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La viuda del capitán inglés que quiso conocer al oficial argentino que mató a su marido

CIUDADANOS 04/04/2022 Adrián PIGNATELLI
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El teniente primero José Martiniano Duarte tenía la costumbre de escuchar radio mientras estudiaba de noche. Seguía el programa de Enrique Llamas de Madariaga quien tenía el hábito de llamar a las redacciones de los principales diarios para que adelantasen el contenido de las tapas del día siguiente. En el diario Crónica lo atendió el propio Héctor Ricardo García, quien suelto de cuerpo, comentó que el título iba a ser que las tropas argentinas estaban desembarcando en Malvinas. De esta forma, Duarte, a un mes de cumplir los 31 años, un entrerriano criado en Buenos Aires, casado, entonces con dos hijos, se enteró de la recuperación de las islas.

Ya tenía sus sospechas porque hacía días notaba una inusitada actividad de helicópteros y comandos anfibios. Pero en la División Enseñanza de la Escuela de Infantería, nadie los había participado de las novedades.

 
Como existía un solo grupo comando activo, se formó las compañías Comando 601 y 602. Cada una compuesta por un total de 60 hombres, tenía tres secciones. Duarte, en la 601, recuerda que era el miércoles 26 de abril cuando llegó a Malvinas en un avión que apenas aterrizó volvió a despegar. Venían de El Palomar y habían hecho una escala en Comodoro Rivadavia. Era el jefe de la primera sección, formada por 22 hombres.

La alegría que sintió por el papel que le tocaba desempeñar trocó en desazón porque lo primero que percibió fue la desorganización reinante. No tenían vehículo para trasladar su equipo y cuando vio una fila de soldados en una cocina de campaña, ordenó a sus hombres ir a comer algo.

El 1 de mayo, día del inicio de los ataques ingleses, estaba en Puerto Luis, al norte de Puerto Argentino. Recuerda haber requisado radios a los lugareños, mientras los aviones enemigos pasaban rasantes sobre sus cabezas. Luego, recibió la orden de trasladarse en dos helicópteros, un Augusta y un Puma, hacia la isla de lobos marinos. Los altos mandos argentinos sospechaban de un desembarco inglés en esa zona. Falsa alarma.

Estuvo en San Carlos y luego fue enviado a la isla Borbón. Comandos ingleses se habían asegurado en destruir 9 aviones argentinos. Dos quedaron con cargas explosivas sin detonar pero con sus fuselajes acribillados a balazos. El capitán Hamilton, a cargo del Escuadrón 19 del SAS, fue uno de los comandantes tácticos de esa operación. Aún Duarte lo ignoraba, pero sus caminos se cruzarían el 10 de junio.

Duarte recuerda como si hubiera sido ayer lo que ocurrió ese día. Desde fines de mayo con su sección habían quedado en la isla Gran Malvina y no podían reunirse con el resto de la compañía porque los helicópteros que podían trasladarlos estaban destruidos o estaban empeñados en los combates en los alrededores de Puerto Argentino.

La misión era la de observar el desembarco enemigo en San Carlos desde el monte Rosalie, en el norte de la isla, a 30 kilómetros de Puerto Howard, para los kelpers, Puerto Yapeyú, como lo bautizaron los efectivos del Regimiento 5 de infantería que allí se había establecido. Cuando ese puesto fue descubierto por los ingleses, hubo que buscar otro. Duarte seleccionó para esa misión a tres hombres: Eusebio “Negro” del Tránsito Moreno, Roberto Félix “Terco” Ríos y Francisco “Mono” Altamirano.

El 10 de junio amaneció luminoso, cielo completamente azul y una perfecta visibilidad permitía adivinar, muy a lo lejos, San Carlos. No hallaron una altura comparable a la del Monte Rosalie y resolvieron volver sobre sus pasos. Marchaban hacia Puerto Yapeyú manteniendo una distancia de 20 pasos entre hombre y hombre.

