El tiempo - Tutiempo.net

“Los asesinos no son los indios, son los Argentinos’’

OPINIÓN 17/01/2022 José Ademan RODRÍGUEZ
07-India-comechingona

 Por José Ademan RODRÍGUEZ

“LOS ASESINOS NO SON LOS INDIOS, SON LOS ARGENTINOS’’… dijo Charles Darwin

“NO AHORRE SANGRE DE GAUCHO”... le dijo Sarmiento a Mitre.

 
''Estos son los culpables que festejan las alianzas con las dictaduras, los que violan los derechos humanos, que festejan a los Maduros, Morales, Castros, Ortegas, Castillos y cuanto dictador y opresor que se les parezca’’.

La magistral pluma de Carlos Zimerman, desmenuzó con singular criterio analítico las iniquidades, mentiras y corruptelas de los gobiernos de la izquierda latinoamericana. Todo lo sintetizó Zimerman en esa imagen que encabeza su nota (donde se ve en un mismo escenario a Lula, Kirchner, Mujica y Fernández)

La historia se repite. Poco tiempo ha pasado desde aquel 1865. Por un tratado celebrado en Buenos Aires por plenipotenciarios de Argentina, Brasil y Uruguay, declararon la guerra de la 'Triple Alianza' (eufemismo bélico que significó en realidad el mayor genocidio de un pueblo hermano, el paraguayo, donde se liquidó a dos tercios de la población masculina adulta), declarada por las tres potencias sudamericanas, nosotros, Brasil y Uruguay, Sarmiento le escribe a Mitre sugiriéndole: “No ahorre sangre de gauchos”. Él fue el autor de “bárbaro, las ideas no se matan”. Bueno, muy bueno, pero de lo que él no se dio cuenta es que mató gente que para el supuestamente no tenían ideas. Y matar a todo el cuerpo parece ser que no es de bárbaros. Estos próceres fueron coautores del exterminio de infinidad de criollos. Mitre, el gran historiador y “pacifista”, dejó el tendal de compatriotas; fusiló al general Gerónimo Costa, héroe de Martín García, y refrendó el degüello del Chacho.

 
En 1832, Charles Darwin visitó la Argentina de la dictadura de Rosas, y fue testigo de un horroroso crimen. Resulta que de entre un grupo de indios hechos prisioneros, a parte de los niños a quienes perdonaron para venderlos como esclavos, las mujeres que fueron repartidas a los gauchos, y los viejos que fueron sacrificados, tres fueron mantenidos vivos para que delataran la ruta seguida por el resto de la tribu. Los asesinaron igual. El último de ellos, poniendo el pecho orgullosamente, dijo: “Disparen. Yo soy un hombre. Puedo morir”. Para el horrorizado Darwin, los salvajes eran los argentinos, no los indios. Ya con Roca en la presidencia, el exterminio fue total. Hasta los gauchos montoneros que tan bien lucen en los desfiles patrios fueron igualmente exterminados y/o perseguidos.

También se ve que Sarmiento sólo quería poblar nuestra tierra con inmigración de la Europa septentrional, pues consideraba que las razas latinas eran inferiores e ineptas (hay que recordar que él era un producto made in casa derivado del mestizaje con los hispanos), con mano de obra que leyera a Goethe, Shakespeare o, en caso de tener que conformarse con gente del Sur europeo (como más tarde ocurrió), pretendía italianos que abrevaran literariamente en Dante o Boccaccio, o que vinieran a desgranar su pasión por la música enseñándonos óperas, o españoles empapados de Garcilaso o Lope de Vega y que tengan pasión por el teatro. Como todo intelectual, se equivocó, se llenó nuestro país de gallegos y tanos analfabetos; sí, analfabetos, pero lo más importante: laburadores de sombra a sombra. A esos inmigrantes ya incorporados a lo nuestro, la miseria los arrojaba a los barcos. Y también de judíos que huían de los ‘pogroms’ de Rusia y Europa central conformando colonias ejemplares como la de los Gauchos judío retratados en la obra de Alberto Gerchunoff.

 
Una vez más, se demostró que Argentina es un país violento con la sonrisa de Gardel, el romántico ciclo del asesino Guevara en Cuba, el mito de Eva perón y el genio literario de Borges.

