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¿Cuándo fue que perdimos el futuro?

OPINIÓN 17/07/2021 Cristina PÉREZ
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La Argentina fue alguna vez una tierra de promesas. Las oleadas de inmigrantes que llegaron a principios de siglo XX, llegaban en busca de lo mismo que hace partir a muchos compatriotas: un horizonte. ¿Cuándo se nos escapó el futuro? Esa certeza de que el hijo podía estar mejor que el padre si se esforzaba, que caracterizó el sueño de la movilidad social de las clases medias, parece haberse hecho añicos del todo. Ahora son los propios padres los que lo reconocen e instan a sus hijos a hacer las valijas, o los que se van pensando en ellos.

“Todo lo que tengo es un departamento en Villa Crespo. Le dejo esto a mi hijo o le dejo un país”, fue una de las frases más dramáticas que escuché de un argentino que dejó Argentina para radicarse en otro país, el que quería dejarle a su hijo.


“Preparé a mis hijos para que se vayan. Uno ya lo entendió, al otro lo estoy convenciendo porque es más apegado”, escuché el otro día. No era una madre simplemente pragmática, porque también había desgarro en la expresión. La frustración de los padres por no poder darles un futuro en la propia tierra deriva en que elijan muchas veces el sacrificio de la distancia con tal de que sus hijos puedan encontrar esa llave que parece haberse perdido hace demasiado tiempo aquí: la del progreso.

Hace unos días escuché una descripción descarnada por parte de un colega del extranjero: “Argentina se ve a la distancia como un limbo demodé, anacrónico y enfermizo”. Sin entrar a las explicaciones teológicas de qué es el limbo, sentí que se refería a que somos un lugar en suspenso, quedado en el tiempo, sumido en discusiones, por momentos, preconstitucionales, y lo peor de todo, que no hacemos nada para solucionar nuestros problemas, como si estuviéramos pegados a la decadencia, empecinados en seguir haciendo las cosas igual, aunque tengan el mismo resultado nefasto. Podría caer en la tentación de no hablar en plural, de culpar al gobierno de turno o al anterior, de protegerme en el cinismo o en el derrotismo, dos deportes nacionales muy practicados, o simplemente acusar a los Estados Unidos. Pero eso sería inútil.

Hay otra característica que notan los argentinos emigrados de oleadas anteriores. “En Miami antes se venía por una oportunidad, ahora los argentinos que llegan lo hacen por desesperación”, dice un compatriota desde el sur de la Florida. “Aquí en Barcelona cada vez hay más millenials argentinos en las calles que se vinieron a probar suerte, y son muchos”, advierte otro compatriota desde la metrópoli catalana. Los jóvenes y los desesperados. Los que no quieren quedarse sin el futuro generacional que les corresponde y los que directamente se quedaron sin presente.


¿Es que la Argentina no puede progresar o no quiere progresar? ¿Para qué gobiernan los que nos gobiernan?

El actual gobierno, no sólo no puede contestarle al Fondo Monetario Internacional cuál es su plan económico, tampoco puede contestárselo a los argentinos. Más que un plan de futuro parecen tener un plan de poder que deja a los argentinos más impotentes. Un plan de poder en el que vale todo cuando lo hacen ellos y al enemigo, ni la ley. La pobreza llega a niveles inmorales y la única solución que ofrecen es poner cepos que no tienen resultados y sólo sirven para bravuconadas ideológicas. No hay ni un atisbo de salida productiva real y sólo un Estado que parece una aspiradora de lo poco que queda en pie de la actividad privada para hacer asistencialismo entre los pobres que crean en vez de promover el trabajo.

Argentina no puede ofrecer certeza ni del valor de los alimentos de un mes para el otro. Más que economía parecemos una deseconomía. Hoy por hoy, nuestro país está sumido en una tensión sistémica. La certeza de qué sistema nos gobierna llega por ahora a las próximas elecciones. Así de dramático. Estamos entre un oficialismo que si lograra las bancas necesarias terminaría con la división de poderes, es decir, con la república, y una oposición que debe dar pruebas de madurez, pero también de firmeza y no olvidar que está en juego la constitución en su afán de centrismo, corrección política y supuesta moderación.

El futuro que anhelan los que compran un pasaje sólo de ida también podría estar acá, pero es muy difícil proyectarse hacia ese futuro si las propias reglas de nuestra convivencia son asediadas desde adentro.

Ese es el limbo en el que estamos atrapados: democracia republicana o algo que todavía no tiene nombre, pero que puede perfilarse. Si el Gobierno elige como aliados a China, Rusia, Cuba, Irán o Venezuela, difícilmente quiera parecerse a Alemania, Noruega o Estados Unidos, que por cierto, son democracias.

*Editorial de Cristina Pérez en “Confesiones en la noche” - Radio Mitre

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