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¿Contra quién hace la revolución Alberto Fernández, si él está en el poder?

OPINIÓN 11/08/2021 Cristina PÉREZ
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La juventud es la edad del no. Y eso es muy saludable. La personalidad se va poniendo de pie al contradecir a los padres, al status quo, a las normas establecidas. Y esa sensación airada de abrir las alas que no está exenta de inseguridades es parte de eso que llaman crecer y ser uno mismo. Es el tiempo en que por fin se toma las propias decisiones para aventurarnos a la vida. Empezar a ser libres es lo mejor de la juventud. Y la libertad es más, cuantas más sean las opciones para ese camino que se empieza a transitar. Eso es lo que sufren los jóvenes argentinos: no tienen opciones.

¿Qué habrán pensado los que escucharon al presidente dirigirse a ellos? En un mismo discurso afirmó tener un gen revolucionario y estar en contra de los que quieren “hacer la revolución” en su propia coalición. ¿En qué quedamos? ¿De qué revolución habla el Presidente? Su historia lo muestra como un burócrata profesional del Estado que pasó por todas las administraciones de la democracia y que al tener la propia, como primer mandatario, difícilmente se rebela ante la vicepresidenta. Alberto Fernandez es un revolucionario muy raro. Las restricciones pandémicas que justificó ante los jóvenes a quienes les agradeció sus esfuerzos, son las mismas que habría incumplido él según las copiosas entradas a Olivos en la cuarentena dura, para otros. Ya se sabe que los chicos sobre todo entienden con el ejemplo.


La cuestión es que ahora, el Presidente, se acuerda de los jóvenes. Esos de los que con suerte sólo el 50% termina el secundario y esos que suman, entre hombres y mujeres, la mitad de los desocupados del país. Muchos de esos para quienes demoraron inexplicablemente la compra de vacunas porque al gobierno no le cerraba ideológicamente un laboratorio norteamericano. La abrumadora realidad que atraviesan los jóvenes habla por sí sola de demasiado tiempo de desmemoria para con ellos. El fin repentino de la amnesia oficial tal vez pueda encontrarse en que el 20% del padrón está conformado por votantes de entre 16 y 24 años. Son más de 6 millones de jóvenes y no la están pasando bien. Muchos de ellos no se sienten representados por el kirchnerismo que solía contar un apoyo mayoritario de este sector. Hoy el discurso oficial les suena envejecido. “Alberto no es religión como era Cristina- afirma un analista del comportamiento del electorado- Cristina era Gilda para la generación joven que en su momento la siguió y que hoy ya andan por los 40. Nadie se haría hoy un tatuaje de Alberto”, concluye ácido.

Los jóvenes fueron en muchos sentidos los olvidados de la pandemia: sufrieron el encierro sin poder ver a sus amigos en el tiempo en que los amigos son todo, y padecieron el aislamiento de sus ámbitos educativos. Los que terminaban el colegio vivieron como un luto gran parte de su año de egresados que quedará en sus memorias con la amarga nostalgia de un sueño malogrado. Casi todos atravesaron depresión y pérdidas que tendrán consecuencias en su futuro emocional. Que el virus no los tuviera entre su target de alto riesgo no implica que no hayan sufrido.


Pero son muchos los que sufren desde antes de la pandemia. Mucho antes. Los que se caen del sistema porque no les queda otra que salir a trabajar y deben dejar el colegio, los que recluta el delito, los que cautiva el narcotráfico como soldaditos y carne de cañón. A ellos no los mata el virus como moscas pero sí las drogas y la criminalidad precoz. En la actualidad argentina, ni los más sufrientes en la base de la pirámide social ni los más afortunados porque tuvieron mayor contención familiar o sustento económico encuentran hoy en su propio país una tierra de oportunidades. No se trata de falta de autoestima como dice el jefe de gabinete. Es justamente su autoestima, la que los lleva a rebelarse a la mediocridad que se les ofrece, cuando se les pide que se conformen, cuando los retan por pensar en irse al exterior, en vez de entender que quieren progresar y no les están generando condiciones para hacerlo en el país.

Es una buena noticia, que como venimos reclamando en este programa, hayan iniciado un plan para formar como programadores de software a 60 mil chicos para que tengan acceso a un mercado de empleo ávido y floreciente en la economía del conocimiento. También sería importante incluir esta materia en el secundario y no que aparezca sólo como una iniciativa coyuntural de campaña.

“Necesitamos que todos los jóvenes vuelvan a vivir la vida que queremos”, eso les dijo el Presidente. ¿Qué tal si los jóvenes viven la vida que quieren ellos y no la que quiere el Presidente? El problema del Gobierno es que no puede entender que la libertad no la otorga una decisión administrativa, sino que es anterior. Y a las personas hay que tratarlas como sujetos libres incluso cuando hay que formular políticas restrictivas. Eso no pasó ni con los chicos ni con los grandes. Por lo contrario, hubo destratos a la población con retos y dedos acusadores, con verba policial y faltas de respeto, con vacunas VIP y ausencia de ejemplaridad. Ahora no alcanza con hacerse fans del trap como si eso borrara todo lo que pasó. El problema que tiene el Gobierno se da de bruces con el espíritu de la juventud que es el espíritu de la libertad y de intentar hacer su vida para que no se refleje en el fracaso que leen en los ojos de sus padres.

No es extraño que los jóvenes busquen sus nuevos rockstars en la oferta electoral y se sientan seducidos por quienes proponen más libertades. Es que por lo que el Presidente les dice a los jóvenes queda claro que no los entiende. Y que tampoco se hace cargo de haberlos arrojado a un abismo existencial no importa el sector socioeconómico al que pertenezcan. El mito argentino de la gran clase media donde los hijos lograban estar mejor que sus padres fue profanado. Que ellos se rebelen, no es una mala noticia. Ojala escuchen al futuro, el futuro que habla en sus voces.

* Editorial de Cristina Pérez en “Confesiones en la noche” - Radio Mitre

Fuente: Infobae

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