La Argentina sigue siendo tierra de milagros. Porque ni el dólar a 1.000 pesos ni la inflación más alta de América Latina han logrado terminar con la creatividad y el buen humor de tantos argentinos agobiados por la crisis económica, financiera y social.
Prueba de ese milagro pueden dar los vecinos de Lomas de Zamora. El sábado, poco antes del mediodía, muchos de ellos pudieron ver un viejo lanchón blanco montado sobre un trailer que recorría la avenida Hipólito Yrigoyen en la hora pico del fin de semana largo. A los desprevenidos que no sabían de qué se trataba los terminó de despabilar la inscripción en letras rojas y negras. “Bandido, con la plata de Lomas”, decía sobre cockpit.
Y parados sobre la proa, donde van siempre los navegantes expertos, un hombre en cueros con malla a dos colores y una chica con shorts y top negro, saludaban a la multitud mientras arrojaban billetes falsos de dólares con la cara de Martín Insaurralde. Eran una imitación conurbanera del ahora ex jefe de gabinete bonaerense y la influencer Sofía Clérici. La pareja que hizo populares el interior de un yate de tres pisos, un modelo de cartera de Louis Vuitton y otro de un Rolex de mujer valuado en 7.000 euros. “Chorros”, le gritaban los paseantes del sábado en Lomas, entre otros adjetivos que no es necesario reproducir.
La escena, más propia de la película “Abril” de Nanni Moretti, que de una campaña electoral, muestra hasta donde han llegado la audacia de Juntos por el Cambio en la campaña y las dificultades de Sergio Massa para remontar la catástrofe simultánea de la inflación, la disparada del dólar y la explosión de los casos de corrupción que estallaron en el tramo final de la campaña.
Al exhibicionismo imperdonable de Insaurralde se sumaron las andanzas del entrepreneur “Chocolate” Rigau por los cajeros automáticos del Gran Buenos Aires. Y pensar que en el peronismo lo culpaban a Herminio Iglesias por incendiar un cajón.
En el equipo de campaña del ministro de Economía preocupa todo. Hay desvelo por los alimentos y los combustibles subiendo al 15% mensual, y cierta tensión contenida por los números de entradas y salidas de llamadas que puedan aparecer en el smartphone de Chocolate. Pero en el tope de los miedos electorales el dólar sigue ocupando el lugar de privilegio.
Massa recuerda perfectamente una frase que le adjudican a Néstor Kirchner. “Se puede ganar una elección con inflación; se puede ganar también con corrupción, pero lo que no se puede es ganar una elección con el dólar subiendo; eso sí que los argentinos no lo perdonan”, repiten en el kirchnerismo desde hace dos décadas. Por eso, el primer intento del candidato oficialista fue tratar de compartir la responsabilidad por la suba del dólar blue con Javier Milei. No tuvo éxito con esa estrategia.
Se dieron cuenta demasiado rápido que ese no era el mejor camino, pero cuando quisieron dar marcha atrás, apareció Alberto Fernández con una denuncia judicial por “intimidación pública” contra el candidato de La Libertad Avanza. Milei no desperdició un minuto. Todavía no terminaban los gritos de celebración en sus oficinas de campaña, cuando anunció una conferencia de prensa para responderle al presidente ausente.
Massa supo que debía cambiar el rumbo rápidamente y buscar un culpable para la suba del dólar que no fuera Milei. Los enemigos del pueblo pasaron entonces a ser los dueños de las cuevas donde se vende una buena parte del dólar blue. Hubo varios allanamientos en el microcentro, pero la cabeza que rodó más estruendosamente fue la de Ivo Esteban Rojnica, un ascendente y joven operador financiero al que la City conoce como “El Croata”.
El titular de la Aduana, el massista Guillermo Michel, le abrió una investigación a una serie de empresas con epicentro en la financiera “Nimbus” y le allanó las oficinas sin encontrar a nadie en las vísperas del fin de semana largo. Nadie sabe en el Gobierno hasta dónde llegará la presión contra Rojnica, a quien le colgaron el cartel de mayor operador del dólar blue y el contado con liqui (CCL) en la City, pero lo cierto es que el clima de amedrentamiento logró que el dólar paralelo bajara de $ 1.010 a $ 980. Massa prometerá cualquier cosa con tal de que el dólar no supere la cifra psicológica de $ 1.000 el domingo de la elección.
