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“Mariupol es el infierno”: mensajes desde una ciudad asediada, helada y hambrienta

INTERNACIONALES 18/03/2022 Margaryta YAKOVENKO
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“Mariupol es el infierno”, cuenta Tatiana. Ella y su familia han pasado 15 días bajo asedio ruso en Mariupol. Sin luz, sin agua, sin calefacción, sin ningún tipo de conexión con el mundo exterior. Sin más noticias que el frío y las detonaciones constantes de misiles y disparos. Tatiana relata que los rusos comenzaron a disparar sobre las viviendas primero desde los tanques. Después pasaron a bombardear la ciudad desde el aire. El miércoles abrieron fuego sobre la ciudad desde los barcos atracados en el mar de Azov. Tatiana, que tiene 65 años, fue la persona que hace varios veranos me llevó al Teatro Dramático de Mariupol a ver El piso de Zoika, de Mijail Bulgakov. El Teatro Dramático ha sido destruido en un bombardeo este miércoles a pesar de que su sótano servía de refugio a cientos de personas. Tatiana es ahora una refugiada a la que le tiembla la voz. Hace solo un mes, el teatro era un enorme edificio blanco con butacas rojas de terciopelo ante el escenario y Tatiana era solo mi tía abuela.

Ahora mismo es muy difícil contactar con alguien que esté dentro del cerco brutal que Mariupol vive desde hace más de dos semanas. La escasa información que se abre paso desde allí, aparte de la que dan el alcalde y unos pocos medios internacionales, es de los relatos de los que han huido o la que, como breves destellos en medio de la oscuridad, van colgando en Telegram los habitantes asediados. Hasta hace un mes, en la ciudad vivían 430.000 personas. Y donde antes hubo vida, playas, enormes avenidas llenas de álamos que en verano soltaban una pelusilla blanca que se arremolinaba sobre las aceras, ahora solo quedan escombros y troncos quemados.

Fue el 2 de marzo cuando dejamos de recibir noticias de Tatiana y su familia. Al principio pensamos que sería algo temporal, una caída de red como la que vivimos durante cuatro días en los que no tuvimos noticias de mis abuelos porque habían derribado una torre de comunicaciones. Pero los días pasaban y no había ninguna señal de vida. Ni un wasap, ni una llamada, ni un mensaje de texto. Entre todos, comenzamos a buscar información de ellos en los grupos de Telegram de la ciudad esperando, al mismo tiempo, que sus fotos, la foto de su casa, no estuviera entre las que se publicaban. En este momento, el grupo Mariupol seichas (Mariupol ahora, en castellano) es una de las pocas rendijas abiertas al mundo por la que se cuela el horror que está viviendo la ciudad. Los administradores reúnen mensajes que consiguen hacerles llegar los habitantes con algo de conexión sobre el minuto a minuto de Mariupol.

La mayoría de los archivos son vídeos y fotografías de barrios residenciales arrasados. “Distrito 21″, cuelga alguien acompañado de las fotos de varios edificios de nueve pisos con todas las ventanas destrozadas, las cortinas flotando en el aire. “El centro de la ciudad, ahora”, escribe otra persona y acompaña el texto de un vídeo en el que se ven joyerías, librerías y locales con perchas con ropa que ahora escupen humo negro por sus ventanas. Otros mensajes son gritos desesperados de los que desde hace dos semanas no encuentran a los suyos. Nikolay cuelga uno en el que escribe: “Busco a Pavel Batselev, 80 años. Vivía en la calle Talalijina 55″. La calle de la que habla ha quedado reducida a escombros. Igor escribe en otro mensaje: “¿Alguien sabe cómo está el refugio de la maternidad del distrito Orilla izquierda? Allí está mi hija con mis nietas”. Casi ninguno recibe respuesta.

“Hay barrios en ruinas. Han nivelado la ciudad con el suelo. Mariupol ya no existe”, relata Tatiana. La ciudad que vieron por última vez sus ojos es una urbe de carreteras destruidas, edificios de viviendas ennegrecidos, comercios en los que apenas queda alguna letra en la fachada que hace suponer que allí hubo una vez una panadería o una peluquería. El teniente de alcalde de Mariupol, Sergey Orlov, ha afirmado en una entrevista a Forbes que entre el 80% y el 90% de la ciudad ha sido bombardeada. “No hay ningún edificio intacto”, ha asegurado.

Durante los 15 días de asedio, Tatiana y su familia cocinaron sobre una fogata improvisada con ladrillos y las ramas de los árboles. También pudieron beber agua de un pequeño arroyo que pasa cerca de su casa. Cuando le pregunto si pasaron hambre, se queda en silencio. No hay necesidad de decirlo con palabras. Al salir de la ciudad en uno de los últimos corredores humanitarios abiertos, decidieron parar en un pequeño quiosco que vendía algo de comida. Mientras hacían cola, un proyectil cayó cerca del coche. En un pestañeo, todos los que se habían quedado cerca de los vehículos aparcados yacían en el suelo. Apenas un instante separa a una persona viva de ser contabilizada como cadáver. El coche quedó fuertemente dañado por la metralla y las ruedas desinfladas. Por suerte, pudieron contactar con un conocido que vivía cerca y que les remolcó hasta el pueblo más cercano y tranquilo donde están refugiados ahora.

