesidad de brindar una mejor formación a los trabajadores de la educación, es otra de las patas de la mesa que deberán ser atendidas al mismo tiempo que las anteriores. Es necesario mejorar sus capacidades, que tengan opciones de crecimiento y mejorar sus condiciones laborales sin duda alguna.

Inveteradamente se ha considerado que la educación integraba las lagunas de nuestra especie en cuanto seres imperfectos al nacer y necesitados de socialización y desarrollo humano. La educación, como consecuencia, nos es tan imprescindible no sólo como individuos sociables sino también, porque al ser una especie natural requerimos un largo proceso de enseñanza de nuestras facultades puliendo la ignorancia propia de nuestra condición humana.

Resulta tan importante la educación humana, nuestra corrección y desarrollo de las capacidades propias de cada individuo, que educarse no tiene que ser entendido como un “adorno” personal sino una necesidad esencial de cada individuo. Sin educación el salvajismo nos devuelve a un estado antisocial y brutal.

El futuro sólo puede construirse sobre un mundo pacificado y educado. Sin estas dos condiciones, cualquier otro tipo de discurso cobra el riesgo de ser una peligrosa demagogia que justifique la arbitrariedad y la explotación de los más carenciados.

Tan grave es la deseducación porque con ella se está institucionalizando el orden de la injusticia y de la degradación humana y social. Desde “La República” de Platón, la democracia significa un monumental esfuerzo por regenerar éticamente el Estado a partir de la educación de los ciudadanos.

“La educación ha de preparar a las naciones en masa para el uso de los derechos que hoy no pertenecen ya a tal o cual clase social, sino simplemente a la condición de hombre” (Domingo F. Sarmiento).

Fuente: Infobae

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