Javier Milei y el petróleo en la Antártida: los riesgos de un menemismo tardío
OPINIÓN Marcelo Falak*Las lecturas sobre los años de Carlos Menem en el poder son tantas como las facetas del riojano. Las hay apologéticas, como la que desplegó este martes Javier Milei al inaugurar su busto en la Casa Rosada, ocasión en la que el Presidente llegó a la orilla del llanto. También hay más ponderadas, críticas y hasta crudamente condenatorias, como la que hizo justo cuatro años atrás Victoria Villarruel.
La vicepresidenta apuntó a la negociación en 1989 del Acuerdo de Madrid, por el que Argentina y el Reino Unido normalizaron su relación después de la Guerra de las Malvinas.
La referencia excede el señalamiento de una diferencia más entre el Presidente y su vice, ilustrativa, por otra parte, de la variedad ideológica de las ultraderechas que gobiernan el país. Busca, más bien, analizar el nuevo alineamiento nacional con Estados Unidos, que imita y exacerba el de los años 90, a la luz de eventos que comprometen intereses vitales del país en el Atlántico sur y sus reclamos sobre las Malvinas y territorio antártico.
Esto último fue puesto sobre el tapete de manera súbita por el canal de noticias de los BRICS, que anunció que "Rusia descubre una reserva de petróleo y gas en territorio antártico británico (sic). Contiene un valor estimado de 511 mil millones de barriles de petróleo, diez veces la producción del Mar del Norte de los últimos 50 años".
Una digresión interesante: el medio le atribuyó a Londres un territorio que se superpone con el reclamo argentino, expresión de un despecho alimentado por la decisión de Milei de darle la espalda al bloque de potencias emergentes. Un despecho al que habría que prestarle atención.
Otra forma de ponderar la mencionada riqueza es señalar que equivale al doble de las reservas de Arabia Saudita o a 30 yacimientos como Vaca Muerta. Nada menos.
Vladímir Putin pateó un avispero.
Algo de historia
El Tratado Antártico de 1959 fue firmado por 12 países: Argentina, Australia, Chile, Francia, Nueva Zelanda, Noruega, Reino Unido, Bélgica, Sudáfrica, Japón, la Unión Soviética (Rusia) y Estados Unidos.
Los siete primeros –señalados en negrita– reivindican soberanía sobre diversos sectores, en muchos casos superpuestos, del continente blanco, mientras que otros –Washington y Moscú– declaran tener bases para reclamos futuros. Todos esos planteos quedan congelados durante la vigencia del acuerdo, que sólo se abriría y eliminaría el paraguas sobre los mismos por acuerdo unánime de los Estados signatarios.
La Antártida está abierta a la investigación científica regulada y a explotaciones pesqueras y turísticas. No así a las hidrocarburíferas ni las mineras, actividades sí admitidas en el Ártico y que han dado lugar a una carrera desenfrenada en el primer caso y a incipientes proyectos de prospección de minerales en el lecho marino.
Abrir el Tratado Antártico es virtualmente imposible por sus propias cláusulas y, de hecho, Argentina tiene como política de Estado mantener su reclamo salvaguardado a futuro por el reconocimiento internacional que supone el texto y no forzar su concreción.
En efecto, abrir el pacto lo convertiría en una caja de Pandora de reclamos y apetencias extractivas que un país diplomática y militarmente débil no tendría cómo contener, lo que lo supondría el riesgo de quedarse con nada.
Asimismo, no se debe ignorar la importancia de las masas de hielo –ya mermadas, por otra parte– para las corrientes marinas y, por consiguiente, para el frágil equilibrio climático global.
Argentina coincide con Chile e incluso con el Reino Unido –cuyo reclamo se fundamenta en su posición colonial en Malvinas y demás islas del Atlántico sur– en esa voluntad de mantener el statu quo, lo que también supone una barrera para el despliegue de los intereses de potencias extrarregionales. Potencias como Rusia.
El statu quo, con la mancha de la base militar británica en nuestras islas ocupadas, es también una garantía de seguridad en una zona de valor geopolítico de difícil ponderación. Esto es así porque es vital para la Argentina, pero lo es de modo sólo virtual para las grandes potencias, que únicamente se lanzarían a una disputa por su control en dos casos hipotéticos: si el Canal de Panamá resultara bloqueado como vía interoceánica por un hecho imprevisible o si, justamente, se desatara una carrera por recursos naturales que, de acuerdo con el Tratado Antártico, hoy no pueden ser explotados.
Argentina, show me the money
Para un país en crisis permanente como la Argentina, el hallazgo de semejante riqueza en territorio que reivindica parece una noticia de enorme calado. ¿Lo es?
