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El populismo-palooza de La Cámpora

OPINIÓN 17/12/2021 Eduardo Reina*
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El acto del viernes pasado en Plaza de Mayo y el del próximo sábado por la asunción de Máximo Kirchner al frente del PJ, (siempre y cuando no se defina la acción judicial que viene llevando adelante Fernando Gray), muestran que el mandato del hijo de la vicepresidenta es el de armar una estructura independiente y que el medio para hacerlo son los grandes despliegues partidarios de su sector.

Se apunta fuertemente al armado de la estructura necesaria para crecer como línea interna en el partido. La idea es consolidar una línea interna por izquierda y con un componente importante de militancia. Al parecer leen que la ausencia de este cariz en el gobierno le significó al Frente de Todos perder votantes a la par del crecimiento de los partidos de izquierda.

Estos actos, que fueron convocados por Máximo Kirchner e impulsado por Cristina Fernández bajo las banderas de la democracia uno y del recambio otro, están lejos de ser actos democráticos y pluralistas porque son solo actos proselitistas no ya de gobierno sino de una línea interna encabezada por quien no sabemos nunca si podría ocupar ese lugar de no tener el apellido Kirchner y ser hijo de la vicepresidenta.

Pero el desconcierto en la alianza gobernante no se acaba en una lucha facciosa, sino que al interior mismo de La Cámpora hay arduos debates de cuál debería ser el futuro del gobierno y de esta fuerza. Las bases desean una ampliación del espacio conformado hacia la centro izquierda marcadamente y los líderes intentan evitar este rumbo que tensiona fuertemente la alianza que les sirve de salvavidas tanto para conservar el poder y la caja como, en el caso de Cristina, incluso la libertad.

En los actos del kirchnerismo los militantes enarbolan las banderas de la igualdad y la justicia social y los líderes intentan endulzar el ajuste diciendo que pagarán la deuda pero sin dejar de gastar.

Mientras tanto, de vuelta en el planeta tierra, con los pies puestos en la realidad Argentina, se puede apreciar que el deterioro en la distribución del ingreso se profundiza al ritmo de la destrucción de puestos de trabajo cuyo único incremento es en la informalidad.

Mientras los gobernantes declaman que no ajustarán, se ven jubilaciones cada día más escasas, mientras los militantes agitan las banderas de la justicia social, el aumento de la pobreza y la caída del poder adquisitivo del salario se acentúa cada día más.

El coeficiente de Gini es un índice de medición de la económica que sirve para calcular la desigualdad entre los ciudadanos de un territorio y que asigna el 0 a un país con igualdad perfecta y el 1 al de menor igualdad. Este coeficiente que por años fue el favorito de muchos pensadores del kirchnerismo, en la actualidad para la Argentina resultó ser, en el primer trimestre de 2021 de 0,445, mientras que en el cuarto trimestre de 2020 había arrojado un 0,435 la medición.

Esto significa que la distribución de hoy es más desigual que la de 2020. Esto se ratifica cuando vemos que el 60% de la población Argentina no logra reunir los ingresos necesarios para satisfacer la canasta básica ($43.907 en el segundo trimestre de este año según el INDEC) y escapar a la pobreza.

Para Gino Germani, el populismo era una forma de dominación autoritaria que incorporaba a los excluidos de la política. Fue un fenómeno ligado a la transición de las sociedades tradicionales a la modernidad. El populismo siempre entendió la democracia como la ocupación de espacios públicos, a través de marchas, mítines políticos y asambleas. Este tipo de modelos ve la necesidad de detener a la sociedad en una política anclada en los movimientos sociales porque es un régimen político que les es funcional para enquistarse en el poder.

La premisa fundamental de la que parten los movimientos populistas es la de que la política se construye a partir de antagonismos insalvables: un “somos nosotros o ellos” irreconciliable que hace que consideren que cualquier medio es justificable para alcanzar el fin de eliminar al enemigo de la agrupación política que es el enemigo del pueblo porque solamente ellos lo interpretan correctamente.

En esta vorágine consideran que las instituciones políticas pueden ser prescindibles o fundamentales solamente según sean o no funcionales a su propia estructura partidaria.

Como confían más en la visión de los líderes que en las instituciones y el debate público, esto hace que no crean en el pluralismo porque este pone por encima de los liderazgos a las instituciones y al acuerdo con el otro.

La famosa frase de Lord Acton que decía “el poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente. Los grandes hombres son casi siempre hombres malos”, se aplica enteramente a estos liderazgos en los que confían porque son capaces de cualquier cosa con tal de conservar el poder y, por eso, si no se le pone límites, el avance es indefinido y acaba por destruir todo a su paso.

Por eso, aunque para nosotros es moneda corriente y entonces a veces tendemos a pasarlo por alto, la palabra democracia en manos del populismo resulta chocante. El populismo está decididamente en contra del dominio de la partidocracia porque sus políticas nacionalistas y distributivas se oponen al liberalismo porque se sostienen en el mesianismo de un compromiso con la justicia social que implica una fe en dogmas económicos sin sustento que acaban siempre con resultados diametralmente opuestos a los prometidos.

Los números de Carlos Fara nos muestran, el 47 % de los encuestados dijo que prefería que el próximo presidente sea alguien de la oposición, mientras que el 23 % quería que sea de la línea de Cristina y solamente el 19 % que sea del peronismo. El 51 % cree que el próximo mandatario debe hacer algo totalmente distinto a lo que hace Alberto, y solo el 6 % piensa que debe hacer lo mismo que el actual presidente. Estos números muestran que la tendencia de cambio va ganando 7 a 3 contra la continuidad, aproximadamente.

Los líderes citados en los discursos del populismo palooza del viernes pasado algo nos muestran de estas características: Hugo Chávez, Lula da Silva, Evo Morales, Rafael Correa, Daniel Ortega y Fidel Castro.

Estos líderes que han marcado la política latinoamericana de las últimas décadas, quisieron construir un bloque uniforme para toda Latinoamérica y todos se arrogaron la representación indiscutida de la voluntad del pueblo. En esa actitud se nota la veta antidemocrática porque el principio fundante de la democracia es que el pueblo no es una propiedad privada de nadie sino que es libre porque se dicta sus propias leyes.

Estos líderes, como todos, fueron elegidos por el pueblo en una determinada ocasión para producir un cambio, pero tras años, lustros o décadas de gobierno, pierden esa conexión con el pueblo y el pueblo, como siempre, busca renovarse.

De parte de quienes toman las banderas del antipopulismo y la democracia de partidos y el debate serio, poco le queda al pueblo en forma de propuestas.

Tanta economía, tanta política y tanta interna hacen que el pueblo no se vea representado ni por derecha ni por izquierda y se esté cada vez más tentado a hacer la cola del Check-in en Ezeiza antes que la de la votación frente al cuarto oscuro. Me parece que la civilización tiende más a refinar el vicio que a perfeccionar la virtud (Edmond Thiaudière).

 

 

* Para www.perfil.com

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