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El feminismo de tercera ola y su batalla contra un patriarcado que ya no existe

OPINIÓN 18/03/2022 Claudia PEIRÓ
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[Lo que sigue es parte del contenido de una charla dada el 9 de marzo 2022 en el Centro de Estudios de Historia Constitucional Argentina (CEHCA) de Rosario. En esta nota se incluyen dos extractos en video]

La idea es analizar el discurso feminista hegemónico actual -y digo hegemónico no porque exprese el pensamiento mayoritario de las mujeres, sino porque es el que el discurso oficial, el que el sistema promueve-, y resaltar algunas falacias sobre las cuales está construido.

 
También mostrar las grandes diferencias entre esta corriente actual del feminismo y las luchas de las mujeres en décadas pasadas, desde fines del siglo XIX y durante todo el siglo XX. Es decir, cómo pasamos del derecho al voto al transgenerismo.

Voy a empezar con una cita de Simone de Beauvoir, que en la introducción de El Segundo Sexo, libro fundacional del feminismo, escribió: “En general, hemos ganado la partida. Ya no somos combatientes como nuestras mayores (...) Ya muchas de nosotras no hemos tenido nunca que sentir nuestra feminidad como un estorbo o un obstáculo”.

Simone de Beauvoir escribió esto en 1949. Se sorprendería mucho al ver que, 70 años después, hay mujeres que salen a la calle en los países occidentales para voltear al Patriarcado, para librar un combate que para ella estaba ganado ya a mediados del siglo pasado.

Me gusta cada tanto volver a la fuente, a la Biblia del Feminismo, porque más allá de su visión sobre la condición femenina, a diferencia de las feministas de hoy, Simone de Beauvoir era una mujer culta, que conocía los hallazgos de la antropología, la etnografía, la historia. El feminismo actual en cambio se caracteriza por la falta de conciencia histórica y en muchos casos también por la ignorancia.

Vivimos tiempos paradójicos. El feminismo es más radical, confrontativo y violento en lo discursivo justamente en el momento en que la mujer goza de los mismos derechos que el varón en el plano civil, económico, político, sexual…

Y es más ultra en los países donde la mujer más libre es. O sea, en los países occidentales y judeo-cristianos. Las mujeres occidentales nos emancipamos a lo largo del siglo pasado, en etapas, a ritmos diferentes según el país, pero entramos al siglo XXI en el pleno goce de nuestros derechos. No significa que no haya injusticias, que no persistan los prejuicios, pero esto sucede en muchos órdenes de la vida de nuestras sociedades: también persisten la explotación laboral, el maltrato infantil, la marginalidad y la pobreza, pese a que la humanidad ha condenado todas estas injusticias.

Es llamativo entonces que el feminismo sea fanático y belicoso allí donde los derechos de la mujer, por los que se supone está luchando, ya están garantizados.

Acaba de salir en Francia el libro ¿En qué andan ellas?, cuyo autor es Emmanuel Todd, historiador y demógrafo, que dice: “Francia es un país donde la emancipación de las mujeres tuvo lugar en ausencia de un movimiento feminista fuerte, es (un país) de relaciones positivas, de mutua seducción entre hombres y mujeres, igualitarias en materia de libertad sexual”. Y reflexiona: “Nada hacía prever aquí el surgimiento de un antagonismo entre los sexos”, en referencia a lo que llama la tercera ola feminista.

Me sentí muy identificada con esta reflexión de Todd porque lo mismo podemos decir de la Argentina. En nuestro país, como en Francia, el patriarcado, si existió alguna vez, se cayó rápido. Y fácil. Sin lucha, sin mareas verdes en la calle. No existe en la Argentina ninguna ley patriarcal, ninguna ley que consagre la supremacía del varón sobre la mujer.

