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Agustín Rossi y una reivindicación de la política

OPINIÓN 08/08/2021 Coni CHEREP*
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Dicho por este escriba parece una ironía, pero no lo es. Hace años que no tengo dialogo con Agustín Rossi, ni me siento identificado con él en su paso por la gestión pública. Sin embargo, en esta fase de la historia, y en este recóndito lugar del mundo que es la Provincia de Santa Fe, su actitud – ahora zamarreada por algunos que hasta hace poco lo reivindicaban- es un gesto grande de reivindicación de la política. Y no hay muchos gestos, por no decir que no hay, en la practica política argentina, que merezcan el aplauso.

El tipo se plantó ante una situación que se avizora grave: Un hombre pretende llevarse puesta a la institucionalidad santafesina. No trepida en jugar con los más perversos y sucios mecanismos de la extorsión política para desafiar a propios y extraños. Ese mismo hombre llegó al poder público en Santa Fe de la mano de ( y con los votos de) el propio Rossi, y un grupo importante de dirigentes del peronismo vernáculo, que me consta, se taparon la nariz para meter la boleta que lo proponía como gobernador. Ellos se asumen como responsables de haber puesto a Perotti al mando de los destinos de la provincia, y por eso también asumen la responsabilidad de ponerle un freno.


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Sin embargo el rafaelino creyó- aunque su triunfo haya sido pírrico- que el asunto era plenamente suyo, y desde entonces todo lo público pasó a ser un asunto personal. Y desde la manifiesta actitud de creerse El Principe, avanzó con la desmesurada idea de llevarse a todos puestos, empezando, claro, por la oposición.

El gobernador arrancó descalificando en el propio discurso de asunción a su antecesor, Miguel Lifschitz. Lo ubicó en la mira del rifle durante un año, acusándolo de mentiras que , los números, las auditorias y todas las investigaciones judiciales se encargaron de negar. Aún así, encargó a su socio principal en la gestión- el espía (poco) profesional Marcelo Saín- de instalar la idea de que iban por «los socialistas y sus vínculos con el delito».

Saín, con la ayuda imprescindible de algunos fiscales y de un grupo de periodistas notoriamente financiados por el Ministro avanzaron sobre la figura de Armando Traferri, el senador de San Lorenzo. Lo acusaron y lo acusan, de haber manejado el juego ilegal en la Provincia. Lo acusan de ser «el socio de Peiti» en el negocio. Pero nunca probaron NADA. Se limitaron a decir que tenían audios que lo involucraban, y sólo consiguieron uno en el que un asesor fallecido de Traferri, decía que el senador «Se iba a reunir con Peiti». Lo demás, son presuntas coincidencias de cercanía física de las celdas de los teléfonos celulares del senador y el auto imputado Peiti. Nunca probaron reuniones, nunca obtuvieron material suficiente como para mostrar «in fraganti» a Traferri en la comisión de ningún delito. Pero Saín y Perotti avanzaron pidiendo la quita de fueros, mientras los fiscales propiciaban espectaculares operativos policiales con la idea de sacarlo esposado al lesgilador de algún edificio público.

La legislatura, los senadores, le dijeron que no al desafuero. Les pidieron más pruebas. Y lo que recibieron fueron descalificaciones y acusaciones de «proteger a los delincuentes». Nunca probaron que Traferri lo fuera. Pero lo daban por sentado. El senado se defendió. Y el gobernador fue por el incendio de la legislatura, antes que por la verdad.

En un año y medio de gestión, y aún con la «excusa» de la Pandemia y la facilidad para manejar a discreción los fondos públicos, todos los presupuestos elementales cayeron: menos inversión en obra pública, menos plata para docentes, para enfermeros, para médicos, para escuelas, para policías.

Saín, autoimpuesto como un «genio» de la seguridad, dedicó todo su tiempo útil a espiar a adversarios y escuchar los teléfonos de sus propios colegas ministros, de periodistas y de todos aquellos que los molestaban. Así se alejó de la agenda de seguridad, y la situación empeoró de manera notoria: más muertos, más robos y la reaparición de las masacres entre bandas narcos que recuperaron el terreno que habían perdido en los años anteriores con el desmembramiento, la detención y las condenas de los principales jefes.