Entre la guerra de la Triple Alianza y la de las Malvinas no tuvimos enfrentamiento contra enemigos extranjeros (salvo una que otra escaramuza con los chilenos en connatos de guerra que terminaron los soldados respetivos comiendo asados en las trincheras) Es que siempre tuvimos el enemigo dentro. ¡Cómo no va a estar el país despoblado si en vez de educarlos

mataron a los indios para colonizar y sembrar, con mano de obra anglosajona, y desterraron al gaucho! Jibarizada memoria la del “gran maestro”, que olvidó que unos años antes, en 1833, un héroe anónimo, el gaucho Antonio Rivero, había desafiado con sólo ocho hombres el poderío inglés en las Malvinas usurpadas. Trasladado a la época, hubiera sido mitificado universalmente como el Che Guevara y nos hubiera llenado de orgullo por su figura emblemática, prescindiendo de lo ideológico. No trascendió su hazaña más allá de nuestras fronteras, porque no se estilaba aún eso de adorarle las barbas a Carlos Marx.

 
Los inmigrantes que llegaron a nuestra tierra fueron objeto de estafa o negligencia en muchísimos casos. No hicieron la América en seguida, les costó ingentes sacrificios; las puertas estaban abiertas para que ingresaran al país y se pusieran a trabajar, pero como mano de obra prescindible y temporal, no como colonizadores, pues se le retaceó la tierra. Ya estaba repartida. Habrán pensado, quien parte y reparte no va a ninguna parte, con el egoísmo propio del ser argentino. Toda esa tenebrosa gentuza de corte sado-turístico-histórico es la causa de que sea el nuestro un país desertizado e infecundo. Ya en época de Lavalle se calcula que mil personas fueron asesinadas en la campaña. Los coroneles Rauch y Martínez hacían cavar a los gauchos sus propias tumbas, y a veces los ataban a la boca de los cañones para destruir sus cuerpos con la metralla. Otros los remataban a hachazos. Siempre los cobardes se enfurecen para disfrazar la cobardía. ¿Cómo vamos a tener gente? Son tantos los crímenes que 1829 es el único año en la demografía bonaerense en que las defunciones superan a los nacimientos. ¿Cómo vamos a tener gente?

Yo, que soy de Río Cuarto, a veces me da vergüenza decirlo. Entre nosotros, ¿a quién mierda le puede importar el hecho "cultural" de que al río Cuarto los indios le llamaban Chocancharava (denominación que están intentando reimplantar al estilo de los indigenistas izquierdosos o los del lenguaje inclusivo). ¿A quién mierda le puede importar conocer el Museo Histórico Regional? (una construcción colonial que en el siglo pasado fue asiento de la comandancia sur en la época de la siniestra campaña del desierto, encabezada por Julio Argentino Roca, donde todo huele a exterminio salvaje de nativos). ¿A ese museo-vergüenza histórica enviarán a los turistas?, donde vivió otro genocida de ranqueles, el general Ignacio Fotheringham (encima nacido en Inglaterra, educado en Inglaterra y Bélgica). ¿Qué simbología cultural de carácter regional puede entrañar la figura de este obsecuente inspector de armas, para que nuestro legado se atesore en la casa donde él vivió?

¡Falta que eternicen con un busto a Miguel Ángel Zavala Ortiz!, otro personajete políticoide/paramilitar de Río Cuarto que ayudó a sembrar de cadáveres civiles la plaza de Mayo en junio del ‘55, cuando el bombardeo aéreo cuyo objetivo era Perón. Demostró una vez más lo irrefutable: que los argentinos somos expertos en eso de matarnos entre nosotros. Ya lo dice Cruz en el Martín Fierro: “Le advertiré que en mi pago ya no va quedando un criollo”.

 
La revolución fusiladora (llamada libertadora) del '55 tuvo uno de sus orígenes o punto neurálgico en mi ciudad. Y no hablo por referencias literarias, ni toco de oído, sino que fueron hasta vecinos míos como es el caso de Videla Balaguer que entró en Córdoba disfrazado de cura ensayando ráfagas de metralla del viejo cabildo. Tomó por asalto la estación transmisora de LV3, en el cerro de las Rosas, donde mataron a tres trabajadores. Más tarde, fue interventor de la provincia de Córdoba y con trece años, yo tuve como profesor de religión en el colegio nacional, a un señor Aramburu, consanguíneo del presidente asesinado Pedro Eugenio Aramburu.

