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Con un giro hacia el peronismo tradicional Cristina ya mira al 2023, ¿realidad o ficción?

POLÍTICA 19/09/2021 Nancy PAZOS
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Cuando Néstor Kirchner asumió como Presidente en 2003 el 77% de los argentinos le habían votado en contra. La ciudad de Buenos Aires era bastión de la progresía, con Aníbal Ibarra a la cabeza, y la sociedad se había desilusionado en los últimos cuatro años del menemismo primero, y del radicalismo después, implosión del 2001 mediante.


El santacruceño entendió que abrazar los símbolos de los DDHH sería un atajo para acrecentar su base de sustentación casi inmediatamente. El 24 de marzo del 2004 bajaba los cuadros de Videla y Masera del Colegio Militar de la Nación y el kirchnerismo le arrebataba para siempre a la izquierda y al propio alfonsinismo la bandera de la democracia y progresía.


El gobierno de Néstor fue —perdonando el reduccionismo— de “izquierda” en lo simbólico y aspiracional y de “derecha” en lo económico. Kirchner era un obsesivo de las cuentas públicas que auditaba diariamente. Hay quienes justifican esa etapa de superávit fiscal gemelo (balance positivo en las cuentas fiscales y en el comercio exterior) que añoramos todos, alegando que fue una cuestión de “etapas” del kirchnerismo. De preparación de lo que vendría después. Lo cierto es que ese primer momento con Lavagna en el Ministerio de Economía, es ponderado en el estudio histórico-económico hasta por los analistas más liberales.


14 años después nuevamente en el poder, tras tres victorias presidenciales en las urnas y cuatro derrotas (una presidencial y tres legislativas) el kirchnerismo se encamina hacia noviembre con más posibilidades de perder que de ganar la próxima legislativa pero, por primera vez en la historia, a pesar de tener detrás de sí, como en 2019, a todo el peronismo unido. Un panorama que quedó transparentado drásticamente el domingo pasado cuando la carga de votos de las PASO en el sistema del Ministerio del Interior sepultó las equívocas bocas de urna que insinuaban una inexistente victoria.


La jornada del domingo no sólo dejó en el camino una importante cantidad de pre candidatos que no llegaron ni a la candidatura, y otros tantos ganadores y perdedores de internas partidarias o de coaliciones. Ese día Cristina Kirchner vio desmoronarse su propio piso histórico en el conurbano bonaerense, ese que usaba de escudo protector ante el universo en contra, vislumbró el mapa nacional nuevamente pintado de amarillo salvo honrosas excepciones de históricos caudillos peronistas provinciales y la coalición gobernante entró en un estado de discusión interna y debilitamiento del poder inédito para un gobierno que no ha cumplido aún dos años.


Ahora bien. A pesar de que la izquierda tradicional se consolida a nivel nacional como la tercera fuerza del país -a la luz del resultado del las PASO del último domingo- esta vez la ciudad de Buenos Aires, los grandes centros urbanos y el electorado mas joven, muestran un marcado corrimiento del votante hacia la derecha y hacia el voto anti política y anti sistema identificado con el estilo de Javier Milei.


El cambio de gabinete a medias que tras el terremoto político del oficialismo acordaron finalmente a los apurones y con lo que tenían a mano, Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner, muestra a simple vista una ecuación exactamente inversa a esos primero años nestoristas.


El kirchnerismo va ahora por recuperar las banderas más moderadas del peronismo tradicional (un Jefe de Gabinete pro vida y con aceitados vínculos con el establishment local e internacional, un ministro de Agricultura también celeste y católico hasta la médula, uno de Seguridad que va a dejar sin razón de quejas permanentes a Sergio Berni, etc) pero convencido que en lo Económico deberá profundizar su rol redistribuidor si quiere achicar diferencias con la oposición para noviembre e intentar llegar con chances al 2023.


Si el 2003/7 fue izquierda simbólica y derecha económica. Lo que queda del 2021 hasta el 2023 se encamina a una moderación simbólica y a una profundización económica. En rigor, una ecuación que dio resultado electoral en el 2019, al punto de conseguir derrotar al macrismo y que porque “pasaron cosas” se perdió en el camino de la gestión.


Cristina no eligió a Alberto sólo por estrategia electoral. Cristina lo eligió porque estaba convencida que los factores de poder a ella no la dejarían gobernar. Fernández debía pagar su participación como accionista de una sociedad a la que llegaba sin capital de votos propio, intentando sumar votos moderados pero -sobre todo- tendiendo puentes con el establishment, con la justicia, con los organismos internacionales y con los dueños de los medios de comunicación.


Siendo benévolos, salvo fronteras afuera, en todo lo demás falló. No vamos a dilucidar aquí si fue producto del huevo o la gallina. Si, por características personales, él no pudo o ella no lo dejó. Lo cierto es que puesto en la cúspide del poder Alberto terminó irreconocible para propios y extraños.