Todo el esfuerzo de Perotti se fijó en «ahorrar» dinero y meterlo en Plazos Fijos, en destitularizar docentes, en desinvertir en todos los planes sociales que venian integrando a la población- El Abre, el Nueva Oportunidad y el Vuelvo a Estudiar- y no los reemplazó con nada. Anuló presupuestariamente a la política cultural, invirtió menos de lo que tenía en la emergencia sanitaria, y se dedicó a hacer negocios groseros: Mientras «perseguía» al juego ilegal, le «regalaba» por 15 años el juego on line a los casinos de la provincia, sin ley, sin concurso, y sin responder a las tres observaciones que le hizo el Tribunal de Cuentas.

Y siguió con la idea del negocio del plan conectar, un asunto que sólo cuenta con lo que dicen que va a costar, pero que nunca explicaron técnicamente. 100 millones de dólares, gestionados a bajos intereses, pero ningún papel técnico que los justifique.

Y una obsesión con la oposición, de la que nunca consiguió probar nada.

La inesperada muerte del ex gobernador le puso fin a la propaladora de mentiras oficiales, y nunca, jamás, pudieron demostrar nada ilegal o irregular en la gestión del socialista. No hubo disculpas, claro. Ni siquiera post-Morten. Al revés, la muerte del dirigente con mayor respaldo popular de la provincia pareció alimentar las ambiciones del rafaelino que avanzó contra sus propios «compañeros».

Perotti venía con exceso de velocidad, la resistencia de la legislatura no parecía poder detenerlo, y las crisis de los partidos de la oposición- agravados con la muerte de Lifschitz- no parecían advertir la gravedad de lo que sucedía.

El periodismo callado. Por la pauta y por el miedo. Lo mismo con los principales gremios estatales, también callados, en este caso más por la conveniencia y los negocios, que por algún temor.

Los asalariados de la provincia pagaron el ahorro de Walter Agosto. Los jubilados ensancharon los plazos fijos del gobernador.

Y entonces el tiempo electoral y una calma en el oficialismo que «peinaba» al rafaelino Mirabella como candidato del Principe, mientras intentaba ganar imágen haciendo campaña con tarjetas de débito y descuentos escolares en el transporte. Y con las vacunas, claro.

 
Pero a Rossi no lo convenció. Hoy queda más claro que nunca. El Ministro de Defensa, comprendió que si no detenian a Perotti ahora, mañana iba a ser tarde. Y aceptó la candidatura a senador. Y desafió a Perotti, y se resistió a las órdenes desde la propia Casa Rosada para que bajara su candidatura.

Lo de Rossi, con todas las diferencias que se tengan, es un gesto de salvataje para la política santafesina, que viene siendo atropellada por los delirios de realeza de un hombre que todavía no ha dado una sola muestra de perseguir otra cosa que no sea un negocio, detrás de su gestión.

En la ausencia del liderazgo indiscutido de Lifschitz, es Agustín Rossi el que salió a cruzar a Perotti, para detener su proceso de apropiación del Estado. Un proceso que ni siquiera disimula, proponiéndose como suplente de la lista de senadores, procurando fueros y definiendo a la lista que encabeza el senador bielsista ( de Maria Eugenia, no de Marcelo) Marcelo Lewandowski como «mía».

Perotti está convencido de que el estado santafesino le pertenece. Del mismo modo que le pertenece Rafaela, donde los casos del juego ilegal o de abusos sexuales se clausuran y se silencian. Y sueña con hacer propia a la provincia. Y así se lo hizo saber a los intendentes y presidentes comunales que no adhieran a «su lista»: o lo siguen, o se quedan sin recursos. Como si fueran sus recursos personales.

En esta historia, y resignando la comodidad de un Ministerio nacional y del calor protector de los referentes de Buenos Aires, Agustín Rossi salió a demostrar que la política sigue siendo, a veces, la manera en la que las sociedades regulan las ambiciones individuales de los que no entienden de límites.

El 15 de septiembre será la batalla interna en el PJ. Puede que Perotti la gane o la pierda, a eso no lo sabemos. Lo que si sabemos es que en esta instancia, al menos desde el propio peronismo nacieron anticuerpos y una resistencia valiosa a los abusos. Y no hay que dejar de decirlo: Es una decisión de Agustín Rossi, y también de Alejandra Rodenas, la vicegobernadora en uso de licencia. Salieron a ponerle frenos a la locura. Y eso, para el sistema democrático, es un gesto saludable.

*Para Conicherep.com

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