Lo saben todos los estrategas argentinos y extranjeros que se juegan algo el 22 de octubre. Massa y Patricia Bullrich han puesto a sus equipos a escudriñar cada resquicio del voto para poder entrar en el balotaje. Cientos de sondeos investigan la intención de voto; las preferencias cualitativas; las marcas partidarias y la sensibilidad de los focus groups. Ya no hay tiempo para pruebas ni globos de ensayo. Ahora es a todo o nada. Todo es pasar a la segunda vuelta y nada es quedar terceros y fuera de carrera.
Así como Massa intenta achicar el daño que le hace su propia gestión como ministro de Economía, Bullrich exprime la fortaleza de sus equipos y sus aliados para no desperdiciar más votos en el infierno que acompañó la interna de Juntos por el Cambio en las PASO. La mayor apuesta fue, sin dudas, conseguir que Horacio Rodríguez Larreta aceptara ser su jefe de gabinete en caso de triunfo. La pulseada por la candidatura presidencial había sido sangrienta y sumarlo se transformó en la sutura inevitable de una herida.
Hasta el lugar elegido para el anuncio, el Jardín Botánico de Buenos Aires, tuvo algo de sabor a armisticio. Es uno de los sitios preferidos del Jefe de Gobierno de la Ciudad y está a unos pocos metros del domicilio de la candidata. No podía haber lugar mejor que ese. La puesta en escena, con Bullrich, Rodríguez Larreta y el candidato a vicepresidente, Luis Petri, fue generosa de ambas partes y, sobre todo, resultó necesaria.
Es que la confrontación excesiva de las primarias y el juego de guiños políticos que Mauricio Macri había ensayado con Milei indicaban en las encuestas que el voto de Juntos por el Cambio no se terminaba de consolidar. Y sin esa base, el sueño del ballotage quedaba en el territorio de lo imposible. Patricia necesitaba a Rodríguez Larreta del mismo modo que necesitaba a los gobernadores del PRO y la UCR para no desperdiciar votos.
La señal la había dado a mitad de semana. El último miércoles, Patricia asistió a un acto en Villa Adelina (una localidad del norte bonaerense en el partido de San Isidro). Allí estuvieron junto a la candidata y a Rodríguez Larreta, el candidato a gobernador Néstor Grindetti, su rival en la interna Diego Santilli, el candidato a intendente de San Isidro, el macrista Ramón Lanús, y sus rivales en la PASO, Gustavo y Macarena Posse. Un par de horas antes, incluso, Macri había estado repartiendo volantes en el distrito. No faltaba nadie.
Los encuestadores que realizan sondeos para Bullrich y para Massa alertan sobre un fenómeno que puede beneficiarlos o perjudicarlos por igual, según se consolide la tendencia en esta semana decisiva. En Juntos por el Cambio temen que la intención de voto del ministro de Economía se derrumbe por el efecto combinado de la inflación, el dólar y el factor Insaurralde, dándole la chance a Milei de despegarse como lo hizo en las PASO para terminar ganando en primera vuelta. Difícil, pero no descartable.
El mismo fenómeno, pero a la inversa, temen en el equipo de Massa. Sus colaboradores juran que todas sus encuestas lo ubican segundo, y alertan sobre una caída de Bullrich que pueda ayudar a Milei a lograr la sorpresa del triunfo en primera vuelta.
Uno de los dos se está equivocando. Patricia cree que, desde el segundo debate presidencial en el que aventajó a sus adversarios, su ascenso es irreversible y le permitirá llegar a la segunda vuelta. El mismo convencimiento tiene Massa, pese a la desventura de su gestión, aunque sostenido en el mito del piso peronista en la provincia de Buenos Aires. Lo que nadie parece poner en duda es que Milei tendría seguro su lugar si se llega al ballotage.
Por eso, es dramática la batalla entre Massa y Bullrich para ponerse la medalla del desafiante en la segunda vuelta. Ambos saben que es muy difícil superar la barrera simbólica del 30% de los votos. Pero que, si consiguen atravesarla y llevar a Milei hasta el ballotage, empezaría entonces otra elección muy diferente en la que podrían contar con el efecto renovador de la sorpresa.
Dicen que el combustible de los políticos, además del dinero, es el optimismo. Donde todos vemos un arroyo, ellos adivinan un océano. Es una filosofía seductora y positivista hasta que se cuentan los votos. La matemática electoral, tan cruel, suele arruinar las mejores ilusiones en una sola noche de escrutinio.
* Para www.infobae.com