Juan Manzur viene a llenar ese hueco. En lo simbólico es una patada al corazón de los sectores más progresistas del frente. Después de hacer votar la ley del aborto y de expandir los derechos a las minorías, Cristina elige personalmente a quien en su provincia obligó a parir a una nena violada de once años. Y a quien en pleno 2018 anticipó ante los medios mas hostiles, la muerte del kirchnerismo.


A esta altura está claro que la vicepresidenta tiene una capacidad de resiliencia única. En buen romance que, con tal de conseguir el objetivo, no le hace asco a ningún sapo.


El gobernador tucumano en estratégica licencia (hasta que logre encaminar su sucesión) es lo mas parecido a una reedición de Carlos Menem. No en vano su debut antes de asumir fue ayer en La Rioja.


Pragmático, de origen libanés, con una declaración jurada envidiable, con llegada a los principales grupos económicos del país y amigos de roce internacional, llega a un gabinete devastado luciendo además la cucarda de ganador. Fue de los pocos junto a los gobernadores de Salta, Catamarca y Formosa en hacerle frente a la oleada amarilla del domingo.


Pero además, con experiencia en administración del estado (cuatro años ministro de Salud de Cristina, y seis de gobernador), con mirada federal real y no de Puerto Madero o San Telmo, y manejo de agenda política propia. Un cúmulo de características que hoy cotizan oro en la Casa Rosada y, sobre todo, en el Senado.


No la tiene nada fácil. Al contrario. Pero al menos alcanza por el momento para traer aires novedosos a un gabinete envejecido antes de tiempo. Y a un gobierno que acaba de vivir la peor de las semanas desde que llegó al poder.


El resto son todas preguntas que aún no tienen respuestas. La carta de Cristina apuntaba en sus críticas fundamentalmente a la ejecución del gasto público. ¿Esa sub-ejecución fue producto de la lentitud en la dinámica administrativa de Santiago Cafiero (a quien Alberto le pagó su lealtad entregándole la Cancillería) o del torniquete de Economía que intentaba llegar con las cuentas ordenadas para cumplir con las metas del Fondo Monetario?


Salvo el ministro de Agricultura, ningún integrante del gabinete económico terminó despedido. Y Guzmán hasta fue ratificado en público por la vicepresidenta.


Lo que está claro es que Martincito entendió el mensaje. En una osada maniobra contable accedió a que los DEG enviados por el Fondo UDS 4350 millones y que están transitoriamente en las arcas del Central porque se usaran en los próximos días para pagar intereses del FMI, se utilicen para emitir Letras del Tesoro. A los efectos prácticos es más emisión y más plata para gastar antes de fin de año.


En Economía ponen paños fríos: “no estamos expidiendo el gasto que prevé el presupuesto. Solamente agregando una fuente de financiamiento” (sic)


Cristina pide a gritos mejorar los bolsillos de la gente. Ese es hoy su único objetivo. Después se verá.


La otra pregunta es si los responsables de la derrota electoral nacional fueron Juan Pablo Biondi, Felipe Solá, Roberto Salvarezza, Sabina Frederick, Luis Basterra y Nicolás Trotta.


De los simbólicos renunciantes del ala k sobrevivieron todos. Y otro tanto pasó en el gabinete de Axel Kicillof. Mucho ruido y pocas nueces…


En cuanto a la duda que genera como se recompone el Gobierno después del escándalo público, es lo de más fácil resolución. Criterios y miradas puede haber miles pero la convicción de que sin unidad “no hay ni cielo ni purgatorio sino infierno para todos” es el principal pegamento que tienen hoy las distintas partes del Frente de Todos.


Y a pesar de que la mayoría de sus integrantes pertenece a un partido que hace culto de la Lealtad, el peronismo como la política en general, es una historia de traiciones y negaciones perdonadas. Herencia perfecta de la sociedad occidental y cristiana. ¿Qué seria de la pasión y gloria de Cristo sin la traición de Judas? ¿Hubiera nacido la Iglesia sin las negaciones de Pedro?


Como revela el libro Elogio de la Traición (Roucaute y Jeambar) en política innovar es traicionar. Recordar siempre: No es la veleta que gira sino el viento que cambia de dirección…

 


Bonus track


El nombramiento de Juan Manzur al frente de la Jefatura de Gabinete de ministros trajo una polvareda de criticas por parte de los colectivos feministas. Periodistas y actrices argentinas alzaron enfáticamente sus críticas y le reclamaron al gobierno que garantice la profundización de las políticas del área de género y derecho de las minorías.


Manzur, un tradicional defensor del “derecho a la vida” tendrá como subordinada a la única mujer que quedó con rango ministerial en el gabinete, a Elizabeth Gómez Alcorta. La ministra quedó el viernes a un paso de renunciar ya que pasará a depender ahora de su acusado. Es que Gómez Alcorta en el 2019 acusó a Manzur por haber ordenado hacerle una cesárea, es decir, obligado a parir, a una niña de once años que había sido violada.

 Fuente: Infobae

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