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Volvió la grieta y golpea a la oposición

OPINIÓN 29/08/2022 Claudio Jacquelin*
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Cristina Kirchner lo hizo de nuevo. Al menos, por ahora. Cuando cada vez menos argentinos querían verse enrolados en alguna orilla de la grieta, la vicepresidenta consiguió reponer la antinomia kirchnerismo-antikirchnerismo que divide a la Argentina y ordena la política nacional desde hace casi 20 años. La vicepresidenta encontró la oportunidad de volver a jugar el juego que mejor juega y que más le gusta. Y lo explota al máximo, mientras puede sostenerlo y sus fieles le responden. 

El regreso de la polarización al centro de la agenda pública, que alcanzó su clímax con los episodios de violencia frente al domicilio vicepresidencial, constituye un hecho sobre cuyo calado y proyección se abren interrogantes profundos: ¿es la revitalización del fenómeno de la división o son los últimos estertores de un ciclo que se encamina inexorablemente hacia su final?

Las respuestas a esas dudas tienen relevancia mayúscula para las dos coaliciones (aún) dominantes. Pero la resolución no está en manos de sus dirigentes, sino de una ciudadanía que hasta hace una semana expresaba mayoritariamente y de distintas maneras su hartazgo frente a ese clivaje al que estaba sometida.

¿Un problema para los moderados? Las encuestas reflejan desde hace tiempo el hastío frente a la polarización y las demandas crecientes a la dirigencia para que alcance acuerdos que permitan salir de la larga agonía económica, política y social.

Pero el pedido de condena a Cristina Kirchner, su victimización y su liderazgo indiscutido sobre una militancia que la venera lograron, al menos momentáneamente, reponer la división, impactaron en el seno de la coalición opositora y entramparon al más consensualista de los cambiemitas.

A Horacio Rodríguez Larreta se le enredó la agenda como nunca antes y dentro de Juntos por el Cambio se aceleraron los pases de facturas, los intentos de aprovechar el conflicto para posicionarse y la preocupación por el efecto que tendrá la disputa en el electorado.

La toma de Recoleta (no de la Bastilla) por parte de la militancia cristicamporista fue uno de los brazos de la operación de pinzas que la vicepresidenta acusada lanzó en defensa propia y a modo de contraofensiva seudorrevolucionaria sobre el macrismo para obligarlo a jugar en su propio terreno.

La otra parte de ese operativo lanzado de apuro, por instinto y con suficientes recursos a mano fue la revelación de los chats que vinculaban con extrema familiaridad al “hermano de la vida” de Mauricio Macri con uno de los funcionarios kirchneristas más probadamente corruptos ante la opinión pública. En el mismo lodo todos manoseados siempre ganan los que están más manchados y pierden por goleada los que presumen de impolutos.

Después de cinco días de ocupación kirchnerista del más selecto y antiperonista de los barrios porteños, el vallado del entorno del domicilio de Cristina Kirchner ante la momentánea retirada de sus fieles desató no solo uno de los mayores conflictos callejeros entre las dos fuerzas políticas mayoritarias, sino que también activó debates y disputas puertas adentro de Juntos por el Cambio.

Nadie quedó más expuesto que el principal aspirante opositor a la presidencia. Por poner las vallas y por sacarlas. Por permitir el acampe, primero, y por no sostener la liberación, después. Por la represión y por los policías heridos. Por enfrentarse y por negociar. Por tratar de ponerle fin a la ocupación del espacio público y por no poder garantizar definitivamente la libertad de circulación. Son demasiadas discordancias para el adalid del consenso, expuesto a un escenario de conflicto abierto, que volverá a tomarle examen si, como se espera, los ultracristinistas vuelven a adueñarse de las esquinas más caras de la ciudad. Si eso ocurre, aún no hay plan para enfrentarlo. “Veremos”, dicen en la cercanía de Rodríguez Larreta sin ruborizarse, pero no sin preocupación. Ni para los fanáticos de la planificación la previsión es absoluta.

“Si no hacíamos lo que hicimos, iba a ser peor. Fue lo menos malo, no había buenas opciones. Se evitaron hechos graves de violencia y, gracias a que pusimos las vallas, pudimos negociar y logramos que, al final, los manifestantes se fueran y liberaran la zona sin mayores desmanes ni daños”, argumenta Larreta ante sus críticos, que no son pocos y no todos, como él dice, son los que le disputan la interna cambiemita, porteña y nacional.

Internas múltiples

Lo cierto es que la revuelta de Recoleta aceleró las disputas y sacó a la luz la multiplicidad de conflictos internos que atraviesan a los cambiemitas, más allá de la confrontación con el oficialismo, que logra mantenerlos unidos.

Aunque falta demasiado, el presente está convulsionado y el futuro es altamente incierto, las peleas por las precandidaturas presidenciales, abiertas o larvadas se cruzan con las contiendas por la herencia porteña y el posicionamiento para el armado de las listas. Macristas varios, radicales de diferentes vertientes y lilitos sin matices operan sobre arenas movedizas en las que hasta ahora se movía con cierta comodidad Larreta. Riesgos que corren los favoritos anticipados.

Es cierto que en público los apoyos que recibió el jefe de gobierno porteño fueron mayoritarios, y eso es lo que subraya Larreta para sostener que las críticas por lo bajo solo son para posicionarse en las internas y descalificar la densidad de los cuestionamientos. La excepción, como siempre, es Patricia Bullrich, la más consecuente adversaria larretista, que nunca se distrae de su objetivo principal.

