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El grave error de subestimar a Alberto Fernández

OPINIÓN 13/03/2022 Ernesto TENEMBAUM
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El 30 de junio de 2019, un mes y trece días después de ser elegido como candidato por Cristina Kirchner, Alberto Fernández respondió a una entrevista de un diario. En ese momento se multiplicaban las especulaciones sobre cómo sería la relación entre ambos. La teoría dominante sostenía que él iba a ser un títere, un pusilánime, un empleadito obediente. Pero también se discutía si ella había cambiado, si los unía el amor o el espanto, si lograrían convivir en un proyecto común o estaban destinados a romper, si él sería el policía bueno elegido para cumplir, con métodos más aceptables, los proyectos truncos de ella. De aquella nota quedó una afirmación taxativa, o al menos tan taxativa como puede permitirse un hombre con la personalidad de Fernández: “¡No voy a romper con Cristina!¡No me van a hacer romper con Cristina!”.

El jueves por la noche se produjo en la Cámara de Diputados la escenificación de algo bastante parecido a una ruptura. Por primera vez, Fernández y su vice, Cristina Kirchner, midieron fuerzas alrededor de la medida más trascendente que tomó el gobierno que ambos integran, y sobre la cual piensan de manera opuesta. El resultado, como se sabe, favoreció ampliamente al Presidente. Setenta y cinco de ochenta diputados votaron a favor del acuerdo con el FMI en la comisión de presupuesto. Doscientos dos de doscientos cincuenta y siete hicieron lo propio en el pleno de la Cámara. Y, dentro del peronismo, lo hicieron setenta y seis de ciento doce.

 
Esto refleja que, dentro de la política argentina y, especialmente, dentro de la dirigencia peronista, Fernández -o su mirada sobre lo que debe hacer el Gobierno- tiene hoy mucho más predicamento que Fernández de Kirchner. La historia, claro, no ha terminado. Pero lo ocurrido obliga a repensar las respuestas a aquellas viejas preguntas. ¿Es un títere, un empleado obediente, un pusilánime?

La relación entre Fernández y Fernández de Kirchner estuvo marcada por un fenómeno muy inusual: ella, su hijo, y muchos de los partidarios de ambos, se dedicaron a degradar públicamente al Presidente desde el mismo día de su asunción, cuando la vicepresidenta le advirtió que no debía guiarse por las tapas de los diarios sino por la voluntad del “pueblo”. O sea, lo trataron como si fuera un empleado al que se podía maltratar, y de esos gestos se nutrían los políticos y los periodistas más antiperonistas. Los extremos de la política y el periodismo se alimentaban entre sí.

Es una historia que incluyó desaires públicos, pataletas, recomendaciones para que los ministros se busquen otro laburo, faltazos a actos relevantes, insultos al Presidente -mequetrefe, inútil, okupa- por parte de una diputada que siguió siendo acogida en el entorno de Cristina, renuncias en masa luego de una derrota, actos convocados por la “jefa” donde se insultaba a Fernández. Nunca antes en la historia argentina un presidente fue tratado de esta manera por su vice. Fernández, la mayoría de las veces, no respondía o cedía a las presiones: había motivos para sostener que se dejaba llevar por delante, o que era un empleado.

La derrota de Cristina entre la dirigencia peronista tiene una magnitud tal que obliga a mirar las cosas desde otro lugar. No se trata solo de la manera en que votaron los diputados. Hubo un tiempo en que Máximo Kirchner hablaba y todo el mundo obedecía o callaba o escuchaba en silencio. Con semejante carga genética, alguien jamás podría equivocarse. En las últimas semanas, una multitud de dirigentes que siempre fueron kirchneristas, se refirieron a él despectivamente. “Traidor”, le dijo Mario Ishii. “Devolvé la banca”, le sugirió Luis D´Elía. Aníbal Fernández, Fernando Navarro, Leandro Santoro, Daniel Filmus, expresaron más educadamente su desacuerdo con él. Máximo, en su rechazo al Presidente, arrastró a La Cámpora, pero curiosamente no a toda La Cámpora. “Wado” de Pedro, el segundo dirigente más popular de esa organización, se expresó claramente a favor del acuerdo con el Fondo. Daniel Golián, otro de sus integrantes, hizo lo mismo, aunque se abstuvo en la votación. De los tres diputados de Santa Cruz, ninguno votó en contra.

