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¿Todo está bajo control?: ¿vamos bien o vamos mal?

ECONOMÍA 01/01/2023 Jorge GRISPO

Arrancó el 2023, año impar, de elecciones, en esta oportunidad, presidenciales. La trascendencia de lo que está por venir es de tal magnitud que está en juego el futuro mismo de la Nación. Si bien los posibles candidatos a presidente aún no están definidos, sí sabemos que serán más o menos los mismos de los que se estuvo hablando en el año que acaba de finalizar. Los franquiciados del peronismo, tienen la pesada tarea de cargar sobre sus hombros los escombros del país que dejará el próximo 10 de diciembre quien será sin dudas recordado como el peor gobierno que supimos tener en democracia.

Alberto Fernández es un presidente con poca propensión a cumplir normas, y mucho menos fallos de la Corte Suprema. Ya se mostró incapaz de acatar sus propios decretos, como el recordado “aislamiento social obligatorio y preventivo” durante la dura cuarentena que nos impuso en 2020, pero que él violó reiteradamente, como en el cumpleaños de Fabiola o los asados de familia con capos sindicales. También dio sobradas muestras de decir una cosa, para luego desdecirse y volver sobre sus pasos. Al intento de expropiar Vicentín en plena pandemia su suma el melodrama que lanzó públicamente con el fallo de nuestro máximo tribunal, afirmando primero que no lo cumpliría, para luego decir: “La Corte se extralimitó de modo grave: no me puede decir a mí que le pague a la Ciudad”.

 
El presidente terminó de enterrar su futuro político en el mismo instante en que anunció su intención de no dar cumplimiento a un fallo de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, para luego intentar dar marcha atrás de una manera tan torpe como errada. La pérdida de rumbo ya es crónica. Cristina Kirchner, por su parte, se mostró esta semana más devaluada que nunca. Solo interesada en sus propios asuntos, nada dijo de los problemas del pueblo como la inflación, la pobreza, la inseguridad, el narcotráfico y la crisis económica que afecta directamente el bolsillo de todos y todas, incluidos, por supuesto, sus propios votantes. Alberto y Cristina, cada uno en su medida, son los responsables directos de un país distópico y sin rumbo, al borde de romper las instituciones.

Si no hay un cambio sustancial en la discusión de la política y se ponen a pensar un proyecto de país seriamente, el futuro será el pasado en el que seguiremos navegando por los caminos aciagos de la decadencia nacional y popular donde un puñado de populistas con teléfonos de última generación se quieren adueñar del país, sus recursos y sus cajas. Las políticas del gobierno de Alberto y Cristina se cocinaron a fuego lento en la filosofía del fracaso, haciendo un credo de la ignorancia, al mismo tiempo que difunden un relato fantástico que pone en el lugar de enemigo a todo lo que se interponga en su camino. La mayor virtud del gobierno populista que padecemos es la distribución igualitaria de la pobreza y la mala educación.

Alberto nos va a dejar, cuando cuelgue el traje de presidente que siempre le quedó grande, un país hipertrofiado de fracasos. Es una gestión que se destacó por la ausencia de valores, de proyecto y de sentido de unidad. Nunca pudo ser el presidente de todos con una visión que aglutine y marque el rumbo. El mandatario, desde su pico de imagen positiva en los primeros días de la gestión “pandémica”, solo fue cuesta abajo. Su discurso “santiagueño” nos dejó una demostración más de que se sostiene en la grieta. Paradójicamente, la peor deuda del gobierno es la distribución igualitaria de la pobreza. El extremismo ideológico, principalmente de la dueña del poder y de los votos, ha causado estragos en la sociedad toda. De Cristina está claro que, en su relato, el imaginario es más importante que la realidad misma, enmarcado solo en promesas tan vacías como seductoras únicamente para su propia feligresía. La vicepresidente solo tiene hoy “creyentes” para quienes el anhelo de todo lo que pudo ser y no fue, es más importante que su propia actualidad.

