La "revolución" Milei puede inspirar a otros líderes a cuestionar el papel del estado en el mundo moderno

El éxito de la «revolución Milei» en Argentina no es solo una esperanza para un país golpeado por el estatismo, sino un experimento que puede inspirar a otros líderes a cuestionar el papel del estado en el mundo moderno. Desde Washington hasta Bruselas, los zares de la motosierra tienen una tarea titánica por delante. Pero si algo queda claro, es que los ciudadanos están listos para algo nuevo.

Independientemente de las razones de la elección de Donald Trump como presidente de los EE.UU. (analizadas aquí), no cabe duda que su elección marcó un punto de inflexión en la política global. Entre las muchas prioridades que el presidente electo ha señalado, destaca un objetivo claro: desarticular el estado administrativo que, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, ha expandido su control sobre la vida de los ciudadanos occidentales. En Europa, esta expansión se manifiesta en dos niveles: un mastodonte supranacional que opera desde Bruselas y Estrasburgo, sin una rendición de cuentas efectiva, y un crecimiento exponencial de las burocracias nacionales, regionales y municipales.

En contraste con los Estados Unidos, Europa nunca experimentó una revolución desregulatoria al estilo Reagan en los años 80. En su lugar, surgió una burocracia oscura, una red de organismos regulatorios que actúan sin el respaldo directo de las legislaturas nacionales, pero que imponen un laberinto de regulaciones que los ciudadanos deben cumplir sin haberlas votado.

El descontento que alimenta la rebelión
 
¿Qué ha impulsado esta rebelión en EE.UU. contra lo «público»? Hay muchas causas, pero principalmente son dos: El coste desmesurado del estado administrativo, y la desconexión entre el tamaño del estado y la percepción del ciudadano de los servicios que recibe a cambio de esos dineros que le hurta el gobierno. Desmontar este entramado no será tarea fácil. La endogamia del estado administrativo, que se convierte a veces en legislador, policía y juez sobre sus propias regulaciones que nadie ha votado (véanse los tribunales administrativos en España o la conducta del ministerio de Hacienda), convierte cualquier esfuerzo de reforma en una tarea herculina.

Trump, Musk y Ramaswamy: cruzados contra el Leviatán
Para acometer esta misión, Trump ha apostado por dos figuras destacadas: Elon Musk y Vivek Ramaswamy, quienes llegan con credenciales impresionantes en la simplificación de procesos y la reducción de costes. Pero nunca se han enfrentado a una maraña del tamaño de la administración americana, con sus mas de 50 años de existir en paralelo y ajena a, el proceso democrático.

El objetivo: recortar 2 trillones de dólares del presupuesto federal (eso es, 2,000,000,000,000). Aunque ambicioso (y quizá imposible sin tocar grandes partidas como pensiones, sanidad y defensa), incluso un ahorro del 20 % representaría una reducción anual equivalente al 45 % del PIB español.

La inspiración de las antípodas: Milei y la revolución argentina
¿Como lograrlo? Esa es la pregunta del trillón de dólares. No estaría mal que se fijaran en su vecino de las antípodas: Argentina. Milei. Mas allá de sacar a la Argentina de la miseria causada por más de 100 años de estatismo, la ruta empezada por Milei puede apuntar a un nuevo camino de crecimiento y prosperidad que podría liberarnos del estatismo prevalente en occidente y fijar el objetivo para los zares de la motosierra americana escogidos por Trump.

Los ciudadanos argentinos, ante el mayor fracaso de un estado en una sociedad culta y desarrollada, y ante múltiples ejemplos de que nadie podía solucionar sus problemas, ni Peronistas de derechas o de izquierdas –porque el Peronismo no es una ideología es una religión– , radicales, militares, u organismos internaciones, los argentinos han votado un «boludos, quítense de en medio y dejen de chupar del bote». Como dice el ministro de desregulación, Federico Sturzenegger. «se acabó el conchabo».

A pesar de las formas poco ortodoxas de Milei, sus excentricidades y de sus estridencias verbales, Argentina le ha dado al peluca una oportunidad única en los últimos 100 años: demostrar que la prosperidad, no de los ricos sino de las capas más humildes, ocurre no con la ayuda del estado, sino cuando este mastodonte cancerígeno se quita de en medio. Y Milei, que no es político sino un nerd economista, se esta apoyando en un geniecillo llamado Federico Sturzenegger, su ministro de desregulación y transformación del estado. Su secreto: La propiedad privada.

En el fondo de la filosofía de Milei y de Sturzenegger se haya en el respeto profundo a la propiedad privada como guía principal en su actuación de gobierno. Por ende, surgen dos vectores de actuación: reducción del gasto público a su mínima expresión necesaria (y la consiguiente reducción del peso detestado en el PIB), y la reducción de la carga regulatoria en la actividad ciudadana, empresarial o privada. Citando a su querido Alberdi, Sturzenegger sentencia: «Que le dice la riqueza a las leyes para reproducirse? Lo mismo que le dijo Diógenes a Alejandro Magno: No me hagas sombra…… ósea dejen de embromar». En menos de 10 meses ha reducido el peso del sector público del 40 % del PIB al 33 %, sin una reducción del PIB. Esta en el proceso de sacar al estado de todos aquellos sectores que pueden ser asumidos por el sector privado, esta eliminando la maraña regulatoria que lasta a la industria argentina. Al tiempo que ha reducido un 10 % la planta laboral del estado.

La oportunidad y los riesgos de una contrarrevolución liberal
El estatismo ha contaminado a casi todos los partidos políticos occidentales. Incluso los partidos conservadores han aceptado el rol omnipresente del estado, limitándose a prometer una gestión más eficiente. Pero este enfoque no resuelve el problema: perpetúa un statu quo que mina la libertad y la iniciativa privada.

Milei y Trump representan una oportunidad única para replantear el papel del estado y devolver protagonismo a la sociedad civil. Sin embargo, estos movimientos enfrentan riesgos significativos. En Europa y EE.UU., se tiende a agrupar bajo la etiqueta de «extrema derecha» a figuras tan dispares como xenófobos estatistas (Le Pen, Orbán, Abascal) y liberales libertarios (Meloni, Milei). Esta simplificación ignora que los libertarios, lejos de ser fascistas, son enemigos naturales del estatismo autoritario que representaron líderes como Mussolini o Hitler o que representa, sin las estridencias genocidas el estado administrativo.

Tirando otra vez de nuestro amigo Orwell, el estado administrativo le dice al ciudadano (y magnifica su mensaje a través de sus canales mediáticos adecuadamente subvencionados): «¡Eres libre!» Pero lo que quieren decir en realidad es: «"Eres libre de hacer lo que quieras, siempre y cuando no ofendas, no infrinjas nuestras 100,000 páginas de regulaciones y trabajes para papá estado de enero a octubre y, si violas estas condiciones, eres un factor de odio, o peor todavía, fascista».

Ante esto solo cabe una respuesta: ¡Viva la libertad, carajo!

 

Con información de El Debate, sobre una nota de Ignacio Foncillas