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La Tercera Presidencia de Cristina Fernández de Kirchner

POLÍTICA 31/10/2021 Ernesto TENEMBAUM
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El miércoles pasado, el ministro de Economía, Martín Guzmán, entró sorpresivamente en el barro de la campaña electoral. “Hoy la escuchaba a la ex gobernadora Vidal, por ejemplo, o al ex presidente: es una posición antisoberanía, antiargentina, en contra de los intereses de la Patria”, disparó. Guzmán le dio así una oportunidad a María Eugenia Vidal para responder lo obvio. “Así hablaba la dictadura”, contestó la candidata. Efectivamente, la dictadura militar calificaba de “campaña antiargentina” a quienes denunciaban las violaciones a los derechos humanos en el exterior. En privado, Guzmán debió reconocer que no recordaba ese episodio tan conocido. Tal vez el barro de la campaña no sea lo suyo. ¿Por qué se metió en él?

Unas horas después, la candidata Victoria Tolosa Paz pronunció otro brulote, muy extraño a su discurso habitual, al acusar a la oposición de estar orquestando un “golpe blando”. En cambio Julián Álvarez, el líder de La Cámpora en Lanús, fue fiel a sí mismo. En un acto en su distrito, frente a la mirada de su jefe Máximo Kirchner, dijo: “Vamos a recuperar la dignidad de los argentinos si nos enfrentamos a los medios hegemónicos que le meten mierda en la cabeza a los argentinos y a las argentinas”. En el acto central por el 17 de Octubre, al que el día anterior había convocado la vicepresidenta Cristina Kirchner en un cónclave de La Cámpora, Hebe de Bonafini trató de traidor al Presidente y lo acusó de reunirse con “los ricos”. Máximo Kirchner le advirtió a Alberto Fernández y a Axel Kicillof en aquel acto de Lanús: “Señor gobernador, señor Presidente, si tienen dudas chiflen, que acá estamos”.

Esas declaraciones reflejan bastante bien el clima que se ha instalado dentro del poder político a medida que se acerca la elección. Los moderados se radicalizan para sobrevivir. Los más duros se expresan con desenfado e insolencia, como si ya se estuvieron haciendo cargo de la situación. “La militancia está lista para entrar”, gritó Máximo Kirchner en uno de sus últimos discursos, como si La Campora no hubiera estado a cargo de la mitad del gobierno nacional durante los dos años previos a la derrota.

Se trata de una angustiante cuenta regresiva que no terminará el día de la elección sino un rato después, el 15 de noviembre, cuando se empiece a revelar cuál será el enfoque que Cristina Kirchner le imprimirá al Gobierno del Frente de Todos, luego de la derrota.

Un breve recorrido por todo lo que pasó desde el impactante resultado del 12 de septiembre tal vez permita anticipar el rasgo dominante de lo que sucederá en apenas dos semanas. La derrota en las Primarias fue sucedida por la amenaza de renuncia por parte de la mitad del Gabinete, la mitad que respondía a la Vicepresidenta. En esas horas dramáticas una diputada cristinista calificó de “mequetrefe” y “okupa” al Presidente. La Vicepresidenta difundió una carta donde responsabilizaba al Presidente por la derrota electoral y le exigía que se desprendiera de su vocero personal y de su jefe de Gabinete, algo que el primer mandatario obedeció. Con el correr de los días, las agresiones contra el Presidente continuaron sin que nadie, ni siquiera él, las respondiera. En medio de la campaña, además, el Gobierno reemplazó a la secretaria de Comercio Interior, Paula Español, y la reemplazó por otro hombre de la vicepresidenta, Roberto Feletti, que era un crítico muy duro del ministro de Economía y encaró, sin consultar con este, una campaña para congelar precios.

Así las cosas, parece bastante claro que el 15 de noviembre será la misma Vicepresidenta, ya con menos intención de delegar su poder o de negociar a cada paso, la que está dispuesta a asumir cada vez más la conducción del gobierno, con sus valores, con sus ideas, con sus enemigos, con sus fijaciones, que serán más o menos discutibles, pero que son las suyas. Los tiempos y los modos de esa ofensiva irán cambiando. Pero si Cristina es la que es, y la que fue siempre, seguramente aporten más turbulencia, y no más serenidad, al complejo proceso que arranca el 15 de noviembre.