Y esto no fue fruto de una guerra de sexos, al estilo de la que se fomenta hoy, porque el feminismo actual tiene una lógica binaria: la mujer es buena, el varón, malo. ¿Qué nos dice el feminismo de hoy? Que todos los varones son violadores. El que no es violador hoy, lo será mañana. Todos femicidas en potencia.

Se fomenta así una grieta, una más, una fractura social que no tiene razón de ser.

Un rasgo distintivo del feminismo de tercera ola es la falta de conciencia histórica que se refleja en una lectura sesgada del pasado, simplista, binaria, y en el desconocimiento de los logros anteriores. El feminismo de hoy se cree fundacional. Las argentinas fuimos esclavas hasta que llegó Elizabeth Gómez Alcorta a un ministerio.

El otro día escuché uno de los cursitos de género que por ley tienen que soportar los funcionarios, legisladores, etc. No se lo deseo a nadie. Digo “cursitos” porque eso son: un conjunto de superficialidades, falacias y simplificaciones. Me tomé el trabajo de escuchar toda la clase que, en plena pandemia, dio la Ministra de la Mujer y etcéteras a los diputados nacionales en el Congreso. En 2020, porque ni el coronavirus frenó la género-manía.

Allí se dijo que fueron los organismos internacionales y el feminismo mundial los que vinieron en auxilio de las argentinas sometidas. Los hitos de la emancipación fueron la Convención de ONU sobre la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer, en 1979; y en 1994, la Convención Interamericana para erradicar la violencia contra la Mujer.

Decir eso en un país pionero en participación política femenina es lo que llamo falta de conciencia histórica. Para esas fechas, las argentinas ya habíamos tenido una presidente mujer, Isabel Perón, en 1974, y desde 1991, teníamos una ley de cupo de avanzada que feminizó el Congreso argentino mucho antes que los parlamentos europeos.

Pero para Gómez Alcorta la igualdad para las mujeres argentinas “ha tardado muchísimo”. Aunque luego dijo que, en 1926, “cuando sólo había varones en el Congreso”, se dictó la primera ley de derechos civiles para la mujer. ¿Cómo pudo un Congreso de pantalones votar algo en favor de las faldas?

Enumeró todas las leyes en beneficio de la mujer con una notoria omisión: la ley de cupo femenino de 1991. ¿Por qué no la nombró? Esa ley fue el primer gran envión de la igualdad política en este período democrático. Pero fue iniciativa de un varón y votada por varones. No fue una ley arrancada al patriarcado. Una legisladora presentó el proyecto, pero en el Congreso se pueden presentar miles de proyectos y si no hay voluntad política no pasa nada. Dora Barrancos, que hoy asesora a Alberto Fernández y tiene amnesia, en aquel entonces reconoció que fue la implicación personal del presidente Carlos Menem, que llamó uno a uno a los diputados remisos y envió a su ministro del Interior de entonces, José Luis Manzano a convencerlos, lo que hizo que se votara la ley. El Congreso argentino pasó de tener 16 mujeres y 266 varones antes del cupo a tener en 1993 41 mujeres, más del doble, y en 1995, 74 mujeres y 195 varones. Francia, en 1997, todavía tenía menos de 10% de mujeres en su Asamblea.

El año pasado se cumplieron 30 años de la sanción de esa ley. ¿Qué hicieron las feministas? Se autoelogiaron y ni nombraron a Menem. ¿Por qué? Porque en el clima actual no se puede reconocer nada positivo de un varón hacia las mujeres. Los varones están en el purgatorio, todos.

Las feministas se arrogan méritos que no tienen. No existía en 1991 ningún movimiento feminista activo en la Argentina, no hubo ninguna manifestación para presionar por esta ley. Fue obra de un presidente y de un Parlamento abrumadoramente masculino que con esa norma dejaría de serlo por propia voluntad. O sea, eran varones renunciando voluntariamente a su poder. Renunciando al patriarcado. Repartiendo el poder con las mujeres.

