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Dos décadas de cambios: así evolucionó Afganistán tras el derrocamiento de los talibanes

INTERNACIONALES 31/08/2021 Ignacio GALLELLO
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Los talibanes fueron expulsados del poder tras la invasión estadounidense a finales de 2001. Afganistán se encontraba completamente devastado tras más de 20 años de guerra y cinco de un Emirato Islámico fundamentalista y represivo, especialmente con las mujeres y niñas. Ahora, dos décadas después, el país presenta graves carencias que lo sitúan aún como uno de los países menos desarrollados del planeta, según organizaciones que trabajan sobre el terreno. Pese a ello, los avances han sido significativos en algunos aspectos.


Su población casi se ha doblado, la apertura al exterior en 2001 permitió que llegara una lluvia de inversiones y el producto interior bruto (PIB) global y per cápita experimentó un fuerte incremento si se compara con el punto de partida, según los datos del Banco Mundial. Los cambios han sido especialmente notables en sanidad, con la creación de un sistema que amplió la cobertura médica; en educación, con la escolarización de millones de niñas y niños; y en el desarrollo de infraestructuras y servicios, como la ampliación de las redes viarias o las mejoras en el acceso de la población a la energía eléctrica.

 

Salud

El sistema sanitario afgano inició su reconstrucción en 2001, con la creación del Paquete Básico de Salud, basado en la cooperación público-privada. El Ministerio de Sanidad afgano contrataba y delegaba funciones sanitarias en empresas y ONG que se comprometían a desarrollar la asistencia en todo el país. Este método ha demostrado ser eficaz, según un informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS) de 2015. Algunas cifras apuntan en esa dirección.


La mejora es especialmente palpable en lo que se refiere a mortalidad infantil. En 2001, 87 niños morían antes de cumplir un año por cada 1.000 nacidos, y 124 antes de los cinco. El último reporte, de 2018, reduce esas cifras a 46 y 60, respectivamente. La mortalidad maternal, las mujeres que mueren por complicaciones en el parto o posparto, pasó de 1.450 mujeres por cada 100.000 en 2000, a 638 en el último informe de la OMS. Si bien sigue siendo una cifra altísima en comparación con las de los países desarrollados (en España, en 2018, la tasa era de 1,8), la reducción fue del 66%.

La ONG Médicos Sin Fronteras (MSF) lleva en Afganistán desde 1980 y, aunque señala que las estadísticas en un contexto de guerra como el de Afganistán corren el riesgo de no ser completamente rigurosas, admite algunas de las mejoras. José Mas es el Responsable de la unidad de emergencias de la organización. “Se han conseguido muchos avances, pero aún falta para que Afganistán tenga parámetros aceptables”, explica Mas.

Otro indicador que sirve como referencia para explicar la evolución en cobertura sanitaria, es la inmunización contra enfermedades como la polio, que ha subido 51 puntos porcentuales desde 2001 a 2020 (del 24% al 75% de los menores de un año inmunizados). Sin embargo, el desafío es el 25% restante que sigue sin vacunar. “Esto implica que la inmunización no llega a toda la población, es otro de los síntomas de que el sistema de salud es insuficiente”, opina Mas.


El descenso de la cifra de personas sin acceso a medios de higiene básicos (letrinas, alcantarillado, agua potable y jabón) va al compás de la reducción de enfermedades relacionadas con la mala calidad del agua. Las diarreas (una infección que puede resultar mortal en edades tempranas y situaciones de precariedad alimentaria) se redujeron un 43,1% entre 2009 y 2019, según el Instituto de Métricas y Evaluación de la Salud (IMHE por sus siglas en inglés). En ese mismo periodo, la incidencia del sarampión retrocedió un 82,3%.

Educación y empleo femenino


La situación de la mujer en Afganistán durante los cinco años que gobernaron los talibanes entre 1996 y 2001 fue de absoluta discriminación, represión y reclusión. Tenían prohibido estudiar, salir a la calle sin ser acompañadas por un varón y, en general, vivían una situación de constante terror en la que todos los aspectos de sus vidas estaban sometidos a los hombres. A partir de 2001, la situación mejoró, especialmente en las ciudades.


