OPINIÓN Claudio Jacquelin*

El antimileísmo amenaza con ampliarse

El Gobierno no había tenido una semana tan negativa en el Congreso como la que está concluyendo, desde hace seis meses y medio, cuando tropezó en la Cámara de Diputados la primera y monumental versión de la Ley Bases. Pero aquello es poco comparado con lo acaba de suceder. 

Por primera vez desde que Javier Milei llegó al Presidencia se produjo una confluencia de factores que le propinó tres derrotas sucesivas en planos muy sensibles para el Gobierno, como son la disposición de recursos, el control sobre el aparato de inteligencia y el aumento del gasto, con derivaciones y probables mayores costos en el corto plazo. El resultado de un compendio de debilidad e impericia política del oficialismo que es mirada con atención (y, en algunos casos, preocupación) por actores políticos y económicos influyentes.

El boceto que dejaron las dos jornadas del Congreso muestra el prematuro alumbramiento de un inorgánico, pero corrosivo, antimileísimo. Toda una novedad después de dos décadas en las que la política se estructuró en torno de dos antinomias: kirchnerismo-antikirchnerismo, macrismo-antimacrismo.

Por ahora es, apenas, el fruto de una suma de coincidencias circunstanciales, para nada definitiva, aunque constituye un llamado de atención para el oficialismo, cuyas limitaciones de origen y de ejercicio quedaron al desnudo, como nunca. El paso del tiempo no mejoró algunos déficits congénitos de la construcción libertaria, sino que parece haberlos agravado.

El hecho más novedoso que acaba de registrarse es la rebelión del macrismo, que dejó de ser en esta ocasión (y podría no ser la última) un manso ladero que ofrecía el bloque más disciplinado con el que contaba el Gobierno para solventar sus proyectos legislativos. Imprescindible ante la poca cuantía e inexistente organicidad de la bancada libertaria, hoy más dividida y enemistada entre sí que siempre.

La amplia mayoría de los diputados de Pro abandonó anteayer su papel de cuasioficialistas para adquirir, al menos por un rato, rasgos de opositores. Más que un aviso.

“No pueden pedirnos que apoyemos todo lo que se les ocurra sin discusiones y acuerdos previos en temas que no implican fortalecer el cambio que apoyamos y a veces hasta van en contra, como fue el DNU para asignar fondos reservados al aparato de inteligencia. Menos pactan, le otorgan recursos y le solucionan problemas al peronismo e, inclusive, al kirchnerismo”, dicen en las cercanías del jefe del bloque de Pro, Cristian Ritondo, que ayer estaba regresando desde Estados Unidos de un viaje con legisladores de otros partidos, pero estuvo al tanto de lo que sucedía en la Cámara minuto a minuto.

La alianza tácita, frágil y plagada de desconfianza entre el oficialismo y Pro, sostenida fuertemente por el vínculo personal entre Milei y Mauricio Macri, ahora se astilló como nunca y enfrenta un futuro incierto. El reciente diálogo entre ambos no habría modificado nada, según fuentes macristas. Ni para peor ni para mejor.

Para sostener la relación entre ambos espacios y, sobre todo, el apoyo al Gobierno, desde el sector amarillo reclaman importantes correcciones, que, por ahora, desde la Casa Rosada no muestran disposición a hacer.

En ambos bandos nadie desconoce ni olvida que fue el propio Macri el que impulso el motín de su tropa en Diputados. Y no solo los temas que debían tratarse en el Congreso sino por cuestiones más estructurales.

Las críticas contra el ex presidente y sus diputados por el voto en contra en el Congreso de parte de altos funcionarios del Gobierno, como el jefe de Gabinete, Guillermo Francos, o el vocero Manuel Adorni, potenciadas por fuertes descalificaciones del aparato comunicacional del Gobierno escaló, en lugar de aplacar, el conflicto. Todos muestran los dientes.

“Mi relación con Javier está en el mejor momento y en las conversaciones que tenemos entiende y acepta que un acuerdo más amplio con Pro debe ser el fruto de una agenda de trabajo y de participación concreta. Lo que pasa es que después él se desentiende y deja en manos de Santiago Caputo, que no concreta nada de lo que hablamos”, le explicó Macri a sus interlocutores.

El jefe de Pro comentó eso antes y después de ordenar a sus diputados votar contra el DNU por el que se le otorgaban $100.000 millones en fondos reservados al aparato de inteligencia, supuestamente destinados a ciberseguridad. Aunque para la mayoría de los opositores, incluido el macrismo, esos recursos tendrían destinos menos nobles. El refuerzo y modernización del espionaje a opositores o críticos, el fortalecimiento de la maquinaria propagandística y de injerencia en el próximo proceso electoral que controlaría el superasesor Caputo, asoman como sospechas difíciles de salvar, aunque no son motivos excluyentes para explicar el rechazo al decreto.

El malestar de Macri no solo es político y funcional, sino también producto de una herida íntima. “Yo estoy dispuesto a hacer lo que sea para que Milei logre hacer lo que nosotros quisimos y no nos dejaron. No me importa pagar costos, pero tampoco puede pretender hacerlo maltratándonos y llevándonos a empujones. Son muchos los que me dicen que no puedo ser tan tolerante. Parece como si pretendieran hacerme ver como un viejo gagá que se contenta con que lo elogien y sin atender sus razones. Pero se confunden y se equivocan”, le ha advertido el jefe de Pro a algunos de sus dirigentes.

La paciencia parece haber llegado a un límite y las presiones que empiezan a ejercerse sobre el expresidente desde su propia tropa para que adopte una posición menos condescendiente son crecientes.