En concreto, el patriarcado, si existió alguna vez en forma absoluta, es decir el varón dueño de vidas y hacienda, desapareció en un siglo sin oponer resistencia. Los violadores y femicidas en potencia se entregaron sin luchar, cedieron sus privilegios sin que mediara una presión violenta, masiva, ineludible. Si llevamos la ironía al extremo, deberíamos concluir que el patriarcado emancipó a la mujer.

Indigerible para el relato feminista actual que se construye sobre la base de una guerra de sexos, un antagonismo que no existió en el pasado, pero sí existe en su programa.

En Argentina, no hay brecha salarial de género: a igual tarea, igual remuneración; las mujeres disponen libremente de sus bienes; la patria potestad es compartida y los hijos pueden ser inscriptos indistintamente con el apellido de la madre o del padre.

El feminismo jamás tuvo relevancia en la Argentina y en especial no la tuvo en los momentos de mayor avance de las mujeres: entre 1947 y hasta los años 90. El grueso de nuestras conquistas son de esa etapa.

Otra falacia del feminismo de la tercera ola es la idea de que los géneros no tienen ningún fundamento biológico y que lo heteronormativo no es más que un invento de los varones para someter a la mujer.

Hace poco, Alice Coffin, una activista LGTB de Francia dijo: “No tener marido me [preserva] de ser violada, golpeada, asesinada”. E invitó a las mujeres “... a hacerse lesbianas”.

Beatriz Gimeno -también activista LGTB-, siendo directora del Instituto de la Mujer de España, o sea funcionaria, sumó su aporte diciendo: “La heterosexualidad no es la manera natural de vivir la sexualidad, sino una herramienta política y social (...) de subordinación de las mujeres a los hombres”.

Una referente argentina del NiUnaMenos dijo: “La pareja heterosexual es un factor de riesgo para la vida de las mujeres”.

Muchas feministas aseguran no comulgar con estas expresiones, pero no toman distancia públicamente porque hay que estar en la ola, porque es más fácil dejarse llevar por la corriente que remar en contra.

El libro de Emmanuel Todd hace un repaso de todos los estudios antropológicos sobre las sociedades humanas y de ellos surge claramente que “la monogamia, la pareja heterosexual, el eje varón-mujer, es la estructura dominante estadísticamente en la especie Homo sapiens desde su aparición hace 200 ó 300 mil años”. “La familia nuclear es casi tan vieja como la Humanidad”, dice.

Para el feminismo radicalizado, el matrimonio heterosexual y la división sexual del trabajo son inventos del monoteísmo y del capitalismo. Pero la antropología y la etnografía hace rato echaron por tierra los planteos de que son una construcción, una conspiración de los varones contra la mujer, o una imposición de la Iglesia que, como sabemos, tiene la culpa de todo.

Según Todd, el motivo por el cual esta estructura de base de la sociedad humana es tan generalizada y tuvo tanto éxito es que se trató de una asociación hombre-mujer para la cría y educación de los hijos. A diferencia de lo que pasa con los demás mamíferos, la cría humana es dependiente de los progenitores por mucho tiempo. Le lleva unos 15 años madurar biológicamente. Varón y mujer se han asociado entonces desde el comienzo de los tiempos porque esa es la forma más eficiente para asegurar la perpetuación de la especie.

Las ultrafeministas dirán que Todd no tiene enfoque de género pero ya Margaret Mead (1901-1978) una de las antropólogas más célebres de la historia, sostenía lo mismo en su obra Male and Female (1949), “Masculino y femenino”, en la cual constata la universalidad de la oposición hombre-mujer en la organización de las sociedades. El modelo predominante fue la familia cuyo centro es la pareja hombre-mujer, cooperante y solidaria en la cría y educación de los hijos. Las escasas excepciones que hubo y todavía hay (poligamia y poliginia) son sólo una confirmación de la regla.