Hay tres antecedentes que permiten analizar el menú de opciones que, grosso modo, se abren para la Vicepresidenta: las tres derrotas en elecciones de medio término que sufrió el kirchnerismo. La primera de ellas fue en 2009 y es la que el kirchnerismo duro recuerda con más orgullo. En ese momento, el Gobierno combinó una serie de medidas audaces y expansivas, como la Asignación Universal por Hijo, con un discurso de confrontación extremo, simbolizado por el combate contra Clarín, o por programas como 678. La economía creció, el consumo se disparó, las multitudes rodearon como nunca a aquel gobierno y Kirchner arrasó en 2011.

La segunda derrota fue en 2013, contra Sergio Massa. En ese momento, el Estado ya no disponía de dinero ni de dólares. Kirchner concentró el proceso económico en las manos de Axel Kicillof. En esos años, el kirchnerismo mantuvo el discurso de confrontación, mientras el Palacio de Hacienda giraba hacia medidas que intentaban contener una crisis explosiva: Kicillof devaluó, subió las tarifas, subió la tasa de interés, cerró un acuerdo con el Club de París, acordó con la petrolera Chevrón en condiciones secretas y elaboró un plan de subsidios que las empresas petroleras locales aún celebran. Así, Cristina llegó al final de su segundo mandato sin profundos sobresaltos y su candidato, Daniel Scioli, casi gana las elecciones.

La tercera derrota se produjo en 2017, y de allí surgió la idea de unificar al peronismo y poner como candidato a un hombre moderado.

 

¿Qué hará ahora?

Los momentos históricos nunca se repiten de manera calcada y, por eso, la Vicepresidenta estará obligada a calibrar cada uno de sus pasos. Si aplicaba la receta conservadora de 2013 en el 2009 seguramente no habría ganado su reelección. En cambio, si hubiera aplicado la receta inversa –una política expansiva en el 2013- seguramente el final de su gobierno habría sido mucho más dramático, Mauricio Macri habría ganado por más diferencia en 2015 y ella habría quedado con muchos menos recursos para volver al poder.

En definitiva, ¿será una Cristina a la ofensiva o a la defensiva? ¿Querrá ir por todo, aun en medio de la debilidad que la rodea, o -al contrario- priorizar que el gobierno del Frente de Todos llegue al 2023 sin un crecimiento dramático de la inflación, o una crisis sistémica? Cada uno de esos caminos tiene sus riesgos y sus oportunidades. Pero un mal cálculo, dadas las evidentes muestras de fastidio que expresa la sociedad, y los movimientos de precios y tipo de cambio, puede ser fatal.

En el medio, está el mayor de los dilemas: qué hacer frente al Fondo Monetario Internacional. Cualquiera de las opciones, en este contexto, tiene su enorme costo político. Un acuerdo puede evitar un desastre, pero también obliga a tomar decisiones que son muy lejanas a las banderas kirchneristas: no solo a las históricas, sino a las que se agitan en estas horas. Además, si no se produce el acuerdo, tal vez la situación económica empeore y la gente se enoje aún más.

Cristina ha gobernado con recursos y con mayoría propia. Con menos recursos y sin mayoría. Pero nunca le tocó hacerse cargo del poder con tantos límites objetivos y, encima, con una situación extraña en la que, por más que ella ocupe cada vez más casilleros con su gente, nunca tendrá todo el poder porque no será la Presidenta. Salvo que produzca el zarpazo, y obligue al Presidente a renunciar. En ese caso, sería una situación límite para el frente gobernante, para el país y para ella misma.

El poder -al menos el poder dentro del Gobierno- está, cada día más, en manos de Cristina. El Presidente parece haber aceptado finalmente los límites que ella le impone. Vienen tiempos movidos, por si alguien no lo había notado.

Fuente: Infobae

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