Era casi mediodía cuando Duarte entregó la radio mochila y se puso al frente.

Se encontraron con altas rocas que Duarte describe como paredes. Decidieron pasarlas por el oeste. Iban caminando en sigilo cuando se escucharon voces del otro lado de esa pared. Eran personas hablando por radio. Duarte le hizo señas a Moreno quien al escuchar las voces no pudo disimular su alegría.

Retrocedieron unos diez metros y se cubrieron detrás de unas rocas. Dejaron sus equipos. Hubo dudas porque podían ser kelpers. Duarte alcanzó a tomar el brazo de Moreno cuando éste se disponía a arrojarles una granada.

De pronto vieron a un inglés que se arrastraba hacia donde estaban, pero que no los había visto. Era un morocho con pasamontañas verde oliva. Lo vieron arrastrarse a unos ocho metros y no parecía británico.

“¡Alto! ¿Argentino o inglés? -le gritó. “¡Hands up!” -ordenó Duarte.

Como respuesta recibió una ráfaga de AR15. El combate se generalizó. Moreno arrojó la granada en medio de las rocas donde se refugiaban los ingleses. Por el nivel de fuego, Duarte evaluó que enfrentaban a muy pocos hombres.

Vieron cómo dos enemigos intentaron ir por la izquierda y Ríos le disparó una granada de fusil, que cayó detrás de ellos.

De pronto, mientras un inglés les disparaba, vieron cómo otro corría, daba un salto en el aire y continuaba disparando. El otro se incorporó y mientras lo sobrepasaba lo vieron desplomarse.

Junto al inglés caído, vieron a otro arrojando el fusil mientras gritaba palabras que no se entendían. Lo que comprendieron es que se estaba rindiendo. “¡Come here! ¡Come here!”, le ordenó Duarte. El hombre se acercó con los brazos en alto. Temblaba e imploraba.

Trataron de hacerle entender que su vida no corría peligro, que era prisionero de guerra. Cuando le preguntaron su grado, respondió “soldier”. Más tarde sabrían que se trataba del cabo primero Ray Fonseca. El inglés muerto era Hamilton. Ambos pertenecían al SAS. El pasamontaña que llevaba Fonseca lo había tomado de un argentino cuando desembarcaron en las Georgias.

Dijo que eran solo dos, pero lo cierto es que hubo dos hombres más que lograron escapar. Recogieron el equipo que habían dejado los ingleses y marcharon hacia Puerto Yapeyú. Fonseca, con los manos en alto, encabezaba la caravana de los cuatro comandos.

Los Harriers pasaban sobre sus cabezas y debieron hacer más de un cuerpo a tierra. Cuando Duarte vio que Fonseca lo miraba, le dijo: “Qué le vamos a hacer. La guerra es así: hoy vos, mañana seré yo”. “No, políticos”, respondió el prisionero.

Cuando se acercaron a las posiciones que ocupaba la Compañía C del Regimiento 5, estallaron de alegría al ver que se acercaban con un prisionero. Altamirano fue el que se había adelantado para dar la novedad.

Revisaron más minuciosamente a Fonseca, y le encontraron una libreta con las frecuencias y códigos de comunicaciones.

Al día siguiente, fueron a buscar el cuerpo del inglés. Antes de cargarlo, lo registraron. Su nombre completo era Gavin John Hamilton, era capitán, y el 15 de mayo había cumplido 29 años. Llevaba material para guiar a la artillería naval y una radiobaliza, que aún estaba encendida. Guardaba una foto suya junto a una joven mujer, con un nombre escrito “Vicky”. Tenía un disparo en la espalda y otro en el brazo.

Lo velaron junto a Remigio Antonio Fernández, soldado del 5, en un pequeño taller ambientado como capilla. Había una cruz de madera y una bandera de esa unidad. Quisieron conseguir una bandera británica para cubrir el cadáver del capitán pero ningún kelper quiso prestarla. De la misma manera, los lugareños no quisieron participar de la inhumación.

