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La peor campaña de la historia argentina nos tortura a diario deformando la realidad

INTERNACIONALES 05/09/2021 Jorge GRISPO
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La campaña electoral se ha infectado de fruslería. No se discuten los temas importantes. Se debate si con el peronismo en el poder se “copula” más (en lugar de trabajar y estudiar), como si eso constituyera en sí mismo un tema que nos sacará del fondo del abismo. Se suma el lenguaje soez de la gran mayoría de los candidatos en busca del ansiado voto joven, como si hablar mal les garantizara un voto más. Mientras la peor campaña electoral de nuestra historia avanza, la Ministra de Seguridad se refiere a Suiza como un país aburrido, en una expresión extraviada sobre una de las cinco pandemias que padecemos, la de inseguridad, problema que se cobrar diariamente la vida de muchos argentino, incrementando con ello la indignación de la sociedad.

No debemos olvidar la genuflexión presidencial que vuelve a colocar a nuestro mandatario en el lugar equivocado. Se desgasta innecesariamente en vez de llamarse a un sano silencio. Un presidente que jura en público que no va a “traicionar” a la dueña del poder y los votos, a su hijo, y al presidente de la Cámara de Diputados, abre una incógnita enorme sobre sí mismo, su futuro, y el de la coalición de gobierno. La confesa falta de credibilidad, y el propio desprecio que mostró por el valor de su palabra, lo dejan solo y en ridículo frente a la sociedad.


Interín la peor campaña de la historia argentina nos tortura a diario contrabandeando la realidad, algunos datos duros: hemos superado los 112.500 muertos, los contagiados reales vaya uno a saber. La inflación no cesa. El valor de nuestra moneda es cada vez menor. Mientras se estima que este domingo tendremos entre quince y veinte mil pobres más que el domingo pasado, la política entera está ocupada en los avatares electorales, discutiendo sandeces que nada tienen que ver con el futuro mejor que nunca llega. Nos prometen todo para no cumplir nada.

Un simple dato: según el “Currency Watchlist” (Observatorio de Divisas) que elabora el economista Steve Hanke, profesor de la Universidad Johns Hopkins en Baltimore, Estados Unidos, al 27 de agosto la moneda que más se depreció en términos nominales desde el 1 de enero fue el Bolívar de Venezuela: 98,76 por ciento. Luego le siguen la libra libanesa (-86,76%), el dólar de Zimbabue (-84,47), la libra sudanesa (-80,45), la libra siria (-73,10) y en sexto lugar el peso argentino (-57,69). Argentina se ha convertido en una olla a presión puesta a fuego intenso con cinco pandemias al mismo tiempo (salud, economía, instituciones, seguridad y educación), que calienta el humor social en niveles de los cuáles aún la casta dirigente no quiere enterarse. Pero no tardarán en hacerlo. Es de esperar que la sociedad no implosione porque no podemos darnos el lujo de volver atrás en nuestra historia.

Solo recordemos, hablando de nuestra historia, que el 24 de marzo de 1976 fue un día oscuro donde los comandantes de las tres fuerzas armadas, Videla, Massera y Agosti derrocaron al gobierno constitucional de María Estela Martínez de Perón. Francisco Delich escribió en La metáfora de la sociedad enferma sobre ciertos aspectos que hoy recobran una preocupante actualidad: “La inflación, la violencia de los aparatos clandestinos, las pugnas sociales aparentemente inconciliables: un desorden social tanto más exacerbado cuando mayor apego al orden tiene el observador. Caos para unos, desorden ruidoso para otros, el nuevo régimen prefirió describirlo como enfermedad de la sociedad, como expresión de males antiguos y profundos, perdurables que requerían cambios drásticos allí mismo donde los males tenían origen. Si el diagnóstico de las Fuerzas Armadas hubiese sido distinto, distintas también hubieran sido las soluciones”.

Ya han pasado 45 años desde el golpe militar de 1976, pero como dice la canción de Serrat “tanto rodar y estamos donde lo dejamos”. Nosotros creamos esta bestia, todos hemos contribuido de una u otra manera a la conformación de la calamitosa actualidad que nos toca vivir. En 1983 la ciudadanía expulsó a la dictadura militar, la cual para justificar sus aberrantes hechos definió que nuestra sociedad estaba enferma y era necesario redisciplinarla. Salvo por la democracia ganada, hoy estamos peor que en 1976. Para la política el “vale todo” es la regla, la silla de la ética les resulta incómoda y la corren a un costado para no sentarse en ella. Vemos por ejemplo la vida ostentosa que llevan muchos de nuestros dirigentes políticos y ciertos capos sindicales que conforman un claro contraste con la pobreza extrema en la que viven la mitad de los argentinos. Sumemos las fiestas clandestinas en Olivos y el vacunatorio VIP como ejemplos de nuestra distópica actualidad.

El inconveniente es que al hablar de una sociedad inviable y enferma, de un sistema político gravosamente caro para la población, de una casta política que abusa del poder, no nos estamos haciendo cargo de los problemas. Es como pararnos frente a un espejo y describir a otra persona mientras recorremos nuestra propia fisonomía. Esa dicotomía que se plantea resulta convincente porque nadie se reconoce en el lugar del que está haciendo las cosas mal. El que no cumple con la cuarentena al regresar del extranjero siente que su conducta está amparada en el incumplimiento evidenciado por las imágenes del cumpleaños de la pareja del presidente y su propia confesión. El que evade impuestos argumenta que no tiene por qué sostener a políticos corruptos que se apropian de lo que es de todos. Con solo dos ejemplos podemos entender que el problema lo tenemos todos por igual.


