OPINIÓN Joaquín Morales Solá*

Noticias de un país estrafalario

Es un país cada vez más raro. El ministro de Economía, Sergio Massa, exige la condición de candidato único del peronismo en las próximas elecciones presidenciales. ¿Estamos ante un “milagro” económico argentino? ¿Su autor merece, acaso, el mayor trofeo de la política argentina: la presidencia de la Nación? No. El viernes, la economía le asestó a Massa el golpe brutal de un 8,4 por ciento de inflación mensual. La idea de estabilizar la inflación en el 7% mensual (que ya era un número muy alto) parece ahora una utopía.

Venezuela es ahora un buen destino para los argentinos que huyen de la inflación. No es el único desvarío. El Presidente usó la pompa y la circunstancia para anunciar que no será candidato a la reelección y gran parte de la política siguió ese espectáculo inverosímil; era solo el suicidio de un muerto político. Nunca Alberto Fernández tuvo posibilidades de ser reelegido. Si extremáramos el análisis, podríamos decir que la estabilidad del gobierno de Alberto Fernández se sostiene más en una oposición que no quiere que se vaya antes de tiempo que en sus propios méritos. Si el peronismo estuviera conduciendo la oposición, su situación sería tan frágil como lo fue la de Fernando de la Rúa a principios de este siglo. 

El papel presidencial es tan deslucido que ni siquiera los jueces de la Corte Suprema se detuvieron un instante en el discurso que Alberto Fernández pronunció por cadena nacional para criticar a ese tribunal porque suspendió las elecciones provinciales que se habían convocado para hoy en Tucumán y San Juan. Vale la pena examinar por un momento esa diatriba presidencial. Señaló, por ejemplo, que varios de los jueces supremos del país fueron denunciados por corrupción en el proceso de juicio político que se despliega, ya sin encanto ni atractivo ni sugestión, en la Cámara de Diputados. Ninguno de los tres jueces que firmaron la decisión sobre Tucumán y San Juan (Horacio Rosatti, Carlos Rosenkrantz y Juan Carlos Maqueda) está sospechado de corrupción. También dijo el Presidente que deben dar explicaciones los jueces que viajaron a Lago Escondido, como si alguno de esos jueces supremos hubiera estado en ese lugar de la Patagonia. Ningún juez de la Corte Suprema participó del viaje a Lago Escondido, y tampoco se comprobó hasta ahora que en ese viaje se haya cometido un delito. Es el estilo de Alberto Fernández: mezcla, confunde, exagera y disimula hasta construir una realidad propia, que nunca es la realidad.

En ese país extraño, los únicos tres altos funcionarios que no fueron elegidos en elecciones populares (los tres jueces de la Corte, que sí fueron propuestos y aprobados por funcionarios elegidos) se han convertido en el último refugio de las instituciones republicanas, en la única instancia que cuida el sistema político que consagra la Constitución. Un cuarto juez de la Corte, Ricardo Lorenzetti, está fuera del país participando de eventos sobre la preservación del medioambiente. No se sabe si se ausentó para alejarse de la previsible crisis o porque directamente ignoraba las decisiones que preparaban sus colegas. Está claro que la relación de Rosatti, Maqueda y Rosenkrantz con Lorenzetti es cada vez más lejana, casi inexistente.

Aquellos tres jueces hurgaron en una cuestión central del problema argentino: el feudalismo. La presencia eterna de los mismos caudillos (o sus descendientes) controlando el Estado como una propiedad personal. Pueden cambiar los caudillos, pero nunca el método. En Santiago del Estero, por ejemplo, murió el interminable Carlos Juárez, pero el método del juarismo sigue bajo el liderazgo de Gerardo Zamora, supuesto radical expulsado por su partido. El feudalismo necesita, a su vez, del clientelismo, un sistema en el que gran parte de la sociedad (la mayoría, muchas veces) depende de los recursos del Estado. Las provincias deben cerca de 30.000 millones de dólares y el 70% de esa deuda son bonos o compromisos con bancos. El feudalismo es caro, porque para existir necesita que la sociedad deje de producir y renuncie a su libertad. En su resolución, la Corte recuerda que el sanjuanino Sergio Uñac, que en su momento provocó expectativas como una cara más moderna del peronismo, pretende ir por su cuarto mandato consecutivo. El tucumano Juan Manzur aspiraba a su quinto mandato. Manzur desplazó a codazos a José Alperovich del liderazgo político de Tucumán, pero, otra vez, no cambió el método. El feudalismo que inauguró Alperovich en esa provincia fue copiado y mejorado por Manzur. El caudillismo no es solo una costumbre provinciana. Desde Raúl Alfonsín hasta Cristina Kirchner, pasando por Carlos Menem y Néstor Kirchner, también la política nacional estuvo obsesionada por la permanencia en el poder. La reelección presidencial, como prioridad absoluta de casi todos los gobiernos. Los mismos dirigentes que combatieron contra la dictadura en nombre de la Constitución fueron luego los más entusiastas en cambiar la Constitución. La Corte señaló en su resolución que se debe respetar la vigencia plena del artículo 1 de la Constitución. ¿Qué dice? “La Nación Argentina adopta para su gobierno la forma representativa republicana federal”. La Corte está enseñando el abecedario en un parvulario.