Las mujeres y niñas tuvieron de nuevo acceso a la educación. La escolarización de las menores pasó de un 0% en 2001 a un 77,7% solo dos años después, según los datos recogidos por el Banco Mundial. Es una cifra que no ha parado de crecer hasta el 82,9% de 2018, último dato registrado. David del Campo es director de Cooperación Internacional y Acción Humanitaria de Save the Children, ONG que trabaja en el país asiático desde 1976. “Hay dos motivos que explican ese aumento: la apertura al exterior, que hizo que llegaran muchas organizaciones e inversiones y el cuidado de las estadísticas, que el Banco Mundial empezó a mimar para que se viera que invertir en Afganistán daba frutos”.


La incorporación de la mujer al mercado laboral también despegó sin los talibanes en el poder. Ellas han pasado de representar el 14,9% de la población activa en 2001 al 21,76% en 2019. En esto, la educación también ha sido un factor clave, aunque no solo a nivel formativo. “La mejora en los indicadores educativos se debe también a la incorporación de mujeres al cuerpo de maestros y maestras en Afganistán”, señala Del Campo. En 2018, había alrededor de 120.000 trabajadoras en el sistema educativo, el 25% del total.

 

Infraestructuras y servicios

Afganistán es un país de montañas y valles, que ocupan gran parte de su extensión, y la mayor parte de la población vive en el medio rural. En 2018, solo el 25% de afganos vivía en ciudades. Con la inversión extranjera y la cooperación al desarrollo, la red de carreteras se amplió hasta cubrir casi 50.000 kilómetros, y las redes ferroviarias mejoraron, según el Ministerio de Estadística e Información de Afganistán. La Agencia Española para la Cooperación Internacional y el Desarrollo (Aecid), ejecutó varios proyectos de construcción de carreteras hasta que transfirió todos sus proyectos a las autoridades afganas en 2013.


Esta mejora en infraestructuras también se deja notar en el acceso a la energía eléctrica, en 2002 solo el 6,3% de la población tenía acceso a ella, en 2016 la cobertura llegaba al 84,1%.


Las telecomunicaciones han crecido exponencialmente, un aspecto clave en un país donde los talibanes prohibieron la televisión y la música. Hoy, el panorama es muy diferente, en 2019 había registradas 39,4 millones de líneas de telefonía móvil frente a los 2,1 de 2006. Incluso los dirigentes de la milicia fundamentalista se han pasado a Twitter. Sus portavoces utilizan esa red social para difundir sus comunicados.

 

Una posible catástrofe humana sin “fácil parangón”

Los entrevistados mantienen la cautela con respecto a si, con los talibanes otra vez en el poder, estos cambios se revertirán. “La situación es de incertidumbre, no hay escuelas abiertas, ni universidades, no hay vida ordinaria”, cuenta Del Campo. Afirma que la necesidad ahora pasa por que la presión internacional redefina la relación con los talibanes con “pragmatismo”, para forzarlos a respetar los avances conseguidos en estas dos décadas. Del Campo señala, además, la necesidad de preservar la presencia de maestras en el sistema educativo. “Si les impiden seguir trabajando [a las mujeres], el impacto va a ser muy negativo para los niños y niñas de Afganistán”.

La situación que afronta el país es muy preocupante. Al conflicto hay que sumar una dura sequía, así como una pobreza endémica, agravada por la pandemia del coronavirus. A esto se añade ahora la congelación de fondos internacionales al desarrollo, como la que anunció el pasado miércoles el Banco Mundial en respuesta a los recelos que suscitan los talibanes.

Mas tiene experiencia en lugares de conflicto como Yemen, Siria o República Centroafricana. Sin embargo, esta crisis le parece más grave. “Hay conflictos, y catástrofes que afectan a una región, pero esto afecta a todo el país. Puede alcanzar a millones y millones de personas, no le encuentro fácil parangón”. Cuando EE UU y sus aliados han concluido ya una presencia militar que ha durado 20 años, MSF, al igual que Save the Children y otras ONG, no tiene pensado retirarse de Afganistán: “Si abandonáramos ahora, sería permitir que la gente sucumbiera a todo aquello contra lo que nosotros hemos estado luchando 40 años”.

Fuente: El País

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