A principios de los setenta, cuando Perón vino de España viejecito ya, lo hizo como un ser “descarnado”, como un “león herbívoro”, en lo personal; y cual “prenda de paz”, en lo político, según sus propias palabras ¡Otra qué prenda de paz!! ¡Se armó la masacre más espeluznante y el quilombazo más ingobernable entre peronistas “ortodoxos” y peronistas “socialistas”, militares y paramilitares, y parapoliciales (¿qué “para”? ¡orto y meta también!, pues desde cualquier posición se hicieron mierda entre sí, con sus respectivos brazos armados terroristas de derecha o izquierda). Y se recreó la frase aquella de que “El mejor enemigo es el enemigo muerto y desaparecido”. Muy lejos del maquiavelismo mafioso de Mario Puzzo, recreado por

Perón: “Ten cerca a tus amigos, pero aún más cerca a tus enemigos”. Antes de morir, con gomina y sonrisa todavía, Perón dijo en un famoso discurso, ganado por la emoción: “Llevo en mis oídos la más maravillosa música, la del pueblo”. Luego vino Videla; se cagó en su maravillosa música, echó a Isabel en helicóptero, quien les dejó la mesa preparada para el festín de sangre y dólares. Hasta la justicia (coaccionada también) te mataba con la indiferencia. Es de reconocer, sin embargo, que los milicos en el ‘76, más que voltear un gobierno democrático (que ya se había caído solo), escenificaron una tenebrosa emergencia frente al excepcional y flagrante caos reinante entre peronista ortodoxos (montoneros) y peronistas socialistas o comunistas (ERP), a quienes Perón los hecho de la Plaza de mayo al grito de imberbes (primero los utilizó durante su exilio en Madrid coqueteando con la izquierda como buen ladino que se volvió con los años). Tan inteligente era que corriendo una coma cambio el sentido de un eslogan: de ''¡Perón, Evita, la patria socialista!'' a ''Perón evita la patria socialista''. Cristina Kirchner, inteligente arpía, usa como bandera el nombre de Evita para ganar elecciones, pero la caga coqueteando con que era montonera. No se puede ser pacifista ni moderador en medio de tenebrosos necrófilos. Los restos de Eva Perón, mutilados y profanados, vuelven a nuestro país luego de veinte años; el mismo día fueron devueltos los de Aramburu, que aparecen en una ambulancia, como en una exhumación de viejos odios o un réquiem con partitura de la más escabrosa indignidad (muy humana, por cierto).

 
Los golpes de estado que padecimos desde 1930, no tropezaron con resistencias significativas. No hay duda de que los radicales apoyaron el golpe militar contra Perón en el ‘55; y los peronistas el del ‘66 contra Illia; y en el 7’6 todos, todos, apoyaron el golpe militar. Eso, creo, es suficiente. A pesar de haber llovido mucho, aún no se les borró el “maquillaje de demócratas” (demócratas de pacotilla).

Paralelamente, nace en Buenos Aires, el ''vivo'', el resto del país no lo acepta como propio hasta que su brillo y osadía le deparan tanta celebridad que sus modas y fintas se aceptan por doquier; sus actos triunfales son las ''avivadas'' por haber nacido en la Argentina su gentilicio termina siendo ''viveza criolla''. Ejemplos: ''¡Avivate gil!'', ''No seas sonso'', o el tranquilizante diagnóstico ''por fin se está avivando!''.

Es intolerable ser sonso en la Argentina, tanto que es preferible ser inmoral: ''Me encarcelaron por ladrón, no por sonso''. Muy similar a lo que ocurre en Cataluña con el ''Honorable'' Pujol a quien los separatistas lo justifican con esta frase paradojal : ''Sí, será ladrón... pero es NOSTRE LLADRE!''.

Una de las más eficaces guerras de exterminio en Argentina fue la de la plaga de langostas (que hasta los años 50 asoló los campos argentinos) con aviones del Ministerio de Agricultura con fumigaciones que acabaron con ellas. A propósito, ahí va una anécdota de la picaresca, creo que de un tano sinvergüenzón. Durante una de estas frecuentes plagas, alguien inventó un aparato baratísimo y eficaz para matarlas. Se trataba de una modesta caja que contenía dos tablitas. Una marcada con la letra A y la otra con la B. Las instrucciones decían: ''Coloque la langosta sobre la tabla A y péguele fuerte con la tabla B''. En la denuncia de los estafados no pudieron demostrar que el invento era ineficaz para dar muerte a la langosta.

O sea que tan pícaros no somos los argentinos, sino más bien flor de boludos!

Para rubricar esta nota, hasta en nuestra música popular, se banalizó la matanza de los aborígenes como una tácita aceptación, tal cual se demuestra en la versión de Edmundo Rivero donde más que el exterminio de los indios, lo que más le preocupaba al protagonista, era la ausencia de la china.

Últimas publicaciones
Te puede interesar
Lo más visto

PERIODISMO INDEPENDIENTE