El problema es que no estamos en un parvulario, sino ante una estirpe política dispuesta a destruir los cimientos mismos del sistema. Por eso, el papel de la Corte es especialmente relevante en un momento en el que las peores transgresiones no importan. “No venimos a la función pública a hacer nuevos amigos”, dijo el presidente de la Corte, Rosatti, pocas horas antes de que el tribunal les fijara un dramático límite a los proyectos de perpetuidad en el poder. Los tres jueces que gobiernan la Corte no necesitan que les den lecciones sobre la Constitución, cuya interpretación es su función esencial. Rosatti y Maqueda fueron miembros de la Asamblea Constituyente que reformó la Constitución en 1994. Rosenkrantz fue el principal asesor jurídico de Alfonsín en esa Constituyente.

Dicen que Alberto Fernández quedó desconsolado porque la decisión de la Corte le tumbó la fórmula presidencial Daniel Scioli-Juan Manzur con la que pensaba competir frente a Massa (o al cristinismo) en las primarias de agosto. El proyecto incluía, desde ya, un triunfo previo de Manzur en Tucumán; por eso también Manzur convocó a elecciones anticipadas, contra el mandato de la Constitución provincial que estipula un plazo mucho más corto entre los comicios provinciales y los nacionales. Otro motivo fue también alejarse de las elecciones nacionales porque estas podrían ser un desastre para el peronismo. Nada explica, por su parte, que Scioli no haya exigido como condición el divorcio político de Alberto y Cristina; Scioli sabe que Cristina buscó en 2015, cuando él fue candidato a presidente, la forma de echarlo cuanto antes de la presidencia si le ganaba a Mauricio Macri. Sucede lo mismo con Manzur, quien hace cinco años declaró que Cristina Kirchner era un “ciclo terminado” de la política argentina. ¿Qué pasó luego? ¿Tuvo una nueva revelación de la sabiduría de Cristina? ¿O simplemente se acomodó a la perpetua mutación de la política según la norma del peronismo?

Entre esos mensajes de un país estrafalario se inscribe el nuevo capricho de Massa de ser candidato único del peronismo. El autor del “milagro” argentino va camino a una inflación de más del 120% anual cuando su denostado antecesor, Martín Guzmán, la había dejado en el 70%. El dólar de Massa roza los 500 pesos mientras que el de Guzmán era, en el momento de su renuncia, de 239 pesos. Tampoco Guzmán fue un milagrero. Heredó una inflación alta del gobierno de Macri, pero era del 54% anual, y un dólar que costaba 60 pesos. Alberto Fernández consideró que ese precio del dólar en los últimos meses de Macri era “muy competitivo”. ¿Qué dirá ahora, cuando bajo su gobierno el peso sufrió una de las devaluaciones más bruscas y profundas de la historia?

La crisis argentina es económica y es política. Los descalabros económicos le impiden a la sociedad distinguir los matices de la política. Puede ser halagador para ellos, pero también es demasiado grave que la integridad de las instituciones haya quedado solo en las manos de tres hombres, que son jueces y no políticos. La sorpresa es lo único imposible. La dinastía política que gobierna, los Kirchner, fue la creadora de uno de los feudos más viejos y tenaces del país. Y fue la única también que logró llevar a toda la Argentina un boceto, agonizante ahora, del pobre feudo provinciano.

 

 

* Para La Nación