Amigos y enemigos de Milei
El país se asoma a un territorio desconocido, esa terra ignota que aún no ha sido explorada por el hombre (por los argentinos en este caso). Un candidato antisistema, Javier Milei, podría ser el primer presidente decidido a acabar con el régimen político que gobierna la nación política desde hace casi 40 años.
Sectores políticos y sociales comparan a Milei con Carlos Menem, pero tropiezan con la historia. Menem había sido nueve años gobernador de La Rioja antes de ganar la presidencia (entre 1973 y 1976 y entre 1983 y 1989), y había triunfado en la primera elección interna que se hizo en el país frente a Antonio Cafiero por la candidatura presidencial peronista. Aunque excesivamente llamativo desde el punto de vista estético, Menem quería en 1989 incorporarse al sistema, no destruirlo. Milei es más bien parecido a otros fenómenos antisistema del continente americano, como los que ocurrieron en el Perú de Castillo, en la Colombia de Petro, en el Brasil de Bolsonaro o en los Estados Unidos de Trump. No está escrito en la piedra ni en el destino que Milei será presidente. En la elección del domingo último solo fue el primero dentro de un virtual triple empate con Patricia Bullrich y Sergio Massa. Pero es cierto que su estrella fue la que más brilló porque sencillamente llegó solo, sin estructura partidaria, sin aliados y sin equipos técnicos. Milei fue la expresión más cabal de una sociedad harta del fiasco nacional; cansada de una dirigencia ensimismada en sus miserias; impaciente ante la inopia económica, y fatigada por el señorío del delito y el desorden en el espacio público. La pregunta que vale la pena hacerse es si su programa disruptivo será una solución para tanta adversidad.
Fuentes empresarias aseguraron que diplomáticos extranjeros y ejecutivos de empresas de los Estados Unidos y de Europa (sobre todo de Alemania) manifestaron aquí, mucho antes del domingo inesperado, su preocupación por el ascenso del líder libertario. En rigor, debe precisarse que el establishment local se dividió claramente entre los que corrieron a auxiliar al presunto ganador –fundamentalmente el sector financiero– y los que se afligieron ante la incertidumbre que significa Milei. Hay un atenuante: los bancos están cansados de que el Estado recurra a ellos para resolver sus problemas o que les manotee parte de los depósitos en dólares para cubrir las reservas ya negativas. Esto explica que muchos banqueros prefieran convertirse en mileístas de la primera hora antes que esperar el momento agónico. En el lado opuesto están los empresarios nacionales y las pymes del interior del país, extremadamente preocupados por una eventual política de absoluta apertura de la economía. “La sola incertidumbre de Milei ya nos puede matar”, dijo un dirigente industrial del corredor central del país, que no quiso ni imaginar lo que significaría para ellos una política de inmediata apertura. Incertidumbre es la palabra que más se asocia con Milei. Las grandes empresas constructoras también caminan por ese sendero de inquietud. Tiene un tamaño para la escala de las obras públicas, no para meros emprendimientos privados. Una cosa es la corrupción y la obra pública, como la que se juzgaron en el caso Vialidad a fines del año pasado y se juzgarán en el llamado caso de los cuadernos, y otra cosa es la necesidad de que el Estado lidere la inversión de la obra pública, como sucede en los Estados Unidos o en Europa. De hecho, Trump, una expresión inconfundible del liberalismo norteamericano, anunció no bien llegó a la Casa Blanca el “más importante plan de obras de infraestructura en la historia de los Estados Unidos”. Hiperbólico como de costumbre, lo cierto es que ese anuncio, que involucraba al Estado en la obra pública, se llevó todos los dólares que circulaban por el mundo. Una de las primeras víctimas de tales exageraciones fue su amigo Mauricio Macri, que presidía entonces la Argentina.