No obstante, en privado y en off the record abundan cuestionamientos y críticas al alcalde por lo ocurrido no solo estos días. Incluso de algunos dirigentes insospechados de antilarretistas. Entre las objeciones aparecen algunos tópicos que resaltan ciertos déficits que le adjudican al alcalde porteño. La principal carencia que le adjudican tiene que ver con el carácter.

La línea que separa el consensualismo de la debilidad es angostada por los más críticos, así como es la incógnita que todavía Larreta no ha logrado despejar y que los últimos episodios consiguieron instalar en el primer plano. Son muchos los que le demandan que dé una muestra de carácter. Ante el gobierno nacional (se incluye a su amigo Sergio Massa), pero también ante Mauricio Macri, quien con su actitud ambivalente sobre una candidatura presidencial mantiene a todo Pro bailando al compás de su planificada indefinición y disfruta del regreso de la polarización. El antikirchnerismo es su bandera. En tanto, el ritmo del maratonista porteño no se altera, pero genera dudas y abre flancos para atacarlo.

Nadie dejó entrever mejor esas críticas internas que Patricia Bullrich en un tuit. No tanto por lo que objeta con nombre y apellido como por lo que claramente le sugiere a un solo destinatario: “No podemos seguir naturalizando lo que está mal ni tampoco seguir entregándole el país a esta gente [léase los ultrakirchneristas]. La obligación de un gobernante es garantizar el orden y el imperio de la ley”.

A su lado son más incisivos: “A una decisión mala le siguió una pérdida de la autoridad, que le hace mal a Juntos por el Cambio. Poner las vallas para luego abandonar el espacio público y dejarse correr consolida la imagen de que ellos pueden y nosotros retrocedemos”. El alcalde porteño se ampara en la defensa que hizo de su accionar el Bullrich sin adversarios, Esteban. Y como muestra de carácter ofrece la decisión de la policía porteña de impedirle atravesar el vallado al hijo bipresidencial y diputado nacional. “Máximo Kirchner era ahí un militante más”, argumenta.

Sin embargo, algunos larretistas que estuvieron en el team que lo arropó en la conferencia de prensa plantean objeciones, amparados en que cuentan con peso político propio y preocupados por su propia construcción electoral. Revelan que sus críticas fueron parte de discusiones de los últimos días y otras más antiguas.

“Quedó expuesto otra vez que Horacio tiene un equipo para gestionar, pero no para dar pelea. Es demasiado flaquito su soporte. No hay perfiles con densidad política para aguantar. Estuvieron cinco días haciendo fulbito para la tribuna y cuando se complicó no sabían si avanzar o retroceder. Ahora tiene que aguantar y estar dispuesto a contrarrestar las nuevas trampas que le van a tender los K. Tendrá que convivir con la tensión y tiene que encontrar la táctica, la estrategia y las personas para hacerlo”, dice un dirigente de fluido diálogo con el jefe de gobierno, que afirma habérselo advertido.

Relaciones bajo sospecha

Del lado de los primos de la coalición cambiemita son más corrosivos. Algunos radicales critican la confrontación seguida de la negociación con el kirchnerismo por la ocupación de la calle y deslizan antiguas relaciones del ministro de Seguridad porteño, Marcelo D’Alessandro, con un cristinista febril, como Leopoldo Moreau. Los mismos demandan que Macri dé explicaciones por los estrechos vínculos de Caputo con José López, que quedaron expuestos en los chats revelados por Cristina Kirchner. También le exigen a Larreta que tome distancia del armador de electrónicos de Tierra del Fuego. Más que rápidos, apurados y furiosos.

La crisis de liderazgo se hace más evidente a medida que se profundizan los conflictos, van cayendo las hojas del calendario electoral y la incertidumbre económica empieza a discurrir por nuevos carriles.

La discusión sobre las probabilidades de que la gestión de Sergio Massa logre el objetivo de llevar a puerto el Gobierno, aún escorado, después de haber estado al borde del naufragio y de que en la discusión política se incluyera el análisis de la ley de acefalía abrió otro escenario que profundiza las discusiones en la oposición.

Cuánto impacto en la economía tendrá la recuperación de la centralidad cristinista, junto a la tensión política y social que eso genera es uno de los debates que determinan posicionamientos, exacerban discusiones y definen tácticas y estrategias en el universo cambiemita. Son curvas que se cruzan.

Uno de los meollos de esa discusión se encuentra en la posibilidad de que Massa lance el dólar soja prometido y tenga éxito con la liquidación de granos y el ingreso de divisas. Tal escenario se cruza con el pronóstico de que aun cuando lo logre será insuficiente.

A eso los más escépticos (o apocalípticos) le agregan la cuota disruptiva de la política. Para estos, la radicalización cristicamporista ante el complicado horizonte judicial de su jefa hará inviable la concreción pacífica del ajuste, que hoy se tolera, pero aún no se siente. Lo cual prolongaría la agonía de la falta de reservas.

Mientras prepara su viaje a Estados Unidos y trata de mejorar la agenda que lo esperará en ese país, el ministro de Economía está obligado a mirar en 360 grados.

La Argentina sigue en la agenda pública internacional y no por mejores razones que las que había cuando llegó. No lo ayudan el presente ni el futuro. Ni los propios ni los ajenos.

La grieta está de vuelta y su regreso no es la mejor noticia para la búsqueda de la estabilidad. 

 

 

* Para La Nación

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