El 11 por la tarde el cortejo partió hacia el cementerio. Un acoplado enganchado a un tractor manejado por el soldado Valenti fue la carroza fúnebre. Bajo una tenue llovizna, fue al frente el jefe del 5, coronel Mabragaña; su ayudante, el oficial jefe de la Compañía B donde revistaba el soldado Fernández y el jefe de sección, los comandos de la 601 y cuatro soldados, compañeros del conscripto fallecido. El capellán Nicolás Solonyzny rezó un responso, al inglés le rindieron honores como si fuera un capitán argentino. Solo se escuchaba los aullidos de un perro.

En la tarde del 13 de junio, a horas de la caída de Puerto Argentino, los ingleses se apoderaron de Puerto Yapeyú. Duarte entregó a un coronel británico la identificación de Hamilton y le describió las circunstancias de su muerte. Manifestó su deseo de conservar su casquete como recuerdo de un valiente soldado contra el que había tenido el honor de combatir y ofreció su boina a cambio. Sin embargo, el oficial le dijo, emocionado, que con gusto lo haría, pero que la tradición era entregar el cubre cabeza a la viuda.

Los comandos argentinos fueron tratados con especial deferencia por los británicos, a quienes despidieron con el saludo militar cuando fueron embarcados.

Pasaron veinte años, pero para Duarte el recuerdo de la guerra estaba tan vigente como en 1982. Por un amigo, el oficial argentino se enteró que hacía tiempo que la familia de Hamilton deseaba contactarse con él. Surgió una invitación del News of the world, un diario sensacionalista que le ofrecía pasajes y estadía para entrevistarse con Victoria Carter, la viuda del inglés muerto.

El Ejército le dijo a Duarte que hiciera lo que le pareciera, y así el sábado 6 de abril de 2002 llegó a Londres. La única condición que puso fue que el encuentro debía realizarse en la agregaduría militar de la embajada argentina.

La reunión se acordó para el martes 9. Duarte fue vestido con su uniforme de diario, con sus medallas de Malvinas. Recuerda que había dos o tres periodistas, uno de ellos veterano de la guerra del Atlántico Sur. Él llegó antes que ella.

Lo primero que le impresionó fue su juventud y que sonreía. El periodista de News of the world lo presentó en la forma más brutal: “Él es el que mató a su marido héroe”.

La mujer le estrechó la mano con firmeza y luego le aclaró al periodista: “Pero él no es un asesino, es un soldado que peleaba por su Patria”.

Durante una hora, la mujer compartió recuerdos y anécdotas de su marido, intérprete mediante. Ella había llevado un grabador que mantuvo encendido durante todo el encuentro. Él le contó que su marido había muerto protegiendo a su compañero. Ella le agradeció haber remarcado, en su momento, el heroísmo de su esposo, que permitió que la propia reina Isabel II se lo comentase en persona cuando le entregó la condecoración de Hamilton, la Cruz Militar en grado póstumo. “Sabía que el capitán era un héroe porque lo había dicho el propio enemigo”, le dijo. Para ella, la valentía de su marido había sido reconocida.

Fue la viuda quien decidió que el cuerpo de su marido permaneciese en las islas, porque él siempre decía que un soldado debía ser enterrado en el lugar donde caía. No habían tenido hijos.

Al día siguiente, Duarte se detuvo en un kiosco de venta de diarios en Victoria Station. Vio que en la página central de News of the World estaba registrado su encuentro del día anterior. Habían titulado con el tema de que él había matado al marido héroe, aunque debajo estaba la aclaración hecha por la mujer. Compró quince ejemplares.

Nadie le saca de la cabeza a Duarte que otra podría haber sido la historia: imagina al inglés volando a Buenos Aires para contarle a su esposa cómo él había muerto. Uno de los tantos cara y ceca de la guerra.

Fuente: Infobae

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