OPINIÓN Francisco Ataliva Roca*

Una Argentina inédita

El mundo entero es testigo de una época sin precedentes: grandes cambios en poco tiempo generan demandas cada vez más complejas que nos llevan a frustraciones tan inéditas como profundas. Hoy, una persona puede acceder desde un celular, en diez minutos, a más información que la que accedía una persona en toda su vida, hace 100 años. Esta revolución, cada vez menos silenciosa, puso en jaque nuestra forma de relacionarnos, de comunicarnos y derribo prejuicios: procesos que antes llevaban décadas, ahora duran años, y los que duraban años duran apenas unos meses. Ejemplos sobran; cualquier candidato antisistema de esta época tiene mucho más del sistema que en los 2000 y el monopolio de la indignación dejó de ser tal, y ya no le pertenece a un sector, sino que atraviesa toda la oferta electoral y cualquier principio del marketing político tradicional es fuertemente cuestionado por la realidad.

Este mismo cambio de estructuras fue el que en el algún momento auguraba que el capitalismo se iba a autodestruir, que en los 2000 nos íbamos a transportar en autos voladores, que era el fin de las ideologías, que la política tal cual la conocíamos estaba en extinción y que la automatización y los robots iban a generar una crisis de desempleo como nunca antes en la historia mundial. Ninguna de estas cosas, premeditadas y elaboradas con mucha anticipación, sucedieron. Sino todo lo contrario.

A su vez, fenómenos que sí ocurrieron y cambiaron nuestra forma de vivir no pudieron ser anticipados; la pandemia del COVID 19, la guerra de Ucrania, la sequía y el avance de alternativas antisistema que pusieron en jaque a todas las encuestadoras, no fueron anticipadas por ningún laboratorio político.

Estos cambios vertiginosos, además de poner en riesgo la privacidad, abrieron debates históricos y plantearon demandas infinitas en la gente, cada vez más complejas y de difícil solución, que colisionan entre ellas llevando a una constante puja entre distintos sectores, cada vez más politizados que buscan ser representados. El resultado: sobran problemas y faltan líderes capaces de resolverlos.

Estas demandas inéditas, necesitan soluciones inéditas, que surgirán del mismo sistema ¿Quién representa mejor esas demandas? y más importante aún; ¿Quién puede llevarlas a cabo? ¿Necesariamente el que más votos saca? ¿Estarán los candidatos a Presidente preparados para debatir el avance de la inteligencia artificial y si es necesaria regular o no? ¿La sociedad acompañará estos debates disruptivos? ¿Sabrán cómo integrar el fenómeno de las criptomonedas a la economía doméstica? Estas preguntas que el primer mundo ya se empezó a hacer parecen lejanas en una Argentina que debate el próximo semestre.

¿Cómo se encara este cambio de paradigma en otros países? En Francia, el presidente Emmanuel Macron creó el Equipo Rojo, un gabinete paralelo formado por miembros del ejército y prestigiosos autores de ciencia ficción que junto con expertos en tecnología tienen como tarea imaginar, al igual que en sus producciones, hipotéticos escenarios de conflicto y analizar posibles soluciones.

Terrorismo, crimen organizado, desinformación, ataques nucleares, o cualquier otro tipo de amenaza y prepararse asi para situaciones que hoy parecen lejanas ¿El desafio? “poner nervioso al ejercicio” como ellos mismos dicen, mediante debates sumamente disruptivos. Algo que a priori, parece muy dificil en nuestro pais cuando el debate mas innovador de los ultimos años fue la legalizacion del aborto.

Producto de nuestras frustraciones, los argentinos estamos cada vez más informados, más exigentes y a la vez, más decepcionados con nuestra dirigencia. Por eso, para achicar esa brecha es necesario más que nunca un nuevo liderazgo; moderno, que vuelva a reconciliar a la política con la gente y abandone la vieja idea paternalista, muy vinculada con el peronismo donde el líder es casi un enviado de Dios en la tierra en el que depositamos todas nuestras expectativas e ir hacia un liderazgo más horizontal, que involucre a la sociedad y sea tan falible como cualquier humano. En esa dirección van las principales potencias del mundo; con matices, demócratas y republicanos presentan en Estados Unidos su nueva camada de dirigentes de cara a las próximas elecciones presidenciales y en Europa los parlamentos tienen cada vez más aire jovial y disruptivo, que les permite diferenciarse de fracasos pasados y encarar campañas propositivas.

A cuarenta años de democracia, la Argentina también es parte de este fin de época inédito: la sobrepolitización de gran parte de la sociedad y la crisis de los dos principales partidos políticos que gobernaron la Argentina los últimos años, llevan a que en cuestión de unos años, surjan y mueran nuevos partidos políticos, la izquierda y la derecha peleen contra las mismas consignas de rebelión contra el sistema (o la casta), el ausentismo crezca elección tras elección, las encuestas no paren de equivocarse y baje la edad de participación en los comicios, como nunca había pasado. Y así, mientras el mundo avanza con discusiones vanguardistas, en Argentina seguimos discutiendo los planes sociales, la edad de inimputabilidad o si la emisión monetaria genera o no inflación.

Nos debemos un nuevo tipo de liderazgo; que logre guiar a la sociedad hacia la Argentina del mañana y achique la distancia entre la Argentina que somos y la que podemos ser. Un líder menos ideologizado que esté a la altura de los debates que hoy tiene la sociedad (y los que vendrán), que tenga la valentía de poner en la mesa debates disruptivos, entendiendo que de esos debates surgirán las respuestas que la gente espera, para dejar de discutir el pasado y encontrar, en vez de parches, soluciones inéditas para una Argentina inédita.

 

 

* Para www.infobae.com