En los sótanos de Mariupol se refugian ahora miles de personas. La vida se ha trasladado bajo tierra, donde los habitantes de la ciudad intentan sobrevivir con lo último que les queda. Los que tuvieron tiempo se llevaron toda la comida que pudieron de sus casas antes de que fueran destruidas. Otros entraron en las casas que habían abandonado sus vecinos por lo que habían dejado atrás. Hace ya días que no queda agua en la ciudad y los convoyes humanitarios llevan casi dos semanas tratando de entrar con suministros pero siempre acaban dando media vuelta por culpa de los disparos. Los habitantes han estado derritiendo nieve para poder cocinar y beber y vaciando las tuberías de la calefacción en un intento de conseguir al menos un vaso de agua.

Bajo tierra hay también mujeres embarazadas que han dado a luz a niños prematuros y muertos a los pocos minutos de nacer. La expresión “dar a luz” nunca tuvo tan poco sentido. Clavada en la retina queda la imagen de la maternidad principal de la ciudad bombardeada hace una semana. De las dos mujeres embarazadas que salieron en los medios, una tuvo una niña y se encuentra bien. La otra murió después de parir a un bebé muerto.

Aliona quedó sepultada con sus hijos en uno de los refugios, un simple sótano debajo de un edificio de hormigón de nueve pisos construido en los años setenta. Con ayuda de hombres que se resguardaban también allí, consiguieron salir de entre los escombros y escapar de la ciudad a pie hasta llegar a casa de unos familiares a las afueras de la ciudad. Durante los días que estuvo allí, relata que llegaron a recoger agua de lluvia para poder beber. “Ya he aprendido que en la guerra te beberás hasta el agua de los charcos”, cuenta. En su voz no hay ni rastro de metáfora. Ahora Aliona vive con 17 personas más en la misma casa. Por culpa del shock, es incapaz de contar nada más.

Al igual que Aliona, Natalia también escapó a pie de la ciudad la noche del martes con sus hijos. Con miedo de ser disparados y con la desesperación del hambre por quedarse en un lugar en el que desde hace mucho no queda comida en las tiendas, fueron andando por la carretera hasta que un camión se paró a recogerlos. Se subieron en la parte trasera descubierta del vehículo, desde donde hicieron todo el camino. No recuerda casi nada. “Me puse a llorar. De pronto me puse a llorar y no podía parar. He llegado a Zaporiyia descalza, con la ropa que llevaba, sin nada más que ponerme. Cuidaos mucho. Esto da muchísimo miedo. Os abrazo a todas”, escribió en su grupo de trabajo, en el que antes compartía recetas y fotos de las flores de sus macetas.

No hay cifras fidedignas de la cantidad de personas que han muerto desde que comenzó el asedio. Los últimos datos aportados por el teniente de alcalde de la ciudad indican que ya hay 2.358 fallecidos, pero las imágenes de la destrucción de la ciudad equiparan Mariupol a Alepo o a Grozni, ciudades ya bombardeadas por Vladímir Putin en el pasado, y hacen sospechar que, si algún día tenemos un recuento oficial, la cifra actual será anecdótica. Se cavan zanjas en la tierra helada para enterrar decenas de cadáveres en fosas comunes. Algunos entierran a sus muertos bajo la hierba de los parques de la ciudad. Muchos cuerpos yacen en medio de la calle desde hace días: los disparos constantes hacen que sea imposible siquiera pensar en un funeral.

Hasta la tarde de este jueves, han salido de Mariupol 30.000 personas, según datos de la Administración local. La mayoría lo ha hecho en coches que van en dirección a Zaporiyia con cintas blancas atadas en todos los retrovisores y enormes inscripciones con la palabra “NIÑOS” en los cristales en un intento de evitar que les disparen. Dentro viajan adultos y dos o tres niños por coche sentados en sus rodillas. Tantos como quepan en el vehículo, no es el momento de respetar las normas de tráfico. Algunos niños que llegan de Mariupol han perdido el habla.

Es difícil asimilar que una ciudad con una cifra similar de habitantes a la de Murcia, que contaba con 64 colegios y 86 guarderías, las tres principales fábricas siderúrgicas del este del país, un gran puerto, parques de atracciones, cines y grandes centros comerciales, ahora mismo esté reducida a escombros. Una ciudad que antes producía el 5,5% del PIB de Ucrania, que ahora está sitiada y sobre la que pesa desde hace días una nube negra por culpa del humo de los bombardeos y las ruinas aún humeantes.

Después de 15 días de horror, Tatiana asegura que aún le tiemblan las rodillas, aunque ahora ya está en un lugar seguro. “No hacía otra cosa que rezar, todo el día rezando, una y otra vez”, cuenta. “Estábamos escondidos cada uno en una esquina de la casa por si caía una bomba, esperando que al menos aguantaran las vigas maestras”, explica. También asegura que jamás volverá a la ciudad aunque su casa siga en pie. Su casa nunca volverá a ser un hogar, sino el lugar en el que se refugió de las bombas y los disparos, en el que pasó hambre, frío y sed y un terror que le impide dormir más de una hora seguida. El último mensaje que me mandó acaba así: “Desde ahora, para mí, todos los rusos son asesinos de niños y mujeres. No tienen perdón y nunca lo tendrán”.

Fuente: El País

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