Elecciones 2023, inflación y el espejismo de la dolarización

La inflación y su alter ego, el abismo de los ingresos, desesperan a la sociedad y las propuestas de la dirigencia en la precampaña para las elecciones de este año no parecen a la altura del drama. En medio de un debate –por darle algún nombre– pobre e intencionalmente avaro en detalles, sobresale la disruptiva propuesta de dolarización de Javier Milei. Sus ecos noventistas traen recuerdos de estabilidad y disponibilidad de crédito, pero también de confiscación de ahorros, estallido y caos. Como sea, medios, consultoras, analistas y referencias políticas no hacen más que hablar de eso. ¿Y si al final vuelve Carlos (Menem)?

Cristina Fernández de Kirchner –que parece que no va a presentarse, pero que pretende escribir a mano la plataforma del peronista que se anime– dice que ese fuego se apaga con más cepo, pisando el dólar, congelando tarifas, subiendo salarios y perdiéndole el miedo al déficit fiscal.

Sergio Massa, que espera hasta poder demostrar que, por fin, tiene por el mango la sartén incandescente de la macro, pelea contra la corrida cambiaria y se multiplica en la emergencia, pero sus medidas no parecen un patrón para analizar qué haría con un poder propio validado en las urnas.

En la oposición, Horacio Rodríguez Larreta dice tener la posta, pero en sus apariciones pide que los periodistas no lo hagan entrar en detalles sobre un "plan integral" muy complejo.

Patricia Bullrich ya no musita imprecisiones sobre la "libre elección de monedas" y se limita a repetir que es alguien fuerte y decidida, mientras a su sherpa económico Luciano Laspina se le escapa, sin querer queriendo, que planean lanzar una nueva unidad monetaria.

Claro: ¿quién tiene ganas de salir a pedir votos prometiendo megadevaluación, hipertarifazo, golpe inflacionario inicial y licuación de salarios, jubilaciones y lo que quede de los planes sociales?

Entre tanta cháchara, Milei sobresale con una propuesta polémica, pero clara: dolarizar. Mientras lo escuchan, a algunas personas se les aparecen imágenes del crédito hipotecario disponible en los 90', de los viajes all inclusive y de las cuotas para lo que fuera; a otras personas, las perdedoras de la convertibilidad, la pérdida de puestos de trabajo, las marchas federales, la pelea incomprendida de Norma Plá, la destrucción de la industria, el abandono de los barrios y el estallido de 2001. Elige tu propia aventura.

El tema se ha impuesto, al punto que, como ha dicho la consultora Ad Hoc, dominó en buena medida el debate en redes sociales desde mediados de mes.

La idea mide bastante más que su emisor. Según la Encuesta Nacional de abril de Zuban, Córdoba y Asociados –nacional, entre los días 11 y 16, domiciliaria, 1.300 casos y +/- 2,72 puntos porcentuales de margen de error–, la imagen positiva de Milei trepa algo por encima del 33%.

En tanto, la consulta sobre la dolarización no recoge un apoyo mayoritario, pero entre quienes la apoyan y quienes la miran con cariño, el guarismo se eleva casi al 40%. Acaso ese umbral busque el minarquista, que mide alrededor de 20% en intención de voto, mientras espera que la crisis pulverice al panperonismo y le permita subir al segundo escalón del podio.

La inflación demuestra que el peso es un desastre que no cumple con la función de reserva de valor y, en lo que respecta a las otras dos que debería cumplir - la de unidad de cuenta y la de medio de pago- se limita cada vez más a las transacciones cotidianas, pequeñas. ¿Su reconstrucción es imposible? ¿No vale la pena siquiera intentarla?

Antes de pensar si algo es deseable o no, conviene pensar si es posible.

Dolarizar la economía sería un paso todavía más radical que la convertibilidad de los noventa, audacia que Domingo Cavallo observa hoy como una reivindicación de su obra; Milei no disimula la apología. Para aplicarla, sería necesario rescatar y cambiar por billetes verdes todos los pesos que circulan en la economía, más los depósitos a la vista y a plazo e, incluso, la deuda del Banco Central. Arrojadas a la polémica, muchas consultoras hicieron sus cálculos, los que han variado entre los dos mil y pico de pesos y los 10.000 por cada George Washington. En criollo: una hiperinflación que amenazaría gravemente la paz social.