En cuanto a la historia de la emancipación femenina, que no es exactamente lo mismo que la historia del feminismo, quiero destacar algo que también dice Simone de Beauvoir a quien evidentemente las feministas de la tercera ola no han leído. Digo esto porque actualmente no hay marcha o encuentro de mujeres sin que algún grupo de exaltadas tome como blanco a la iglesia más cercana, con el argumento de que es “enemiga” de la causa femenina. Deberían observar que las mayores conquistas de la mujer en materia de derechos políticos se han verificado en las sociedades de impronta cultural judeo-cristiana. Pero todo lo que no encaja en el dogma que han adoptado debe ser negado.

Por eso rescato la honestidad intelectual de Simone de Beauvoir que en su libro, cuando reseña la historia de la condición femenina, reconoce que el feminismo inicial, el de fines del siglo XIX y principios del XX, el de las sufragistas, esas antecesoras que sí combatieron, ese primer feminismo se nutrió de dos vertientes: una “revolucionaria”, de izquierda, socialista, y la otra “un feminismo cristiano” -lo dice así textualmente- y recuerda que el Papa de entonces, Benedicto XV, se pronunció a favor del voto femenino tan temprano como en 1919 y que en Francia la propaganda en favor de ese voto la llevaron adelante el cardenal Alfred Baudrillart y el dominico Antonin Sertillanges. O sea que la iglesia francesa hizo campaña en favor del voto femenino ya en los años 20 del siglo pasado. Es decir que, además de las sufragistas de izquierda, laicas, marxistas, socialistas, hubo sufragistas católicas. Y la Iglesia las respaldó.

“Feminismo cristiano”, dice la autora de la Biblia feminista.

En el mismo año 1919, una carta abierta de la Unión Femenina Nacional Italiana decía: “Los partidos democráticos le echan el ojo al feminismo, de vez en cuando se muestran como sus paladines, pero no ofrecen ninguna contribución orgánica y duradera en el campo del pensamiento o de la acción. Solamente los partidos clericales y socialistas (…) dan cabida a la mujer incluso en sus organizaciones económicas y políticas”.

La amnesia histórica es la que permite a las feministas de hoy atribuirse logros que no tienen y desconocer que los principales avances en materia de derechos de la mujer no fueron resultado de una lucha de grupos feministas, sino un progreso natural de la sociedad, o fruto de la cooperación entre sexos.

En general, hay coincidencia en que hubo dos grandes oleadas de avances en materia de derechos de la mujer.

La primera se centró en los derechos políticos, el reclamo de participación en la esfera pública, el voto esencialmente, la ciudadanía plena. Con el sufragismo respaldado por la iglesia.

La segunda oleada de conquistas femeninas se dio en los años 60 y 70 en la esfera de lo laboral y en la sexualidad. La pastilla anticonceptiva fue un instrumento mucho más eficaz que toda la militancia feminista en esta emancipación porque le permitió a la mujer regular la procreación, decidir su maternidad. Y la equiparó en libertad sexual con el varón.

En esa época se produce el ingreso masivo de la mujer al mercado de trabajo, facilitado también por este mayor control de la natalidad.

A partir de los años 90, se da un gran avance en la participación de la mujer en posiciones de poder legislativo y ejecutivo.

Y se consolida una tendencia que venía de lejos: la supremacía de la mujer en la formación universitaria. Es decir, egresan más mujeres que varones de las universidades de casi todos los países del mundo occidental, y Argentina es uno de ellos. Sobre esto el feminismo no dice nada porque no se pueden dar buenas noticias en esta materia.

En concreto, el proceso de emancipación femenina fue bastante rápido en Occidente y no hubo resistencia masculina a este proceso.

La primera y segunda ola feminista no fueron anti masculinas. No plantearon como eje de su acción el antagonismo con el varón. Y muchas referentes de aquel feminismo clásico o histórico cuestionan fuertemente al movimiento actual. Hace poco Elisabeth Badinter, referente feminista histórica de Francia, habló de un “neofeminismo guerrero” que deshonra la causa del feminismo. Dijo que tienen un “pensamiento binario” que nos lleva directo a “un mundo totalitario”. “Han declarado la guerra de sexos y, para ganarla, todos los métodos son buenos”. Como por ejemplo sacrificar principios tan universales como la presunción de inocencia y el derecho a la defensa.

