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El Gobierno navega entre contradicciones y prejuicios ideológicos frente a la necesidad de cerrar con el FMI

POLÍTICA 01/12/2021 Eduardo AULICINO
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El Gobierno tiene dificultades para definir un punto central de su anunciada “nueva etapa” de gestión: se trata de la relación con la oposición y del enojo con el resultado electoral. Alberto Fernández almorzó ayer mismo con Sergio Massa para analizar los proyectos que buscarían motorizar antes de fin de año. La lista incluye temas de posible consenso y un por ahora desconocido plan económico plurianual, pieza asumida como vital en las tratativas con el FMI. En cualquier caso, se trataría de una señal de predisposición a negociar con Juntos por el Cambio. Es un cuadro que también impondría el recambio legislativo en diez días. Sin embargo es una parte del paisaje, no todo.

El otro lado está constituido por las cargas repetidas sobre la oposición, con desgastante repetición del foco: Mauricio Macri, la gestión macrista. Parece inercia de campaña, con elección del enemigo. Se trata de algo que no funcionó en términos de resultado electoral. Y que ahora va a contramano de la necesidad, admitida en el circuito oficial, de negociar algún tipo de compromiso con JxC, cuando salga también de las internas -en los bloques del Congreso y entre sus principales referentes-, a espaldas de la agudizada crisis económica y social.

El Gobierno navega así entre contradicciones prácticas. Y le agrega condimentos de prejuicios ideológicos frente a los costos de algunas medidas. El último ejemplo: la compra de pasajes, como nueva restricción frente a las urgencias del Banco Central, que sigue drenando dólares. La explicación oficial empezó siendo técnica y terminó exponiendo enojo y prejuicios sobre la clase medida.

Todo se desarrolla además en el contexto de la tensa interna oficialista. La última carta de Cristina Fernández de Kirchner no sólo resultó inquietante para los “mercados”, sino antes y sobre todo para los otros socios del Frente de Todos. En todo caso, el impacto externo es la consecuencia del sentido, explícito, del nuevo texto de la ex presidente.

El mensaje de CFK combina análisis implícito de la derrota y cálculo para el 2023. Lo más visible es que deposita en el Presidente toda la carga de un posible ajuste -que en algunos rubros ya es visible- para cerrar trato con el FMI. Y no es ingenuo el reconocimiento del triunfo electoral de JxC y del nuevo panorama legislativo, además de las críticas al macrismo por la deuda. La resolución de un plan de facilidades extendidas con el Fondo debe pasar por el Congreso, y la oposición -según la carta- debería avalar por la herencia dejada y por su peso en Diputados y ahora también en el Senado.

Esa lógica, si hacía falta, fue reforzada de manera más elemental por Oscar Parrilli. La frase retomada fue la de la “lapicera”, símbolo informal del poder, que ahora sería ajeno a la voluntad de CFK o estaría lejos de su influencia y responsabilidad. La ex presidente imagina así un desgaste en simultáneo de Olivos y de la oposición, que la reponga en un lugar central para definir la estrategia y los nombres del espacio peronista, en el lejano 2023.

El cálculo frío de CFK, además de sus malestares y los que expresa el kirchnerismo duro, genera en buena parte las referidas contradicciones del Gobierno. Es decir, asimilación de la necesidad de acordar con el FMI, pero con discurso sobre el rechazo al ajuste. Y en la misma línea, gestos a favor de acuerdos con la oposición -especialmente en Diputados-, pero con declaraciones ácidas y casi a diario contra JxC. El último ejemplo: el cruce de poco vuelo en torno al dramático descenso de la calidad educativa en el país.

No termina allí ese doble mensaje. En sectores importantes del oficialismo, y en particular en el kirchnerismo, existe una actitud descalificante, con pretensiones ideológicas, de la clase media. La traducción menos cuidada internamente alude a no prestarle demasiada atención a una franja que tradicionalmente “vota en contra” y a concentrarse en los sectores más postergados. Es una enorme confusión sobre la extensión social y cultural de la clase media, imposible de encorsetar como categoría atada sólo a ingresos u otras consideraciones económicas. Tal vez por eso tampoco se asimila el resultado del domingo 14.

Esa limitación afloró frente al previsible efecto negativo de la norma que clausuró la compra en cuotas de pasajes internacionales y la contratación de servicios de turismo en el exterior. Fue una medida a las apuradas, en medio de la tensión por el dólar, que generó problemas en la discriminación de viajes al exterior y dentro del país, que provocó incrementos en los pasajes de cabotaje y que podría haber complicado operaciones con Previaje, según se admite en fuentes cercanas al Gobierno.

También se registraron signos de descoordinación en el gabinete frente a versiones que indicaban la alternita de flexibilizar este cepo específico. Pero el mayor giro fue anotado en el discurso. En principio, la medida fue explicada como “puntual y momentánea”. Y después, frente a las críticas, hubo una descalificación de potenciales compradores de pasajes para vuelos internacionales.

Matías Kulfas y Cecilia Todesca, entre otros funcionarios, sostuvieron con distintas palabras que se trata de una medida que afecta a gente que no es pobre y argumentaron que el Estado no puede subsidiar a un sector social que no lo necesita. En su habitual estilo, Parrilli fue más lejos. “Le pagamos al Fondo o la clase media viaja al exterior”, dijo. El oficialismo fabricaba así un nuevo sector de réprobos y egoistas para darle sustento, en este caso, a una decisión del Banco Central.

El de los subsidios es otro capítulo de las contradicciones del oficialismo. Alguna vez, Martín Guzmán fue descalificado y desairado por cuestionar razonablemente el subsidio indiscriminado a las tarifas. Al revés, fue respaldado sin vueltas Máximo Kirchner cuando impulsó un recorte tarifario -en otras palabras, un subsidio- para el consumo general de gas en zonas frías. Ahora, los pasajes en cuotas no van más porque se trata de un subsidio a gente con recursos. A veces se imponen las necesidades políticas y otras, los apremios de caja. Algo así como ideología a la medida de cada coyuntura.

Fuente: Infobae

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