Muchos occidentales suelen confundir a los chinos con los coreanos porque ambos tienen los ojos rasgados. Lo mismo pasa con los políticos y los periodistas antiperonistas: desde lejos, creen que todo el peronismo es igual. Por eso tal vez no percibieron que, en las últimas semanas, los debates internos fueron muy intesos. Periodistas muy identificados con el kirchnerismo, como Roberto Navarro, Gustavo Sylvestre, Claudio Scaletta, Raúl Dellatorre o Alfredo Zaiat –tal vez el colega más mencionado por Cristina en sus discursos—argumentaron a favor del acuerdo, como una medida razonable para evitar el default. Funcionarios que acompañaron a Cristina hasta el 2015 como Emanuel Alvarez Agis o Nicolás Arceo respaldaron esta vez la mirada de la Casa Rosada en relación al acuerdo con el Fondo o al aumento de tarifas.

En ese contexto, el periodista y escritor Martín Rodriguez, muy leído desde hace años por un enorme sector del kirchnerismo. escribió: “Si el kirchnerismo quiso enseñar que se gobierna en el conflicto, lo que se “ganó” en intensidad ideológica se perdió en desgaste: gobernar sin resultados. Y algo peor: concebir una realidad dada, cada vez menos transformable. Una agenda de temas infinitos, irresolubles. Batallas culturales en el cielo con diamantes”.

Lo que ocurrió el jueves no fue solo una votación urgente en el Congreso sino un fenómeno que podría transformar al peronismo y, por tanto, a la política argentina. Por un momento, pareció que el cristinismo -ese sistema por el cual una mente iluminada ordenaba a todas las demás con un chasquido de dedos- ya no existe, o no existe con la fuerza de otros tiempos. Ha sido reducido a una facción. Y si el cristinismo se reduce así, ¿de dónde tomará su identidad el anticristinismo?

En el centro de este proceso hay un hombre extraño, cuyas ideas y posicionamientos han cambiado mucho a lo largo de los tiempos. Alguien que es capaz de decirle a mucha gente lo que quiere escuchar mirándola fijamente a los ojos, aun cuando se trate de elogiar a personas que se odian entre sí y cuando el elogio a una de ellas signifique una afrenta para la otra. O que ha soportado agresiones que ningún otro presidente habría tolerado. O que trastabilla a menudo, a veces muy mal. Pero en ese recorrido lleno de marchas, de contramarchas, de guiños a la izquierda para girar a la derecha y viceversa, ese personaje inasible, ese líder de muy poquita gente, esa especie de antihéroe, ha derrotado de manera contundente a la persona más temida de la política argentina.

Tal vez, en ese estilo tan raro, tan imprevisto, haya un método, una espera del momento justo, cierto temple: no pelear cuando uno es débil, no dar la batalla que no se pueda ganar, aguantar, aguantar, aguantar. O no. Vaya uno a saber. Pero lo que ocurrió el jueves obliga, si es que existe la honestidad intelectual, a hacerse algunas preguntas.

La extrañísima reacción de Cristina Kirchner ante el nuevo panorama tal vez explique su derrota. Difundió un video con las pedradas contra su despacho por las cuales acusó, increíblemente, a Alberto Fernández. Su razonamiento sostenía que los acuerdos con el Fondo Monetario siempre trajeron violencia y que las piedras que entraron a su oficina eran, apenas, una respuesta esperable a lo que se estaba votando. No repudió la agresión. Elogió la manifestación en contra del acuerdo. Y concluyó con una cita a Nestor Kirchner: “Hoy, como nunca, recordé las palabras de Néstor respecto al FMI cuando decía que el organismo siempre actuó como promotor y vehículo de políticas que provocaron pobreza y dolor en el pueblo argentino”.

Fernández retuiteó al rato un mensaje del periodista Bruno Bimbi, que decía: “De algo no tengo dudas. Si Nestor Kirchner estuviera vivo y fuera diputado, esta noche habría votado sí”. El psicoanalista Jorge Aleman explicó esta semana que se trata de una rareza muy argentina: discutir qué habrían hecho los muertos si estuvieran vivos.

La pelea interminable entre el presidente y la vice ha desgastado a ambos. Fernández ha sugerido esta semana que pretende ser reelecto. Parece una misión imposible, dado el sostenido rechazo -a él, a su vice, a su gobierno, al hijo de su vice- que reflejan las últimas elecciones y las encuestas más recientes. Kirchner deberá decidir si lo enfrenta. La única manera de que él no sea el candidato del peronismo es que ella se postule y demuestre que el pueblo aún la acompaña, y que frente a eso poco importa la dirigencia: ¿se animará esta vez a hacer lo que no se animó en 2019? La Argentina sumaría, en ese caso, otra excepcionalidad a la calle más larga, el río más ancho, las minas más lindas del mundo: nunca ha sucedido que compitan en una elección los dos miembros de una fórmula presidencial.

Por si fuera poco, afuera espera la realidad.

Si este Gobierno no resuelve el problema de la inflación, será derrotado, sostuvo Sergio Massa, luego de su enésima resurrección.

Con suerte, apenas se ha evitado un desastre.

Fuente: Infobae

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