Cargos y caja o acuerdo político

“El problema es que Macri sólo quiere cargos y cajas. Quiere a Javier Iguacel en Energía y a Guillermo Dietrich en Transporte, y participar de negocios como las privatizaciones y la concesión de la Hidrovía. No entienden que ellos ya perdieron los votos y están divididos”, responden con insidia (y nombres) desde la Casa Rosada.

La principal conclusión compartida por dirigentes amarillos, a la que adhiere Macri, es que el Gobierno y en particular Caputo, el asesor, pretenden ganar tiempo para doblegar y terminar de cooptar a Pro, sin ofrecer un acuerdo más amplio, sin darle espacios en el Gobierno, ni discutir políticas. Y, llegado el momento, tampoco acordar lugares en las listas para las elecciones del año próximo. En el oficialismo no lo niegan. Es una de las pocas coincidencias entre los dos espacios en conflicto.

El gurú oficialista refuerza así su perfil de monje negro. Y las justificaciones a Milei tienen cada vez menos peso. “Que Javier se desentienda y delegue en su hermana Karina y en Santiago, no lo exime de nada. Mauricio no podía seguir sin reaccionar. Ellos no solo quieren construir su propio poder y no compartirlo con nadie, sino que quieren terminar de destruirnos”, admite uno de los dirigentes en los que Macri más confía.

Menos terminantes, pero no menos mordaces, son algunos de los dirigentes amarillos que tienen o han tenido alguna relación con Caputo, el joven. “A Santi le dieron demasiado juguetes y no tiene tiempo para dedicarles, ni experiencia para entender la importancia de prestarle atención y cuidado a algunos. El Congreso se lo demostró. Todavía les falta más de un año para las elecciones y tienen demasiados frentes abiertos en todos los terrenos”, advierte un habitual interlocutor del gurú comunicacional.

Los gobernadores de Pro también sumaron presión sobre Macri en los últimos días. “El Gobierno se la pasa ignorándonos dando por hecho que nosotros vamos a poner los legisladores a su disposición como si fuéramos oficialistas, mientras ellos se dedican a atender a peronistas y radicales. Así no se puede seguir”, le planteó uno de los tres mandatarios a su jefe en la mañana de anteayer.

Los llamados desde la Casa Rosada en las horas previas a las votaciones en el Congreso al mendocino Alfredo Cornejo y al correntino Gustavo Valdés, sobre quienes el Gobierno explota sus coincidencias y necesidades, contrastaron con el silencio que se registró en los teléfonos de Rogelio Frigerio, Ignacio Torres y Jorge Macri.

No extrañó que este jueves volviera complicarse la relación entre la Ciudad y la Nación por el pago de la coparticipación. De ambos lados admiten el factor político como alimento de las diferencias. Y desde el Ministerio de Economía nacional hablan de una sobreactuación de Macri, el primo.

En el proceso de reconfiguración, desde la oposición también señalan, de forma generalizada, que el avance de Caputo y Karina Milei sobre cada vez más áreas y en la construcción política ha limitado el radio de acción y la capacidad de respuesta del jefe de Gabinete y ministro del Interior, Guillermo Francos. Aunque en la Casa Rosada lo niegan.

En el Gobierno, por otra parte, siguen apostando a la fragmentación y la cooptación tanto de macristas como de peronistas con látigo y más promesas que billetera. El problema es el tránsito entre un estadio y otro. Como ocurre en la economía.

“La fragmentación nos da oportunidades, pero también hace más complicadas y costosas (en todo sentido) las negociaciones”, admiten un funcionario del Ministerio del Interior, que se esfuerza por evitar que esa descripción denote alguna crítica a los dos bastones del Presidente.

En seno del oficialismo conviven tanto la obediencia y la admiración como el temor (nada reverencial) y el enojo hacia Caputo, a quien ayer Milei volvió a respaldar antes las críticas. Todo un mensaje para Macri.

Desde la oposición buscan profundizar grietas y amplifican versiones sobre diferencias entre la hermanísima y el superasesor y tratan de reforzar relaciones con funcionarios enemistados con el gurú, de los que el Presidente no quiere o no puede prescindir. En ese sentido, el macrismo promociona vínculos con la ministra de Capital Humano, Sandra Pettovello, e intenta fortalecer lazos con la vicepresidenta Victoria Villarruel.

Los cortocircuitos en lo más alto del poder y las escandalosas trifulcas en los bloques de senadores y diputados, que en los últimos días rozaron el escándalo, son cada vez más inocultables. Para muchos, son consecuencia inevitable de la percepción del oficialismo de que enfrente no tiene a nadie que le dispute el poder, lo que produce (como es habitual) su propia oposición. Los últimos acontecimientos podrían ser una señal de lo prematura de esa pulsión.

El peronismo, mientras tanto, pendula y juega con su experiencia para tener en su seno a opositores y cuasioficialistas, siempre dispuestos al diálogo cuando se pueden obtener cuotas de poder o beneficios, hasta por parte de quienes están en las antípodas absolutas en lo ideológico y lo estético.

La predisposición a negociar el apoyo a la postulación de Ariel Lijo para integrar la Corte, blanqueada por el senador camporista Mariano Recalde, expresa la flexibilidad que pueden mostrar hasta los más rígidos. Las antiguas relaciones que otro camporista, como Eduardo de Pedro, tiene con ex socios y amigos de Caputo, el joven, a los que contrató para su fallida postulación presidencial, también servirían de puente eficaz.

Sin embargo, como le gusta decir a Milei, “no hay almuerzo gratis”. La inorgánica y precaria aparición del antimileísmo es una demostración.

 

 

* Para La Nación

Ilustración: Alfredo Sábat