El problema que enfrentará el gobierno a partir de hoy es que se está empezando a sentir en los bolsillos los efectos de una inflación de tres dígitos junto con los desastres que provocó el desmanejo cristinista de las cuentas públicas. La algarabía por los festejos de la Copa del Mundo duraron apenas unas horas. Post Qatar, ni siquiera unos pocos días en paz pudo tener el gobierno más desorientado de nuestra historia democrática. Las últimas encuestas indican que más del 90% del electorado no cambiará su intención de voto luego del mundial. En este contexto, lo de CFK del martes pasado, inaugurando un gimnasio en Avellaneda con los teloneros de turno (Kicillof y Ferraresi), es la más clara evidencia de una dirigente venida a menos. Intentó, torpemente, colgarse del difunto Maradona y de la “Copa”.

La pulcra puesta en escena, con todo pensado hasta el más mínimo detalle, para que Cristina pudiera brillar entre tanta mediocridad que la rodeaba, evidenciaba las necesidades de quien se siente superior al resto. Sufrimos una vez más (¿y van?) un diluvio de datos inconexos que convierten en obsoleto cualquier razonamiento que se pudiera intentar. ¿Cuántas puestas en escenas más estamos dispuestos a soportar? ¿Cuántos soliloquios con todos los gastos pagos por el erario público son necesarios para sostener lo insostenible? ¿No sería más ético destinar todos esos recursos a comedores escolares, en lugar de gastarlos en difundir un relato fantástico sustentado en datos capciosos que nos cuentan una realidad que solo existe en la imaginación de los dirigentes populistas? Son preguntas que merecen una respuesta, pero recién la tndremos cuando el pueblo argentino en su totalidad concurra a las urnas; solo resta esperar.

Axel Kicillof formuló una disyuntiva cuyo alcance es mucho mayor que el que seguramente pretendía: ¿mafia o democracia? Lo dijo al lado de una persona que acaba de ser condenada a seis años de prisión tras haber sido considerada culpable de corrupción por el tribunal que la juzgó. El elenco de aplaudidores seriales que suele acompañar a la vicepresidenta solo es producto de una transacción entre la cesión de su tiempo, sus gritos y ovaciones a cambio de las prebendas que el populismo suele repartir a diestra y siniestra. Frente a todo esto y de cara a lo que vendrá corresponde preguntarnos si las políticas populistas ¿son una bendición o una maldición? La respuesta es bien simple. Una maldición disfrazada de bendiciones para todos y todas.

A lo largo de su soliloquio, Cristina Kirchner habló como si no tuviera responsabilidad en la desastrosa situación que vive hoy el país. El pecado imperdonable que sigue cometiendo es el de su enorme narcisismo. Todo debe girar en torno a su figura. Solo importa lo que a ella le pasa. Los millones de argentinos que tienen hambre no son nada comparados con sus “sufrimientos”. Cristina se esforzó denodadamente para hacer a la perfección el roll play de víctima, en el que sus victimarios son los culpables de todo. Pretendió con su perorata la utopía de la proscripción. Ella no se siente culpable. Se cree la víctima de un complot universal en su contra. Alguien debería explicarle que no es tan importante. Y, por supuesto, que tampoco le llega a los tobillos a Néstor, y mucho menos al General del que tanto habló en su relato sobre la proscripción política.

Cristina no es una proscrita, es una ciudadana que fue hallada culpable por la justicia en un juicio donde pudo ejercer a pleno todos sus derechos y defenderse como la Constitución manda. CFK mezcla la utopía de una ilusoria proscripción con la realidad de su culpabilidad. Las falsas verdades con las que pretendió justificarse son solo eso, falsas. La realidad es que se autoexcluye de las próximas elecciones porque una derrota bochornosa la dejaría en peor situación que si no se presentara; al menos mantendría un “ilusorio” poder dentro de la franquicia de lo que alguna vez fue el peronismo y claramente hoy ya no es.

“La mejor victoria es vencer sin combatir, y esa es la distinción entre el hombre prudente y el ignorante” (Sun Tzu, El arte de la guerra).

Feliz Año Nuevo.

Fuente: Infobae

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