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Espías hurgando en su vida, tensión y reuniones secretas: la historia detrás de las lágrimas de Máxima el día de su boda

Máxima Zorreguieta y Guillermo de Orange se casaron el 2 de febrero de 2002. Llevaban tres años juntos y el pueblo holandés se había enamorado de la sonrisa y la naturalidad de la argentina. Pero el Parlamento estuvo a punto de no aprobar la boda y la novia fue sometida durante meses a una exhaustiva investigación por orden de la Reina

ESPECTÁCULO 02/02/2021 Ana COHEN Ana COHEN

Una imagen resumirá para siempre la boda real de Máxima Zorreguieta y Guillermo Alejandro de Holanda, de la que hoy se cumplen 19 años. Frente al altar de la Nieuwe Kerk de Amsterdam y sin soltarle la mano a quien está a punto de convertirse en su marido, la princesa argentina llora lágrimas lentas mientras suena “Adiós Nonino”, el tango preferido de su padre.

El tema que Astor Piazzolla compuso como un homenaje al morir el suyo cobra en ese momento otro significado: aunque Jorge Zorreguieta estuviera entonces vivo, Máxima se estaba casando como una huérfana. Ni siquiera su madre participa de la ceremonia. El mundo entiende que la novia llora su ausencia. Está vestida como la protagonista de un cuento de hadas moderno, pero el precio de su felicidad es alto y eso se hace evidente cuando saca de la manga de su Valentino el pañuelito blanco con el que se seca la cara. No parece importarle demasiado ocultarlo, aunque se le corra el maquillaje. El pueblo holandés, conmovido, se enamora definitivamente de esa joven que le aporta una emocionalidad real a la realeza: se transforma ipso facto en la figura más querida de los Orange-Nassau y eleva con ella la popularidad de la monarquía holandesa. Todavía se oye el bandoneón cuando, como si lo supiera, la sonrisa amplia que con los años se volvió su sello personal, asoma luminosa entre las lágrimas.

   Antes del cruce de anillos, el pastor Ter Linder, junto al cura argentino Rafael Braun (que tradujo al castellano las palabras de aquél), usó los interrogantes del Libro de Rut de las Sagradas escrituras para recordarles a los novios sus dudas. A Máxima, si tenía que tomar esa decisión: vivir en un país, pueblo, cultura, historia diferente. A Guillermo, si tenía derecho de pedirle a Máxima a todo eso (Shuttersotck)

Aunque aquel 2 de febrero de 2002 Máxima estuvo rodeada por sus hermanos y sus amigas de toda la vida, Jorge Zorreguieta y María del Carmen Cerruti Carricart siguieron el casamiento de su hija por televisión desde un hotel en Londres. Era difícil no pensar en ellos ante las palabras del pastor Carel Ter Linder, que celebró la boda: “Querida Máxima, habrás tenido momentos en los que te preguntaste: ‘¿Tengo que hacer esto? ¿Tengo que ir con él a otro país tan lejano? ¿a un país distinto, a un pueblo distinto, con otra historia, otra identidad, otra cultura?’ Seguro que a veces habrás escuchado voces interiores que te decían: ‘Regresa, hija mía, regresa a tu pueblo’”.

 Si un momento marcaba como ningún otro el costo del camino que había elegido junto a Guillermo, era la hora definitiva en la que tuvo que pedirle a su propio padre que no fuera a su casamiento. Esa había sido la condición para que el Parlamento holandés aprobara el matrimonio del príncipe heredero con la hija de un funcionario de la dictadura argentina, y ella tuvo que ocuparse personalmente de resolverlo. Fue después de arduas negociaciones y de meses en que no sólo el pasado de su padre y su posible participación en los crímenes del gobierno de facto habían sido sometidos a una exhaustiva investigación: también la vida privada de la futura princesa estuvo bajo la lupa por orden de la reina Beatriz.

