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La vida privada de Alberto Fernández

POLÍTICA 09/08/2021 Ernesto TENEMBAUM
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En 1998 un escándalo sacudió al mundo al conocerse que Bill Clinton, presidente de los Estados Unidos, de 49 años, había mantenido relaciones sexuales con Monica Lewinsky, una pasante de 22 que trabajaba en la Casa Blanca. El poderoso Partido Republicano impulsó un juicio político durante el cual se ventilaron detalles morbosos de aquella relación. La prensa reaccionó de manera voraz. Finalmente, Clinton –que en principio había negado los hechos-- debió admitir que todo era cierto cuando un estudio reveló que uno de los vestidos de Lewinsky conservaba una mancha de semen con su ADN. Sin embargo, Clinton sobrevivió en el cargo. Su matrimonio sigue hasta el día de hoy, y su mujer, Hillary, ocuparía cargos de altísima relevancia en los años posteriores al escándalo. Con el tiempo, el periodismo descubrió que la mayoría de los acusadores habían participado, a su vez, en relaciones sexuales muy controvertidas para quien las analice con una perspectiva conservadora o religiosa.

Las posiciones enfrentadas en aquel escándalo expresaban escalas de valores divergentes, más allá de los obvios intereses políticos. Del lado de los acusadores, se sostenía que la conducta sexual de una persona, y especialmente de una figura pública, debía estar guiada por principios muy precisos y castigada cuando se los transgredía. En algún lugar, la conducta sexual de un presidente se transformaba en una cuestión de Estado. Del lado de los defensores, se esgrimía un argumento muy preciado para el pensamiento occidental: la idea de que la vida sexual pertenece al ámbito privado y no debe ser juzgada por nadie, siempre y cuando se trate de sexo consensuado entre adultos. El problema para Clinton era que entre él y Lewinsky había una diferencia enorme de edad y de poder, y que ella se había quejado. Allí estaba el punto fuerte de la acusación.


En los últimos días, en la Argentina, se intentó reproducir un proceso similar. Repasar los hechos ayuda a entender lo sucedido. Todo empezó hace dos semanas, cuando una cuenta de Twitter reveló la lista de ingresos y egresos a la quinta de Olivos durante los meses más duros de la cuarentena. De esa información, surgía la sospecha de que el Presidente no había respetado la cuarentena que le había impuesto a la población. Para decirlo con más claridad, de esa lista surgen evidencias bastante concretas de que mientras la inmensa mayoría de la población tenía prohibido entrar a un cementerio para despedirse de sus familiares muertos, en la quinta de Olivos se celebró el cumpleaños de la Primera Dama y se realizaban, además, reuniones privadas que no encuadraban dentro de la actividad imprescindible que debe realizar un Presidente. Las explicaciones que ofrecía, y que ha ofrecido hasta el día de hoy, la Casa Rosada son tan frágiles como cuando aclararon que el procurador del Tesoro, Carlos Zanini, y su mujer, habían recibido vacunas porque eran “personal estratégico”.

Sin embargo, en cuestión de pocos días, se empezó a discutir otra cosa: la vida íntima del Presidente. En la misma cuenta de Twitter, se difundió la información de que Sofía Pachi, una de las asistentes a Olivos, había posado en una foto hot en la tapa de la Revista Hombre. El tweet reproducido miles de veces, incluso por periodistas de primera línea –”el escándalo es imparable”, sostenían--, no aclaraba que esa foto tenía una antigüedad de varios años.

En ese contexto, el diputado opositor Fernando Iglesias, que se convertiría en un protagonista central del episodio, twiteó: “Para mí, la señorita iba a ayudarlo a encontrar la perilla para encender la economía”. Otro diputado nacional, Waldo Wolf, le respondió: “Pero ella de rodillas, ¿no?” Iglesias no reprochó la acotación.
El supuesto escándalo creció cuando se supo que la actriz Florencia Peña había visitado al Presidente. A partir de allí, los temas de conversación (hashtag) fueron subiendo de tono. Durante varios días, twiteros de un claro perfil antikirchnerista lograron que #LapeteradelPresidente fuera lo más conversado en el país. Periodistas de primera línea, otra vez, difundían fotos sexies de Peña, otros hablaban de “escándalo sexual” o de “partuzagate”. Ya no se estaba discutiendo solamente la vida sexual del Presidente sino también la de una actriz muy popular.

