Salida del cepo cambiario: ¡queremos flan!

OPINIÓN Cristian Gardel*
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Quienes resistimos gran parte de nuestras vidas en Argentina y, de una forma u otra, hemos interactuado con variables económicas, sabemos que ningún gobierno logró mantener el peso argentino flotando de manera libre y exitosa sin recurrir, tarde o temprano, a controles o restricciones cambiarias. El período más prolongado sin cepo y con flotación cambiaria fue el que se dio entre 2002 y 2008. Por otro lado, con el paso de los años y el devenir de experiencias cambiarias traumáticas se intensificó y generalizó la preocupación por la cotización del dólar en toda la población.

La salida del cepo sigue siendo un tema central en los debates económicos y un factor clave en las expectativas del círculo rojo. Con las elecciones a la vuelta de la esquina, muchos especulan sobre una posible decisión en este sentido. El argumento principal a favor de eliminar el cepo es que la flotación del peso ayudaría a acumular reservas y fomentaría un crecimiento económico más acelerado. Sin embargo, aunque esto ha ocurrido en Argentina en el pasado, en los últimos 50 años solo fue sustentable durante el mencionado período. (2002-2008).

¿Por qué fue posible flotar la moneda durante 6 años sin corridas recurrentes?

1.- Solvencia fiscal facilitada. Entre 2002 y 2008, el Estado era mucho más pequeño y es permitió superávits fiscales sin esfuerzo contractivo del gasto público, mientras que hoy ese esfuerzo representaría una contracción de 5% del PBI.

2.- Mayor ingreso de dólares. Comparando con el presente, los productos que exportábamos en ese período eran un 40% más caros que los bienes que importábamos, lo cual facilitó el superávit comercial.

3.- Menor egreso de dólares. Las obligaciones de pagos por deuda externa prácticamente no existían, ya que el país estaba en default y posteriormente en proceso de negociación abierto. Esto significaría menos dólares saliendo de reservas y menor necesidad de financiamiento externo inminente.

4.- Expectativas benignas. Después de diez años de tipo de cambio fijo (1 peso=1 dólar), las expectativas y la sensibilidad frente a la devaluación e inflación por parte del público estaban adormecidas.

Estas cuatro condiciones eran excepcionales y hoy no están disponibles, tampoco lo estuvieron en el pasado reciente. En 2016, el expresidente Mauricio Macri floto la moneda, pero incluso con respetables reservas internacionales en el Banco Central y un préstamo cash de 40 mil millones de dólares otorgado por el FMI, no pudo evitar una estampida cambiaria que terminó en un nuevo cepo, default y derrota electoral.

Recientemente, el ministro Luis Caputo hizo una declaración tan realista como inédita para un ministro de Economía: “No es lo mismo ser un hacedor de política económica –policy maker– de Argentina que serlo en un país desarrollado”. En otro tramo, afirmó: “Argentina no puede darse el lujo de perder el orden fiscal, porque es un país que no tiene credibilidad, no tiene credibilidad alguna”.

Varios premios Nobel de Economía que se enfocan en aspectos psicológicos, entre ellos Bernanke, Kahneman y Thaler, destacaron cómo la pérdida de confianza, a raíz de eventos financieros traumáticos, puede condicionar e influir negativamente en los resultados económicos durante un largo periodo. Sin decirlo directamente, el ministro pareciera sugerir que la excesiva desconfianza sobre Argentina, derivada de nuestro convulsionado pasado económico, es un factor latente en las expectativas que podría boicotear cualquier plan económico, sin distinguir demasiado si este es heterodoxo in extremis o ultraortodoxo.

A diferencia del resto del mundo, en general la confianza en Argentina se mide por dos cuestiones básicas:

1.- La confianza externa; es decir, cómo el mundo ve al país. Algo que se refleja en la prima riesgo país (o la percepción de la capacidad de Argentina para cumplir con sus pagos de deuda externa)

2.- La confianza interna, o cómo los argentinos ven al país, medida en la estabilidad del precio del dólar.

Si los bonos caen, el mundo no confía; si el dólar sube, los argentinos no confían y viceversa.

Respecto de la confianza interna y más allá de la meritoria gestión en política fiscal y monetaria, el Gobierno busca reducir la percepción del riesgo devaluatorio y, en consecuencia, inflacionario, anclando expectativas a través de una desarticulación muy gradual del cepo y, a la vez, implementando una devaluación lenta y pautada del tipo de cambio oficial (crawling peg). Hasta el momento, esta estrategia ha dado notables resultados, con una brecha cambiaria del 15% y el riesgo país casi en mínimos de gestión. Siguiendo la lógica de “equipo que gana no se toca”, es probable que, de cara a las elecciones y en un contexto de precios minoristas decantando debajo del 2%, el cepo continúe abriéndose gradualmente y el crawling pase a ajustarse según la inflación del mes anterior, en lugar del ajuste fijo del 2% mensual actual.

En cuanto a la confianza externa, y más allá de la deuda siempre negociable con organismos multilaterales de crédito, el mercado mundial está enfocado en los compromisos de pago de deuda inaplazable con privados para el 2025, que asciende a un total de 11.300 millones de dólares. Si el país no cumpliera con estos pagos, entraríamos en default, lo cual se traduce automáticamente en devaluación, inflación y recesión, el mayor de los males.

Por ello, cualquier posibilidad de financiamiento externo debería priorizar cubrir los vencimientos de deuda. Si se alcanzara esta meta en el futuro cercano, el siguiente objetivo más importante sería fortalecer las reservas internacionales, la herramienta fundamental del Banco Central para respaldar el valor de su signo monetario. Mientras tanto, la salida del cepo probablemente quedará relegada en el tiempo, tanto que, si todo sale bien, será el “flan” o la frutilla del postre, de un programa económico que parece no subestimar el peso de las expectativas.

La expresión “¡Queremos flan!”, Alfredo Casero dixit, ironiza sobre cómo en Argentina a menudo se priorizan demandas superficiales frente a problemas económicos profundos. Quizás la salida del cepo no sea más que un esperado postre, frente al incendio económico recibido en términos de reservas, emisión, déficits, deuda, inflación y niveles de pobreza.

 

 

* Para www.infobae.com

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