 Aunque Máxima le cayó bien a la reina Beatriz, la soberna dudó sobre la nueva novia de su heredero: era plebeya, latinoamericana, vivía en Estados Unidos y no hablaba una palabra en holandés. “¿No podrías haber elegido algo más fácil?”, le preguntó a su hijo. Pero Guillermo estaba decidido (EFE)

Detrás del pretendido cuento de hadas y de la “maximanía” que las multitudes ya saludaban en las calles teñidas de naranja, subyacía una trama de espías y renunciamientos que Máxima toleró con tanta altura que terminó por volverla todavía más carismática.

Su historia con Guillermo había comenzado tres años antes, en 1999, en la Feria de Sevilla. Fue su ex compañera en el colegio Northlands Cynthia Kaufmann, que había conocido al príncipe en la Maratón de Boston, quien hizo de celestina. La leyenda dice que la primera vez que se vieron, él la sacó a bailar y ella le dijo: “You are made of wood” (“Sos de madera”). También que para él fue amor a primera vista: no tardó en mandarle a su madre, la exigente Beatriz, una foto de la economista argentina –que entonces trabajaba como vicepresidenta de ventas institucionales del Deutsche Bank en Nueva York– con la leyenda “es ella”.

La primera foto oficial en el Palacio de Amsterdam junto a la reina Beatriz y el príncipe Claus. De su lado, sus padres no pudieron estar presentes (AFP) 

La reina siempre había influido en la vida sentimental de su hijo e incluso había echado del palacio a su novia anterior, la azafata Emilie Bremers, por no considerarla apta para convertirse en consorte de su heredero. Bremers era hija de un dentista que se había mudado a Bélgica para evadir impuestos; eso le dio una excusa a Beatriz, a quien nunca le había cerrado su perfil. Al principio, aunque Máxima le cayó bien, tampoco le pareció tan buena idea: era plebeya, latinoamericana, vivía en Estados Unidos y no hablaba una palabra en holandés. “¿No podrías haber elegido algo más fácil?”, le preguntó a su hijo. Pero Guillermo estaba decidido. Viajaba a Nueva York, la llamaba, le mandaba regalos. Cuando la relación se consolidó, la argentina fue trasladada a Bruselas como representante del banco ante la Unión Europea. Fue una movida estratégica. La prensa tendría las primeras noticias sobre la pareja a fines de agosto de 1999, cuando llevaban cinco meses juntos. Pronto, Máxima conoció a sus futuros suegros en el palacio de Huis ten Bosch. El príncipe también conocería a la familia Zorreguieta en Villa La Angostura, en la Patagonia argentina, un destino al que, como buenos amantes de los deportes de invierno, regresarían cada temporada. De hecho, fue en una pista de patinaje sobre hielo donde él le propuso casamiento el 19 de enero de 2001, pero antes de eso tuvieron que superar varias pruebas.

El saludo desde el balcón del Palacio real. Máxima lució una tiara de la Casa Orange de Sofía de Wurttemberg, primera mujer del rey Guillermo III, y los aros de diamantes en forma de lágrima que usó la reina Beatriz en su boda (Shutterstock)

Cuando a comienzos de 2000, Máxima pasó sus vacaciones cerca de la familia real, en la India, comenzaron las tensiones. Mientras el primer ministro holandés Wim Kok admitía públicamente que la relación “de amistad” existía, grupos de Derechos Humanos denunciaron la participación de Jorge Zorreguieta en la dictadura argentina que tomó el poder después del golpe del 24 de marzo de 1976. El padre de la novia había sido, sucesivamente, subsecretario y secretario de Agricultura, Ganadería y Pesca, una de las áreas con mayor presupuesto del gobierno de facto. La foto del dictador Jorge Rafael Videla tomándole juramento apareció en la portada de todos los diarios de los Países Bajos. Era un escándalo, sobre todo en un país tradicionalmente comprometido con la defensa de los Derechos Humanos, que además había recibido a muchos exiliados argentinos durante los años de plomo.

