Milei y la tentación de liderar la nueva derecha latinoamericana
Por RICARDO ZIMERMAN
x: @RicGusZim1
No hizo falta una foto protocolar ni un gesto diplomático de alto vuelo para entender qué papel busca jugar Javier Milei en el escenario internacional. Tampoco resultó determinante la presencia —o la ausencia— de figuras europeas de peso ni los encuentros cuidadosamente editados en agendas oficiales. En distintos escenarios, con climas y públicos opuestos, el presidente argentino viene ensayando el mismo libreto: el de portavoz de una derecha regional que se siente en ascenso y que cree haber encontrado, por fin, una oportunidad histórica.
Milei parece cómodo en ese rol. Tal vez demasiado. Cada viaje, cada discurso y cada guiño ideológico refuerzan la idea de que el mandatario argentino no se limita a gobernar su país, sino que aspira a convertirse en referencia doctrinaria de un nuevo ciclo político latinoamericano. Un ciclo que él define como liberal, aunque en la práctica combine ortodoxia económica, retórica confrontativa y una alineación casi automática con Estados Unidos.
Los recientes triunfos electorales de dirigentes conservadores en la región fueron leídos por la Casa Rosada como señales inequívocas de un cambio de época. Para Milei, no se trata solo de alternancias democráticas normales, sino de la confirmación de que el péndulo ideológico se mueve a su favor. En ese marco, la tentación de erigirse en faro intelectual del momento resulta evidente. Y, en cierta medida, comprensible.
El contraste con líderes como Luiz Inácio Lula da Silva es deliberado. Mientras el presidente brasileño intenta sostener equilibrios, cuidar consensos y evitar rupturas abruptas en foros multilaterales, Milei parece disfrutar del choque frontal. Allí donde Lula mide costos, el argentino subraya diferencias. Donde Brasil apuesta a la diplomacia paciente, la Argentina libertaria privilegia la definición tajante y el aplauso de sus aliados ideológicos.
Esa diferencia quedó expuesta en la reciente cumbre regional, marcada por dilaciones, cartas diplomáticas y gestos incómodos. Lejos de mostrarse afectado por la falta de avances, Milei pareció leer el episodio como una confirmación de sus propias críticas al “viejo orden” europeo. No ocultó simpatía por los líderes que frenaron acuerdos ni disimuló su distancia con quienes aún creen en consensos amplios y graduales.
En paralelo, el Presidente argentino profundizó su alineamiento con la política exterior estadounidense, en especial en el conflicto venezolano. Su respaldo explícito a la estrategia de presión sobre el régimen de Nicolás Maduro fue más allá de la habitual condena retórica. Milei eligió ubicarse sin matices del lado de Washington, incluso cuando otros gobiernos de la región prefirieron posiciones más cautas o ambiguas.
Ese gesto no es gratuito. El Gobierno argentino sigue viendo en Estados Unidos no solo a un socio político, sino a un sostén financiero clave en momentos de fragilidad económica. El auxilio recibido en instancias críticas dejó huella, aun cuando algunos compromisos sigan pendientes y ciertos beneficios no se hayan materializado plenamente. La gratitud, en política internacional, suele expresarse con alineamientos claros.
La pregunta es si esa apuesta estratégica tiene límites. Milei parece convencido de que la historia lo favorece y de que el desenlace venezolano terminará validando su postura. Pero la región conoce demasiado bien los costos de los conflictos prolongados y las transiciones traumáticas. Jugar abiertamente por un resultado, cuando aún no está claro el camino ni el precio, implica riesgos que exceden la épica discursiva.
También en el plano regional, el Presidente argentino envía señales cuidadosamente calculadas. Sus elogios a nuevos líderes conservadores no son casuales ni meramente protocolares. Buscan construir una red de afinidades que refuerce su posición como referente ideológico. Una suerte de internacional libertaria, todavía informal, pero cada vez más explícita en sus gestos y mensajes.
Sin embargo, liderar implica algo más que celebrar victorias ajenas o amplificar consignas propias. Supone asumir costos, tender puentes y, sobre todo, ofrecer resultados. Milei parece apostar a que la coherencia ideológica será suficiente para consolidar su lugar en ese nuevo mapa. El riesgo es confundir visibilidad con influencia real, y convicción con capacidad de articulación.
América Latina ha visto pasar muchos aspirantes a liderazgo regional, casi todos convencidos de estar del lado correcto de la historia. Algunos dejaron huella; otros apenas ruido. Milei cree que esta vez es distinto. Tal vez lo sea. Pero la historia, como siempre, se encargará de poner cada ambición en su justa dimensión.