Quizás se trate del amanecer de otro sistema de partidos políticos o, tal vez, sea solo un estertor más, sin consecuencias prácticas, del antiguo régimen. La inenarrable reaparición de Cristina Kirchner y las insistentes versiones sobre una fusión entre la oficialista La Libertad Avanza y su aliado Pro señalan que hay movimientos subterráneos en la esfera partidaria. La platea de ese espectáculo está ocupada por una sociedad que atraviesa uno de los peores momentos económicos desde la hiperinflación de 1991.
El sinceramiento de la economía, devastada por los atrasos de Alberto Fernández y Sergio Massa, dejó al salario real con una caída de casi el 40 por ciento comparado con 2017. Ese dueto de gobernantes condenó a los argentinos a pagar tarde y mal el precio de las cosas. Según un estudio de Orlando Ferreres y Fausto Spotorno, la actividad económica cayó en diciembre pasado el 3,5 por ciento. El economista Enrique Szewach sostiene, a su vez, que el PBI se está derrumbando en lo que va de 2024 al ritmo del 10 por ciento anual. Una monumental caída de la actividad económica, que se explica por los aumentos de precios, de tarifas y de servicios frente a salarios que, en la mayoría de los casos, son previos al acceso de Javier Milei al poder. El mantra del Presidente “no hay plata” se extendió a casi toda la sociedad en medio de un ajuste que están pagando sobre todo la clase media, los jubilados y las provincias. “Hay más licuadora por la inflación que motosierra sobre los gastos inservibles del Estado”, sostiene el mismo Szewach. Tanto el Presidente como su ministro de Economía, Luis Caputo, son profesionales de la economía sin experiencia en la percepción de las necesidades sociales. La política se construye sobre las obligaciones del Estado y también sobre las aspiraciones y las exigencias de la gente común. Algunos economistas esperan un rebote de la recesión para abril o mayo, pero esa buena nueva deberá esperar todavía entre dos y tres meses. En rigor, todos los procesos recesivos llegan a un punto de rebote en el que la economía vuelve a crecer. La pregunta es si al déficit cero se llegó por el buen camino, el del recorte de los gastos excesivos e inútiles del Estado, o solo porque jubilaciones y salarios se licuaron con la inflación. Si fuera este último caso, en algún lugar del futuro se esconde un regreso del déficit y, desde ya, del endeudamiento.
El Presidente ratificó la dolarización de la economía para dentro de un tiempo impreciso, pero si se lee bien lo que dijo le agregó una variante: la competencia entre monedas. Es decir, los argentinos podrán elegir libremente entre manejarse con dólares, con euros o con pesos, señaló a modo de ejemplo. Desde ya, el peso tal como se lo conoce es la moneda peor valorada por los argentinos porque la última versión del kirchnerismo, la que erró entre 2019 y 2023, se ocupó de destruirla. Recibió un dólar a 60 pesos de Mauricio Macri y le entregó a Milei un dólar a 1000 pesos. El último kirchnerismo devaluó más del 1300 por ciento en apenas cuatro años. De todos modos, la dolarización o la competencia de monedas deberán esperar. El Banco Central consiguió aumentar las reservas en la era Milei en 7000 millones de dólares; solo significa, entonces, que las reservas negativas bajaron. La cantidad de dólares de los ahorristas en poder del Gobierno es ahora de 3000 millones y no de 10.000 millones, como era cuando se fueron Alberto Fernández y Sergio Massa. También debe consignarse que el actual gobierno no permite la compra libre de dólares para importaciones, sobre todo de insumos. Al contrario, estableció un sistema de pago en cuatro cuotas para las compras de insumos en el exterior, que no significa un problema para las grandes empresas que tienen sucursales en el país (las automotrices, por ejemplo), pero que configura un enorme obstáculo para la pequeña y mediana empresa. Como dijo un dirigente que mira con simpatía a Milei, nunca se necesitará la dolarización si el Estado borrara de buena manera el déficit y no emitiera más dinero espurio. Son la inflación, el despilfarro de los recursos públicos y la emisión descontrolada los errores que horadaron el valor de la moneda nacional. ¿La solución? No fue la ley ómnibus, pero podría esconderse en la nueva estrategia de Milei de enviar al Congreso varios proyectos de ley, no uno solo. Tal vez.