 Como Holanda es una monarquía parlamentaria, es el Parlamento el que debe aprobar el casamiento del príncipe heredero. Y con ese antecedente, no era difícil anticipar que la pareja no conseguiría el visto bueno oficial. Si tener un padre evasor, como el de Emilie Bremers, ya era una mancha para cualquier aspirante, las chances de Máxima no parecían mejores, salvo por un detalle: esta vez, el príncipe estaba absolutamente determinado a seguir su corazón y ya había hecho saber a su familia que, de ser necesario, estaba dispuesto a renunciar al trono.

Máxima en la famosa "carroza de oro" que se usaba para los grandes eventos de la casa real holandesa (Shuttersock)

El primer ministro Kok se convenció de que el deseo de Guillermo podría derivar en una crisis institucional de consecuencias insospechadas para la corona, y le asignó a la cuestión dimensión de asunto de Estado. Convocó al historiador especialista en América Latina Michiel Baud y le encargó una investigación confidencial sobre la actuación de Jorge Zorreguieta en los crímenes del régimen militar. Lo central era saber hasta qué punto estaba involucrado en la desaparición de personas. “Solo tiene cuatro meses y no puede comentarle esto a nadie”, le dijo el premier a Baud, según relata una crónica de la época. Kok repetía la fórmula usada muchos años antes, cuando un escándalo de ribetes similares amenazó el compromiso de la reina Beatriz. Al anunciar su casamiento con el alemán Claus von Amsberg, trascendió que había sido soldado nazi. Por entonces, también se designó una comisión de historiadores para analizar el pasado del novio. Solo una vez que los expertos determinaron que no había cometido ningún crimen ni era responsable de actos antisemitas, se llevó a cabo la boda con quien pronto se convertiría en el padre de Guillermo.

  La familia de Máxima a pleno junto a sus padres Jorge Zorreguieta y María del Carmen Cerruti Carricart 

Baud entregó el dictamen en tiempo y forma, pero fue lapidario: si bien no había pruebas de la participación de Jorge Zorreguieta en ningún crimen, era imposible que un funcionario de su rango desconociera lo que ocurría en el país en esos años. Kok tuvo entonces la certeza de que el Parlamento holandés no iba a aprobar la boda real, a menos que se le ofreciera algo como compensación. La moneda de cambio fue fijada por el propio primer ministro: el padre de la novia no podría asistir al casamiento.

El informe llegó el mismo día en que Guillermo le pidió formalmente la mano a Máxima mientras patinaban sobre hielo: ella sí había superado una incisiva investigación sobre su pasado. Es que el escándalo en otra casa real cercana había encendido las alarmas de la Reina. El príncipe heredero Haakon de Noruega acababa de comprometerse con Mette-Marit, una madre soltera con un historial de drogas y filtraciones de videos sexuales, que además había pasado por un reality buscando novio y cuyo ex –el padre de su hijo– era un traficante que estaba preso y había hecho fuertes declaraciones desde la cárcel en cuanto supo que Mette-Marit iba a casarse con Haakon.

El primer beso frente al pueblo holandés que vitoreaba a los novios (Shutterstock) 

Se dijo que Beatriz le encargó la misión de hurgar en la intimidad de Máxima a servicios de inteligencia extranjeros e investigadores privados que revisaron su vida en Nueva York, Buenos Aires, la Patagonia y Bélgica. No quería sorpresas en forma de fotos, videos o ex amantes polémicos al estilo noruego.

