El brutal homicidio de Andrés “Pillín” Bracamonte, histórico jefe de la hinchada de Rosario Central, encendió todas las alarmas en el tablero del poder. La muerte del cacique auriazul pone en riesgo la tranquilidad que se había conseguido en la ciudad de Rosario y amenaza los resultados en materia criminal que lucen la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, y el gobernador Maximiliano Pullaro.
A Bracamonte lo ultimaron a balazos en el barrio de Arroyito, a escasos metros del estadio de Central y a minutos de haber culminado el encuentro que enfrentó a los canallas con San Lorenzo. Es donde más cómodo y seguro se movía el “Uno”, como lo llamaban en la hinchada. A todas luces, no puede ser una buena noticia la certeza de que existe en Rosario un actor criminal con el arrojo de atacar a una de las figuras más pesadas del submundo rosarino en su hábitat natural.
El primer desafío de Patricia Bullrich y Maximiliano Pullaro
El desafío más concreto, cercano y palpable que se yergue frente a las autoridades es encontrar a los autores materiales e intelectuales del asesinato de Bracamonte y de uno de sus lugartenientes más encumbrados, Daniel “Rana” Attardo. En primer lugar, porque los rosarinos se acostumbraron durante la última década a que los homicidios sin resolver fueran moneda corriente, por lo que una respuesta efectiva fortalecería la imagen social no sólo de las fuerzas de seguridad, sino también de la dirigencia política.
La segunda razón apunta a debilitar el rol social de las organizaciones criminales. En El Padrino, un hombre de ley le pide a Vito Corleone ayuda para vengar la violación que sufre su hija. “Yo creo en América”, le dice, pero reconoce que los acusados pudieron eludir el accionar judicial. Es clave que el Estado se muestre más eficiente que las propias organizaciones criminales a la hora de reprimir el delito.
La tercera razón responde a cuestiones prácticas: saber quiénes, cómo y por qué mataron a Bracamonte es necesario para contener el espiral de venganzas que amenaza con desatarse. No se puede diseñar un plan para controlar aquello que no se conoce.
Desafío dos, evitar una lucha sucesoria sangrienta
Son varios los aspirantes a ocupar el vacío que dejó Bracamonte en el submundo rosarino y ninguno tiene pruritos en hacer uso excesivo de la violencia para lograr su cometido. La certeza de un posible y vertiginoso descontrol obligó a Bullrich -de viaje en Estados Unidos- a ordenarle a su secretaria de Seguridad, Alejandra Monteoliva, que viajara cuanto antes a Rosario.
El gesto fue valorado en Santa Fe: “Nos mostramos rápidamente unificados, antes eso llevaba una semana”. Esa unidad se verá reflejada este lunes, cuando Monteoliva, el ministro de Seguridad y Justicia provincial, Pablo Cococcioni, y los fiscales intervinientes brinden una conferencia de prensa conjunta. Hay una confianza en que el trabajo de fortalecimiento en materia de recursos y de inteligencia criminal otorgue otra espalda para trabajar con más suficiencia.
El vacío que deja Bracamonte tiene dos dimensiones. Una, obvia, es la criminal. Allí, mitos y rumores se entremezclan con información confirmada en sede judicial. Todo converge en una idea: "Pillín" ejercía un control estricto de la zona norte rosarina que, a partir de su concepción de la violencia como herramienta y no como un fin en sí misma, otorgaba una cierta paz superficial que hoy corre riesgo. Mantenerla es prioritario para las autoridades. La fuerte custodia policial que se apostó en los velorios denota la conciencia que se tiene sobre esa situación.
La otra dimensión es la que se abre en la tribuna de Central. Allí, el "Uno" construyó un liderazgo cimentado en el respeto y mostrando su cara más humana. Con su gente al frente, en la popular auriazul se terminaron los robos y la violencia contra los socios. No hay hincha que siga al Canalla que no tenga un recuerdo de "Pillín" en actitud servicial, atenta y protectora. El estilo de conducción que se impondrá de ahora en más en la tribuna de Arroyito es una incógnita que puede abrir un nuevo foco de conflicto.
Revertir la imagen de Rosario
De fondo, surge el tercer desafío, de más largo aliento: seguir trabajando en cambiar la imagen de Rosario en el país. Lo de Bracamonte fue un paso atrás. “No estamos exentos de obstáculos”, reconoce un funcionario. Ante esa realidad, el gobierno santafesino decidió un abordaje comunicacional que buscó no mostrar al Estado cooptado por las consecuencias de semejante hecho policial ni tampoco generar un efecto contagio, porque “en una escalada de violencia pierde el gobierno, pero también la ciudad”.
Lo que buscan es habitar el espacio que hay entre lo inaceptable de mostrarse ajeno y lo inconveniente de mostrarse sobrepasado. “Mostrarse en control”, lo resumió una fuente del gobierno a este medio. Ni subestimar, ni sobredimensionar. No por nada se decidió mantener la agenda ya planificada del Ejecutivo provincial, con anuncios de distintas cuestiones de gestión que nada tienen que ver con las páginas de las noticias policiales.
Así las cosas, fue complejo encontrar fuentes de la política que hablaran, así fuera en off the record, en las 24 horas que siguieron al crimen de Bracamonte. Las conversaciones en la cúpula del poder se sucedieron a ritmo frenético, pero poco se filtró. La escueta respuesta de un funcionario de primera línea ante la consulta de Letra P resumió el mensaje que quiere instalar el gobierno provincial: “Hay que laburar, no queda otra”.
CON INFORMACION DE LETRAP.