Panamá es mucho más que el canal y una visita al casco antiguo

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Conocí “otro” Panamá. Ese país aún poco explorado, sustentable, pletórico de recursos naturales y opciones para el viajero “gourmet” en todos los sentidos. Aquel que sabe degustar destinos que no han sido depredados por la invasión turística.

 

Volví con una certeza. Ciudad de Panamá es apenas el aperitivo de un menú sabroso y amplio. Panamá es perfecta alquimia entre naturaleza, cultura, gastronomía y un toque de adrenalina para quien gusta de la aventura. Un paraíso para saborear sin multitudes, con paisajes contrastantes, climas tropicales y de altura. Selva, montaña, playa, historia y aventura.

Día 1 | El Panamá “tradicional”
Llegamos por la mañana a Ciudad de Panamá en un vuelo directo (7 horas) hasta el aeropuerto de Tocumen, una aeroestación hipermoderna. El recorrido hasta la parte histórica nos sorprendió con un horizonte generoso en torres y emprendimientos inmobiliarios. Nos alojamos en un hotel del Casco Antiguo, en el sitio en el que La Compañía de Jesús se asentó luego de la destrucción de la ciudad original de Panamá a fines del XVII. La ciudad es un crisol de construcciones “gringas” y sitios en los que la historia se hace presente en cada muro. La magia de Ciudad de Panamá está en sus contrastes. La historia y la modernidad. Los diminutivos melodiosos de su idioma como “platanitos” remixados con el Spanglish de los locales que mechan su discurso con una palabra españolizada cada dos frases.

A no quejarse del calor y de la humedad. Todo se combate con buena onda y algo fresco. El Casco Antiguo –ciudad colonial- merece un día de caminar sin rumbo, degustar sabores locales y tomarse fotos en el Teatro Nacional, la Plaza Francia, los coloridos muros pletóricos de street art y las tienditas de recuerdos y artesanías.

Considerado Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO, la zona alberga buena gastronomía, cafecitos encantadores, tiendas y museos entre plazas y edificios históricos. Los rooftops han tomado protagonismo y se hace difícil elegir entre los que dan al casco y los que miran al agua. Lo que va es tomarse un trago en las terrazas. Será cuestión de regresar y pasar por cada uno de ellas.

La primera parada fue el Museo de la Mola, arte textil de la comunidad Kuna, una de las tantas culturas aborígenes panameñas. La mola es un arte textil que superpone geometrías y texturas que narran historias, como el ciclo de las plantas, la migración de las aves, etc. El museo es pequeño y amoroso con un sector “instagrameable” en el que espejos y ángulos varios invitan a sumergirse en la cultura Kuna y a reproducirla en las redes sociales.

Cerramos la jornada con una cata de ron en Pedro Mandinga, el primer ron bar panameño. Al impasse espirituoso, le siguió una cena preparada por el chef Ariel Zebede, cultor de la nueva gastronomía panameña. Zebede trabaja con fincas orgánicas locales y sabores de distintas partes del mundo haciendo hincapié en lo que ofrece Panamá y cultivos que el mismo desarrolla.

Día 2 | Historia y mar: Portobelo y Colón
Nos trasladamos por carretera hacia Portobelo, a poco más de cien kilómetros de la capital. Esta pequeña localidad amalgama una cultura rica con los encantos del mar.

Portobelo fue una de las poblaciones más significativas de América durante la época virreinal. La bahía fue descubierta por Cristóbal Colón en su cuarto viaje y, sorprendido por su belleza, la bautizó Puerto Bello.

Nada más llegar, cruzamos en lancha a un resort privado en el que podría uno quedarse a vivir haciendo senderismo, avistaje de aves, navegando o simplemente gozando del dolce far niente,

Embarcamos en una panga rumbo a las Venas Azules, uno de los lugares más bellos del Caribe entre playas, manglares e islas casi vírgenes.

Tiempo de snorkel en las islas Las Tres Marías entre barreras de coral y peces de todos los tamaños y colores -“Dory” incluida- en un fascinante ritual marino. La transparencia y calidez del agua invitaban a eternizarse en ese mundo submarino, casi no contaminado por el hombre.

La cultura Congo fue la estrella de una noche con Luna llena. A través de sus danzas alegres, libres e irónicas, los Congo reflejan en sus bailes –patrimonio intangible de la Humanidad y homenaje a los ancestros- los recursos que utilizaban sus antepasados para resistir al opresor.

Los africanos llegaron a la región en el marco de la trata de esclavos, que duró cuatro siglos. Familias desmembradas, malos tratos físicos y psicológicos, y toda suerte de humillaciones generaron una resistencia cultural.

Los indígenas fueron la principal “mano de obra” en las colonias americanas tras la conquista europea hasta 1530. A la disminución de su población, le siguió el secuestro y traslado de africanos para trabajar en campos, minas y ciudades. Portobelo -la terminal caribeña del camino Real- se convirtió a mediados del siglo 17 en el principal centro esclavista de Hispanoamérica continental.

Los trajes típicos Congo exhiben, por ejemplo, muñecos de peluche que representan a las familias separadas por el comercio de esclavos. Los coloridos retazos emulan partes de las prendas de los “amos”, cosidas en alegres patchworks. Una explosión de color y resistencia de una cultura matriarcal que perdura a través de sus tradiciones y ritmos.

Día 3 | Portobelo a fondo
La mañana arrancó con un trekking. Aves, iguanas, monos aulladores, ranas, etc. proliferan en una vegetación tan generosa como las sonrisas de los habitantes de la región.