Si los logros de etapas anteriores están claros, preguntémonos cuáles han sido los beneficios o conquistas de esta tercera ola y de dónde viene esta binariedad agresiva.

Uno de los “logros” es un clima de crispación social, una enemistad de género, producto de que se enjuicia a todos los varones, no sólo por los atropellos que puedan cometer algunos hoy, sino por todos los agravios pasados, reales o imaginados.

No se trata de los derechos de las mujeres sino de imponer una visión del mundo, de completar la deconstrucción, esa operación que pretende llevarse por delante verdades y valores universales de nuestra cultura.

De lo que se trata no es de la emancipación de la mujer sino de cuestionar el origen biológico de toda diferencia entre los sexos y negar toda cooperación natural entre ellos.

En palabras de Todd: la solidaridad y complementariedad entre los sexos es reemplazada por el antagonismo y una visión binaria por la cual la mujer encarna el bien y el hombre el mal. El varón es culpable, porque es varón.

La obsesión por borrar el sexo biológico explica también lo que la historiadora y psicoanalista francesa Elizabeth Roudinesco llamó “epidemia de transgénero”. Claro que le saltaron a la yugular, y hasta intervino la justicia que finalmente la absolvió. Para Roudinesco “hoy se ha suprimido la diferencia anatómica en nombre del género”.

Es sabido que, como existen varones transgénero, es decir, mujeres que han realizado una transformación en sus cuerpos para tener apariencia de varón pero siguen teniendo matriz y por lo tanto pueden gestar, feministas de la tercera ola consideran que la palabra mujer discrimina a esas personas, y por lo tanto nos llama “personas gestantes”. Y a la que protesta le lanzan la jauría, como a J.K. Rowling, la autora de Harry Potter.

Ahora bien, no todo el mundo ha enloquecido, y hasta hay personas transgénero que cuestionan esto. Quiero citar a Debbie Hayton, una valiente docente y sindicalista británica que, pese a ser trans, denuncia la ideología transgénero y el dogmatismo que lleva a negar la biología. Ella dice: “Jamás seré una mujer, tan solo puedo parecerlo. Soy un hombre biológico que prefiere tener un cuerpo similar al de una mujer.”

Debbie Hayton también critica las transiciones de género sin una debida evaluación psicológica, la hormonización de menores de edad o que haya trans compitiendo en deportes femeninos. Todos los excesos de la epidemia transgénero de la que habla Roudinesco.

Para Emmanuel Todd, estamos ante “una autodestrucción identitaria”. “La sociedad le propone a los jóvenes de hoy una relación incierta con su identidad sexual”, sostiene. [Aclaro antes de que traten a Todd de homofóbico que en el mismo libro sostiene que la única especie en la cual existe la homosexualidad absoluta es la humana; o sea, que eso también es natural]. Pero hoy el feminismo confrontativo ha lanzado un ataque en regla contra lo heterosexual que es asociado a lo artificial, a la violencia y a la dominación femenina.

Cuando el Presidente de la Nación dice que ha conocido más heterosexuales canallas que homosexuales canallas, se está sumando a esta ideología binaria que define el mal y el bien por el género. Se llama discriminación.

La género-manía de hoy no es un aporte a la condición de la mujer ni ha mejorado nuestras sociedades. Es una respuesta errónea a la frustración de las ilusiones que el fin de la guerra fría pudo haber despertado en nuestras naciones. Seguimos padeciendo injusticias sociales gravísimas, marginalidad, violencia, tráficos ilegales, desempleo. El feminismo de tercera ola es una distracción, una tapadera, que nos aleja de los verdaderos problemas. Se denuncia una inexistente brecha salarial de género mientras que médicos y docentes -varones o mujeres- ganan salarios indignos.