La racionalidad de nuestra sociedad se encuentra atravesada por la discusión del ridículo y lo absurdo, donde todo se rivaliza, incluso la realidad misma. Los que se corrompieron intentan justificar en la persecución política que son ellos las víctimas del Lawfare. Los sindicalistas que viven una vida de lujo y repleta de riquezas y poder, hacen todo lo que tienen que hacer para sostenerse en ese lugar por décadas. Muchos dirigentes políticos parecen jugadores de fútbol profesionales que van cambiando de equipo, ganando dinero con cada pase, al mismo tiempo que abrazan una camiseta distinta con los saltos de bando. No hay una lógica de conductas individuales que reflejen una ética colectiva que respete las instituciones. Desde el Presidente para abajo, violar una norma pareciera ser la regla amoral de los argentinos, esa anomia boba tan bien reflejada por Carlos Nino en su obra Un país la margen de la ley, un título que nos define.

La pandemia institucional que sufrimos provoca que nuestra sociedad esté descompuesta. Esa enfermedad a la que nos vemos sometidos por largas décadas de impericia y fracaso en el manejo de las políticas públicas, de corrupción, de prebendas, de apropiamiento de las cajas del Estado en beneficio de una orga corrupta que, bajo el pretexto de la igualdad social, se hacen cada vez más ricos, dan trabajo a sus parientes, amantes, allegados y partidarios, con sueldos pagados por todos los contribuyentes, son el pus de la enfermedad que se va carcomiendo día tras día el entramado social, expulsando como si fueran excremento, a miles de ciudadanos al día para arrojarlos a las garras de la pobreza. Se hacen ricos contrabandeando políticas públicas que solo generan miseria, grieta y desesperación en la población. El desmanejo de nuestra casta dirigente está canibalizando nuestra sociedad, nos hacen vivir cada día peor, configurando un entramado social tóxico. Cuando nos podamos liberar de la peste del Covid nos quedará una dura batalla como sociedad para liberarnos de las políticas que contrabandean la realidad y nos llevan de fracaso en fracaso.

En la pandemia institucional que contrabandea la realidad, el virus son las “palabras” que se convierten en las “ideologías”, el discurso político de campaña, las mentiras disfrazadas de medias verdades. El tráfico de las ideologías nos genera más incertidumbre dónde deberíamos tener certezas. Donde debería haber orden reina el caos, la improvisación y la política del “vamos viendo” se convierte en el salmo que nos cantan cada mañana. Las imágenes del Olivos Gate no deberían ser olvidadas, al igual que el vacunatorio VIP, los bolsos de López arrojados por las murallas de un convento, o la forma despreocupada que en la Rosadita se contaba el producido de la corrupción. Y no debemos olvidarlas porque son las imágenes de nuestra propia decadencia, de la anomia que padecemos. Son las imágenes de nuestro fracaso. Son las imágenes que nos hacen un país de cuarta en lugar de uno de primera. Y, por sobre todo, porque son las imágenes con las cuales el contrabando de la realidad nos separa de un futuro mejor al que sí podríamos aspirar si tuviéramos memoria colectiva para recordarlas.

Dentro de las realidades que se contrabandean, el déficit fiscal es responsabilidad directa de quienes nos gobiernan. La impresión de billetes que se hace como si fueran papelitos de colores por su escaso valor real, es otro síntoma de nuestra enfermedad social. Los contrabandistas de las realidades se empeñan en discutir si debe volver la imagen del General José de San Martín a nuestra desvencijada moneda nacional. Por favor no humillemos más a los próceres. Que vuelvan a ser la imagen de nuestra moneda cuando tengamos una real. Cuando los contrabandistas de la realidad dejen el poder para que sea ocupado por una nueva camada de dirigentes preparados y aptos para ocupar los cargos de máxima responsabilidad en nuestro Estado. Cuando el déficit fiscal haya cedido en pos del orden fiscal, de un gasto público ordenado y austero. Hoy no es momento para qué saquemos a los próceres de la Nación de su descanso para humillarlos públicamente.

La recurrente historia de miseria que padecemos solo nos traerá más miseria. Es responsabilidad de la clase política ordenar la nación. Hacer todo lo que haya que hacer para poner las cosas en su lugar, evitar el caos y la implosión de la sociedad. Lo que sigue, todos sabemos, es la tragedia misma y no nos podemos dar el lujo de volver a ese lugar. Ya lo hemos pasado. La perversidad de los contrabandistas de realidades nos está llevando por el peor de los caminos. Las urnas son el momento de poner las cosas en su lugar. El futuro argentino tiene hoy un “pronóstico reservado” (frase que utilizan los médicos cuando se espera la muerte del paciente).

La única terapia posible para nuestra enfermedad social es el “diálogo” directo y concreto entre los principales dirigentes políticos. La opción a eso no es aceptable y las diferencias se terminan resolviendo en las urnas. En épocas de la dictadura militar, su irrupción fue precisamente a consecuencia de la enfermedad social de nuestra nación, ellos aplicaron una terapia de guerra con muertos y desaparecidos. No necesitamos ni queremos llegar a ese extremo, creo, hemos aprendido la lección.

Solo cabe preguntarnos qué están esperando nuestros dirigentes políticos para incursionar en la terapia del diálogo en lugar de seguir contrabandeando la realidad.

Es una pregunta. No tengo la respuesta.

Fuente: Infobae

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