Haciendo ole al calor abrasador, visitamos La Escuelita del Ritmo, para recibir instrucciones de percusión de la mano de Eraldo. Los tambores del Congo juegan un rol fundamental en esa cultura y emulan el latir del corazón.

La Escuelita cumple una labor social clave, integrando a los locales a través de la música. La misma misión se observa en Casa Congo, en Portobelo. El lugar ofrece restaurante, hospedaje solidario y una tienda de artesanías locales, todo en el marco de un proyecto financiado por el BID. El programa brinda a los artistas locales la chance de perfeccionar sus saberes y proyectar una sólida identidad cultural local.

El denominador común en estas tierras es el orgullo por las raíces y el deseo de gritar al mundo la pertenencia ancestral.

Mamá Ari, embajadora de la cultura Congo, nos llevó a recorrer la Aduana Real (en la que se tramitaba la liberación de los esclavos), la Iglesia San Felipe y las fortificaciones de la zona.

Tiempo de conocer al Cristo Negro. Cuenta la historia que la imagen fue encontrada por un pescador de la zona en un cayuco (una canoa construida tras vaciar el tronco de un árbol). Los españoles habrían decidido llevar la imagen a Europa, pero cada vez que el barco intentaba zarpar, una tormenta impedía su salida del puerto. Así fue que el Cristo se quedó en Colón. Los pobladores lo veneran en una procesión multitudinaria en la que visten túnicas púrpuras.

Clase de mojitos de maracuyá, chapuzón y a la cama. Panamá es amor.

Día 4 | Boca Chica (paraíso grande)
Después de un desayuno en una plataforma flotante sobre un lago interno, nos trasladamos desde el aeropuerto de Colón al de David –capital de la provincia de Chiriqui, al oeste del país- y desde allí a Boca Chica, a poco más de 60 kilómetros por tierra.

Boca Chica es uno de los secretos mejor guardados de Panamá: islas prácticamente inhabitadas, bancos de coral, aguas cálidas y verdes y turismo internacional de primer nivel.

El Parque Nacional Marino Golfo de Chiriquí –situado en el centro del golfo del mismo nombre y abastecido por el Océano Pacífico– fue establecido en 1994 para la protección de arrecifes, manglares, ballenas y otras especies. Habita este paraíso todo tipo de especies: rayas, peces de colores, delfines y ballenas.

De junio a octubre. las ballenas jorobadas migran a la zona para luego continuar su viaje a aguas frías. Panamá se encuentra en una de las dos únicas regiones del mundo donde estas criaturas migran para reproducirse. Dan a luz en aguas cálidas y crían a sus pequeños antes de emprender el largo viaje hacia la Antártida.

Pueden avistarse desde julio a octubre. Los barcos se mantienen a prudencial distancia, aunque no es excepcional que ellas se acerquen a curiosear. Verlas de cerca es una lotería. Esta vez pudimos divisar a varias con sus crías.

Día 5 | Adrenalina en el río Chiriquí Viejo
Después de una travesía de unas dos horas y media por carretera, llegamos al rio Chiriquí Viejo para hacer rafting. El río, con un historial de desbordes, transcurre paralelo a la frontera con Costa Rica durante un largo tramo.

Sus aguas con rápidos de clase 3 fueron anfitrionas de una aventura inolvidable, en la que observamos aves, vegetación exuberante y trabajamos en equipo para mantener el gomón a flote.

Empapados y felices, nos trasladamos hasta Boquete, un pintoresco pueblo de montaña, en la provincia de Chiriquí, “Valle de la Luna” para los Ngabe-Bublé, la comarca indígena más grande de Panamá que se encuentra aquí. Es esta una comunidad, profundamente espiritual con un rol fundamental en la cultura del país. El cultivo del café es su actividad principal.

La temperatura en tierras altas es bien fresca además de lluviosa. El pueblo de Boquete está custodiado por el volcán Barú, desde el que en días diáfanos pueden verse el Atlántico y el Pacífico al mismo tiempo.

Dormir en Boquete es una delicia. El fresco de montaña invita a pegar el manotazo al despertador y a estirar el sueño. Buen café, buen clima, buena comida, ritmo cansino. No es casual que haya sido elegido por la revista International Living como el mejor lugar del mundo para jubilarse.

Es un destino de naturaleza, el pueblito es encantador y lo suficientemente relajado para disfrutar sin bocinas. Hay tiendas de café y un festival anual de café y flores. El café más valioso del mundo –el Geisha– crece en esta región.

Paramos en un hotel centenario que supo recibir a Ingmar Bergman, Richard Nixon y Charles Lindbergh entre otras celebridades que buscaban no ser reconocidas en tiempos en que no había redes sociales.

Su propietario actual, el carismático Charlie Collins, es a la vez el chef del restaurante Tach de alta cocina. Multipremiado por su gastronomía que optimiza el uso del producto local. Adoré el “tenderete” de plátanos colgados sobre un soporte de metal con ganchitos de madera. Cual prendas de vestir secándose al sol.

Día 6 | Trekking, café y adiós
Después de una caminata por las Cataratas Perdidas -reserva natural que linda con el Parque Nacional del Volcán Barú– ya era hora de café.

Boquete acerca su actividad productiva a los viajeros a través de los tours cafeteros. Participamos de uno de ellos en la Finca Don Pepe: recorrimos las plantaciones y nos adentramos en las etapas del proceso, desde la recolección hasta la taza, finalizando en una cata de especialidades.

Volamos desde el aeropuerto de David a Ciudad de Panamá para cerrar la travesía. Hicimos noche en un hotel de vértigo con un rooftop en el piso 66. Ya saben, amigos. Cuando me pregunten qué ver en Panamá diré “el Canal y mucho más”.

Con informacion de Todo noticias.

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