Javier Milei, Mauricio Macri, Cristina Fernández de Kirchner, Sergio Massa, Axel Kicillof y demás protagonistas ya tienen en la mira las elecciones legislativas de 2025. Al revés de lo que ocurre en la vida real, en política se habla, y mucho, con los rivales. ¿Qué panorama alumbrará el año próximo sobre las ruinas de un sistema quebrado, en el que abundan actores que hacen gestos hacia una audiencia distraída?
Suele decirse que el actual presidente impone un estilo político que divide aguas al interior de lo que debería presumirse como la oposición. Sin embargo, la realidad indica que su propia emergencia fue producto de la ruptura de un sistema de partidos y alianzas en el que, incluso antes de los comicios del año pasado, tanto Juntos por el Cambio (JxC) como Unión por la Patria (UP) ya parecían artefactos ensamblados con piezas recogidas al azar en un desarmadero de autos.
Por ahora, lo que ya no está quebrado está en riesgo cierto de quebrarse.
El sistema se ha fundido en un magma confuso, en el que abundan contactos cruzados que recorren varias vías paralelas –a veces contradictorias– y tienen terminales tan diversas como todos los mencionados, los radicales Facundo Manesy Martín Lousteau, Miguel Pichetto, larretistas sin conducción, albertistas sin Alberto, gobernadores centrifugados e intendentes, además de empresarios, sindicalistas e influyentes varios.
¿Puede salir algo de todo eso?
Peronismo, UCR y PRO en 2025
El año que viene podría mostrar las semillas que deberían germinar en 2027.
Algunos imaginan ese primer paso como escenario de una novedad: la emergencia –tantas veces anunciada como frustrada– de un "centro progresista" acaso demasiado transversal, para el que tientan a peronistas homeless, radicales verdaderamente opositores –¿cómo se autopercibirá Lousteau, no?–, armados provinciales y hasta –toda una extravagancia para el rótulo elegido– Pichetto.
Otros, como Massa, CFK y Kicillof, buscan redefinir UP, aunque no se sabe sobre qué bases. El peronismo suele confiar en el efecto ordenador de la entronización de un liderazgo, pero una interna para lograrlo parece peligrosa para todos y una negociación podría involucrar ambigüedades programáticas que no podrían eludir la lamentable memoria del Frente de Todos.
¿Y enfrente, qué? La Unión Cívica Radical, que tiene votos a nivel local, pero no termina de construirlo a nivel nacional, sufre una aguda crisis de identidad, mientras que el PRO sólo sabe que queda en manos de Macri y se aventura al mismo dilema que le tocó a Massa allá por 2016: un éxito del gobierno al que podría terminar de asociarse formalmente significaría su cooptación definitiva; un fracaso sería un seguro de naufragio.
La rosca ensimismada
La dirigencia echa mano a los elementos que conoce para construir poder: el diálogo, la rosca y la mixtura de ideas y de nombres. El detalle es que todo eso termina indefectiblemente en las urnas, a las que acude una ciudadanía cada vez más desinteresada y hasta resentida. Como diría María Eugenia Vidal, una de las participantes más solitarias del circo, la carpa está vacía.
Se encuentra, en este punto, una paradoja de hierro: la sociedad deplora la política, pero necesita que se reconstruya si no quiere quedar, como ocurre hoy, a merced de lo que consigan en sus enjuagues los lobbies más poderosos.
Por ahora, lo primero –el repudio– se afirma y, como son cada vez menos quienes prefieren enterarse, lo segundo –la necesidad de representación– sigue velado. En el medio pasan la motosierra que amaga con provocar un shutdown de proporciones colosales, los pacientes que, en lugar de medicamentos, reciben del Gobierno apelaciones a sus recursos de amparo; la licuación de los haberes de los jubilados, el meloneo de las paritarias de los trabajadores formales, los salariazos para legisladores y los socios de Manuel Adorni & Hermanos, los tarifazos de razonabilidad nunca explicada, el humo oficial con el Cartel de las Prepagas, las universidades –refugio final de los hijos de una Argentina que pelea por no ser también expulsada– en peligro de cierre y la narrativa cada vez más vacía de "la casta". En síntesis, el fin de un sueño o, incluso, de una ficción que sería bueno sostener como proyecto de regeneración de una clase media trabajadora que no debe extinguirse.
¿Qué futuro es posible sin utopías? ¿No sería un camino a recorrer la regeneración colectiva de la épica de la Argentina de clase media, equilibrada entre consumo e inversión, más igualitaria y con escasa pobreza, con pan en todas las mesas y educación y salud universales? ¿Será que esa es una visión demasiado idealizada del pasado? Es posible, pero poco importaría si una mayoría lo creyera y se comprometiera colectivamente con el mito.
El caos de los librepensadores
El deschavetado gobierno de La Libertad Avanza (LLA) es otro caos que, más que desconcertar hábilmente a sus rivales, lo hace por estar él mismo desconcertado.
Así lo indican la saga de un presidente que no es "El Jefe", las peleas internas –que terminan con legisladoras internadas debido a las presiones que reciben–, las tensiones entre Milei y Victoria Villarruel, las marchas y contramarchas de políticas y hasta de dogma y la sorprendentemente baja calidad de la gestión.
Será pato o gallareta. Si el Presidente encontrara y lograra atravesar justo a tiempo una estrecha ventana de oportunidad, podría, como pronostica, darle una paliza al resto del mundo, pero ese optimismo no explica sus retrocesos en chancletas desde el credo del libre mercado ni tanta inquietud ante el armado de la Comisión de Juicio Político de la Cámara de Diputados.
Una tarea mucho más grande
La Argentina no estaría tan complicada si pareciera factible que hallara, en un plazo razonable, un curso económico más o menos aceptable para el grueso de la sociedad y un modo de restablecer sus lazos de representación.
En esos términos, las rigideces del sistema presidencialista calzan mal con cimientos que, en vez de apoyarse en tierra firme, flotan sobre un mar crispado. Los partidos políticos deberían constituir esos fundamentos, pero en lugar de ellos sólo hay facciones porosas y sin rumbo.
Además, ya sea por torpezas o corruptelas o por operaciones y campañas de lawfare, los expresidentes terminan a tiro de tribunales desprestigiados que sólo definen unas pocas causas en plazos eternos, prolongando presencias políticas que obstaculizan la composición de nuevas canciones.
¿Llegó el momento de pensar si un sistema parlamentario se adecuaría mejor al actual estado de cosas? Eso implicaría no sólo una difícil reforma de la Constitución, sino el riesgo de que la política se enfrascara más en la rosca, se alejara más de la ciudadanía y –cada persona dirá qué prefiere– reemplazara el peligro de inestabilidad institucional por una probable inestabilidad política en base a coaliciones cambiantes.
Cuando se logra sacar un poco la cabeza del agua y mirar todo el mar, el reto de llegar a la orilla parece aun más desafiante.
* Para www.letrap.com.ar