Milei y el kirchnerismo buscan confrontar para mantener abierta la grieta y dominar la agenda política

POLÍTICA Eduardo AULICINO
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“Narrativa M” vs “Relato K”. El 24 de marzo llevó al extremo una confrontación de discursos que, cuarenta años después de la recuperación democrática, siguen obstruyendo la posibilidad de una visión amplia y profunda de la dictadura, uno de los períodos más oscuros y trágicos de la historia nacional. Ese contrapunto expuso la versión más ideológica y a la vez tosca de un juego que, en realidad, tiene sentido utilitario y busca sostener en el tablero dos piezas únicas, para dominar el temario político. En estas horas, asoman nuevos ejemplos, desde la disputa por un reciclado anuncio de despido masivo en el Estado hasta la posibilidad de rebautizar el CCK colocando un nombre que sólo irrite a la otra vereda.

La batalla discursiva viste necesidades del momento. La tensión puede correr el foco, en el caso del Gobierno, frente a objetivos que reclaman tiempo -un segundo semestre más aliviado en materia económica- y mientras apuesta a acelerar las negociaciones para cerrar el acuerdo político que tiene que combinar la recortada Ley Bases y alivio fiscal a las provincias.

El kirchnerismo también necesita tiempo en su imaginario de rearmado peronista. Y no sólo como apuesta al deterioro de la gestión de Milei. Por lo pronto, la tensión le permite contener fisuras en la Cámara de Diputados y en el Senado, algo incierto si cierra el pacto político y algunos integrantes del acotado grupo de gobernadores del PJ -tal vez cuatro o cinco de los nueve que suman con algún aliado- terminan jugando fuerte en el Congreso en función de las finanzas de sus distritos.

La recreada tendencia a la “elección” del enemigo como principal estrategia provoca de manera paradójica incomodidad en los dos frentes, según trasciende especialmente en el circuito legislativo. El oficialismo, con graves problemas por su condición de minoría, registra malestar entre espacios dialoguistas y hasta socios -la UCR, Hacemos Coalición Federal y, a veces, el PRO- cuando el Presidente y su círculo más cercano escalan en el discurso contra la “casta”, sin matices. Y en el peronismo/kirchnerismo alimenta tensiones la falta de los márgenes para negociar que requieren las tratativas abiertas o reservadas con las provincias.

 
El cruce del 24 de Marzo expuso así ingredientes conceptuales y puro cálculo político. La versión más patética volvió a ser la banalización del número de desparecidos en la dictadura. Pero además, representó una vuelta de tuerca, visible quizá como nunca antes, para cristalizar la visión de los 70 en blanco y negro.

El Gobierno hizo explícito un planteo que hasta no hace mucho aparecía más larvado. Su visión “completa” de la historia fue parcial y de manera evidente avala el 76 como reacción frente a la violencia de las organizaciones armadas. Rescata con testimonios el dolor de esas víctimas, que, por cierto, es negado por la otra versión de la “historia”.

Y con la declamada expresión de construir una mirada completa, alimenta el argumento central utilizado para evitar una lectura crítica de la violencia como arma política -incluso en la etapa democrática del último Perón- y no sólo del terrorismo de Estado. Esa reflexión -con algunas primeras expresiones por parte de ex integrantes del PRT-ERP más que de Montoneros- fue abortada especialmente por el kirchnerismo, con el escudo de la “teoría de los dos demonios”. Una especie de encerrona que impedía el rechazo a la violencia como camino político, sin igualarla, por supuesto, a la categoría del terrorismo de Estado.

El mensaje del oficialismo, esperado, alimentó de hecho el discurso cada vez más sesgado de los actos en repudio al Golpe del 76. Y Cristina Fernández de Kirchner no dejó pasar la oportunidad de difundir su mensaje, con protagonismo personal, fotos junto a Néstor Kirchner en el acto de recuperación de la ESMA y alguna chicana al oficialismo. Nada que mostrara el largo camino de la recuperación democrática y de la condena a la dictadura, iniciado con mirada más amplia veinte años antes de su llegada al poder.

Está claro, además, que la confrontación en blanco y negro incluye el pasado pero como parte del juego referido para dominar el tablero político. El ejercicio de Javier Milei es evidente en este primer tramo de gestión, que todavía no cumplió cuatro meses. Son en algunos casos golpes de efecto para mantener expectativas y contener a su electorado, el núcleo propio y la cosecha mayor del balotaje.

Los discursos sobre la reducción del Estado son simplificados cada tanto en anuncios sobre despidos masivos, por la vía de la no renovación de contratos. El último incluyó una cifra impactante: 70.000 empleados. La cifra sobre ese nivel de cesantías en la Administración Nacional fue inmediatamente puesto en duda en medios opositores. Y después, por la vía de fuentes del propio Gobierno, se aclaró que al menos desde fines de marzo, cuando vencen año atrás año miles de contratos, el número sería mucho menor y en función de lo que disponga cada área.

El punto, más allá de las cuentas reales y los peligros que conlleva la generalización de situaciones -desde ñoquis a empleados efectivos-, es que el discurso le resulta útil al oficialismo para mantener ese foco de los recortes del gasto público y, al mismo tiempo, genera el mensaje duro de uno de las organizaciones gremiales, con marca K en su conducción.

También fuerte, en términos simbólicos, es el anuncio sobre la decisión de cambiarle el nombre al CCK. No es un tema nuevo -dio vueltas en la gestión macrista- y la cuestión de fondo, como entonces, es si lo que se busca como objetivo es rebautizarlo de modo tal que exprese una mirada abarcadora y no sólo de la cultura, en lugar de un sello político. El marco general de referencia conspira contra ese sentido.

Las especulaciones y también mensajes en las redes rescataron, otra vez, a Borges, mezclaron chicanas desde posiciones kirchneristas y también incluyeron un reconocimiento al lugar histórico: Palacio del Correo. Más inquietante, como antecedente, resulta el contrapunto representado por la creación del Salón de los Próceres en reemplazo del Salón de las Mujeres, en la Casa Rosada.

En aquel caso, no sólo la selección de retratos sino el mensaje fue destinado a agregarle combustible a la recreación de la grieta. No fue, como se sigue viendo, un hecho aislado en el juego de dos piezas que se imaginan excluyentes.

Fuente: Infobae

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