Falsedades y viejos discursos

OPINIÓN 17/12/2023 Julio Bárbaro*
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Recuerdo haber leído un libro de Enrique Silberstein titulado Los ministros de economía, que desnudaba la reiteración abúlica de todos los que asumían un nuevo mandato. La frase en cuestión sigue siendo vigente: “Nunca estuvimos peor”. Los recién llegados de hoy tienen ya su muletilla numérica- “hace cien años”- cosa de ponerse a la altura de los derrotados, y “treinta mil”, para aludir a los desaparecidos durante la dictadura militar, negando su veracidad.

Ambos dogmas son hijos adoptivos de una deformación y un fracaso, de una falsa izquierda frente a una derecha más retrógrada que nunca. Los nuevos gobernantes suelen repetir como loros los viejos discursos de todas las dictaduras, con la virtud de hacerlo, hoy, en democracia. El primero de esta última serie, Mauricio Macri, hizo daño y no duró demasiado. Con el mismo discurso había iniciado Martínez de Hoz su eficiente destrucción de la sociedad integrada de la que disfrutamos hasta la llegada de semejante delincuente de ilustre apellido en la sociedad criolla. A eso se debe que los nuevos digan “cien años”, necesitan negar la gesta digna de quienes nos instalaron como el primer país del continente. Hace cien años éramos rentistas, luego fuimos productores de riquezas, temas que neoliberales y libertarios repudian por igual.

En el canal oficial, un sociólogo explicaba que el anti kirchnerismo es sin duda el partido más sólido de la actualidad. No llegamos hasta aquí solo por la pandemia y la sequía, la perversa mediocridad de la versión final del kirchnerismo fue esencial a esta brutal caída. La sociedad votó para sacarse de encima a los supuestos izquierdistas que parasitaban al Estado y eran la peor versión de esa mezcla de reivindicación de la guerrilla y los marxismos, en manos de un progresismo sin pasado que se negaba a asumir el peronismo y sin futuro, dado que nunca supieron adónde imaginaban llegar.

La guerrilla es hija de la dictadura, y es absolutamente falso imaginar que es el motor del retorno del General. Solo las deformaciones elitistas intentan quitar protagonismo a los pueblos para auto otorgárselo. En verdad, no tuvo importancia en la confrontación con la dictadura ni logró instalar un pensamiento válido más allá del resentimiento y la reiteración, de efecto muy pernicioso en la sociedad. Su conducción ni siquiera merece la curiosidad del periodismo, y el legítimo dolor de los deudos no podría sustituir la ausencia de ideas de los herederos de la guerrilla. Fue el intento irracional de imponer su sectarismo al conjunto de la sociedad el que engendró -entre otras razones- una opción que fue votada al margen de la observación mínima del sinsentido de la mayoría de sus propuestas.

Se votó masivamente contra el sectarismo, poco valió que la mayoría de los sectores con formación política votaran en su contra. Es triste asumir que ese izquierdismo progresista expulsó a la gran mayoría de los necesitados que terminaron eligiendo en contra de sus propios intereses, hartos de que hablasen en su nombre personajes que, en su mayoría, no los respetaban. Y todavía buena parte de los kirchneristas no asume sus culpas en esta absurda derrota, como si intentaran responsabilizar a los humildes a los que nunca se ocuparon de contener. Imaginan haber instalado nuevos derechos cuando aumentaron los números de la pobreza, derechos sutiles que poco y nada se correspondían con las necesidades de los humildes.

Ahora la crisis del gobierno no encuentra una alternativa opositora. Mientras el peronismo no se pueda inmunizar del kirchnerismo no va a recuperar su vigencia entre los trabajadores y los necesitados. Asumamos que en Milei no hay nada nuevo, es la repetición de todos los golpes y del mismo Macri, intento de los ricos de aplastar definitivamente a los pobres.

El discurso de Alberto Fernández daba vergüenza; el de Milei metía miedo. Solo queda para rescatar el momento en la Catedral, donde la Iglesia reitera, con García Cuerva a la cabeza, los principios de Justicia Social que el presidente actual había dado por negativos o inexistentes. Además, todas las religiones nos ofrecen la muestra de unidad y respeto que nunca pudimos volver a recibir de la política. Su respetuosa actitud frente a la trascendencia, rescatable momento en que salimos de nuestra pequeñez monetaria y asumimos la vida como un bien más importante que los bancos, puede señalarse también, mientras se trate de un gesto sincero y no de la mera conveniencia de los primeros cien días. Al menos solo ahí. Luego vuelve a imponerse la desesperación acumuladora de los poderosos, en cuyas reales manos estamos. Ellos no necesitan que los votemos, son el gran partido del poder, lo demás es formal.

 

 

* Para www.infobae.com

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