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Clubes de Abuelos: ¿Hay gato encerrado o algún negocio en puerta? ¿Por qué tanta rigidez con unos y laxitud con otros?

Crédito: Radio Rafaela

La problemática que enfrentan los clubes de abuelos en Rafaela es un claro reflejo de las tensiones entre la normativa municipal y la necesidad de espacios recreativos para nuestros adultos mayores. Es alarmante que, en la búsqueda de promover la convivencia y el bienestar, se impongan regulaciones que, en lugar de facilitar, amenazan la existencia misma de estos clubes que son un pilar en la comunidad.


Un recorrido por los barrios de las quintas durante un fin de semana revela la realidad: las fiestas que allí se celebran superan con creces el umbral de los 90 decibeles establecidos por la Municipalidad, y la falta de control es evidente. ¿Por qué tanta rigidez con unos y laxitud con otros?


Las declaraciones de los presidentes de los clubes de abuelos, Lorena Aragno y Hugo Vegetti, son elocuentes. Tras numerosas reuniones con funcionarios municipales, queda claro que se sienten atrapados en un juego legislativo que no favorece a nadie. La exigencia de implementar limitadores de sonido, que los grupos musicales se niegan a usar por temor a dañar sus equipos, se ha convertido en un obstáculo insalvable. Mientras tanto, la comunidad puede perder un espacio vital para la socialización y el esparcimiento.


Es problemático que las denuncias provengan sistemáticamente de solo tres familias. Esto plantea la pregunta: ¿se está respondiendo a las necesidades de toda la comunidad o se está permitiendo que un pequeño grupo imponga su voluntad? La respuesta no es sencilla, pero lo que está claro es que el peso de esta situación recae injustamente sobre los clubes, que han demostrado ser agentes de cohesión social. Sin lugar a dudas que hay "gato encerrado"


La inversión necesaria para cumplir con las exigencias municipales, como la instalación de limitadores de sonido y la contratación de ingenieros, resulta desproporcionada y poco práctica para organizaciones que operan con recursos limitados. Aquí hay que preguntar si las directrices municipales están balanceadas y son justas. ¿No debería primar el bienestar de nuestros adultos mayores sobre la rigidez de una normativa que, en la práctica, se vuelve inviable?
El descontento de los presidentes de estos clubes es evidente. La falta de soluciones y la sensación de carga administrativa son motivos válidos para preocuparse por el futuro de estos espacios. La posibilidad de cerrar las puertas y apagar las luces no es una opción que se deba tomar a la ligera.


Lo que se necesita urgentemente es establecer un diálogo sincero y efectivo entre las autoridades municipales y los clubes de abuelos. Las normas deben ser razonables y flexibles, adaptándose a la realidad de quienes, al día de hoy, están dedicando su tiempo y esfuerzo a mantener vivas esas tradiciones de encuentro y alegría. 


La invitación está clara: alto a la burocracia ineficaz. Es hora de encontrar un camino que no solo respete la normativa, sino que celebre y potencie la esencia social de estos espacios, permitiendo a los abuelos disfrutar de su tiempo juntos sin la constante preocupación de represalias o cierres. La comunidad merece un equilibrio que fomente el bienestar de todos sus miembros.