También la prensa buscaba con avidez alguna historia oculta para revelar sobre la futura princesa argentina. No la encontró. Solo apareció el video de una fiesta de casamiento en la que se la ve alegre, fumando, y tal vez con alguna copa de más. Un canal holandés se lo compró a un amigo de Buenos Aires con la idea de generar algún revuelo. “Pero su efecto fue fantástico. A la gente le encantó que la futura reina fuera capaz de divertirse en una fiesta como una persona normal”, dijo por entonces un periodista local. La “maximanía” era un hecho, los holandeses la adoraban precisamente por su simpatía y su naturalidad. El informe secreto del Palacio Real fue concluyente: no había antecedentes personales en la vida de Máxima que pusieran en riesgo el casamiento. Ante ese panorama, sólo quedaba por delante encarar la negociación con su padre.

 El primer ministro Kok envió entonces al ex canciller Max van der Stoel y al profesor Baud a un encuentro secreto con Jorge Zorreguieta en Nueva York para discutir su ausencia en la boda. La reunión, en un hotel cercano al Central Park, empezó de modo cordial, pero concluyó abruptamente cuando el padre de la novia aseguró que hasta 1984 no había tenido idea de lo que ocurría en el país. Claro que Zorreguieta no habló de desapariciones, sino de “excesos”. Para los holandeses, esa postura fue inaceptable. Hubo otro encuentro, con nuevos emisarios, en Bariloche: también fracasó. El “señor Z”, como era llamado en Holanda, insistía en que se estaba cometiendo una injusticia con él y se negaba a ceder el rol de padrino en el casamiento de su hija.

 La popularidad de Máxima creció tanto que, diez años después de las investigaciones y de la boda, en 2011, el mismo Parlamento que estuvo a punto de impedir la boda, votó para que pudiera ser reina consorte cuando Guillermo fuera coronado (AFP)

El último cónclave, en San Pablo, veinte días antes del anuncio del compromiso, parecía destinado a correr la misma suerte. Los dos enviados de La Haya salieron de la suite frustrados: Zorreguieta no perdía la esperanza de ir a la boda y pidió hablar a solas con su hija y el príncipe. Durante la hora que duró la charla que iba a definir el resto de sus vidas, hubo argumentos y hubo lágrimas, pero sobre todo, hubo una verdad tan dolorosa como incontrastable que tuvo que pronunciar Máxima: “Papá, vos no podés venir”. Zorreguieta comprendió finalmente que no había nada por hacer, salvo evitar que su hija pagara un costo todavía más alto por una decisión tan irreversible como el pasado. Entonces la abrazó, salió del cuarto y le dijo a los emisarios holandeses: “¿Dónde tengo que firmar?”. En solidaridad con su marido, la madre de Máxima, María del Carmen Cerruti Carricart, tampoco asistiría a la boda real. Su hija se casaría con el príncipe heredero, que no tendría que resignar la corona a favor de su hermano, Johan Friso, pero ellos no iban a estar ahí para celebrarlo con ella.

 Máxima. Guillermo y sus tres hijas en 2019 durante la visita a la feria de Sevilla donde se enamoraron hace 20 años (Grosby Group)

El 30 de marzo de 2001, la Reina Beatriz anunció oficialmente por televisión el compromiso de Guillermo Alejandro con Máxima Zorreguieta. “Es un hombre bueno que actuó en el gobierno equivocado”, dijo ella sobre su padre, en un holandés fluido con el que sorprendió a la audiencia. El público desconocía la magnitud del sacrificio que había detrás de esa declaración estudiada, pero la quiso inmediatamente por esa voluntad para adaptarse al idioma y las costumbres del país.

La popularidad de Máxima creció tanto que, diez años después, en 2011, el mismo Parlamento que estuvo a punto de impedir la boda, votó para que pudiera ser reina consorte cuando Guillermo fuera coronado.

“Era evidente que mi padre no vendría –dijo al convertirse en reina, el 30 de abril de 2013–. Se cerraron acuerdos y este es un evento constitucional donde mi marido se convertirá en rey y mi padre no tiene que estar. Naturalmente la decisión es bastante dolorosa. Pero debo reconocer que duele mucho menos que la del casamiento”.

Fuente: Infobae

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