Digámoslo claramente: es más fácil luchar contra lo que no existe -el patriarcado, la brecha salarial de género- que contra lo que realmente dificulta nuestro presente y compromete nuestro futuro.

Hoy las mujeres tenemos abiertas las puertas a la participación; la respuesta no puede ser desatar una guerra de sexos. La respuesta es sumar el elemento femenino en la composición de la decisión en todos los planos. Sería lamentable que la emancipación femenina tuviera por efecto la discordia, la fragmentación social, la enemistad de género.

El desafío es demostrar que, en la toma de decisiones de responsabilidad pública nuestra participación desembocará en más diálogo, más entendimiento, concordia y paz.

Pero estamos bombardeados por usinas internacionales que apuntan a desnaturalizar a la raza humana y por un feminismo que quiere sectarizarnos, reducirnos a la lucha por la gestión de la menstruación y otros absurdos por el estilo que en el fondo están en las antípodas de la emancipación que predican.

¿Hasta cuándo las mujeres vamos a permitir que las exponentes de este neofeminismo agresivo y enemigo del varón hablen en nuestro nombre?

Así como el feminismo confrontativo está globalizado, debemos generar una contracultura en red para que estas corrientes que promueven la enemistad de género no se sigan arrogando representaciones y méritos que no tienen. No importa que hoy este discurso supuestamente feminista parezca dominante; no representa el pensamiento de la mayoría de las mujeres.

Nunca fui muy afecta a la palabra feminismo porque no la asocio a los logros de las mujeres a lo largo de la historia que, en muchos países, y en Argentina en particular, no fueron resultado de un “colectivo” de mujeres sino de la cooperación varón-mujer. Pero aún así, es un término que se supone asociado a la fuerza, a la participación, a la emancipación de la mujer.

Entonces pregunto: ¿se puede llamar feminismo a un movimiento que subestima a las mujeres al punto de postular que necesitamos que nos hablen en inclusivo para darnos por aludidas?

¿Se puede llamar feminismo a un movimiento que fuerza por reglamento un 50% de participación en los lugares de decisión, no por méritos sino por cuota, debilitando así la estructura argumental de la lucha por la igualdad?

¿Podemos llamar feminismo a esta corriente para la cual toda la historia de la humanidad se explica en clave de guerra de sexos, de varones explotando a las mujeres; que promueve el apartheid sexual, que postula que una mujer sólo puede estar representada por otra mujer; que el matrimonio heterosexual es un peligro, que en todo varón se esconde un depredador de la mujer?

¿Podemos llamar feminismo a un movimiento que ni siquiera nos puede nombrar, que nos llama persona-gestante, persona menstruante o cuerpo gestante?

¿Podemos llamar feminismo a un movimiento que dice que viene a darnos el poder y que nos trata como minusválidas y víctimas permanentes?

¿Podemos llamar feminismo a un movimiento que postula que nacer mujer es una desgracia y que el sexo opuesto no es nuestro complemento sino un antagonista absoluto?

¿Podemos llamar a esto movimiento de lucha por los derechos de las mujeres? ¿Están los intereses de las mujeres representados en esta corriente de tanta visibilidad mediática?

¿Podemos seguir tolerando que, con la excusa del género, los políticos y los gobiernos, a todo nivel y de todo signo, repartan prebendas y cargos, y nos usen como excusa para eludir la solución a los verdaderos problemas?

Tenemos que decir basta y, si nos sentimos, si somos, personas emancipadas, como lo somos, asumir el desafío de hacernos cargo, junto al varón, de la totalidad de los problemas. No somos un colectivo. No nos preocupa sólo nuestra menstruación. Nos ponemos al hombro la cruz de todos. Ninguna problemática de nuestro país, de nuestros compatriotas, varones y mujeres de toda condición, nos puede ser ajena.

Fuente: Infobae

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