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Ucrania ya está en guerra: crónica desde el frente de un país fracturado en dos

INTERNACIONALES 26/01/2022 Ignacio HUTIN
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Un cartel dice "Somos el Donbas ruso" en la ciudad de Donetsk, al este de Ucrania. (REUTERS/Alexander Ermochenko)

Elena no podía ser la única ucraniana que se sintiera atrapada en la DNR. Con la guerra estancada tras los dos Acuerdos de Minsk (septiembre de 2015 y febrero de 2015), lo que se consiguió fue la estabilización y la normalización de lo que debería estar lejos de ser normal. Había pocos disparos ahora, pero no se vislumbraba un final. Por eso muchos vecinos habían regresado a sus casas tras intentar, como Elena, mudarse al occidente ucraniano.

Quizás ése fuera el mayor problema de esta guerra: que no había suficientes muertos como para aparecer cada día en el noticiero de la noche ni suficiente paz como para vivir una vida estable. Donetsk era una ciudad bonita, con cafés modernos y vecinos paseando y plazas y árboles. Ésa no era la imagen más popular de las guerras. ¿Dónde estaba el terror o las balas o la destrucción o la muerte? No en el centro de la ciudad. Incluso tampoco en las afueras. Pero eso no significaba que la vida fuera sencilla.

Algunas semanas después Markov, comandante de la brigada Prizrak, me dijo que parecía que Kiev estaba haciendo todo lo posible para soltar estos territorios, como si no quisiera que fueran parte de Ucrania ni sus habitantes, ucranianos. “Es extraño, pero es así. Primero prohibieron el uso de grivnas, entonces la gente empezó a usar rublos rusos, luego hubo problemas con las comunicaciones y los gobiernos locales crearon sus propias compañías de telecomunicación y sus propias redes, más tarde dificultaron obtener cualquier tipo de documentación y las repúblicas empezaron a hacer sus propios documentos. Esta separación no fue una idea local, fue una imposición de Kiev. Están recortando al Donbass paso a paso, alejándolo de Ucrania. Los locales no tienen más alternativa. Por eso creo que este territorio no volverá a ser ucraniano, porque hoy no hay casi nada que lo conecte con Ucrania. Y eso es lo que quería Kiev.”

Ese mismo día tuve la suerte de conocer a Tania, una especie de contracara de Elena. Habíamos intercambiado mensajes antes de mi llegada y se había mostrado muy atenta, me había dado todo tipo de consejos. Hablaba con un entusiasmo contagioso, casi infantil. “Siempre soñé con esto”, me dijo. “Estaba harta de que los ucranianos nos odiaran, de que nos echaran la culpa de todo. Una vez fui a Kiev y en un bar me acusaron de robar cosas, les pregunté por qué y me dijeron que porque era de Donetsk. Nos odian, no sé por qué. Desde entonces cada noche recé para que pasara esto, para separarnos de esa gente. Somos distintos, ellos no quieren vivir en el mismo país que nosotros y nosotros no queremos vivir en el mismo país que ellos.” Hablaba rápidamente, como si el entusiasmo le atropellara las palabras y las ideas. “Los ucranianos no nos respetan a nosotros, los rusos. Creen que somos animales salvajes, que somos estúpidos. Por eso celebré el principio de la guerra, ¡por fin nos iban a dejar libres!”

En este clima de eterna tensión y equilibrio frágil, lo que lograba mantener a flote a la DNR y a la LNR parecía ser una suerte de entusiasmo popular vinculado al todo por hacerse, a las utopías. En aquellos primeros días me preguntaba qué tan real sería el apoyo de los ciudadanos locales a esta extraña aventura que es declarar una independencia unilateral, emprender una guerra y cambiar por completo el estilo de vida construido a lo largo de casi un cuarto de siglo. ¿Nadie planteaba propuestas menos abruptas, menos extremas?

Le pregunté qué le molestaba más de la situación actual y esperé alguna respuesta relativa a las complicaciones económicas, la propaganda permanente, las dificultades para transitar. Pero no, todos esos problemas le parecían superficiales. Lo que realmente le molestaba era que tan pocos extranjeros visitaran la ciudad. “Antes rezaba para separarnos de los ucranianos, ahora rezo para que lleguen turistas, para que vean cómo vivimos acá y que no somos animales salvajes ni somos estúpidos, que somos amables y acogedores. Quiero conocer gente, llevar turistas a pasear, ¿por qué es tan difícil? ¿Por qué no los dejan venir?” Para ella, la solución consistía en presionar para que la ONU eventualmente reconociera la independencia de Donetsk, pero creía que esto iba a demorar. “Me parece que la guerra va a durar por lo menos cinco años más.”

Fuente: Infobae

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