En su discurso del jueves en el Teatro Argentino de La Plata, CFK habló largamente sobre –y en contra– la dolarización y recordó, con acierto, que su “acumulación originaria” fue una confiscación brutal de depósitos –el plan Bonex– y su colapso, otra exacción –el corralito-corralón–. Ante la falta de dólares del Banco Central para el arranque, ¿se repetiría esta vez esa forma de “acumulación originaria”?

La propuesta de Milei inquieta y mucho al Círculo Rojo empresarial, que le teme al descontrol todavía más que al populismo.

El economista afirma que no hay riesgo de híper. Alega que el Banco Central tiene pasivos y activos, y que la medida generaría la aparición de dólares no declarados en el mercado, por lo que la cotización de entrada sería de 800. ¡Vaya alivio! Fuera de su espacio, no hay economista profesional que valide ese número, de por sí alarmante.

¿La dolarización sería entonces posible? Teóricamente sí, aunque supondría una imposición brutal del mercado por sobre cualquier noción de autoridad política. Entonces, ¿sería un esquema deseable, capaz de compensar con sus beneficios los dolores del arranque?

Muchas cosas pueden decirse de Milei, menos que no sabe de economía. Puede estar cegado por la ideología y no tener sentido de realidad, pero cuentas sabe sacar. Su propuesta implicaría una hiperinflación o, en el caso más benigno, un golpe inflacionario inicial de tal magnitud que equilibraría rápidamente las cuentas públicas. ¿Cómo? Licuando sin piedad todo lo que implique erogaciones, desde deuda en pesos no indexada hasta salarios, jubilaciones, pensiones, ayudas sociales y pagos a empresas proveedoras de bienes y servicios.

¿Será ese un efecto deseado por el economista que se hizo famoso en los "debates" de Intratables, de los cuales saltó a la condición de abanderado de los indignados?

Más allá de las opiniones, la década del 90' enseña que los regímenes de dolarización –los parciales, como la convertibilidad, y mucho más los plenos– hacen a los países que los adoptan mucho más sensibles a los shocks externos. Los países y territorios que renunciaron a su soberanía monetaria son Ecuador, Panamá, El Salvador, Montenegro, Palaos, Kosovo, Islas Marshall, Estados Federados de Micronesia y Timor Oriental; todas economías mucho más chicas y que están lejos de haber resuelto sus problemas por esta vía.

En Argentina, los efectos "tequila" y "caipirinha", así como la crisis rusa de esa década metieron al país del "1 a 1" en una recesión interminable que desembocó en el 2001.

En contextos de crisis se produce el llamado "vuelo a la calidad", que es la migración de capitales de los mercados emergentes a Estados Unidos, en busca de refugios seguros. Esos movimientos suponen un abandono de las monedas emergentes, su devaluación y una paralela apreciación del dólar. En tal escenario, un país dolarizado que no tenga moneda que devaluar no tendría más remedio que realizar recortes nominales sobre todos sus precios, como lo hizo la Alianza con el rostro visible de Patricia Bullrich, quien decidió y defendió la poda del 13% a los salarios de estatales y las jubilaciones.

Para peor, Estados Unidos no es el principal socio comercial de la Argentina, sino Brasil y, en segundo lugar, China. Si el dólar se encareciera súbitamente en el mundo –sin que nuestro país toque pito alguno–, el real y el yuan se devaluarían, por lo que la Argentina se convertiría en un país menos competitivo. Exportar le resultaría más difícil e importar sería una ganga. En paralelo, un déficit comercial persistente –salida neta de dólares– podría desmonetizar la economía y la meterla en un pozo sin salida. En un extremo, convertiría una recesión en depresión.

El momento nacional es complejo, una verdadera encrucijada que causa mucho dolor. El suicidio, con todo, jamás debería ser un recurso.

FUENTE: LETRAP.COM.AR