Macri también se deslumbró el domingo pasado, pero no tanto con Milei como con el resultado de las elecciones. Sumó los votos del libertario y los de Juntos por el Cambio y concluyó que cerca del 60 por ciento del electorado votó contra los paradigmas ideológicos que reinaron durante los 20 años que duró el kirchnerismo. Luego, debió aclarar que su inicial entusiasmo por el “triunfo cultural” que significaba aquella suma de votos no menoscababa su apoyo incondicional a la candidatura de Bullrich. Llegó a anunciar que viajará a Córdoba, el otrora importante distrito electoral del macrismo, para decirles a los cordobeses que votar por Bullrich es como votar por él. Rápido, Milei salió a apropiarse de los votos de Macri y creó más confusión en Juntos por el Cambio. Se caía ya en la perversión de la lógica: Macri no podría despegarse ahora de Bullrich, justo cuando esta constituyó la encarnación de su victoria sobre Rodríguez Larreta. “Macri sabe quién es Milei. Valoró solo el triunfo sobre el kirchnerismo. Nada más”, dijeron a su lado.
Aunque existe un triple empate de hecho, Milei se ubicó en primer lugar; el exitismo de muchos sectores sociales fue entonces inevitable. La frivolidad política es una enfermedad que aqueja a decisivas franjas de la dirigencia argentina. Milei está resultando peor que los Kirchner en su relación con el periodismo cuando el matrimonio no era nadie; ayer, el líder libertario criticó una información de LA NACION que ni siquiera supo leer. Tampoco se detuvo a leer la Constitución para saber hasta dónde sus propuestas son constitucionales o inconstitucionales. Por ejemplo, si él propone la dolarización lisa y llana de la economía está chocando contra la Constitución. El artículo 75 de la Constitución señala que, entre las facultades del Congreso, está la de “establecer y reglamentar un banco federal con facultades para emitir moneda” y que ese banco deberá “fijar el valor de la moneda y el de las extranjeras”. Claramente le ordena al Banco Central defender la moneda. Incumplen la Constitución, por lo tanto, los que emiten dinero espurio y devalúan la moneda nacional, y también los que hablan de dolarizar la economía. Es posible, en cambio, el bimonetarismo o la libre circulación del dólar junto con el peso argentino (o como se llame la moneda nacional); es decir, es constitucionalmente aceptable la convivencia de dos monedas, siempre que exista una nacional.
Párrafo aparte merece la preocupación que provocó en la comunidad judía la epifanía de Milei, sobre todo porque el candidato libertario habla permanentemente de su cercanía con la religión judía. El director de la Agencia Judía de Noticias (la voz más representativa de la comunidad judía), Daniel Berliner, publicó el viernes un artículo en el que se preguntó si Milei “pretende apropiarse del judaísmo”. Berliner apuntó en su artículo que “la dirigencia comunitaria argentina ve con enorme preocupación el uso que realiza el candidato (Milei) del judaísmo”. Dirigiéndose al candidato, Berliner le aclara que “tal vez todo esto (la anunciada conversión de Milei al judaísmo) no funcione como usted supone, como en su mundo, donde todo se puede adquirir”. Milei deberá tener cuidado con sus referencias a la religión judía, porque ya hubo antes un documento oficial de la DAIA censurando actitudes del candidato como diputado nacional. Sucedió cuando su bloque fue el único que votó en contra de establecer el 18 de julio, fecha en la que se conmemora a las víctimas de la cruel masacre de la AMIA, como Día de Duelo Nacional. El proyecto fue votado a favor por una abrumadora mayoría de 171 legisladores.
La ventaja de Milei radica en que la crisis económica se agravó con el resultado de las elecciones, como sucedió en 2019 con el triunfo del kirchnerismo. Ningún economista está en condiciones de adelantar cómo seguirá la debacle económica en los meses que restan hasta el final del mandato de Alberto Fernández. El equipo económico tomó decisiones equivocadas, como una devaluación sin contexto ni contenido; así, dejó al dólar sin valor y colocó a la inflación en un dramático ascenso durante los próximos meses. El desafío de Bullrich y su coalición es mostrar cuanto antes una solución económica; de hecho, tiene varios y muy respetados economistas que todavía no se exhibieron. A su vez, Sergio Massa no puede esperar un triunfo en tales condiciones económicas (salvo que se quemen todos los manuales de ciencias políticas) y tampoco le está permitido abandonar el ministerio que ocupa, porque todo sería peor. En ese campo de batalla, difícil y arduo, se confabulan el sistema y el antisistema.
* Para La Nación