La tentación de explotarlo sería un error. El predominio de los combustibles fósiles tiene, tecnología y consideraciones ambientales mediante, un horizonte de, digamos, una generación. En ese lapso, haría más mal que bien al interés nacional que la apertura –técnicamente complejísima, por otro lado– de explotaciones antárticas los convirtieran en commodities superabunbdantes y, por tanto, baratos.
De hecho, un despliegue productivo pleno del tesoro que es Vaca Muerta resulta de por sí problemático para la capacidad argentina de atraer inversiones, tal como lo prueba el debate en torno al Régimen de Incentivo para Grandes Inversiones (RIGI), planteado de modo abusivo por el Gobierno y, se espera, en proceso de revisión en el Senado.
No sólo eso. Existen perspectivas de que la cuenca de aguas profundas que hizo de Brasil un jugador en el mercado petrolero mundial podría seguir hacia el sur, algo que ilumina las esperanzas de Axel Kicillof de ser el pionero de una provincia saudita de Buenos Aires.
Así las cosas, ¿más petróleo? Mejor no.
Algo similar podría decirse de Rusia, segundo exportador de crudo del mundo antes de la guerra en Ucrania. ¿Para qué, entonces, provoca este revuelo con su hallazgo antártico, anunciado además por una vía indirecta? Principalmente, para marcar presencia y diversificar el TEG de su choque con Occidente.
Javier Milei, alineamientos e interés nacional
Ya sea por consideraciones de soberanía futura, de equilibrio climático, de seguridad y hasta económicas, las claves del interés nacional en el Atlántico sur son el bajo perfil y el mantenimiento de una zona de paz. Esto último incluye el objetivo de poner en caja alguna vez, arreglo por Malvinas mediante, la presencia militar británica.
Esto nos lleva al rescate emocionado del menemismo que hizo este martes Milei y que se mencionó al inicio de estas líneas.
Las "relaciones carnales" con Estados Unidos vuelven y se suman al rechazo a los BRICS; a las dudas que Diana Mondino y el Presidente dejan cada vez que abren la boca respecto de la postura oficial sobre Malvinas; a la visita de la jefa del Comando Sur Laura Richardson a Tierra del Fuego y a la invitación para que la hiperpotencia sea parte del desarrollo de la Base Naval Integrada en esa provincia.
En relación con lo último, cabe reconocer el intento de no darles cabida a las pretensiones chinas y rusas en el Atlántico sur, pero hacerlo en base a un seguidismo de Estados Unidos, aliado cercanísimo del Reino Unido –país con el que se mantendrá por mucho tiempo un conflicto territorial–, no es el mejor camino. Para peor, meter a Estados Unidos en la región es más un llamador que un elemento disuasivo para las apetencias de Moscú y Pekín.
Más allá de lo que diga un progresismo que, lamentablemente, no sale de la edad del pavo, Argentina debe darse de una buena vez unas Fuerzas Armadas capaces de marcar presencia en ese mar vasto, en el que se juega tanto en términos de seguridad y recursos. Para eso, es necesario no solamente tener aviones caza, sino también buques, submarinos y otro equipamiento. Que la opción, en el primer caso, hayan sido F-16 estadounidenses usados por Dinamarca puede ser objetado por la elección, muestra de un alineamiento acrítico y no necesariamente conveniente, pero no por concepto.
Sin embargo, nuestro país, que no es capaz hoy ni siquiera de controlar con submarinos la pesca ilegal sin mandar a la muerte a sus marinos, difícilmente pueda darse a esa tarea de marcar presencia sin cooperación. Lamentablemente, el ideologismo extremo de Milei ha puesto a la Argentina al margen de Unasur, un agrupamiento regional concebido inicialmente en términos de seguridad y que podría ser la base de una integración militar virtuosa con Brasil y otros países.
La inconveniencia de un menemismo tardío
Unasur no existía en tiempos de Menem, pero cabe recordar que el riojano, más allá de su alineamiento con Estados Unidos –que a algunos sectores les pareció lógico en los años inmediatamente posteriores a la caída del comunismo europeo– nunca dañó el vínculo con Brasil, que, al contrario, se reforzó a través del Mercosur.
Milei intenta en muchos aspectos un menemismo tardío, distorsionado y extemporáneo. No solo en política exterior, sino también en materia económica, con planes dolarizadores más extremos que la propia convertibilidad y que buscarían terminar de darle a la inflación el mazazo que el gravoso Caputazo por ahora sugiere, pero aún no concreta.
* Para www.letrap.com.ar