En ese paisaje de penurias, Cristina Kirchner reapareció con sus viejas taras (los medios periodísticos, la oposición no peronista y su incultura en cuestiones capitales de la política) no para expresar su descontento frente a Milei, sino para ocupar espacios en el peronismo. La expresidenta logró descolocar a sus voceros más obedientes, que venían anticipando cierto reconocimiento de Cristina Kirchner a la probable suerte de Milei, para intentar recuperar la jefatura de la oposición y del peronismo. Un peronismo decapitado es más que evidente, aunque todos saben que ese no será el destino final de los pobres sucesores de Perón. Ciertos movimientos renovadores comienzan a advertirse en el peronismo del interior, liderados sobre todo por el gobernador de Córdoba, Martín Llaryora. Cristina Kirchner no soltará nunca las riendas reales o imaginarias del peronismo; sabe que muchos dirigentes peronistas la culpan a ella de las sucesivas derrotas partidarias. Por eso, está dispuesta, incluso, a ser la jefa de la renovación del peronismo que ella misma condujo desde la muerte de su esposo, en 2010. Está dispuesta a renovarse a sí misma. Todavía le quedan muchos pasillos de los tribunales por caminar y muchos fiscales a los que deberá escuchar, no importa la cara que ponga. Esos trámites son mucho peores cuando se carece de poder. Nunca elegirá la sombra o la orfandad política. Quiere ser lo que se va y quiere ser lo que viene. Ser lo viejo y ser lo nuevo.
Si se lee bien la catarata de divagaciones de Cristina Kirchner, uno de los puntos centrales fue su acusación a Macri por el endeudamiento con el Fondo Monetario. El ministro Caputo le respondió con sentido común cuando señaló que nadie pediría crédito si no hubiera déficit, y que fueron los gobiernos de ella los que dejaron al país con un fuerte desequilibrio en sus cuentas fiscales. Mucho antes, el exministro de Economía Alfonso Prat-Gay difundió una estadística según la cual la deuda bruta de la administración aumentó durante el cuatrienio de Alberto Fernández (y de ella misma como su jefa política) en 112.000 millones de dólares. El propio Prat-Gay precisó que la deuda pública durante los ocho años de Cristina Kirchner como presidenta aumentó en 83.000 millones de dólares, incluidos los 16.000 millones de dólares perdidos en el juicio frente a los accionistas minoritarios de YPF, según la reciente sentencia de la jueza de Nueva York Loretta Preska. Nada dijo Cristina Kirchner sobre las trastadas cometidas por su gobierno en ese proceso de reestatización de la empresa petrolera. Una parte de la deuda contraída por Macri se destinó a pagar los juicios perdidos en los tribunales internacionales del Ciadi, que es donde se resuelven los conflictos entre los Estados y los inversores privados. Esos juicios habían sido iniciados por empresas maltratadas durante los gobiernos de los dos presidentes Kirchner. La Argentina es históricamente el país con más juicios concluidos o pendientes en el Ciadi (56 casos), seguido de cerca por Venezuela, que tiene 49 casos. Ese es el ejemplo innegable que dejó la novel profesora argentina de ciencias económicas.
Cristina Kirchner acusó también a los medios periodísticos del triunfo de Milei en la segunda vuelta de noviembre pasado. Otra vez se puso de espaldas al espejo. Milei es la consecuencia del default de toda la dirigencia política preexistente, incluida en primer lugar la expresidenta, que protagonizó de una u otra manera 16 de los últimos 20 años de poder. En la vereda de enfrente, también comenzó un proceso de reformulación luego de la derrota y la implosión. Juntos por el Cambio no volverá a ser lo que fue. Es probable que comience una lenta fusión entre La Libertad Avanza y Pro, aunque nunca significará un desembarco masivo de macristas en el gobierno de Milei. Macri no quiere eso. “Hay un presidente elegido por la sociedad que debe ser respetado”, repite el expresidente. Macri propone, al revés de lo que se dice, una integración de menor a mayor, que incluiría en primer término la posible formación de interbloques en el Congreso o la designación de funcionarios técnicos en la segunda o tercera línea de la administración, sin necesaria afiliación a Pro. “Algunos no me quisieron nunca y recién ahora me descubrieron”, desliza Macri sobre tales versiones, irónico. ¿También habrá radicales en esa probable coalición futura? Hay franjas del radicalismo que están más cerca del pensamiento de Milei o de Macri que de muchos de sus referentes. Pero la política no se resuelve por esas eventuales cercanías. El poder se alcanza por atajos más efectivos y menos conjeturales.
* Para La Nación