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El ministro de Finanzas de Boris Johnson consolida su posición como sucesor

INTERNACIONALES 05/08/2021 Eva MILLÁN
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Cuando el Gobierno británico anuncie este jueves la actualización del sistema que rige sobre los viajes al extranjero, en Downing Street habrá un político especialmente satisfecho. Rishi Sunak, el segundo ministro de Finanzas más joven de la historia del Reino Unido y uno de los halcones a favor de la reapertura en la Administración de Boris Johnson, había sido uno de los cabecillas en contra de endurecer la lista, una oposición que lo llevó incluso a emprender la inusitada maniobra de escribir formalmente al primer ministro. La misiva, convenientemente filtrada al dominical The Sunday Times, dejaba claro dónde se sitúa Sunak en el contencioso sobre la relajación de las restricciones del coronavirus y confirmaba, ante todo, que el favorito para suceder a Johnson al frente del Partido Conservador está preparado para escribir su propia historia.


Desconocido para el gran público hace tan solo 18 meses, resulta difícil imaginar que el premier hubiese previsto su meteórico ascenso, cuando en febrero del año pasado lo nombró para el segundo puesto más importante del Ejecutivo. Sin experiencia al frente de un ministerio y con apenas un lustro como diputado en Westminster, a Sunak se lo consideró una marioneta cuyos hilos serían movidos desde el Número 10, después de que su predecesor, Sajid Javid, dimitiese por lo que había denunciado como un “inaceptable” intento de injerencia por parte de los asesores de Johnson.


El joven Sunak semejaba el candidato ideal: aparentemente dócil, procedente de una familia (sus abuelos) emigrada de la India, lo que le daba a un Gobierno dominado por hombres de raza blanca el siempre bienvenido plus de inclusión y con unos atributos de pulcritud y atención al detalle que compensaban la exuberante personalidad de su jefe. Tras la fachada de gentileza y maleabilidad, sin embargo, el ministro ha revelado una astuta habilidad para ir asentando los cimientos de sus ambiciones sucesorias, sin provocar por ello suspicacias de deslealtad, o disparar la desconfianza de su vecino.

Paradójicamente, la pandemia ha constituido su plataforma al estrellato, si bien solo el tiempo dirá si su notoria ofensiva a favor de la reapertura es una apuesta ganadora. La comisión de investigación anunciada a partir de primavera promete depurar responsabilidades y es difícil que ningún miembro del Ejecutivo británico duerma tranquilo ante las evidencias que pueda arrojar. Por ahora, no obstante, el fenómeno que amenaza con malbaratar el legado de Johnson ha brindado a Sunak la oportunidad de demostrar sus credenciales. Su rápida intervención con el proyecto de los ERTEs, antes incluso del primer confinamiento, suscitó elogios hasta de los aguerridos sindicatos británicos y los sucesivos paquetes de ayuda a las empresas, especialmente a la castigada industria hostelera, le han generado una popularidad que ha sabido complementar con una pulida campaña de imagen, gracias a su dominio de las redes sociales.

Como consecuencia, ya sea por mérito propio, o falta de otra alternativa viable, el inquilino del Número 11 se ha consolidado como la apuesta de futuro del Partido Conservador. Un estudio de ConservativeHome, la biblia tory, revelaba esta semana un índice de aprobación entre los militantes de un 74 por ciento, suficiente para turbar a Johnson. El grado de satisfacción con el premier, por el contrario, ha caído 36 puntos y apenas supera el 3 por ciento, una brecha que, de no lograr aplacar, amenaza con reinstaurar en Downing Street la pugna habitual entre los polos magnéticos del Gobierno: la rama ejecutiva y la financiera.


 

Austeridad y recorte


El delicado equilibrio depende ahora de hasta dónde está dispuesto a llegar Sunak para defender las prioridades de su departamento y qué daño se atreverá a aceptar en su popularidad cuando le toquen las difíciles decisiones que aguardan a una economía con un déficit sin precedentes en tiempos de paz. Hasta ahora, había sido la cara amable, el político que, en cada comparecencia, tenía una buena noticia para el afligido electorado, pero el ministro no puede comprar más tiempo.

Este otoño, le espera un desafío especialmente arduo con la denominada revisión de gasto, la hoja de ruta que marcará la estrategia del Gobierno para los próximos años. El conflicto con Johnson es inevitable, puesto que los términos austeridad y recorte no forman parte del vocabulario del primer ministro, pero ambos serán necesarios para restablecer la salud de un erario pulverizado por la pandemia y promesas electorales insostenibles en el tiempo.

Será entonces cuando Sunak tendrá que demostrar si vive en él el espíritu de los antiguos inquilinos del Número 11 que se atrevieron a disputar las ansias de desembolso de su vecino. A su favor, se ha convertido en uno de los intocables del Ejecutivo, lo que le ofrece un margen de maniobra mayor, pero esta flexibilidad no lo eximirá de la travesía por las procelosas aguas que marcan la división entre responsabilidad fiscal y ajustes tóxicos en las urnas.

Fuente: El País

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