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Se frena el ajuste, pero igual no alcanza para todos

POLÍTICA 20/06/2021 Enrique SZEWACH
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El gobierno del presidente Alberto Fernández arrancó su gestión económica tratando de consolidar el ajuste fiscal heredado del gobierno del presidente Mauricio Macri. Por el lado de los ingresos, aumentó principalmente los impuestos a la exportación y, por el lado del gasto, recalculó la fórmula de la movilidad jubilatoria. La idea era mostrar cierta prolijidad fiscal, de manera de poder encarar la renegociación de la deuda ante acreedores privados y el FMI, rápidamente, y aliviar, entonces, el problema más complejo que enfrentaba, lo que muchos llaman “la restricción externa” (ya le expliqué que en la Argentina dólares sobran, pero le faltan al gobierno).

Pero la “gripecita” que no iba a llegar se convirtió en la primera ola del COVID-19, y este supuesto plan se diluyó al poco tiempo de nacer.


Por supuesto que no había más remedio que abandonar el ajuste fiscal, en el marco de la ayuda a la economía confinada, pero no es menos cierto que la dosis de mala praxis económica no fue menor.

En el frente externo, se intentó “reformar las finanzas globales”, se demoró más de la cuenta el arreglo con privados y no se quiso acordar previa o simultáneamente un programa con el FMI. Se perdió tiempo y no se logró reducir el riesgo país y reabrir el mercado de capitales. Por el contrario, los precios de los nuevos bonos convergieron a una situación implícita de default y todavía estamos sin negociar con el Fondo.

En el frente interno, se impuso la idea de que “la emisión no genera inflación”, obnubilados por el aumento transitorio de la demanda de dinero ante la incertidumbre de la pandemia y los confinamientos. Se manejó irresponsablemente el gasto, aún reconociendo, insisto, que la pandemia obligaba a incrementarlo y a financiarlo con el Banco Central.

Entre las fantasías académicas de innovar en la reprogramación de la deuda y el desorden monetario, la convivencia con el problema sanitario nos llevó, sin escalas, a la crisis macroeconómica desatada en el tercer trimestre del año pasado. Crisis que no escaló más gracias a que las modificaciones en la política cambiaria permitieron frenar ante el abismo del dólar de 200 pesos. Pero sin haber escalado, la “resaca” de la crisis dejó al Banco Central sin reservas y a los precios internos viajando al 4% mensual.

En ese contexto, llegó el alivio de la super soja para despejar el frente externo permitiendo que el Banco Central recuperara reservas netas. Mientras tanto, el Ministro de Economía retomaba un esquema de ajuste fiscal combinando más ingresos impositivos (más recaudación de los impuestos a la exportación, el impuesto a la riqueza, la contra reforma en el impuesto a las ganancias, y el impuesto inflacionario que mejora la base imponible del IVA y del impuesto a las transacciones financieras). Y menor gasto, por la licuación inflacionaria de jubilaciones y salarios públicos. El ajuste fiscal permitió un manejo de corto plazo más austero en materia monetaria, aunque a costa de seguir aumentando la deuda remunerada del Banco Central, que se suma a la nueva deuda de la Tesorería para financiar el déficit total.

En síntesis, hasta aquí. En los primeros cinco meses del 2021, se retomó el abandonado ajuste fiscal, fundamentalmente por más ingresos impositivos y por la mayor recaudación del impuesto inflacionario, mientras la mejora de los precios de exportación redujo el problema de las reservas netas del Banco Central, aunque los pasivos de su balance siguen aumentando peligrosamente.

Pero este tipo de ajuste fiscal, en el marco de un contexto político con mucho ruido “hacia adentro” de las principales coaliciones políticas, con la segunda ola a pleno y con pocas vacunas resulta claramente recesivo e impopular. La economía crece “estadísticamente” (se compara con el piso de la actividad del segundo trimestre del año pasado) pero el crecimiento genuino está muy cerca de cero y los ingresos reales de la población, en promedio, siguen cayendo. Y aquí, entonces, es “dónde mueren los ajustes”. Hay que ganar la elección, de manera que hay que mejorarle la situación, al menos a los votantes del núcleo duro del conurbano bonaerense y no hacer enojar todavía más a los votantes de la clase media. Por lo tanto, hay que mantener el cuasi congelamiento de los precios de los servicios públicos. Generar algún beneficio en el impuesto a las ganancias para los asalariados formales de altos ingresos. Arreglos salariales “nuevos” más cercanos a la inflación esperada, reapertura de los cerrados y compensaciones a los asalariados y jubilados de la base de la pirámide.

Control de precios y cepos a la exportación de bienes sensibles. Uso de las escasas reservas ganadas para defender el atraso cambiario y dar alguna sensación de bienestar. Más gasto público concentrado en ciertas regiones y personas, etc. Y sobre ello, los gastos Covid de la segunda ola y el efecto de los confinamientos parciales en actividad, empleo y salarios.

Obviamente, este “programa” resulta incompatible con un acuerdo serio con el FMI. De manera que no habrá acuerdo. Si hay alguna alternativa intermedia, que evite el default explícito con el Club de París, no se sabe.

A su vez, este plan se encuentra ante una situación muy particular. Sin ahorros para gastar, sin capacidad de endeudamiento externo, con supercepo que frena el ingreso de capitales, estamos frente a un “circuito cerrado”. Para mejorar la condición de algunos votantes, hay que empeorar la condición de otros. Pero sucede que el oficialismo necesita ganar las elecciones de una manera que le permita seguir consolidando una reforma constitucional de facto, sin que el Congreso o el Poder Judicial la frene. Ello obliga a repartir lo que no tiene.

El oficialismo nunca entendió que no puede repetir la experiencia 2012-2015, apostando a que ahora sí “la gente se dio cuenta que la habían engañado” y votará bien. Los stocks que agotó en ese período ya no están, y con los flujos no le alcanza para todos.

Sin stocks, concentrará el “desajuste” en los próximos meses y seguirá insistiendo con más dosis de estatismo, y con más distorsiones de todo tipo, al menos mientras la situación internacional, permita, otra vez, eludir el abismo.

Fuente: Infobae

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