Peña se quejó por el destrato, en medio de una crisis nerviosa que la obligó a faltar varios días a su programa de televisión. Las redes sociales ardían en su contra. Iglesias negó que aquel tweet original estuviera dirigido a Peña, algo en lo que tal vez tenía razón. Pero luego escaló. Cuando el 1° de agosto, el jefe de Gabinete sostuvo que todas las personas que habían ido a Olivos eran “personal de trabajo”, Iglesias buscó y publicó tres fotos en corpiño de Florencia Peña, Sofía Pachi y Ursula Vargues –otra ex modelo, conductora de radio, que había ido a Olivos—y se preguntó: “Personal de trabajo?” En ese clima, las respuestas fueron las previsibles: “Putas, meretrices, peteras”.

Iglesias no reaccionó ante esas agresiones. Al contrario: escaló nuevamente. Encontró declaraciones muy provocadoras de Florencia Peña, y las difundió en el contexto que se estaba viviendo, . Así, los twiteros que reproducían la consigna “La petera del Presidente” pudieron leer en la cuenta de uno de sus referentes que, tiempo atrás, Peña había dicho: “Yo no soy puta. Soy putísima”. Luego: “Soy petera”. Más adelante, Iglesias celebraba: “Rock fuerte en el puticlub. Jaja. Que fuerte lo del puticlub”, en el mismo momento en que se difundía un meme de la puerta de la Quinta de Olivos con un cartel que decía “puticlub”: el lugar donde van las putas.

Olivos era un prostíbulo.

Si era cierto, era un hecho grave.

Si no lo era, lo grave era que un diputado opositor ensuciara así a un gobierno elegido por el pueblo.
El supuesto escándalo creció cuando se supo que la actriz Florencia Peña había visitado al Presidente. A partir de allí, los temas de conversación (hashtag) fueron subiendo de tono. Durante varios días, twiteros de un claro perfil antikirchnerista lograron que #LapeteradelPresidente fuera lo más conversado en el país. Periodistas de primera línea, otra vez, difundían fotos sexies de Peña, otros hablaban de “escándalo sexual” o de “partuzagate”. Ya no se estaba discutiendo solamente la vida sexual del Presidente sino también la de una actriz muy popular.

Peña se quejó por el destrato, en medio de una crisis nerviosa que la obligó a faltar varios días a su programa de televisión. Las redes sociales ardían en su contra. Iglesias negó que aquel tweet original estuviera dirigido a Peña, algo en lo que tal vez tenía razón. Pero luego escaló. Cuando el 1° de agosto, el jefe de Gabinete sostuvo que todas las personas que habían ido a Olivos eran “personal de trabajo”, Iglesias buscó y publicó tres fotos en corpiño de Florencia Peña, Sofía Pachi y Ursula Vargues –otra ex modelo, conductora de radio, que había ido a Olivos—y se preguntó: “Personal de trabajo?” En ese clima, las respuestas fueron las previsibles: “Putas, meretrices, peteras”.

Iglesias no reaccionó ante esas agresiones. Al contrario: escaló nuevamente. Encontró declaraciones muy provocadoras de Florencia Peña, y las difundió en el contexto que se estaba viviendo, . Así, los twiteros que reproducían la consigna “La petera del Presidente” pudieron leer en la cuenta de uno de sus referentes que, tiempo atrás, Peña había dicho: “Yo no soy puta. Soy putísima”. Luego: “Soy petera”. Más adelante, Iglesias celebraba: “Rock fuerte en el puticlub. Jaja. Que fuerte lo del puticlub”, en el mismo momento en que se difundía un meme de la puerta de la Quinta de Olivos con un cartel que decía “puticlub”: el lugar donde van las putas.

Olivos era un prostíbulo.

Si era cierto, era un hecho grave.

Si no lo era, lo grave era que un diputado opositor ensuciara así a un gobierno elegido por el pueblo.

Fuente: Infobae

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